Abrazados a la Miseria

El Blog de Severino Lorences

Sobre mi blog

Todo escritor es también el primer lector de una obra siempre destinada a otros. Nadie escribe para sí mismo. Asumiré, por tanto, la hipótesis de que estas páginas van a ser visitadas. Es mi blog, pero también el de cualquiera que lo abra. Lo titularé como mi próximo libro: “Abrazados a la miseria”.

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Cuarto y mitad de Jauja

Ahora resulta que el fútbol es un gran negocio. Y que el Atleti es un club rico (o lo va a ser en breve). Rico y con un patrimonio colosal. La última sarta de embustes, la última diarrea de mentiras, del dúo okupa versa sobre los ríos de oro que afluirán hacia las arcas del Atleti mañana por la mañana (un poco de paciencia, señores, que ya amanece). Ambos dos nos hablan de una entidad a punto de doblar un recodo brumoso de su historia, y, aunque no veamos nada (pues nada más allá de sus narices consigue ver el que escruta los recodos brumosos), a lo lejos se oye el fragor de los carromatos cargados de cofres con piezas de a ocho y piastras, y a poco que forcemos la imaginación (o la violemos resueltamente) veremos los estadios y la ciudades deportivas recortarse contra el horizonte. Han sido erigidas ex nihilo sin coste alguno para la entidad.

Vuelve la ración de Jauja porque el jarabe de palo había escocido esta vez un poco a los seguidores colchoneros (y eso que su piel es más propia de un rinoceronte lanudo de los del periodo glacial que de una afición cualquiera). No hace mucho, Cerezo se atrevía a decir: "¡Pío, pío, que yo no he sido!", cuando el once del Manzanares fracasaba en el césped. No hace mucho, él y su colega de okupación se atrevían a deslizar en las taponadas orejas de los hinchas otras grandes verdades, a saber: la venta de Torres no sirvió para reforzar el equipo, la Champions es una ruina y, con el trueque del Calderón por La Peineta, no saldrá de pobre el club. Ahora suenan otra vez las fanfarrias futuristas. ¡Tararííí!

Estos vaivenes responden a un desequilibrio abrumador entre el miedo y la vergüenza. O sea: calcúlese la cantidad de miedo que pasan los okupas a juzgar por la desvergüenza con la que proceden. Si los gritos esporádicos de un millar de personas les causan pavor (hasta tal punto que no vacilaron en sacrificar a Aguirre justo cuando la gente había dejado de meterse ya con él), qué no sucedería si fuera el estadio entero el que los abroncase.

Y son risibles las tentativas de separar a Gil Marín de Cerezo, saturando de culpa al primero y exonerando al segundo. Cerezo es tan responsable de lo que le pasa al Atleti como su socio y compinche. No es que ambos sean uña y carne; es que cada uno es el alma condenada del otro. Lo digo porque algunos manipuladores de la prensa, al corriente desde el principio de lo que pasa en el club (aunque se lo han guardado para sí durante 20 años, y sus motivos tendrán para tan clamoroso silencio), describen al magnate de las películas como alguien sorprendido en su buena fe, que avala dineros de los que el Atleti no dispone y que se presta de buen grado a hacer el papel de clown que Gil Marín, con sadismo contumaz, le adjudica. Cerezo no es un cara; está ahí para que le partan la cara. Hace de puching ball público sin exigir nada a cambio, por puro afán de servicio al Atleti.

Sin embargo, Cerezo es tan idiota, tan poco funcional en su analfabetismo, que confiesa sin querer y desbarata los propósitos de sus espontáneos asesores de imagen. Le recuerdan a este dirigente borderline: "¿Cómo nos vamos a fiar de su palabra si quince días antes de vender a Torres declaró usted que no se iría jamás?". Y Cerezo replica: "¡No mentí porque quince días antes no se había ido!" (¡sic!); y lo dice enfadado, como si, en vez de enunciar una soberana memez, señalara algo evidente.

Pero si Cerezo, en virtud del reparto de funciones que rige en el Atleti, es el encargado del bla,bla,bla que dimana del estropicio llamado ‘gestión’, es porque hace tiempo que mucha gente, sin capacidad para razonar, se fía del tono con el que son proferidos los absurdos. Esa gente se dice: "Pobrecito Cerezo, seguro que lo están calumniando; de lo contrario, no echaría espuma por la boca".

De modo que, si bien el elocuente Cerezo no distingue entre "nunca" y "por el momento" (y casi lo de menos es que lastime el idioma castellano con sus continuos "fuistes", "y pienso de que"), se explica muy a su pesar como un libro abierto. "Estoy en el Atleti para recuperar lo perdido". ¡Coño! Resulta que es el jugador en la mesa de póker que no se quiere levantar porque las cartas están frías y no ha ligado en toda la tarde ni unas puñeteras dobles parejas! Le preguntan cuánto ha perdido y él bufa: "¿Y por qué te lo voy a decir a ti, que sólo eres un periodista?" (¡sic!). "Precisamente porque soy periodista se lo pregunto; estoy aquí para informar", debió responder así el interlocutor del cabreado tunante; no lo hizo por falta de reflejos.

Claro que un agujero en el pantalón y otro en el bolsillo de la guerrera no le impiden a Cerezo sentirse a sus anchas en el Atleti. Y si en el nuevo estadio pusiera él unos minicines y si en lo de la gasolinera de Alcorcón le permitieran abrir un puestecito de zippos, la felicidad sería absoluta. Mientras llegan esas granjerías, se ha de contentar con pertenecer al Consejo de Administración del club, selecto cónclave de cinco personas, el cual se auto-remunera cada año con un millón de euros. Tocan a 200.000 por barba. No creo ni que merezca la pena levantarse de la cama para ingresar el cheque en el banco.

(Recuelo.) El señorito de la SER continúa hondamente preocupado por la suerte del Valencia, club en el que la ciudad homónima "ha puesto mucha ilusión" y otros bienes más tangibles. Lo bueno de Valencia es que sólo hay un equipo, y así el showman del citado medio de comunicación puede ser valencianista de boquilla un par de semanas al año, sin incomodar a nadie. En cambio, en Madrid uno debe andarse con pies de plomo porque, si bien hay dos clubes, uno de ellos es conocido como "El Madrid" por antonomasia. Los seguidores de éste y las fuerzas vivas de la capital del reino podrían no ver con buenos ojos a quien expresase cierta inquetud por el destino del pariente pobre. ¿Tanto estorba?

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