Va por ustedes
(La pancarta.) "Se busca rival digno
para derbi; razón aquí". Es un texto que no necesita hermenéutica. Expresa
el desdén del que ha pasado del temor a la suficiencia. Está escrito por un
nuevo rico (el madridista es siempre un nuevo rico viejo). Pero lo interesante no
es tanto lo que enuncia como lo que sobrentiende: el Atleti jamás será ese
rival digno. Aquí el que busca no quiere encontrar. Su reclamo es una pose
como la de Diógenes de Sinope, que caminaba por las calles de Atenas con un
hacha encendida en pleno día y cuando le preguntaban. ¿Qué buscas Diógenes?,
respondía: "Un hombre".
Por
lo demás y objetemos lo que queramos al espíritu, es imposible rechazar la
letra. Estamos de acuerdo con los redactores del salivazo merengue, sólo que
nosotros hubiésemos escrito: "Se busca un rival digno para el derbi; Gil
Marín y Cerezo no lo son". Una frase más larga pero más exacta.
Pero
la pancarta es, ante todo, un regalo involuntario. Ahí debería engranar el cabreo de la afición colchonera, ese
manso que necesita banderillas negras (en este caso, blancas). Merece ese castigo y los que vengan por
cobarde y poltrona.
En
el deporte mides lo que indica el metro de tu adversario. El Atleti ha pasado
de medir lo que cualquier otro club de estatura aventajada, a no dar la talla.
Es un club bonsai. "El equipo increíblemente menguante", escribí hace
varios años (el artículo se titulaba "El Atleti de Liliput", si no
recuerdo mal). Estas palmarias verdades me depararon la ojeriza de todos los
que aún coquetean con la grandeur rojiblanca.
(Cuando me encuentro con un seguidor del Atleti que no se quita el adjetivo ‘grande'
de la boca, pienso: otro madridista que se ha equivocado de club.)
(Mentir
a través de la verdad.) Una de las formas de la pseudocrítica es
resaltar el defecto menor. Al Capone asesinaba y extorsionaba, pero también
evadía impuestos. ¿No hubiera sido injusto reprocharle con indignación el
último delito, pese a que fue el que lo enchironó? Inestabilidad, bicefalia e
impaciencia son algunas terribles lacras
que padece el Atleti, según la roma crítica al uso. Pero no es cierto. El club
ha sido perfectamente estabilizado en torno a la rapacidad de sus directivos,
los cuales no son como un monstruo con dos cabezas enfrentadas, sino dos
colegas en la minería barrenadora del club, hermanados por un propósito
idéntico: vivir a lo grande de una centenaria institución deportiva. ¿Que uno
saca petróleo y el otro cobalto? Cada cual según sus apetitos. Y nadie con más
paciencia que ellos; el saqueo está siendo metódico; sigue una pauta, un
patrón, y es implacable.
Otra de las peores formas de la
inexactitud es el anacronismo en el diagnóstico. El Atlético no es un club a la
deriva o en horas bajas, ni su derrota ante un segunda B colma la letrina del
bochorno. Todo eso pasaba en un remoto ayer. De hecho, sus fracasos en el
césped son ya calamidades mediocres. Se ha instalado en el fiasco previsto; su
perfecta aclimatación a la nada deportiva abarca todos los estamentos (desde
los forofos hasta el último pintamonas de la entidad); incluso su ruina parece
congelada (aunque el brusco deshielo podría sobrevenir de un momento a otro). Y
lo del tercer presupuesto de la liga, otra monserga, únicamente permite vislumbrar
la magnitud del expolio.
(La última bala.) (Artículo inacabado hace
meses que finalmente enterré en un cajón y ahora exhumo para regocijo del
público.)
Siempre
es útil ponerse en el lugar del otro (se recomienda hacerlo sólo durante breves
instantes y con la imaginación). Si yo fuera los golfos y la situación se
tornase insufrible, trataría de escudarme en Luis durante lo que resta de
temporada. Aquí los senderos se bifurcan, como en el jardín del cuento de
Borges. Luis podría decir no o aceptar el ofrecimiento. Lo justo, lo
tempestivo, lo que pide la coyuntura, sería que Luis mandase a paseo a los okupas y se sumase al conato de rebelión
que ha empezado con una entusiasta recogida de firmas y proseguido con la
denuncia de las cuentas del club, las cuales muestran la ruina debida al latrocinio
sistemático; pero no conviene lisonjearse con los finales felices. También
podría Luis (lo considero más probable porque le gusta el juego, porque quizá
le apetezca un último contrato y porque siempre fue con los que mandan, motín del Hesperia aparte) aceptar, en
cuyo caso podría hacerlo sin condiciones o con algunas. Lo lógico sería que las
pusiese: bien, me hago cargo del equipo lo que queda de temporada y tres más,
con una cláusula de rescisión disuasoria (para evitar que os deshagáis de mí cuando
la tormenta haya pasado, aunque no es una tormenta sino el diluvio universal) y
exijo plenos poderes en materia deportiva; ya sabéis: controlar las altas, las
bajas, la cantera, todo.
Si
los golfos tuviesen instinto de supervivencia aceptarían el pararrayos, pues
Aragonés es hoy la única figura colchonera indiscutible, gracias al prestigio
amasado en su etapa como seleccionador nacional. ¿Y qué sería entonces de esa
cantidad, ora creciente, ora menguante, de seguidores que han comprendido que
sólo un horizonte plomizo de derrotas sin tasa librará al Atleti de sus parásitos
ineptos y granujas? Pues volverían a sus cuarteles de invierno, que no distan
mucho de los de verano, y se abriría otro compás de espera. Aunque quién sabe;
quizá ya no hubiese forma de contener y sofocar las protestas. El club no tiene
la menor oportunidad de salir adelante con los okupas al frente, porque si levantara algo la cabeza gracias a Luis
(tampoco lo daría por descontado), Gil Marín y Cerezo volverían a las andadas,
o sea: al chanchullo y al embuste, las únicas clases de negocio para las que
sirven. No carecen de un plan, pero todos los que forjan son "El Golpe".
No
tengo arreglo; soy un maldito iluso.