Del cáliz sólo las heces
Si el Atleti de hoy fuese un sabio hindú o heleno (de las antiguas
India o Grecia) se retiraría del mundanal ruido para escribir un
tratado sobre la derrota, hasta tal punto se ha familiarizado con ella,
hasta tal punto la conoce en profundidad. Y sería un best seller.
El Atleti se ha especializado de un modo tan estricto en el infortunio
que no tiene in mente otra cosa. En los últimos tiempos ha caído de
todas las maneras habidas y por haber: jugadores que pierden una
lentilla en pleno partido, porteros que se dejan arrebatar la pelota en
el saque, lo que queráis; pero también públicos que aprovechan un
descenso de categoría para convertir el estadio en Maracaná, directivos
que regalan buenos futbolistas o los desdeñan y fichan un paquete tras
otro, que comparecen en el estadio llevando al extremo de una cadena no
ya perros sino cocodrilos, que boxean con sus colegas y hablan con sus
caballos. ¡Qué orgía de dislates! ¡Qué carnaval de idioteces!
Ha sido el destino, dicen. La del hado es la ideología del guerrero y
del deportista porque el juego y la guerra multiplican las ocasiones de
perder, sufrir un percance o sucumbir. Pero el Atlético no es ni
siquiera fatalista porque ha eliminado el azar para apropiarse
codicioso de las suertes adversas. Profesa el fracaso; la derrota es su
ya declarada vocación. No padece ningún mal fario porque desprecia
olímpicamente el bueno y siempre se las arregla para hacer el
gamba. Ha desarrollado un instinto infalible para orientarse
hacia lo que le perjudica, para perseverar en el desastre. Estamos ante
un bebedor al que no le prueban ni el agua ni el champán; sólo el
cianuro en dosis nada pacatas.
Por eso hay que entender el año del doblete como un inesperado y casi
catastrófico error en el normal transcurso de una implacable estrategia
de la ruina. Y prueba irrefutable del grave trastorno que supuso para
el club aquel éxito es que, desde entonces, no se haya permitido el
menor devaneo con la felicidad. Hoy parece un club ansioso de
calamidades, ufano de ellas. Es un drogadicto de la desventura.
A mí, que fui del Atleti en otros tiempos —o, si lo preferís, que soy
del Atleti de otros tiempos— me da un poco de vergüenza verlo
servirse plato tras plato de basura con maridaje de aguarrás; y lo peor
es cómo la devora, con qué delectación la saborea.
Pues nada, nada, bon apetit.