Abrazados a la Miseria

El Blog de Severino Lorences

Sobre mi blog

Todo escritor es también el primer lector de una obra siempre destinada a otros. Nadie escribe para sí mismo. Asumiré, por tanto, la hipótesis de que estas páginas van a ser visitadas. Es mi blog, pero también el de cualquiera que lo abra. Lo titularé como mi próximo libro: “Abrazados a la miseria”.

Recursos Sindicaciones

Impresentables y paranoicos

(Román paladino.) En la página de Señales de Humo se reproduce un artículo, publicado por el ABC y firmado por un tal Montero Glez, que quiere ser una reivindicación del actual seleccionador nacional de fútbol. El texto, escrito en un castellano visceral y torpe, abunda en la doctrina montaraz de las verdades como puños. (¿Cuándo adquirió la verdad forma de puño? Pues cuando el ademán de cerrar la mano y mostrar el puño crispado logró intimidar a quien de otro modo hubiese hablando libremente y acaso dicho alguna verdad enojosa.) Modelo de verdad como puño (o proferida "sin pelos en la lengua"), según Montero Glez, sería la frase: "Dígale (a Henry): soy mejor que usted, negro de mierda", con la que Luis Aragonés arengó a Reyes en un entrenamiento. En ella el vocablo ‘mierda’ funciona como pleonasmo del vocablo ‘negro’. Digo ‘pleonasmo’ porque, al parecer, nunca hubo negros de ambrosía, y resulta casi ocioso cubrir de excrementos (peor aún: un negro de mierda es un negro amasado con mierda) ese adjetivo que suele utilizarse como sustantivo con ánimo injurioso. (Nueve de cada diez veces el epíteto ‘Negro’ es un nombre común denigrante.) Montero Glez (que confunde verdad y sinceridad, sinceridad y cinismo) elogia la franqueza de Luis y se declara enemigo jurado de lo políticamente correcto (porque, según él, lo políticamente correcto "carcome el idioma"). Pero el rudimental castellano de Montero Glez está ya carcomido por una nulidad de pensamiento y una tosquedad expresiva que ninguna corrección política lograría agravar.

Los que piensan que simpatizar con un equipo de fútbol implica una adhesión inquebrantable a todo cuanto emana de él, me recuerdan a aquel presidente de los EEUU que apoyaba a un dictador centroamericano (¿Trujillo? ¿Somoza?) con el siguiente argumento: "Ya sé que es un hijo de perra, pero es nuestro hijo de perra".

Por mucho que me duela admitirlo, Luis Aragonés no ha estado, como hombre público, a la altura del cargo que aún ejerce. Sus métodos presuntamente motivantes, sus cortes de mangas a los jugadores, sus exabruptos y sus hoscos silencios, sus piques con tal o cual figura del combinado nacional o sus discusiones con los hinchas forman una ya larga cadena de errores en la que cada nueva metedura de pata empequeñece la anterior. En descargo de Luis se aduce que está nervioso, que se siente acosado por los periodistas, etc. Pero aguantar el estrés y soportar a la ignara prensa del ramo van en el magnífico sueldo que cobra Luis. El hombre público ha de saber sufrir con longanimidad y buen talante los picotazos inherentes al papel que desempeña. De fútbol (como de toros y de política) todo el mundo entiende. El profesional estima que él sabe más y, por lo común, es cierto, pero si el balompié no interesase a las muchedumbres (hasta el punto de que en cada aficionado habita –y se engríe– un pequeño entrenador), Luis no tendría la celebridad de que goza y no ganaría lo que gana. El ídolo no asciende a su pedestal sólo para ser venerado o respetado; también corre el albur de ser manoseado y zarandeado (aunque no en carne y hueso, sino en efigie). Lo que en ningún caso puede hacer el ídolo es bajar del pedestal por su propio pie y enzarzarse en disputas inútiles con los feligreses que lo abuchean o le rezan a otro santo.

*

(El chasco.) Con la pretemporada de la Fórmula Uno, las secciones de motor de los periódicos españoles se las prometían muy felices y contrataron especialistas en… hinchar el perro. Me viene a la memoria aquel trompo de Hamilton en Jerez o en Cheste y el coro de burlas piadosas que suscitó: "Chaval, ¿ves lo que pasa cuando te mides al mejor?" Empezaron las carreras y, tras los dos primeros grandes premios, el tercer título de Alonso se antojaba pan comido. Luego las cosas se torcieron y los bardos devinieron en paranoicos de hospital. La dolencia cursó con altísima fiebre y peroratas delirantes. Así el favoritismo del team hacia el piloto inglés (Ron Dennis prefiere, en efecto, que gane Hamilton) dio paso a la tesis del sabotaje del coche de Alonso. Interesa que nos detengamos en el asunto del favoritismo porque la queja del vigente campeón ha sido desde que fichó por MacLaren monotemática: "No me quieren". (Pero Alonso no puede exigir cariño; sólo el mejor coche posible. El afecto se da espontáneamente, nunca por contrato.)

Cada vez que ganaba Alonso era mérito suyo; cada vez que lo hacía Hamilton los listos daban una explicación más o menos truculenta. No soy un experto en chasis, neumáticos y combustibles, pero la historia de las telemetrías copiadas huele a ridículez. (Érase un estudiante empollón que le pasaba los apuntes a un zoquete y éste sacaba mejores notas en los exámenes.) Lo cierto y verdad es que Hamilton ha superado en muchos entrenamientos a Alonso y ha cometido menos errores que éste en la largada de los grandes premios. (El propio Alonso ha declarado que, si triunfa Hamilton, lo felicitará porque habrá merecido el título.)

En mi opinión, Alonso no supo identificar el peligro de dejar crecer a su joven coequipier y, sin embargo, rival. Antes de que la competición diera comienzo debió de pensar que el mundial lo ganaría Ferrari, y, tras la disputa de las dos primeras carreras, quizá pasó a creer que vencería él sin demasiado esfuerzo. A su compañero hubiera debido bastarle con escoltar al jefe de filas. Pero el novato no se conformó; le confiaron un estupendo coche, se vino arriba y dejó para Alonso (que todavía es un muchacho) la amargura de imaginar manos negras y confabulaciones.

Capítulo aparte merece la parcialidad (indiscituble, escandalosa) de los comisarios de la FIA, pero sospecho que los hilos de esas marionetas no los mueve Ron Dennis sino Bernie Ecclestone, personaje del que se habla poco, quizá porque no conviene enojar al dueño de la carpa, que paga los payasos y los elefantes y que le va a hacer a Valencia el inmenso favor (mendigado por las autoridades de la ciudad) de convertir sus avenidas en un scalextric.

De cualquier forma es nauseabundo que los mismos periódicos que procuran con tanto ahínco que su club predilecto entre en la competición de balompié con las espaldas bien cubiertas se indignen porque los árbitros y los comités de la Fórmula Uno (la FIA) ayuden al contrincante de Alonso. Y apuesto una botella de Vega Sicilia contra un tetrabrik de Don Simón a que, si Hamilton fuera el de casa, exultaríamos (¡un debutante que se le sube a las barbas al campeón, y no un campeón cualquiera, sino el que jubiló a Schumacher!) y nuestros bardos motejarían a Alonso de soberbio y le reprocharían su mal perder.

*

(Para Iván.) El famoso video está, como se ha señalado, en la onda de las patanadas de Torrente y, a mi parecer, guarda un parentesco innegable con los spots que paga el club para fidelizar a sus seguidores. ¿Cómo contemplan los publicistas al seguidor del Atleti? Como a un individuo con escasas luces que, incapaz de comprender lo que le pasa al Atleti, tampoco halla el modo de entrar en el Bernabéu a tiempo de presenciar un derbi. (Lo segundo es, si me apuráis, más difícil que lo primero). Al seguidor colchonero lo han escarnecido los Gil, estafándolo un año tras otro, o insultándolo paladinamente ("hijos de mala madre" y "cornudos" les llamó Gil padre, por cierto, muy en la línea del sabroso y veraz castellano preconizado por Montero Glez), sin que el sufrido seguidor se incomodara o mostrara el menor disgusto. ¿Qué tiene de anormal que los publicistas exploten el filón de la poltronería disfrazada de fatalismo o de nobleza? El hincha del Atleti es una caricatura de aficionado al fútbol. El tonto del pueblo es alguien… en el pueblo. Él ha decidido ser el tonto del pueblo… en la aldea global, y ésta ha tomado nota. El hincha del Atleti ha tolerado que los okupas formularan el gran pregunta (no del millón de dólares, sino de los cinco céntimos): ¡Oh dioses!, ¿por qué somos del Atleti?, misterio sin resolver, más aún, irresoluble, pero misterio no intrigante sino jocundo, pues mata de risa a los demás.

*

(Para Javier) Del libro no tengo otras novedades que ofrecerle que las le adelanté en su día. Pero en el post en el que me pide noticias de "Abrazados a la miseria", dice usted algo que repiten otros comentaristas y profesionales del fútbol, incluido Luis: habla usted de la histórica forma de jugar del Atlético de Madrid. Creo que Aragonés dijo una vez que el carácter del Madrid era ganar y el del Atleti el contraataque. No puedo estar de acuerdo. Primero porque la victoria y el contragolpe no son cosas homogéneas. Y segundo porque el contraataque es una faceta del juego, no un estilo de juego. El Atleti de la época de Luis, Gárate, Adelardo, Alberto, Ufarte… era un equipo completo, uno de los mejores de Europa: se defendía y atacaba y, naturalmente, practicaba el contragolpe muy bien. No hay gran conjunto que no sepa hacerlo. De modo que no es una suerte menor ésta del contragolpe (como pretendieron hacernos creer en su día los idólatras de la Quinta del Buitre, esos estetas cursis). Pero ningún equipo grande se especializa en el contraataque, pues se trata de una maniobra propiciada por una situación muy concreta. Un match de fútbol es más rico, y los grandes conjuntos están a la altura de esa abundancia.

Comentarios

Aún no ha hecho nadie ningún comentario. Escribe alguno y sé el primero :P