Abrazados a la Miseria

El Blog de Severino Lorences

Sobre mi blog

Todo escritor es también el primer lector de una obra siempre destinada a otros. Nadie escribe para sí mismo. Asumiré, por tanto, la hipótesis de que estas páginas van a ser visitadas. Es mi blog, pero también el de cualquiera que lo abra. Lo titularé como mi próximo libro: “Abrazados a la miseria”.

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No hay que preocuparse por las explosiones de patriotismo más o menos sobreactuado que promueve la Copa del Mundo. Se ponen a cantar el himno de su país con un fervor un ápice cómico y, de pronto, los enfoca la cámara y ellos se ven en la pantalla gigante del estadio. Entonces dejan de rugir el "God save the Queen" o "La Marsellesa" y en su rostro amanece un estupor infantil, dentro del cual se abre paso una sonrisa encantada (la de quien encuentra una sorpresa en el roscón de Reyes o un billete de 20 euros en la calle); pellizcan el brazo de su acompañante: "¡Mira, si estamos en la tele!", y se ponen a saludar. De modo que las caras pintadas, las pelucas, las banderas y los recios ¡Deutschland! o ¡England! tienen un límite, están dentro de un orden.

Como las llantinas colectivas. En cada campeonato se pone de moda la exhibición de un comportamiento masivo diferente; así la ola o el lloriqueo. La ola es la broma del entusiasmo; el lloriqueo, la broma de la desolación. Son comedias y todo el mundo lo sabe en su fuero interno.

"Los alemanes se sienten orgullosos". Pues no sé de qué, si al fútbol nos referimos. A esta breve infatuación, a este alza semibufa de la autoestima la califica un diario de "sano patriotismo". (Codazo en las costillas de sus lectores españoles.) Poco les durará el teatral subidón y es bueno que así sea.

Este mundial perdurará en la memoria, no por las jugadas increíbles y la consagración de nuevos astros del deporte rey, sino por las magníficas instalaciones y el comportamiento civilizado del público. En efecto, las hinchadas, a las que la industria del espectáculo insufla un nacionalismo de ocasión, han sabido convivir sin incidentes.

Perdieron Brasil y Argentina. Ganaron Francia e Italia. Otra vez aquí los italianos, que siempre empiezan al trantán y que al final compiten muy bien. ¿Parecen cansados? Témelos.

Alemania ya debió perder con Argentina, pero Argentina que dominaba el match, se desdibujó en 15 minutos y, cuando quiso rehacerse, ya era tarde. (Para colmo, la lesión de su portero impidió que Pekerman sacara a Messi).

Final: Italia contra Italia. Me explico. Italia siempre juega a lo que le dejan y no exclusivamente al catenaccio, como le reprochan sus detractores. Exactamente igual que este combinado francés. Es como si ambos conjuntos preguntasen a sus adversarios: "A ver ¿cómo queréis que juguemos?" Si no dominan el balón, no se impacientan; si lo dominan, tampoco se vuelve locos. De Italia dicen que especula con el resultado, pero en la prórroga contra los teutones nunca dio el empate por bueno.

He ahí, pues, dos presuntos rácanos a los que el fútbol premia más de lo que merecen, pero de los franceses no se dice. ¿Quizá son usureros con esmoquin?

Francia es fuerte, muy fuerte, atrás. Delante dejan solo al agacelado Henry. Zidane flota entre líneas y Ribery es una suerte de cartero valiente. Vieira se aventura en suelo enemigo rara vez, sólo cuando olfatea una oportunidad. Y ese es todo el esfuerzo ofensivo de Francia. Los de atrás apenas suben y cuando los laterales se animan a correr la banda no tardan en recular hacia el propio campo.

Los buenos (lo exigen la leyenda y el marketing) siempre han de parecer muy buenos, mejores de lo que son. Se trata de exagerar la diferencia entre el que pierde y el que gana. Se diría que los dos competidores estaban predestinados: el uno a la derrota, el otro al triunfo.

Ha sido un Mundial sin figuras atacantes. Por ejemplo, ninguno de los jóvenes emergió con fuerza. ¿Cristiano Ronaldo? Sí, acelera con la pelota controlada y se mueve, pero no chuta y es demasiado cuentista. ¿Y Los veteranos? Mi impresión es que todos los que anunciaron su retirada hacen muy bien en colgar las botas. También Zidane. Comprendo que sus últimos sorbos de gloria conmuevan a muchos aficionados y que, como hace falta un crack que personifique (incluso acapare) el talento y la suerte, los periodistas del Madrid (después de haberlo jubilado, los muy ingratos) hayan elegido a Zizou como figura de este Mundial. Pero los elogios hacia el 10 de Francia pecan de excesivos. ¡Si el mejor partido de su selección fue contra Togo y él no actuó!

Por fortuna, no hubo tandas de penaltis en las semifinales (y deseo que respeten también la final). El reglamento de la Copa del Mundo 2006 suprimió el gol de oro en la prórroga, al considerar sus redactores que es demasiado castigo para quien lo encaja y demasiado premio para quien lo logra. ¡Como si asignar la victoria y la derrota mediante la suerte de los penaltis fuese más justo!

El gol de oro pertenece al espíritu del fútbol, no así las penas máximas fuera del match, porque en el balompié, como en otros deportes, nada hay como el balón en juego.

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