Abrazados a la Miseria

El Blog de Severino Lorences

Sobre mi blog

Todo escritor es también el primer lector de una obra siempre destinada a otros. Nadie escribe para sí mismo. Asumiré, por tanto, la hipótesis de que estas páginas van a ser visitadas. Es mi blog, pero también el de cualquiera que lo abra. Lo titularé como mi próximo libro: “Abrazados a la miseria”.

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Aniversario

Hoy, exactamente hoy, se cumplen 20 años del comienzo de la claudicación. Dos décadas de ignominias, de bochornos, de disparates, de groserías, de embustes, de algún ralo éxito, que fue como engordar para morir. Veinte años marcados por un modus operandi monótono: el trapicheo perenne con futbolistas y entrenadores y una administración opaca y calamitosa. La leyenda dice que los males empezaron cuando la Justicia intervino el club, falacia que repiten como discos rayados, como meros robots, los valedores y acólitos de Gil & Cía (o sea: la prensa especializada en camelos, que opera como satélite del club). Pero lo cierto es que el año antes de que el juez dictara el famoso auto que apartaba momentáneamente a los Gil de su presa, la entidad del Manzanares había rozado la promoción. Y que en el 94 y en el 95, o sea: en vísperas del doblete, también había frecuentado los lugares más angustiosos de la tabla. No hablaremos de las clasificaciones mediocres, la tónica bajo semejantes personajes, ni de la antihazaña que representó el descenso y permanencia en segunda, un fracaso balompédico de antología.

Pero así como para los mangantes y sus mariachis hay un antes y un después del secuestro legal del club (expresión utilizada por algún demagogo feroz), muchos aficionados creen que la fecha divisoria es el doblete. Se equivocan, porque si bien los títulos (tres copas y una liga) se sitúan en los nueve primeros años de la era Gil, nunca hubo una gestión diligente y eficaz antes o durante el doblete, y tan estúpido es suponer que los problemas con los tribunales trajeron las desdichas posteriores como imputárselas al destino, a la idiosincrasia del club o al mal fario. No, los años que precedieron a la inyección de moral y fondos que debió haber supuesto y no supuso el desenlace de la temporada 95-96 se caracterizaron por las mismas artimañas, fintas y torpezas que son habituales hoy. (Siempre han hecho lo mismo y siempre lo harán; por eso urge su expulsión.)

Yo propongo un antes y un después menos engañosos o románticos: el antes y el después de la Ley Bosman. En efecto, el alto tribunal de Luxemburgo falló en diciembre de 1995 que cualquier club podía contratar a los profesionales de la UE que le apeteciese, sin que importara el número. A partir de entonces, la anterior política de los okupas (idéntica a la actual, insisto), centrada en el saqueo metódico del club, ya no bastó para mantener a raya a los rivales domésticos de mediana o pequeña envergadura, los cuales podían crecer, libres de los estorbos de antaño. La ley Bosman abrió un caladero virtualmente inagotable a cierto tipo de pesca, y los más astutos cargaron sus redes.

El Atleti de los últimos 10 años ha perdido una cantidad escandalosa de terreno no sólo ante el Madrid o el Barcelona (frente a quienes, bajo los Gil, no quiso ganarlo nunca; eso es lo que significa la cantinela del tercer club de España) sino ante el Valencia, el Coruña, el Sevilla, el Zaragoza, el Villarreal… Y su ocaso como club coincide con el tiempo que lleva en vigor una normativa destinada a incrementar la rivalidad en el balompié del Viejo Continente. Los que mejor entendieron los cambios, progresaron; los que no, se fueron a pique.

Los Gil nunca han sido más que unos especuladores por cuenta del Atleti, a los que un simple cambio en las leyes que rigen el fútbol profesional en Europa puso en evidencia. Pero a ellos les importa una higa, y el Gil que queda sigue a lo suyo: vivir muy bien del desguace de un club. A las pruebas me remito.

(Posdata.) Escucho Radio Real Madrid. El locutor (un pájaro loco pero de cuidado) informa de la concentración contra Gil y Cerezo de esta tarde, omitiendo la hora. Después de entrevistar brevemente a uno de los convocantes del acto de protesta, el tipo, que exhala un tufo a ideólogo merengue que hiere la nariz a cien kilómetros, se pone a editorializar sin escrúpulos: ¡toma partido por los Gil! El muy granuja, que no hubiera soportado que al club de sus amores le rozase la piel ni la milésima parte del granizo que ha llovido sobre las costillas del Atleti, llega a decir que Gil Marín y Cerezo hacen todo lo que pueden (¡sic!, ¿tarados? ¿impotentes?), e insinúa que, si bien cada cual es muy libre de manifestarse cuando le venga en gana, los que acudan esta tarde a Neptuno no tienen razón y se quejan de vicio. ¿Es imbécil? ¿Cobra? ¿Cobra por ser imbécil?

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