Abrazados a la Miseria

El Blog de Severino Lorences

Sobre mi blog

Todo escritor es también el primer lector de una obra siempre destinada a otros. Nadie escribe para sí mismo. Asumiré, por tanto, la hipótesis de que estas páginas van a ser visitadas. Es mi blog, pero también el de cualquiera que lo abra. Lo titularé como mi próximo libro: “Abrazados a la miseria”.

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Chinosería y obituario

(I)

El Atleti se ha ido a Shangai, donde entrenará en unas condiciones muy difíciles (35 grados centígrados y un 80% de humedad) y disputará un par de amistosos ante conjuntos insignificantes. Le pagan un millón y pico de euros por el jet lag, y lo sólito es que la aventura retrase su puesta a punto, pero nos informan de que el dinero es lo de menos y el fútbol también; el auténtico objetivo de la excursión al Lejano Oriente es la venta de un club basado en una filosofía distinta (sic).

¿Y en qué consiste la famosa filosofía diferente? ¿Qué les van a explicar a los chinos? Pues que el fracaso también es rentable, aunque no para la institución que lo profesa y cultiva; que un club de balompié puede tener una finalidad más importante que dar espectáculos de fútbol (por ejemplo, la de enriquecer a sus gestores mientras él se empobrece); que se puede okupar una institución de este tipo sin consecuencias jurídicas; que se ganan todas las campañas de publicidad y se pierden todos los campeonatos; que hay aficiones que, convenientemente hipnotizadas, prefieren la derrota a la victoria; que el Atleti era un equipo de cierta estatura y ahora cabe en una caja de zapatos. (A lo mejor aquí hay una oportunidad, porque en China siempre gustaron las miniaturas.)

En fin, el genial mandamás rojiblanco (que ha tenido la cara dura de pedir limosna a Promomadrid para este par de bolos en Shangai) dice que conviene sembrar ahora porque se avecina un ciclo de éxitos (sic). Se lo garantizo, oiga.

(II)

Ha muerto Ferenc Szusza, un húngaro que fue entrenador del Atleti en la campaña 1978-79. Era un hombre afable, bondadoso y bien educado, lo que entonces se denominaba un "gentleman". Aún lo recuerdo declarando al término de aquel célebre match de Copa en el Bernabéu: "Señores, yo soy un deportista y no puedo expresar lo que siento porque entonces dejaría de ser un deportista". Fue la noche en que Guruceta clasificó al Madrid, en uno de los arbitrajes más parciales a favor del cuadro merengue que he tenido la desgracia de presenciar (y los he visto por docenas). El colegiado anuló dos goles legales al Atleti, que luego perdería en la tanda de penaltis. No me extenderé sobre las circunstancias de aquel choque (me referí someramente a ellas en mi libro "El Rojo y el Blanco"); pero sí hay un pormenor que he sabido luego y que ilustra lo muy consciente que era el árbitro de la fechoría que acababa de cometer. Tras el gol de Leivinha, Guruceta, que había concedido el tanto, lo anuló a instancias de uno de los linieres. Se le vinieron encima tres hombres del Atleti (los otros seguían con el juez de línea), que lo increparon unánimes: "¡Eres un hijo de tal!" Los jugadores repitieron el insulto no una vez ni dos; estuvieron un par de minutos desahogándose, a base de la misma fórmula: "¡Eres un hijo de tal!"¿Qué hizo Guruceta? ¿Los expulsó? De ningún modo; se irguió cuan largo era, muy ufano él, y, vuelto hacia la portería del Madrid, ordenó sacar.

 

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