Sobriflecos de 2006
Eufóricos
con el cuarto lugar que provisionalmente ocupa el once del Manzanares (verdadero
hito en la historia del club), los
necios conjurados afirman que 2006 acabó estupendamente y que, a consecuencia
de la “indudable mejora de la plantilla en los últimos años”, las peñas
rojiblancas inundan el mundo mundial. El Atleti “está de moda”, el Atleti “se
globaliza”, “el Madrid nos mira con el
rabillo del ojo”, etc., etc. Cuando le hagan la autopsia al Atleti, no habrá
aficionado al balompié que no sea colchonero. (Es la conclusión extraíble de la
profecía de un imbécil: “cuanto peor le vayan las cosas a este club, más apoyo
recibirá”.)
Pero 2006,
pese al triunfalismo que respiran los cantamañanas, contuvo pocas noticias
buenas para el Atleti. Una fue la desaparición del fútbol de Telemadrid, más
que nada porque dejamos de escuchar a Agustín y a Ruiz, ¡vaya par de lumbreras!
Estaba ya uno harto, sobre todo, del magisterio
del hombre que contrató a Frascareli, Filipauskas, Prodan, Nimny, Fortune,
Lardín, Paunovic y tanto paquete o
medianía cuyo nombre resulta piadoso omitir. (Pero ¿qué se puede esperar de
quien auguró la eclosión de Valera, el triunfo de Murcia y la titularidad de
Zahínos?)
Otra nueva
interesante: la adquisición de
Agüero, extraña por el sigilo con el que se obró y la clase del chaval. El
resto, ya digo, fueron malas, muy malas, noticias. Por ejemplo, los necios se
conjuraron para que Torres se marchase del Atleti. Como el vacío ocasionado por
la ausencia de crítica y de información lo disimulan toneladas de insensateces,
rumores y falsedades, unos le mendigan al “Niño” que se quede, y otros hacen
votos para que se vaya de una jodida vez. Esta desmesura en el trato con los
profesionales, muy del gusto de Gil, la calcan los medios de comunicación, que
hallan más útil mantener en vilo a los aficionados que contarles lo que sucede.
Recuerdo
que el Difundo exultó en una oportunidad: “¡No cambio a Kiko por Ronaldo!”
Acababa de ganar la Liga y le
ofrecieron al as brasileño; demostrando que no sabía un carajo de fútbol y que
no estaba dispuesto a aprender ni jota (hay tipos de una pieza), él prefirió
quedarse con Kiko, cuyo fichaje ambicionaba el Barcelona. El delantero de Cádiz
pasó poco después de sublime artista a mozo de cuadras no apto ni para barrer
las deyecciones de Imperioso.
El amor /
odio mola más que el análisis. Así,
cuando Torres juega bien, el Atleti no le sirve; y, cuando no tiene su noche,
quien no sirve para el Atleti es él. Pero tanto los idólatras incondicionales como
los detractores furibundos trabajan al dictado del club (¿por un estipendio?),
y el club quiere desprenderse de Torres a toda costa. De modo que los primeros remachan
un clavo: el ariete se irá, y nos hace un favor cada vez que se pone la
camiseta rojiblanca, y los segundos insisten en que está ya muy visto y sería
ventajoso venderlo ahora.
Para esa canalla, las calamidades del Atleti son
producto de su misterioso destino de Pupas o culpa de tal o cual futbolista o
preparador, jamás de los dirigentes. Y así, hay rabiosos y achulados ilusos
(son los peores), que acusan a Aguirre de jugar con la ilusión de la hinchada
(cuando deja en el banquillo al “Kun”), como si los Gil y sus cómplices no la
hubiesen pateado a mansalva durante casi dos décadas, al igual que un niño
sádico la cabeza de una muñeca pepona. Pero, claro, es más fácil insolentarse
contra el débil que plantarle cara al poderoso. (Más fácil y más lucrativo,
pues si el valiente y juicioso comentarista Ribagorda no
mintiera ni se engallara contra el indefenso entrenador, no cobraría del papel
donde coloca sus insulsas memeces.)
Frente al mister aguafiestas de turno, las
técnicas ilusionistas, consistentes en anunciar la llegada de un jugador que de
inmediato firma por otra entidad, suscitan unánimes elogios. ¿Cuántos cracks atados y bien atados hemos
perdido en 2006? ¿Media docena? Ya no van a la realidad ni de visita.
En 2006,
pudimos ver cómo los incidentes provocados por los tradicionales gamberros y
las pancartas injuriosas merecían la pasividad de los seguratas del club. (Qué raro,
porque en otras ocasiones, cuando lo que se lee en los pasquines incomoda a Gil
Marín, acuden veloces y heroicos, como los bomberos al fuego.) Pero la prensa deportiva (perdón por el sarcasmo) optó
por desentenderse. En cambio, le prestó indignada cobertura al desaire de las
peñas para con Álvaro Albarracín en la última expedición de Copa. (Las peñas no
invitaron a cenar al afable anciano que Gil Marín y Cerezo largan a provincias
para que represente a la entidad.
Pobre hombre, el frío que pasa por esos palcos en invierno, mientras sus jefes
se quedan en Madrid, bien abrigaditos.) Pero los perros, que sólo mueven la
cola a una señal del amo, ladran lo suyo para acallar las escasas voces
discrepantes.
Permitidme
que intercale una pequeña historia real a propósito de la censura en el inocente reino del deporte. Un diario de
Madrid publicó no hace muchas semanas unas declaraciones de Minguella, en las
que éste acusaba a Laporta de presionar a los diarios catalanes para que expulsasen
a los redactores no muy afines a la actual directiva del Barça. Me consta que
el director del periódico que acogió esta denuncia imprescindible (¿qué sería de nosotros sin la libertad de prensa?)
recibía frecuentes llamadas de Florentino Pérez, quien desde el otro lado de la
línea telefónica impartía doctrina, consignas y órdenes o se quejaba de tal o
cual reportero u opinante. De hecho Florentino logró que uno de los dos medios
de Madrid que rivalizan por analfabetizar a las masas del Foro despidiera a los
encargados de la sección merengue. ¿Su crimen?
No ser del Real. ¿Purga ideológica o limpieza de sangre?)
En el
ejercicio que expiró arreciaron las argucias para despojar al Atleti de su
único patrimonio tangible: el estadio. Me opuse, me opongo y me opondré a que
el ayuntamiento de Madrid trate con Gil Marín y Cerezo; y lo hago, lo hice y lo
haré en virtud de dos principios que pertenecen más a la micropolítica que a la
ética. El primero: las ciudades no fueron levantadas para que los clubes de fútbol
dispongan de ellas a su capricho; el segundo: una institución pública no puede
negociar con quienes han saqueado el Atleti.
Por lo
demás, 2006 también fue el año en que le impusieron al equipo el uniforme de
payaso. Y nadie lo indultó de otra condena: vivir en el futuro (ese no lugar
que contiene el fin de todo y de todos). Pero los que llaman ilusión a una facultad incompatible con la vista y el raciocinio,
los sujetos cuyo modus vivendi es la
propaganda, los urdidores de memoeriales
y los inventores de una prosperidad indistinguible de la miseria, preparan sin
duda las próximas indignidades. Les sugiero ésta: conceder, a título póstumo,
la insignia de oro y brillantes del club al caballo de Gil. Ya en su día el
único que descendió a los Infiernos
fue el genio de Valdeolivas; los
demás tuvimos que contentarnos con bajar a Segunda. ¿Qué perifollo o girnalda
le pondrán al próximo fracaso?