Aquest any tampoc
Los
gacetilleros ilusos quieren sacarse y sacarnos el partido del Barça de la
cabeza, lo allí visto y constatado, y seguir como si tal cosa. Según ellos, el
partido del Camp Nou no vale para sacar conclusiones sobre el valor de la
plantilla del Atleti porque el Barça es el mejor equipo del mundo y le hubiese
ganado a cualquiera. Estoy de acuerdo en una cosa: el Atleti es un equipo
cualquiera.
También
observan que los demás conjuntos suelen amilanarse, encogerse, cuando visitan a los culés. Sobre lo mucho que impone
jugar contra el mejor equipo del mundo hay precedentes ilustres dentro de la
casa. La anécdota que voy a referir (y me contó Bernardo Salazar) sonará a fabulilla
con moraleja, pero tiene el pequeño mérito de haber sucedido. El por entonces mejor
equipo del mundo disputaba la final de Copa en su estadio frente al Atlético de
Madrid. Venía de encajarle siete goles al Eintracht de Frankfurt en la final de
la Copa de Europa, y ocho al Athletic de Bilbao, en la semifinal de la Copa.
Nada más comenzar el partido, Puskas (ariete del mejor equipo del mundo), botó
un córner y...gol olímpico (entonces no se llamaba así) y, por ende, psicológico
(tampoco reparaban los cronistas de la época en el tremebundo e insuperable
hándicap que entraña encajar un gol en el primer minuto del choque). Un señor y
perfecto caballero, amante del juego limpio y defensor de la justicia (el
madridista medio según Florentino Pérez) expectoró audaz: "Y a estos hijos de tal les vamos a meter nueve". A lo
mejor era el progenitor de Boluda o su tío. Luego, los hijos de tal reivindicaron el buen nombre de
su madre, resistieron los embates del mejor equipo del mundo y ganaron por 3-1.
Fin de la historia.
¿Y por qué
insisten los gacetilleros en que lo sucedido la otra noche en Barcelona no
sucedió o daba igual que sucediera? ¿Acaso temen que se venga abajo el nuevo
proyecto de Gil Marín, junto con el tinglado de mentiras con el que apuntalan
los fracasos del Atleti, gracias al cual los okupas arañan un tiempo extra para sus nada honestos propósitos?
A mí, después
de contemplar la masacre, tan espectador como los jugadores del Atleti, se me
ocurren más preguntas.
¿Tiene derecho
el Barça a presumir de su triunfo contra un rival tan flojo? A uno, no sé al
lector de estas líneas, no le gustó demasiado el Barça, que jugó andando (sólo
corrió de verdad cuando perdía la pelota) ante un adversario inmóvil,
paralítico, ¡aunque llevaba un mes más de preparación! (nanodetalle que ha escapado a la sagacidad de los cronistas).
¿Habría que
suprimir del calendario estos partidos pertenecientes a la liga del Barça pero
no del Atleti? (El propio mister rojiblanco
pidió al término del partido que la próxima vez dejaran medirse a sus hombres
con los juveniles blaugranas.)
¿Tiene derecho
el equipo colchonero a sentirse un grande del fútbol español? Yo sostengo que
no. El calificativo ‘grande', que con tanto desparpajo sustantivan los
gacetilleros, le viene grande al Atleti. Yo creo que le dejan llamarse así a
condición de que no lo sea, y lo hacen para que, detrás del pequeño ego de los
hinchas del Calderón, inflado como palomita de maíz, puedan esconderse confortablemente
los okupas.
¿Abusa el Barça
de su poder? Sí, del poder de una cantera bien trabajada, cuidada, mimada, con
unos ojeadores cabales y unos preparadores espléndidos. Es el poder de las
cosas bien hechas. El Barça gasta mucho dinero en jugadores y les paga un magnífico
salario, pero los mejores le han salido gratis y en su primera plantilla hay
diez o doce canteranos que forman la columna vertebral de las diversas selecciones
de nuestro país.
¿Fue este
último varapalo una derrota especial? Todo indica que se trató de una de tantas
y que las venideras se dan por descontadas, pues para el Atleti se está convirtiendo
en una costumbre caer por paliza en el Camp Nou. Además, el público del
Calderón asume las derrotas con indiferencia, incluso con algo peor: una
especie de amnesia coral, patente en los groseros y estultos cánticos de sus
forofos. Así, el equipo pudo comprobar, a su regreso de la exitosa gira por Cataluña y Francia, que la adhesión de sus
incondicionales no había disminuido un átomo. (La pequeña rabia de la chusma se
cebó en el cadáver de Puerta, otro honor póstumo rendido al malogrado futbolista;
hay gente que no puede insultar, porque ella misma es un insulto, y, cuando lo
intenta, únicamente le sale un elogio del revés; pero claro, cae mal el Sevilla
porque el Atleti no suele ganarle.)
¿Y a qué aspira
el club de Gil Marín? Con suerte, a ser uno de los comparsas de la Champions de
la temporada 2012-2013, pues su máxima ambición (que los modorros denominan
‘sueño') consiste en clasificarse tercero o cuarto, al objeto de recaudar un
poco de parné con el que alimentar el bonus
que se auto-adjudica Gil Marín y, tal vez, volver a participar un año más tarde
en la gloriosa Euro League.
Los
gacetilleros no van a tolerar que nadie les chafe el triunfalismo extraño,
turbio y necio, pues se ejerce en nombre (y a costa) de un perdedor contumaz,
el Atleti. Me recuerdan al comandante de aquel avión en la película de Kubric, "Teléfono
rojo; volamos hacia Moscú", el cual caía abrazado a una bomba atómica dando jubilosos
gritos y agitando el sombrero tejano como cowvoy
en rodeo. "Este equipo engrandecerá la historia del club", ha predicho el torpe
clown que tiene como presidente el
Atlético de Madrid". No es un pronóstico; es un maullido. ¡Miau!