Abrazados a la Miseria

El Blog de Severino Lorences

Sobre mi blog

Todo escritor es también el primer lector de una obra siempre destinada a otros. Nadie escribe para sí mismo. Asumiré, por tanto, la hipótesis de que estas páginas van a ser visitadas. Es mi blog, pero también el de cualquiera que lo abra. Lo titularé como mi próximo libro: “Abrazados a la miseria”.

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Por suerte (o por desgracia)

Por suerte (o por desgracia) no se televisó el partido y así poca, muy poca, gente pudo percatarse del morrocotudo papelón que hizo el cuadro local. Porque no creo que, de los 50.000 aficionados que vivieron in situ el match, llegaran a dos docenas los que sintieron un íntimo bochorno al ver cómo el equipazo de Gil Marín se mostraba negado ante un Sevilla con nueve hombres sobre el césped. Desde luego en la zona donde me situé, nadie levantó la voz para quejarse de la falta de sentido común, condición física y ánimo competitivo de la banda que se ha convenido en llamar Atlético de Madrid. El público (predominio de mozalbetes abanderados y tifosos, sin nociones de balompié) parecía más pendiente de las grescas que estallaban en el lateral y del duelo soez entre los ultras de las dos hinchadas que del juego en sí. Un ejemplo: coreó con olés los pases a Leo Franco en el descuento. En otra época hubiese silbado, porque, en lugar retener el balón lo más lejos posible del área propia (era lo que pedían el minuto y el luminoso), el once del Manzanares dio en jugar a la ruleta rusa, arriesgándose a un mal bote o a un resbalón del portero. Pues nada: olé, olé y olé.

El serial de despropósitos (eso que algún ignorante ha denominado "partido magnífico", olvidando que no hay tal sin que ambos oponentes rayen a gran altura) empezó con un regalo de Perea a Kanuté y continuó de pifia en pifia hasta los dos zarpazos de Maxi. De modo que los remates certeros de "La Fiera" (rugidos por la afición como en las grandes noches) impidieron que la cosa resultase de traca. Hay victorias que ocultan la verdad, la amarga verdad, pero los que vimos ayer al Atleti con los ojos abiertos sacamos algunas conclusiones. La principal: para doblegar a un cuadro del nivel del hispalense no valen ni Seitaridis, ni Perea, ni Petrov, ni Luccin, ni Costinha. Son, por tanto, cinco titulares que merecen la suplencia, pero sólo dos de ellos tienen posible sustituto: Costinha y Petrov, los cuales deberían dejar su puesto a Maniche y Pernía. (Particularmente incomprensible es el predicamento de que gozan el colombiano y el búlgaro, así como la estúpida y contraproducente tirria a Pablo Ibáñez).

El poco fútbol siempre corrió a cargo de los andaluces, que superaron al conjunto colchonero con once, con diez y, sí, también con nueve. Pero los de Juande pegan demasiado y sin ninguna necesidad, como los equipos pequeños.

Los seguidores del Atleti somos peces y picamos (no podía ser de otra manera tratándose de peces). Por eso fuimos en masa a que nos curase de nuestra crónica murria la delantera de los niños. Pero, ay, no se entendieron; esa es la pura verdad. Torres (hasta la jugada del último gol, que fue espléndida) anduvo autista, amén de enfadado con la pelota. Y Agüero apenas logró hallar algún claro en el bosque de piernas de la zaga contraria. No obstante, el "Kun" fue de los pocos que comprendió que el encuentro pedía la pared y la combinación a un toque y desistir de los balonazos y los regates absurdos (a lo Galleti). Se puede estar mal, como Agüero ayer, y aun así dar fe de existencia. Agüero en su peor partido es alguien. Los arriba citados, en sus mejores tardes, nadie.

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