Abrazados a la Miseria

El Blog de Severino Lorences

Sobre mi blog

Todo escritor es también el primer lector de una obra siempre destinada a otros. Nadie escribe para sí mismo. Asumiré, por tanto, la hipótesis de que estas páginas van a ser visitadas. Es mi blog, pero también el de cualquiera que lo abra. Lo titularé como mi próximo libro: “Abrazados a la miseria”.

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Superman y la criptonita

El madridismo oficial es de una simplonería conmovedora: en vez de hablarnos de ese genio a quien nadie comprende, Guti, del crack mendicante, Raúl, y de las excelencias ofensivas y defensivas del gran Real Madrid, de su heroísmo único y de su carácter ganador, se ha puesto a celebrar que el "Kun" no tiene pilila ni nunca la tendrá, tralarí- tralará, y que, a consecuencia de esta digamos escasez (bien que inducida, luego veremos por qué o por quién), el Atleti malogró una oportunidad de derrotar al Madrid a domicilio como quizá no haya otra "en 100 años" (¡sic!). Convierten a Sergio Leonel Agüero, un muchacho, en Superman bajo los efectos de la criptonita. Son boludos y merecen que los presida Don Boluda, pero quizá no anden muy descaminados, después de todo.

En la mayoría de las crónicas del último derbi se despereza esta gran verdad: Agüero perdonó al Madrid. Yo creo que fueron Fernández Borbalán y sus mariachis los que indultaron a los blancos. Dejemos a un lado el gol en off side, situación clásica en este tipo de choques, y el penalti o los penaltis (a Maxi lo barrió en el primer periodo el portentoso luchador de taekwondo, Sergio Ramos, quien, al despejar la pelota en su área, casi se lleva un trozo del muslo de su rival.) Lo malo fue el estilo del arbitraje, una adaptación perfecta a las necesidades de los zagueros madridistas.

-¿Qué necesitáis chicos?

-Permítenos, ¡oh colegiado!, moler a patadas a la figura del oponente. No saques muchas tarjetas.

-¿Y la protección del fútbol espectáculo?

-Déjala para cuando fichemos a Kaká o a Ronaldo.

-Cómo no; vuestros deseos son órdenes para mí.

El reglamento se ha hecho para apuntalar el poderío del Real, y sus hombres juegan tan protegidos por esa armadura invisible que el adversario o los machaca o sucumbe.

Sin embargo, el caradura director de un periódico del Foro e ideólogo blanco (perdonad la redundancia) sostiene la teoría (si hemos de condescender a denominar con ese venerable nombre un cinismo de ocasión) de que el villarato favorece al Barcelona y perjudica al resto de los clubes. Hace falta muy poca vergüenza para quejarse de los árbitros siendo del Madrid. (Aunque ya expliqué en mi libro que los blancos, en el fondo, se quejan de tener que compartir los juguetes con el Barça, cuando su estatuto anterior era el de hijos únicos).

Pues bien, ciñámonos a Agüero, como nos proponen esas envidiosillas almas de cántaro. A mi leal saber y entender, Agüero hizo el partido de un superclase (porque era el único superclase que había en el partido), pero, ¡ay!, sin estar en su mejor forma. Sus errores en los disparos fueron producto de la falta de velocidad (reaccionó y se acomodó la pelota unas décimas de segundo tarde porque no está del todo fino; el superclase en plenitud llega holgado a su reunión con el guardameta; la tranquilidad para golear es función del tiempo). Hubo un lance que ilustra la falta de confianza actual del "Kun", consecuencia de su momentáneo déficit físico. Recibe la pelota en la posición de extremo derecha; va con ventaja pero, en vez de buscar el área y la portería, se frena; acude al galope Cannavaro, y Agüero no tiene más remedio que intentar el regate. Casi sin querer (hubiera preferido el centro), logra colar la pelota por debajo de las piernas del defensor italiano y chuta con la izquierda; el balón se va fuera a un palmo del poste.)

Pero las mejores jugadas del match las protagonizó sin disputa este mocoso que ya es padre de familia. (El aclamadísimo Forlán, que está cañón, hizo cosas muy buenas y cosas bastante malas. Lo mejor: su soberbio despliegue; lo peor: quiso ganar el partido él solo. Suyos fueron el espectacular tanto que coronaba la mejor jugada del derbi y el remate al palo del segundo tiempo, pero también la imperdonable asistencia a Robben -otro jugador exuberante al que le faltan criterio y equilibrio-, en la ocasión más clara del Madrid a lo largo del primer periodo, y los 2.000 disparos al limbo de la segunda mitad.) En la forma del año pasado (díganlo el Osasuna, el Valencia, el Barcelona o los rusos aquellos de cuyo nombre no consigo acordarme), Agüero, secundado por el resto de sus coequipiers, hubiese prevalecido sobre el Madrid y el trío arbitral.

Pero como resulta muy llamativa la celebración de un empate en casa y como parece un recurso asaz pobre reducir el mérito de toda una potencia como el Real Madrid a la mala tarde de un rival adolescente (ya íntimo enemigo), hay que improvisar como sea un protagonista en el campo propio, cuyos mayúsculos aciertos hayan sido la causa de los mayúsculos fallos de Superman. ¡Señoras y señores, con ustedes el gran Casillas! No obstante, según lo pudo ver cualquiera con ojos en la cara, los dos balones (despejado uno y atajado el otro) en que Casillas se interpuso entre el gol y Agüero eran perfectamente detenibles. Pero Casillas ya no es sólo un magnífico portero; es el hipnotizador de las figuras del Atleti, su personal criptonita, con poder incluso para desviar los tiros con la mirada. Y si durante años cohibió a Torres, ahora le toca el turno al "Kun", cuyo complejo nace, como nadie ignora, de aquella vaselina marrada en Chamartín el año de su debut con el Atleti. (Otros ideólogos más originales o más desmemoriados atribuyen el nerviosismo y la flaqueza de Agüero a unas declaraciones de Cannavaro la víspera del choque.)

Agüero ha de mejorar (¿quién no?), pero sobre todo debe volver a ser el rapidísimo punta de la temporada pasada. (Esa velocidad reside en sus piernas; si no, no se la pediría.) Los que lo comparan con Romario hallándolo inferior ante el gol omiten dos cosas: el Romario que vimos aquí tenía 25 años y militaba en un equipo que le permitía actuar en el área o en sus inmediaciones; jamás presionó ni se extenuó detrás de un rival, u operó tan lejos del marco como el "Kun" en el Atleti.

Soy del parecer de que al Madrid estuvo a punto de estallarle el sábado la bomba Agüero en plenas narices; esto ciertamente no lo evitó Fernández Borbalán, cuya modesta y rutinaria tarea se redujo a impedir que el Atleti ganase el partido, sino los avatares de un bienio caótico que le ha prohibido a Agüero el descanso al final de la competición y el adiestramiento durante la pretemporada siguiente. Agüero contra el Bistrita o la Vojvodina, Agüero contra el Schalke, Agüero contra el mundo y contra la miseria del club que le paga. Y se comprende el alivio de los ideólogos blancos (bajo el estruendoso caudal de su vana palabrería, el oído avezado capta un profundo y liberador ¡uf!): temieron la humillación pública y el ridículo de sus estrellitas, por obra y gracia de un mozalbete porteño investido de Superman.

Quizá me engañe, pero creo que los acontecimientos de la otra noche bien pudieran haber tatuado el Atleti for ever en el ánimo del pequeño gran hombre. Ya no es únicamente feliz en este malhadado club; acaba de picar su amor propio una cobra: el afán de revancha, el anhelo de tumbar al poderoso y subsidiado Real Madrid. Futbolista de una pieza, recibió anteayer su bautismo de fuego como el temible jefe de los indios. Malas noticias para los okupas, que están locos por venderlo.

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