De mercenarios y traidores
La cuadratura del círculo que está intentando el bribón
número uno del Atlético de Madrid es patética; quiere vender a Agüero, pero sin
que nadie se lo pueda reprochar; quiere actuar sin que se le pueda atribuir la
acción (cien de cada cien veces sus actos son meras fechorías); quiere para sí
el estatuto de invisible fantasma que, no obstante, habita entre nosotros
haciendo y deshaciendo a voluntad. Habla de un pacto de no agresión entre su
club y el Real Madrid. ¿A qué agresión se refiere? ¿Podría el Atlético agredir
al Madrid? Qué pacto es ese entre el dueño del barrio y sus secuaces, esbirros
y matones, por un lado, y por otro el inquilino de una cochambrosa frutería,
que encima vende un género podrido? No hay ningún acuerdo ínter pares detrás de la protección que el madridismo (con los medios de comunicación a la cabeza) dispensa a los okupas del Atleti. Y no lo hay porque sería superfluo. Parte de la
tranquilidad con la que el Madrid ha vivido en la última época se debe a la
inoperancia del Atleti, que nunca fue el rival más poderoso de los merengues,
pero sí el más incómodo, por ser el de casa. (La fuerza de un club está en la
ciudad donde reside, no en el Extremo Oriente.)
Pues bien, se trata de que este cero a la izquierda que es el Atlético de Madrid bajo Gil y Cerezo continúe en la inopia por muchos años y todos lo veamos con salud. Sanz, Calderón y Florentino Pérez, los tres últimos presidentes del Real, comprendieron muy pronto que Gil era un espontáneo tonto útil de la causa merengue. Su hijo y Cerezo han proseguido la
tradición familiar. Mientras ellos se enriquecen a costa del Atleti, el lobby blanco les deja hacer complacido. Pero claro, ahora está de por medio Agüero, palabras mayores. Ahora hay algo que posee el Atleti y desea el Madrid. Y los imbéciles del pacto de caballeros y demás
zarandajas advierten: ¡huy!, ¡huy!, ¡huy!, que vamos a la guerra. ¿A qué guerra?
El Atleti de Gil Marín y Cerezo no tiene ni media bofetada; peor aún: es una
sección del Madrid.
Naturalmente el procedimiento para eludir las
responsabilidades será cargar contra el jugador: ¡mercenario!, ¡traidor!, etc. El
único mercenario traidor es Gil Marín, que ha venido al Atleti para destruirlo
con sus turbios negocios, su falta de escrúpulos y su incompetencia radical.
El bribón número dos acuñó en su día un aforismo en detrimento del club que preside: "Los jugadores juegan donde quieren". ¿Y por qué no quieren
jugar en el Atleti? Ah, misterio.
La marcha de Agüero (acabe o no en la acera de enfrente) le hace a la
entidad colchonera un gran daño, qué duda cabe, pero de mucha menor cuantía
que el que le infligen una temporada tras otra Gil Marín y Cerezo. Por tanto, recomiendo
a la hinchada de la fidelidad perruna y la ceguera de topo que recoja todos los
salivazos, las estafas, los menosprecios, las defecciones, los fracasos, las
tomaduras de pelo, los embustes y los latrocinios del último cuarto de siglo,
cuya principal víctima ha sido el equipo de sus amores, y amase con ellos un
poquito de sentido común y otro poquito de enojo. A continuación, rompa el
abono o vaya al estadio y hágase oír. Rebelarse o perecer, ¿es acaso
un dilema?