Abrazados a la Miseria

El Blog de Severino Lorences

Sobre mi blog

Todo escritor es también el primer lector de una obra siempre destinada a otros. Nadie escribe para sí mismo. Asumiré, por tanto, la hipótesis de que estas páginas van a ser visitadas. Es mi blog, pero también el de cualquiera que lo abra. Lo titularé como mi próximo libro: “Abrazados a la miseria”.

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Descomposición

Cada vez hay menos deporte, pero no importa porque el espectáculo sigue in crescendo. El negocio florece y da trabajo a multitud de profesionales. Algunos de éstos, una rala minoría, son portadores de un residuo de fair play; los otros ya pertenecen por derecho propio a la farándula. Astros que se niegan a jugar o que no saben comportarse en público; una ética del malevaje según la cual el adversario es un enemigo contra el que son lícitos la patada, el codazo y la comedia; presidentes que rivalizan por acaudillar a los hinchas más fanáticos; comentaristas hooligans, que se amarran sin que sus jefes pongan coto a la demasía. (No discuten: riñen mostrándose los dientes; intercambian ladridos, no pareceres; semejan mastines, no personas…) En fin, aficiones que sólo conocen dos estados de ánimo: la euforia rabiosa o la amargura amenazante.

Lo que le está ocurriendo al deporte de masas no es fruto de la buena fe de los más y el activismo delincuente de unos pocos. No son sólo cuatro los violentos infiltrados en una fiesta, que transcurría con placidez hasta su inopinada irrupción, ni cuatro los indeseables que pervierten la inocencia de la cosa, ni cuatro las manzanas podridas que echan a perder el cesto. Es el orbe entero del deporte el que gira alrededor a un único asunto: la asignación de prestigio a las masas a través de la victoria, religión del éxito que exige sacrificios humanos (con el sentido común como primera víctima).

Tiempo atrás a un futbolista que se hubiera negado a jugar, como ha hecho Eto’o, le habrían puesto una multa formidable, amén de confinarlo en la grada una docena de partidos, porque un profesional que desobedece las órdenes de su entrenador merece ser apartado del equipo ipso facto. Pero hoy las estrellitas son intocables. (Y no son de ego grande, como se nos quiere hacer creer, sino que lo tienen del tamaño de un niño de corta edad. En esos egos únicamente cabe yo, yo, yo…)

¿Y qué opinar del puñetazo de Navarro? Yo creo que es un ultra que no debería volver a poner sus pies en un estadio ni adquiriendo la entrada; sin embargo, le han caído siete meses y muchos encuentran excesiva la sanción.

Por eso, cuando surge un campeón renitente a participar en este pandemónium concelebrado por curas irresponsables y devotos enloquecidos, la toman con él. Fernando Alonso cae mal a la prensa porque no comulga con el triunfalismo impostado de los medios de información (¿median?, ¿informan?, ¿entre quiénes?, ¿de qué?). Durante el invierno, la industria de la chaladura había ideado una treta para que no fuesen distinguibles las prácticas y ensayos de la verdadera competición (al igual que ocurre con el fútbol y sus fanfarrones veranos). La salida de pista de Hamilton en Cheste (chaval, ¿ves lo que te ha pasado por medirte a un superclase?), los problemas de Ferrari, la orfandad de Renault, que ahora tiene pilotos mediocres… Se diría que estábamos en plena temporada y que nos iba muy bien. Uno de esos sochantres de la majadería inventó la siguiente: "Alonso tiene un plan. ¿Cuál? ¡Un coche tan rápido como el de sus rivales!" Para un quídam tan pollino como éste (y sus colegas no le van a la zaga), Alonso es el enemigo público porque no se compadece de la necesidad del forofo que trabaja en un periodicucho (cuyas páginas no valen ni para empapelar las paredes de un cuarto trastero), al que no han confiado la tarea de narrar, explicar o evaluar, sino otra mucho más elevada: vender, sea lo que sea y cueste lo que cueste. Alonso es un aguafiestas (y en cuanto empiece a perder se las cobrarán todas juntas) porque se resiste a la adoración y al magreo de los aduladores y porque no suelta expresiones del tipo "a morir", "fe ciega" y demás mecánicas brutalidades difusoras de un retraso mental que es ya atmosférico (está en el aire) y que le viene muy bien al PIB, pero fatal al deporte. La culpa no es de todos, pero se ha vuelto demasiado común: proliferan los necios y los bribones.

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