Abrazados a la Miseria

El Blog de Severino Lorences

Sobre mi blog

Todo escritor es también el primer lector de una obra siempre destinada a otros. Nadie escribe para sí mismo. Asumiré, por tanto, la hipótesis de que estas páginas van a ser visitadas. Es mi blog, pero también el de cualquiera que lo abra. Lo titularé como mi próximo libro: “Abrazados a la miseria”.

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El objetivo

Los propagandistas del III Reich denominaban ‘repliegue estratégico’ a la derrota; sus aventajados discípulos de la prensa deportiva madrileña llaman ‘cumplir el objetivo’ a fracasar. Sin embargo, en esta campaña del Atlético de Madrid anodina, gris, mediocre, también hubo buenas noticias, y no me refiero sólo, ni principalmente, a la “Bota de Oro” conquistada in extremis por Forlán: esta vez nadie acudió a Neptuno a celebrar por todo lo alto “otro año, otro timo” (pese al empeño de los mequetrefes de los periódicos en alzar la copa que no dan a nadie por quedar cuarto) y tampoco hubo homenaje al Difunto (por segunda temporada consecutiva; confío en que arraigue la tradición); es más, en el último encuentro cualquiera pudo ver las perseverantes pancartas contra Gil y Cerezo, síntoma de que la cordura de una parte de la afición (minúscula pero sensata) es a prueba de rachitas triunfales.

Así pues, cuartos y nada más que cuartos. Desde la debacle de Santander todo fueron victorias, pero el único objetivo alcanzado por el Atleti es el de los okupas a quienes deja indiferentes que el club no sea favorito a ganar y no gane nada. No en vano se trata de unos chamarileros cuyo negocio consiste en comprar y vender, preferiblemente hojalata. Se lo llevan crudo de las comisiones, de los sueldos y de las dietas, mientras al abonado le arrojan huesos de taba a precio de solomillo y consignas al por mayor sobre un futuro espléndido, aunque últimamente prefieran amilanarlo susurrándole que los días de vino y rosas (¡!) pudieran tocar a su fin. En semejantes condiciones, a una porción de los abonados colchoneros la cuarta plaza les ha sabido a gloria. Son como el baldado de aquel chiste que acude a Lourdes con la esperanza de curarse y acaba rezando: “Virgencita, que me quede como estoy”. No faltan tampoco los candorosos que imploran a los okupas la reconstrucción de la entidad (a ver si de una vez por todas, la temporada que viene, etc., etc.), gesto tan perfectamente inútil como rezar al Diablo por la salvación eterna de Satanás. Hay personas que aún se obstinan en no ver que los Gil observan un método invariable desde que se posaron de patitas en el club, como las moscas en una tarta. Su instinto de rapiña conduce al Atleti con pulso firme y paso seguro hacia la extinción.
De aquel partido de Santander lo recuerdo todo (y eso que fue, según la expresión al uso, “para olvidar”). De los que han venido después, en cambio, recuerdo poca cosa, excepto los zurdazos del fusilero Forlán, los escarceos y pillerías de un Agüero menor, la diligencia de Assunçao y la sobriedad de Leo Franco. Por ejemplo, recuerdo al locutor de la estridente voz: “¡Sale Luis García, un futbolista polivalente!”. Futbolista polivalente ahora es el que lo hace igual de mal en todas las demarcaciones. También exclamó: “¡Qué importante es Colsa!” Y Santana y Jurado y Manu del Moral y el pateado Cajquero y… El secreto de que estos jugadores parezcan mejores de lo que son después de haber parecido peores de lo que eran es que en los clubes donde actúan no les ponen la zancadilla, al revés de lo que ocurre en el Atleti de los Gil y Cerezo. Los clubes poderosos ofrecen a sus profesionales un marco acogedor y protector; los humildes, digno y cariñoso. Y luego está el garito de los okupas, en que el jugador es una especie de áureo mendigo durmiendo la mona al raso con unos cartones por encima.

De la noche negra de “El Sardinero” rescataré también el comentario del señorito de las ondas dirigiéndose derrière match a los oyentes con un hilo de voz: “Ejem, yo creo que el Atleti debería cambiar de dueños, pero eso no depende ni de mí ni de ti” (sic). Permitidme que traduzca la tímida alocución de este redomado hipócrita: resígnate hermano colchonero y no protestes porque si lo hicieras, y tú no eres así ¿verdad?, tú no eres un vulgar quejica, ya nos encargaríamos mis colegas y yo de que tu moción de censura o tu enmienda a la totalidad recayesen en la nada. (Otra vez utilizó la monserga del “pacto con el diablo”, cuyos vínculos pretendidamente indisolubles refuerza él a la menor oportunidad. Ayer mismo volvió a arengar a los valencianistas —“cómo es posible que en esa ciudad no exista alguien capaz de…”—. No obstante, la noche anterior había departido risueñamente (ja-ja, je-je, ji-ji, jo-jo, ju-ju) con el vicario del diablo, un tal Cerezo. La diferencia entre un pésimo gestor (auque no delincuente convicto), como Soler, y el diablo es que Soler sólo tiene el 37% de las acciones, mientras que el diablo y sus epígonos detentan el 90%; de modo que uno es el enemigo público dependiendo, no de las fechorías que cometa, sino de la cantidad de acciones que controle. Si posee suficientes, se le invita a departir en el programa del señorito. Si tiene pocas, recibe ataques despiadados. (A estos locutorcillos el valor nunca se les supone.) Tratándose del Atleti, el señorito y sus pares difunden un evangelio conformista: no hay nada que hacer. (Malditos bribones: se puede por ejemplo protestar; se puede por ejemplo, informar.) Pero estas son las manos que mecen las cunas donde dormitan los hinchas que nacieron ayer y se chupan el dedo. En buena medida gracias a tan sórdidos predicadores de la impotencia, los okupas han vuelto a escaparse vivos, y la mente de todos ya está felizmente recostada contra el almohadón del nuevo proyecto, estado de buena esperanza que concluye siempre en un falso embarazo.

No estoy muy seguro de que la actitud de los seguidores colchoneros hacia Gil Marín y Cerezo haya cambiado radicalmente después de la debacle de Santander. Entre otras cosas porque los forofos hallaron un eslogan recriminatorio hacia los jugadores cuya ventaja es que, una vez vociferado a pleno pulmón, te permite no hacer más na: “¡Esa camiseta no os la merecéis!” (La autocomplacencia de los aficionados es un síntoma de que se ha entrado en una fase en la que el deporte ya es lo de menos. Lo de más: las masas dándose charol frente al espejo de las televisiones; me remito a la final de Copa.)

Burlarse de un futbolista torpe o silbarlo es una reacción normal propia de un público normal porque los malos actores arruinan la función. (Al Atleti de finales de los 70 llegó del Rayo un tal Guzmán que se creía Di Stéfano y que no daba una patada a un bote. El público se mofaba de su estilo pretencioso y de su incapacidad, y Guzmán no tardó en desaparecer del equipo y del club). Pero emprenderla con los jugadores al recio grito de “¡mercenarios!, ¡peseteros!” o arremeter contra uno de ellos como si fuera la bicha, es un error táctico en una situación estratégica desesperada. (Imitando la demagogia del Difunto, Cerezo corrió a sumarse al cabreo general —¡aunque no había visto el partido! —: “No les vamos a consentir —a los jugadores— que se rían de nadie”. ¡Así se habla, don Enrique!)

Lo vivido en los últimos meses abona la sospecha de que Gil Marín y Cerezo pudieran haber intentado sabotear el trabajo de la plantilla y de los preparadores. Tal vez hubiesen preferido quedar quintos, al objeto de desmantelar sin apuro y con una coartada satisfactoria lo poco útil y valioso que pervive en el plantel. Es el único móvil que arroja alguna luz sobre la insistencia de los trotaconventos (periodistas no son), en predicar la era de la austeridad, del recorte de las fichas, del ascenso al poder de los canteranos (previa poda de las secciones inferiores), del éxodo de las figuras, etc. Y ello ¡en plena competición! Sí, es un milagro que los jugadores (a quienes exigimos que metan la pierna mientras los dirigentes meten la pata y la mano en la caja) no hayan tomado nota. (¿O la tomaron en Santander de un modo tan radical que asustó a los okupas?)

En el partido contra el Sporting, la afición pudo y debió haber quemado ya las naves, porque el Atleti no se restablecerá hasta que no logre expulsar de su seno al clan de parásitos que lo hunde y lo destruye. No basta, pues, con rechazar el papel de público sufridor, panoli y sordomudo, que el lobby merengue adjudicó de antiguo a los abonados atléticos; es menester que todos los esfuerzos converjan en un único propósito: sacar del Atleti a los okupas. Además, malgastar la ira con los jugadores no sirve más que para proteger a Gil Marín y a Cerezo. ¿Queréis una prueba? El Betis, cuyos incondicionales han perdido lastimosamente el tiempo en los dos últimos ejercicios, repartiendo las culpas entre los futbolistas y Lopera.

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