Taquigrafías (IV). (Anticrónica de un tiro en la sien)
Antes de que el Barça comenzara a jugar (y siempre lo hizo a placer), ya ganaba por tres a cero. Los tres goles habían sido a balón parado (el último a ¡balón parado y a puerta vacía!) De modo que, a los ocho minutos de partido, la única tarea que le restaba al once local era ¡la decoración de la hazaña!.
Tan sin enemigo se vio el Barcelona que Messi quiso firmar un gol de ensueño, desdeñando marcar uno excelente, ¡como en los entrenamientos! Conclusión: el Barça se entrenó con el Atleti (o con un facsímil griposo de su propio juvenil).
La diferencia de velocidad, de ritmo, de agresividad, de capacidad de maniobra y de técnica entre los dos conjuntos fue abismal. Todos conocemos a los jugadores blaugranas, pero es que ayer Gudjohnsen, Busquets y Piqué parecían candidatos al Balón de Oro.
También conocemos a los jugadores del Atleti: Luis García, Coupet, A. López, Sinama y el gran Perea hicieron lo que saben. No se les puede pedir más; incluso cuando meten la pata, son ellos mismos; quiero decir que el aturdimiento forma parte de su naturaleza; pero el hasta ahora infranqueable valladar Ujfalusi quedó en ridículo; Heitinga (al que Aguirre ha pedido que no juegue el balón en corto sino que largue pelotazos a los delanteros, pues esto no es Holanda, ¡pendejo!) ídem; Assunçao y Raúl García fueron dos azucarillos en un orinal de ácido sulfúrico, etc. Sólo Agüero estuvo y, en el segundo tiempo durante un ratito, Banega. (De Maxi nada diré por razones obvias; se lesionó en el rabioso chut del tres a uno.)
En el palco, agonizó en silencio el pobre Lázaro Albarracín, pues uno de los okupas no acude ni al Calderón, por consejo de los doctores en Medicina, y el otro sólo acude al Calderón (aunque ambos bien que lucieron traje y corbata en Eindhoven).
Los que idearon un original cartel con el desafío Messi-Kun, olvidando que el balompié no es el tenis, también se cubrieron de gloria; pero éstos lo hacen todos los días. Para ellos un debate consiste únicamente en abrir una puerta para darse el gusto de cerrarla de golpe y en las narices de algún prójimo.