El
precedente épico (o hípico, porque se suele impetrar la intervención de la
caballería, ya que en este tipo de remontada la coz y el galope son esenciales)
no lo representaban el Derby County, el Anderlecht o el Borussia
Mönchengladbach (nadie lo confunda con el grande, el de los años 70; se trataba
de uno tierno y paliducho que vino después), ni tampoco el mediocre Inter de
los ochenta. No, el precedente épico lo representaba el Alcorcón, un equipo de
Segunda B a quien el incomparable astro Guti, con espíritu de rufián, llegó a
prometer en público una manita; luego
encajaría un gol y de casualidad.
Los
sucios periódicos antideportivos, infestados de necios hooligans, tocaron a somatén. Se trataba de resucitar las supuestas
proezas de la época de María Castaña protagonizadas por Santillanas, Juanitos y
Gallegos. Para preparar el clímax fueron de asilo en asilo en busca de la
declaración auspiciosa de los viejos derrotados, bastantes de los cuales, a juzgar
por lo que afirmaban, seguían tan idiotas como de costumbre, pero entonces
surgió aquel ex jugador del Inter, participante en una de las noches mágicas del Bernabéu, para divulgar
la fórmula secreta de tanta heroicidad: "Organizaron la caza del hombre". O
sea, no el dos de mayo, sino más bien la jauría humana.
"Un
final grandioso", "Se rozó la gesta", "Yo creí", "De milagro no hubo
milagro". Siempre tan hiperbólicos
cuando el grande abusa del pequeño, esta vez dieron por buena la derrota y se
contentaron con el lavado de imagen. Además, ya habían disfrutado hasta el
paroxismo con los infortunios del Barça. (Imperecedero aquel titular de un
diario capitalino de cuando las semifinales de Copa: "El Madrid desnuda y
aniquila al Barça".)
El
rival europeo era un equipo bisoño que ha costado 38 millones de euros, fletado
por un club cuyo presupuesto es sólo un poco superior al de varios conjuntos de
España que no son el Madrid y el Barcelona. Este Dormund ha batido al todopoderoso
merengue, lo ha derrotado dos veces en cuatro partidos y lo ha eliminado con
todo merecimiento de la Copa de Europa. De modo que la chequera explica algunas
cosas sobre las que no abundaré, pero no todas, ni siquiera la mayor parte.
Es
más: lo que ha mantenido al Barça en la cumbre durante estos años no ha sido su
estupendo budget (el segundo más abultado
del balompié planetario, tras el del merengue enriquecido una y otra vez por
las autoridades golfas de Madrid; la corrupción no es de ahora), sino su
formidable cantera. Sin la Masía, los culés hoy no pasarían de ser un equipo
caro y segundón, como tantas veces en su historia y, lo que es más
significativo aun, sin la Masía, el Barça no hubiese vertebrado la magnífica selección
española actual, cosa que, por cierto, jamás hizo el blanco victorioso de la
raza superior.
Según
el clan de Mourinho es difícil que un portugués triunfe en España. Sin embargo,
aquí han actuado varios futbolistas lusos, y algunos de ellos llegaron a ídolos
de la afición: "Levas pretas" Alves (un excelente medio de enlace que actuó en
el Salamanca), Futre, Duda, el propio Ronaldo..., por no hablar del
extraordinario angoleño Jorge Mendonça. Caen mal (salvo en el Real Madrid donde
los adoran) los chulos que además se hacen las víctimas; los agresores que
sollozan (como Pepito, el hermano mayor de un tal Diego Costa, otra alhaja) y los ventajistas que mendigan
equidad y hallan jurisprudente la ley del embudo.
En
fin, Mourinho quería que el fútbol hiciera justicia, y el fútbol obedeció; no
siempre los dioses hacen oídos sordos.
Otra
vez en la casilla inicial del juego; de nuevo el castillo de naipes que no
soporta la última carta, la vieja incapacidad que acude puntual a su cita. Y
todo ello envuelto en el clamor de los ultras, todos ellos sobradamente ganadores,
exhibiendo su inquebrantable voluntad de... bíceps, que es una noluntad, que es
un no querer nada o querer la nada. Lo malo no es la derrota en sí, sino la
sensación de que la entidad y su público son muy inferiores, pues el equipo
peleó, luchó, se fajó, aunque fuera incapaz de hacer nada en ataque, pero los
otros, ¿qué decir de los otros?
El
destino del Atleti está en los pulgares de Gil Marín, pero la vagancia que se
oculta tras el presunto amor fati de
los seguidores colchoneros es responsabilidad de éstos. El secreto de tantas derrotas y tan peores
lo tiene Gil Marín; sin embargo comparte autoría con una afición obcecada, cazurra,
vaniloca, que le ha consentido el debilitamiento de la entidad sin mover un
músculo y que incluso coopera con él. ¿Quién fue el genio que concibió la demagógica ridiculez de escenificar la piña
de la gente y el equipo (juntas las filas, prietas, marciales), el baño de masas
y la comunión de los héroes con su público, justo antes del choque? El club le
compró la idea, porque iniciativas así les permiten a los okupas travestirse de rojiblancos de corazón. Y la idea dio el
fruto que cabía esperar: la risa del adversario. No dar ni pena ni risa es la
obligación mínima de un equipo de fútbol grande o pequeño. El Atleti inspira
las dos, sobre todo cuando hace trampa buscando el lado enaltecedor, sublime,
de la impotencia.
Un
episodio más de lo importante que se cree la forofada, la cual ha equivocado el
papel de una afición cabal, que consiste en ver, oír, animar o abuchear, cuando
procede, y pronunciarse sobre lo que presencia en el campo y lo que pasa en el
club, nunca en jugar los partidos. Los partidos los juegan los profesionales.
El aficionado cabal, a diferencia del chalado, no piensa que el jugador sea su prolongación
en el césped.
Todo
lo que produjo el Atleti en el Bernabéu fueron dos jugadas: una internada de
Costa al principio, con remate de Falcao que despejó la cara de Casillas, y
otra hacia el final, con pase de Falcao a Adrián y penalti de Ramos, que el
árbitro no vio, como tampoco había visto antes el abrazo del oso que un Godín fuera
de sí le había propinado al propio Ramos en el área del Atleti. Undiano se
equivocó con imparcialidad y aguantó las protestas y marullerías de muchos
jugadores sin abusar de las tarjetas. Así un empujoncito de Koke, cuyo efecto
Di María exageró; así el soplamocos de Ramos a Falcao, que este quiso convertir
en flagrante agresión, o la guerrilla de Costa contra los picoletos del Madrid y de éstos contra Costa, que no ameritaba más
que el desdén. Iban a chivarse los defensas merengues al juez de guardia, pero
pidiendo más el internamiento del loco en un psiquiátrico que el castigo). Quizá
no hizo mal el árbitro limitándose a regañar a los tunantes. Ahora bien, pensar
que puedes ser más tramposo y sucio que Pepe y Ramos y dar más patadas que Xavi
Alonso es vivir en otro mundo. A eso también te ganan y sin acritud: el Madrid
desactivó las hostilidades en cuanto se sintió dueño del partido. Ahí concluyó
la guerra del lapo.
Aunque
hasta ahora no había sido inferior a ninguno de sus rivales, domina la
sensación de que Atleti vale menos puntos que los que tiene, y sin duda la
cosecha, inesperada por lo abundante, se debe a Simeone, quien demostró lo que sabía
desde el primer partido, pues nada más llegar sentó al insustituible Perea, rehabilitó a Juanfran y a los centrales y
cosió el equipo siquiera con bramante. Simeone ha revigorizado a un moribundo
triste y depresivo, pero es un pequeño prodigio que el Atleti vaya segundo con hombres
tan limitados en el medio de campo como Gabi, Suárez, García, Tiago y Koke, a
los que la propaganda, conectada al deseo de presumir de los hinchas, ha
convertido en figuras indiscutibles. Si Gabi, Tiago y García fueran ágiles y si
Suárez o Costa tuviesen cerebro, y si Turan fuese más recio y si Adrián chutase
y si Koke fuese portador de la calidad que le adjudican sus incondicionales, el
Atleti podría medirse con cualquiera. Se dirá que los futbolistas virtuosos
cuestan mucho dinero, pero tampoco el Borussia Dormund goza de una tesorería
descomunal y le ha plantado cara al Madrid en la Champions y de qué modo.
Con
estos mimbres Simeone ha conseguido un cesto funcional, que al menos sirve para
guardar cosas, pues su Atleti es aguerrido, trabaja a destajo y se defiende con
cierta solvencia; y ese equipo incluso en el primer tiempo del último derbi
pareció haber acortado algo la distancia que le separa del Madrid, pues si no
jugó él tampoco lo hizo el rival. Pero la lucha extenuante, por cada balón,
beneficia a la larga al conjunto con más técnica, como demuestra el Atleti
actual cuando compite contra el Osasuna o el Valladolid.
Además,
la estrategia del "Cholo" es impecable. El mejor modo de asegurar la tercera
plaza es centrarse en la Liga y olvidarse de la Euro League y de la Copa.
Debería atenerse a tan sensato plan porque llegará al final del campeonato con
más frescura en las piernas que muchos de sus oponentes. Simeone ha estudiado
el calendario y sabe que sus jugadores tendrán un mes y medio menos de
competición que los de Valencia, Madrid y Barça, cuadros a los que recibe en la
segunda vuelta. El virus Fifa no lo castiga tanto como a los dos poderosos, y
la Euro League es una verbena insulsa hasta octavos o cuartos.
La
decepción habría que endosársela no a los escasos aficionados que osaban decir
que se aburrían aun en medio de las victorias, y de los que se mofaban (y
contra los que se encaraban) los triunfalistas, pues el Atleti tiene muy poco
fútbol, aunque sí disciplina, denuedo y orden táctico. La decepción debería
correr por cuenta de los demagogos del derecho
a soñar, los cuales roncan a pierna suelta una grandeur rojiblanca de todo punto imposible, mientras Gil y Cerezo
continúen al mando. Cuando despierten comprobarán que "el dinosaurio sigue
allí", pero no es el merengue invencible sino el fardo de su club.
Todo lo que es bueno para el Atlético es malo para Gil
Marín. Como el que manda en el Atlético es Gil Marín, rara vez le irá bien al club.
Éste necesita que la casualidad desbarate los planes de su parásito. Por
ejemplo: si Simeone dispone de una plantilla relativamente abundante es por
culpa de la crisis, que ha impedido a Gil Marín vender tres o cuatro
futbolistas que al entrenador le vienen muy bien para oxigenar el once titular.
La atonía del mercado ha frustrado la venta de los García, Costa, Godín o
Adrián. Hay una demarcación, la zona ancha, donde el imprevisto superávit
mejora la competitividad del equipo. Nadie ahí es un crack (aunque los turcos sepan que la pelota es redonda) pero todos
funcionan más o menos. Y hay tantos porque a la postre no hubo manera de deshacerse
de los transferibles cuando ya se había contratado a coste cero a sus
sustitutos.
Por eso es completamente erróneo considerar que los
tradicionales adversarios ningunean al Atleti, descreen de sus posibilidades y
se mofan por lo bajini de su inesperada salud en el césped, juzgándola efímera,
u optan por desestabilizarlo, envidiosos o temerosos de que bla, bla, bla... Nadie,
fuera de Gil Marín, desestabiliza al Atleti porque no es necesario (lo fue en
otros tiempos pero no hoy). Al revés, la prensa, mitad por aburrimiento del
duopolio, mitad por adicción a la novedad, ha auspiciado la candidatura del
Atleti a romper la hegemonía de los poderosos y despabilado la posibilidad (aún
quimérica) de una sorpresa en el torneo liguero. Esa prensa es la misma que agigantó
el valor de las copas recién conquistadas por el Atleti, aunque para la parroquia
rojiblanca, habiendo perdido el rojo, que es el color de la vergüenza, y presa
del delirio de grandeur, toda hinchazón
y toda fanfarria se le antojasen muy por debajo del mérito acumulado por el
conjunto del Manzanares.
Es verdad que los buitres trazan círculos en la vertical de
Falcao, pero es el propio Gil Marín el que estimula su apetito dejando a la
intemperie el cordero muerto y putrefacto: la deuda del club. La desfachatez de
Gil Marín llega al punto de vincular el restablecimiento de las finanzas del Atleti,
saqueado por su familia, a la venta de Falcao. Una vez fuera el ariete y
clasificado el equipo para la Champions, no tardará en decir que algún otro
inopinado mal ha hecho puré las brillantes expectativas. Los okupas abusan del truco sin que nadie se
lo estorbe; ¿por qué van a cambiar de sistema?
De modo que el asunto consiste en averiguar si la estrella
del Atleti se va o no al Madrid. Lo otro, su salida o no, carece de morbo: se irá.
Pero aquí desempeñan los pactos de
caballeros (que ahora llaman, a la bélica usanza, de ‘no agresión') un
papel meramente ideológico. Como no se trata de un pacto entre iguales o inter pares; el acuerdo consiste en que
el Real Madrid no desestabiliza al Atleti. ¿A cambio de qué? Es un misterio.
Bueno, no tanto.
En realidad no hay tal pacto. El Madrid, motu proprio, no le arrebata jugadores
al Atleti para que Gil Marín y Cerezo sigan en el machito y la pazguata afición
colchonera desvíe su enojo hacia la nada. Claro que el puño amenazador y la
injuria pueden volverse contra el futbolista que huye cuando apenas habían
zurcido su nombre en la camiseta del anterior tránsfuga, para lo cual basta con
que amague con pasarse al Madrid, aunque después elija una entidad de la
Premier.
El lobby merengue
sabe que los dos pájaros de cuenta, Gil Marín y Cerezo, garantizan un Atleti capitidisminuido
y menor. Para el Real Madrid la debilidad colchonera tiene un valor
estratégico; los blancos no ignoran que le deben más a los Gil que a sus providenciales
presidentes, incluido el ser superior
Florentino.
Y si es posible que la cosa cambie con Falcao es porque en
Concha Espina piensan, con razón, que tal vez Gil Marín y Cerezo hayan
acumulado suficiente carisma de campeones
para otras dos décadas de crudo invierno. A su debido tiempo Falcao asumirá el
aspecto de Judas y Gil Marín volverá a sacar en procesión los títulos europeos.
Ya no teme a la lluvia, que nunca pasó del calabobos; dicen que se ha comprado
un paraguas.
"El mejor
partido de la historia del club" (¡sic!), según el director de un diario
deportivo de Madrid (triunfalista y olvidadizo, como buen merengue), fue un
choque entre dos equipos de preparación muy disímil. Tan es así, que no sólo
cada jugador colchonero (suplente o titular) estuvo muy por encima de su
contrincante del Chelsea, sino que no hubo ningún miembro de la expedición del
Atleti que no lo hiciera mucho mejor que su homólogo blue: el médico, el utilero, el masajista, la mascota, la hinchada...
No, no excluyamos a Cerezo, que por lo menos hizo acto de presencia; no así
Abramovich, que se quedó en Londres resolviendo unos asuntos.
Sin embargo, el
protagonista de la gran final de todas las finales (que el conjunto de Londres
abordó en chanclas, como si se tratase de un torneo veraniego) fue Falcao. (Por
razones de espacio y de propósito no hablaré aquí de Turan, magnífico también.)
Por si sus soberbios partidos contra el Valencia y el Athletic Club en la
última Euroleague no bastasen, su actuación en este partido (ante un rival sin
piernas, es verdad), permite afirmar que no hay ahora mismo en los cinco
continentes otro punta con la agilidad, la fiereza, la intuición, la sangre
fría, la potencia, la calidad de remate y la elegancia del ariete colombiano. Es
el nuevo rey de la selva del área.
Pero lo que en
otras circunstancias, con otros dirigentes y otros seguidores, sería una gran
noticia para el Atleti, aquí y ahora, por obra y gracia de estos dirigentes y de
estos seguidores, no lo es. Me temo que Falcao ya está por encima de la entidad
que le paga; de pronto el club del Manzanares se le ha quedado pequeño a su nueve. Es un crack en el escaparate y no durará lo que sus distinguidos predecesores.
¿Apostamos a que, si no lo impiden accidentes o lesiones, se larga en junio y
no muy lejos de donde vive ahora?
En resumen: esta
victoria no es un premio gordo, ni sitúa al Atleti entre los mejores equipos del
Viejo Continente; parece más bien el reintegro momentáneo de una ilusión tantas
veces burlada, acribillada, chafada por un gang
de especuladores y su mercadillo persa. El Atleti tiene entrenador, un conjunto
voluntarioso y disciplinado, de aceptable clase técnica, y un delantero centro estelar.
¡Qué peligro para el club!
2.- Heitingadas y diegadas.
Las
pretemporadas de hoy son extrañas e invaden la competición oficial. Las del
Atleti parecen concebidas para entretener a la parroquia, que en el fondo
agradece los vaivenes, los rumores siempre desmentidos, las falsas nuevas, los
agobios y las murrias caniculares. Con este infierno de cartón piedra se evade
uno del purgatorio real, y me refiero al fútbol, no a la situación del país.
El argumento de
tan extraña función es una suerte de "Ópera de los tres peniques", sólo que
representada con brío heroico, cuando en realidad es del género bufo o cómico-bailable.
Se trata de ensalzar las tribulaciones de Gil Marín para cuadrar las cuentas,
pues el heredero ya no roba y además cumple con Hacienda, diga lo que diga el
tal Tebas, que vive del fútbol, no como los okupas
del Atleti que viven del aire e incluso pagan
por respirar.
Las pretemporadas
a la moderna incluyen un cierre extemporáneo de los mercados de jugadores. A deshacerse
de un titular a última hora, sin tiempo para contratar un sustituto, llaman algunos
aficionados rojiblancos heitingada,
pues la venta in extremis de Heitinga
fue la primera de una serie de operaciones cortadas por ese chusco patrón;
aunque, en honor a la verdad, la cosa tuvo un precedente clamoroso: el de
Vieri, figura cuyo traspaso sin contraprestación deportiva desbarató los planes
de Sacchi que consistían en subirse a las barbas del Madrid y del Barcelona. A
los Gil tan legítima aspiración les traía sin cuidado.
Dicho sea de paso:
no sé si está bien elegido el epónimo (Heitinga) porque aquel holandés no sólo
tenía cara de pazguato sino que lo era, pese a los forofos mitómanos que veían
en él la rencarnación de Griffa. Hicieron mal en comprarlo y bien en venderlo;
su mera ausencia mejoraba el plantel.
Más preocupante
que la heitingada es sin duda la diegada. Aludo al "viene no viene", al "ya
está aquí", "ya se aleja", al "nos quiere" o al "se enfría su amor por nosotros", al
"lo fichan" o "al mendigan su cesión" referidos a cualquier presunto astro cuya capacidad
ha sido exagerada y por el que nadie en el planeta del fútbol da dos euros,
pero del que se ha encaprichado la mayor parte del graderío del Calderón. (La diegada tuvo así mismo un precedente: la
riquelmada, pero mientras que Diego
Ribas jugó aquí, con lo que el sueño
se cumplió en parte, Riquelme subió incorrupto al limbo de los deseos insatisfechos).
Diego Ribas es
el epónimo del falso crack sobrevalorado
por los periódicos y las masas. Para cualquier aficionado al fútbol, con los
que era frecuente tropezarse antes de que la chaladura trastornara los cerebros
y los gustos, Diego Ribas es un futbolista que, como dicen los argentinos, divide el balón; no tiene criterio, ama
la posturita y la cabriola y alterna un pase estupendo con pifias
incomprensibles; juega para lucirse; no es un diez, ni un ocho, sino un
tarambana con mentalidad circense.
De hecho, contemplando
a Óliver en el trofeo Ciudad de Vigo, se me ocurrió que le podían pasar el
vídeo a Digo Ribas. Y eso que Óliver está sin hacer (más de cuerpo que de mente);
pero el crío es un futbolista despierto y racional, no un clown, y sabe que el taconazo o la chilena son medios, no fines.
Que la afición
colchonera prohíje futbolistas malos o mediocres es otro síntoma del estropicio
moral y estético que han causado al club sus muy honrados y eficaces gestores.
Así el "Cebolla" va (¿por su carril?) para favorito del público (ignoro las
causas; parece poseer algún recurso técnico más que Petrov y más idea del juego,
pero menos velocidad); lo son ya el citado Óliver y Kader, sin apenas haber intervenido,
aunque el gitanillo prometa.
Las
pretemporadas a la moderna del Atleti incluyen también la maldición del primer partido de Liga, pues desde 2007 la cosa no
comienza con victoria, aunque otros años en que hubo triunfo en la jornada
inaugural las derrotas sin paliativos se anticiparon a las primeras lluvias de
otoño; en realidad, el mal fario abarca el campeonato entero, y eso que la
gente haría la ola y pediría que botase el Calderón con una cuarta plaza en la
jornada 38.
El Levante, por
ejemplo, es un hueso de aceituna para las mandíbulas con pocos dientes de los
onces rojiblancos hodiernos. (Nota bene: cuando se habla de competir con el
Madrid o el Barça, el público del Atleti rezonga: "No se puede luchar contra
presupuestos que multiplican por cuatro el tuyo". Cuando el adversario es el
Levante, nadie utiliza el argumento económico. Este espíritu conformista se
refleja también en la costumbre de denominar "partido serio" al que no contiene
ocasiones de gol, pero no se pierde o se pierde por la mínima.)
En fin, la
pretemporada atlética es tan peculiar que hasta Tiago Cardoso Mendes se ha creído
obligado a tomar el micrófono para anunciar a la plebe la meta del club para
este ejercicio: ser el primero... en la otra
liga. Pues que le den otro sueldo porque cobra como si militara en la liga
fetén.
El fútbol da la razón a todo el mundo; o
quizá se la quite, según se mire. En realidad, la cosa funciona así: para
vestir a un santo hay que desnudar a otro; sólo hay un traje. La operación se
lleva a cabo en un santiamén. España no pudo aburrir (y quien eso diga es un
imbécil o un hereje) porque divirtió contra Italia y ganó la copa. Y no vale la
salvedad "aburrió antes" o "aburrió contra Portugal o
Croacia". España nos divirtió siempre y punto.
El epinicio es el género que cultiva la
prensa del ramo. 'Leyenda', 'historia' y otros vocablos aparatosos jalonan las
crónicas de la final, con entero olvido de que el fútbol es sólo un juego, que
unas veces está muy bien y otras resulta un tostón. Los debates quedan zanjados
por el último que abre la boca, quien suele ingresar en la discusión
esgrimiendo el último resultado.
¿Sigue siendo España la mejor? Sin
ninguna duda. ¿Pudo haber jugado más y
ganado todos los partidos? Soy de los que opina que sí.
¿Y las otras selecciones? Italia cambió
su forma de hacer, pero en la final apenas compitió. La joven Alemania continúa
tan pardilla como hace cuatro años; Holanda se hundió bajo el peso de su
nombre; Inglaterra tenía demasiadas bajas, pero su fútbol sigue yendo por
detrás; Francia busca otro Zidane; los del Este no acaban de mostrar
consistencia, sobre todo Rusia...
Algunos jugadores españoles
comparecieron en los festejos celebrados en su honor borrachos y no sólo de
alegría. Alguien debería impedir estas exhibiciones de pura memez. El jugador no tiene derecho a comportarse como un vulgar mequetrefe.
Festín de España a costa de Italia, que,
sin ser nunca gran cosa, siempre se las arregla para progresar en los
campeonatos. Prandelli cambió de sistema en la final y perdió. Tengo la
sensación de que daba por supuesto que España tenía menos energía y acabaría
entregándose (¿para qué arriesgarse pues?), pero encajo dos goles en el primer
tiempo en las tres únicas oportunidades de que dispuso el combinado rojo. Luego
se suicidó sacando al mediocre, lento y leñero Motta, que es además un recordman de las lesiones. Los azzurri jugaron buena parte del segundo
tiempo con diez.
Creo que jamás se ha visto una final tan
fácil. Dicen que Pirlo es muy bueno y que merece el Balón de Oro. Bueno, España
tiene cuatro o cinco Pirlos. Es más, creo que Pirlo juega mejor desde que se ha
fijado en Xavi Hernández.
Torres, el delantero natural de esta
España, apenas actuó cuatro fracciones de encuentro y marcó tres goles y dio
otro. Sigo creyendo que, de haber sido alineado con más asiduidad (de haber gozado, por ejemplo, de la confianza
que Prandelli depositó en el desequilibrado e infantil Balotelli), España
habría ganado todos los partidos que disputó.
Sobraron los capotazos toreros de Ramos,
las banderas pueblerinas y la presencia del príncipe, de Rajoy y de Monti en el
palco, pero las autoridades mendigan carisma futbolero; otro preocupante
indicio.
Los lloriqueos de los que pierden. El
vencido, para no ser menos que el vencedor, celebra un funeral y pone las
plañideras.
Dos aforismos.Petón: "Si España tiene la pelota es imbatible", salvo que se haga
gol en propia puerta. Ahora en serio: España puede ganar al ataque y al
contrataque y hasta en los penaltis. Tiene mejores jugadores que los demás.
Del Bosque: "El fútbol siempre te
da lecciones". Las más amargas, a los vencidos, a quienes, por otra parte,
el mal trago impide toda reflexión.
"¡Histórico!", exultó uno de
los bandarras que estaba al micrófono
(antes había gritado otro muy merengue: !"Vamos Pepe,
concéntrate!"). El motivo de tanto éxtasis triunfalista era que Ramos
había tirado un penalti a lo Panenka. Los penaltis a lo Panenka, incluido el de
Panenka, no son lo sublime del fútbol, sino una soberana idiotez, pero algunos
porteros se tiran antes de que el ejecutante golpee el balón (le pasó a Hart,
"The Brat", que le sacó la lengua a Pirlo y luego dejó la portería
vacía; pero Pirlo -Italia iba perdiendo en la tanda- quizá tratase de
desmoralizar al guardameta inglés; Ramos sólo pretendía demostrar que es muy
bueno). El penalti a lo Panenka es estúpido porque convierte en un farol propio
del póker una acción en la que el que tira dispone de una gran ventaja.
De la brillante España que fraguó Luis
Aragonés sólo queda la capacidad agonística. Es posible que la fatiga explique
en parte el bajo rendimiento de la selección. Es posible que las ojeras del
declive se insinúen ya en Xavi Hernández, pero Del Bosque también es
responsable del muermo sufridor; en el plantel hay futbolistas frescos que no
utiliza, y su fórmula de sacar a un extremo para que le centre balones a un mediapunta
rodeado de contrarios perdurará... como un monumento a la obcecación.
Soberbios los centrales de España (aunque
Piqué empezó titubeante) y los dos mediocentros; pero la única gran jugada del
partido, la protagonizaron ya en la prórroga Pedro, Alba e Iniesta, al que Rui
Patricio ganó el mano a mano. El alargue fue de los nuestros porque el
cansancio general favorece al jugador con clase y España atesora más futbolistas
hábiles que Portugal.
Estos lusos no se parecen al Madrid sino
a Mourinho, y apenas inquietaron, pero fueron un incordio pegajoso mientras les
duró la gasolina. El previsible show
de Ronaldo se redujo a los fuegos artificiales de un par de galopadas. Ronaldo
es payaso en todo lo que hace. Así, por ejemplo, cuando tira las faltas. Calca
el ritual de los pateadores del rugby, y suele mandar la pelota a las
nubes, como los pateadores del rugby.
Ahora bien, es esta clase de choques la que da y quita el Balón de Oro, no la
brillantina en el pelo.
El otro futbolista portugués de renombre
es Nani, un jugador autista que va por su carril como los conejos de los
canódromos. Los dos centrales y los medios dieron cera a la par que protestaban y
simulaban lesiones (el manual de Mourinho), pero el referee contemporizó encantado.
España también puede aburrir. Su segundo tiempo contra una vulgar Francia fue anodino. Del Bosque volvió a colocar a Cesc de nueve, prescindiendo de los delanteros, pero la razón se la dieron Jordi Alba, Iniesta y Xabi Alonso, que fabricaron un buen gol en la única oportunidad de que dispuso el combinado nacional en la primera parte.
En la segunda, el plúmbeo forcejeo hispano-galo alimentó la pesadilla de que aquello pudiese desembocar en una prórroga. Con Iniesta y Silva fuera del campo, la ventaja quizá hubiese sido de Francia, no sé. Nuestros rivales fueron a menos con la entrada de sus puntas reservas. España a más, pero sólo en un par de incursiones del guerrillero Pedrito.
Es un dolor de estómago contemplar cómo Arbeloa recibe el cuero desmarcado y con ventaja para que noventa y nueve veces de cada cien recorte hacia su propio campo y la otra centre a bulto.
Da pena ver a Xavi Hernández triste y en tierra de nadie (se diría que sobra) y a Silva confinado en la banda derecha, pero el resultado lo soporta todo.
A vencer sin lustre y con más apuros de los necesarios llama ‘oficio' Del Bosque; él sabrá.
Insistieron mucho los locutores en que no le habíamos ganado nunca a Francia en partido oficial, como si las dos selecciones fueran siempre las mismas. Los que no cambian son ellos y sus fatigosos latiguillos.
Los grandes juegan con ventaja, cuando deberían hacerlo con
handicap. España hizo un penalti al
final del partido que el árbitro no cobró,
que diría un comentarista argentino. Antes hubo uno en cada área. El nuestro lo cometió un desquiciado Ramos, quien trató de anticiparse en una acción
intrascendente y habilitó un hueco por el que prosperó el ataque rival. Allí
llegó él como un caballo y se cruzó llevándose por delante el esférico y al
croata que se lo disputaba.
Pero lo peor fue el barullo organizado por Del Bosque, que cometió
un cambio que requería otro (o los haces a un tiempo o no solucionas el
problema porque creas otro); puso a Navas por Torres, con la idea de que el
sevillista desbordase y no tuviese a quien darle el pase de la muerte. Durante
varios minutos se sucedieron las jugadas que exigían un delantero que les
pusiera colofón rematador, pero no lo había. Volvió Cesc y más tarde Negredo.
En fin...
A Del Bosque no le gustan ni Torres ni Silva, y a nada que
vayan bien o mal las cosas los sustituye o los deja en el banquillo (el canario
jugó poco en el Mundial). La pregunta es ¿por qué los lleva?, si los considera
inesenciales.
Un día de éstos a Del Bosque se le marchitará la flor, que
antes que él lució en la solapa o quizá más abajo el finado Miguel Muñoz, y
entonces culpará a la mala suerte y los críticos dirán amén.
España pasó entre las bengalas de los gamberros y la
cansina verborragia de los locutores. Todo el mundo habla de las semifinales,
pero antes habrá que jugar los cuartos: la vieja muralla contra la que solían
estrellarse nuestros afanes conquistadores. Una herrumbrosa señal de peligro aún
lo indica.
Decía Ortega y Gasset que los españoles no somos especialmente envidiosos pero sí soberbios. Del Bosque hizo ante Irlanda lo que debía, pero a regañadientes, y, en cuanto el marcador se lo permitió, reincidió en su genialidad del debut, no fuera a ser que nadie sospechase que reconocía haberse equivocado. Cesc, mohíno por la suplencia, soltó nada más salir por Torres un pepinazo que casi rompe el poste; era el cuarto gol de España.
Todos contentos, incluso Torres, que no sólo marcó un par de tantos sino que se movió bien y ayudó en las jugadas. Soy de los que piensan que lo que hizo el jueves es lo mínimo que se le puede pedir. Y que hay que exigirle más concentración y puntería y menos imprecisiones en el juego corto. Los hooligans pro y anti lo idolatran o denigran con simétrica pasión; es un aburrido tenis en el que las injurias y las inmundicias verbales sustituyen a las pelotas. El día que ganan los torristas los otros acumulan enojo y munición, y al revés.
Irlanda es tierra de rugby, pero no de fútbol. Los animosos y nobles irlandeses, antaño duros de pelar, sudaron la gota gorda para eludir no ya la eliminación sino el bochorno. Su numerosa hinchada recompensó ese esfuerzo del pequeño que no se rinde y cantó durante los últimos cinco minutos del partido. Somos peores, aunque a bravura y deportividad nadie nos gana.
En la lista de padres de la gran España, que elaboró fechas atrás Valdano, sobran, a mi juicio, la Quinta del Buitre y el Dream Team (pálido antecedente del actual Barça), pero es directamente risible la alusión a los vates, que jamás hicieron nada por ningún deporte sino estropearlo con sus cursiladas y su parcialidad. Ideólogos de la grandeur, su cometido ha consistido y consiste en ensalzar al poderoso instalado y protegerlo de las inclemencias de la competición; su género es la épica, entendida como un canto, presuntamente artístico, a la hegemonía del club con más seguidores, dineros y prebendas.
Pero lo que roza la desvergüenza es la omisión de los nombres de los dos entrenadores directamente responsables de la prosperidad actual de la Selección y del Barça: Luis Aragonés y Frank Rijkaard. Es curiosa esta especie de apropiación indebida en virtud de la cual los herederos del invento y sus turiferarios acaban quedándose con la patente. Del Bosque y Guardiola son epígonos de Luis y Rijkaard; su trabajo merecerá el elogio unánime de la crítica y del público, no lo pongo en duda, pero los pioneros fueron los otros.
Pequeño fiasco de España en su debut; sin embargo, peor fue
el tropezón con Suiza en el Campeonato del Mundo. La extravagante alineación de
Del Bosque no deparó ninguna ventaja visible (ni siquiera la de la sorpresa) y en
cambio sumió a España en la confusión táctica (los jugones se miraban unos a
otros en la primera parte como preguntándose: ¿vas tú o voy yo?). Ni siquiera el
tardío gol de Cesc pareció darle la razón al técnico.
Del Bosque evidenció con exceso de ruido que no confía en
los delanteros. Lo normal hubiese sido alinear a Torres, pero el mister teme sus pifias en el remate.
Salió el Niño y mejoró el equipo y fue más peligroso, pero el nueve del Chelsea
no vio puerta. Un tanto suyo, en cualquiera de las dos oportunidades de que dispuso,
hubiese resuelto la mitad de los problemas de una selección que sigue siendo
favorita, pero que parece vulnerable y algo cansada. Flojos los laterales
(especialmente Arbeloa, un futbolista corriente), algo alocado Ramos, según su
costumbre, e irregulares los medio-centros; tampoco Xavi Hernández está en su
mejor forma, si bien nunca se sintió cómodo en el dibujo de Del Bosque.
Da la sensación de que Italia es más moderna que su Calcio
y que conserva la personalidad, pero dista mucho de ser una squadra invencible. Nunca lo necesitó
para amargarle la vida a cualquiera o para ganar un título. Pudieron vencer los
dos adversarios. La igualada no fue ni injusta ni aburrida.
Una parte maleducada del público silbó el himno azzurro.
A veces sabe uno lo que va a ocurrir
desde el primer momento. Es el caso de la final del otro día porque el Athletic
Club (el Bilbao, para los menos puristas) fue un equipo nervioso y tierno desde
que el árbitro silbó por primera vez, y su rival disfrutó de un encuentro plácido,
pese a que Cortois trabajó bastante más que su colega de "El Bocho".
El partido me recordó aquel duelo por la Champions en que el Valencia apenas le
hizo pupa al Madrid. La antítesis de la blandura de los leones fue Falcao, que
se movió en el escenario con la soltura de una prima donna. Su segundo gol fue paradigmático de lo sucedido: un
defensa del Bilbao no sabe qué hacer con la pelota; ¿alguien la quiere?,
pregona; un contrario se la toma prestada, y el obsequio le llega a Falcao que marca
un magnífico gol.
El público de San Mamés encajó el revés
con el natural careto largo, sin
ocultar que los suyos habían perdido; guardó silencio y contempló entre ausente
y respetuosa la alegría de los otros. Aquí y allá se impuso la cordura. Simeone
se condujo con elegancia en la victoria y sus muchachos también, y estuvieron
hasta cariñosos con el rival. Quizá sobraron las lágrimas de los jugadores del
Bilbao, que eran más de impotencia que de disgusto. Pero ya no hay balompié sin
esa clase de performance en la que el
jugador se traviste de hincha.
No existe la gran victoria sin el gran adversario.
Ninguno de los equipos con los que se midió el Atleti en la EL lo es. Sin
embargo, este triunfo vale más que el obtenido hace dos años contra el Fulham.
A aquel choque se llegó tras numerosos empates, resueltos por el mayor valor de
los goles fuera de casa. Esta vez hubo una completa superioridad.
Un conocido, al comprobar que yo no
rebosaba felicidad estentórea, quiso animarme: "Venga tío, no seas
estrecho, que un título es un título, aunque sea el de Miss Chinchón". Que
me perdonen los triunfalistas, pero no dejo de contemplar a través de la nueva
copa (¿será transparente?) los 44 puntos que nos sacó el Madrid en la liga o la
lucha a cara de perro con el Levante
o el Osasuna para quedar quintos.
Juanfran, un recién llegado al Atleti,
lo había expresado horas antes de probar a qué sabe la gloria europea... de segunda división: "Si no nos clasificamos
para la Champions, la temporada no habrá sido buena". Que se lo diga a los
forofos y también al club, que ha vuelto a decorar y falsificar con propaganda
su torpe y nada escrupulosa gestión. Los Gil siempre quisieron (y han logrado)
un tipo de seguidor con no más caletre que el niño del último spot. El pequeño está justificado por su
corta edad (aunque, aleccionado por la Sra. Rushmore, omite citar entre los
grandes clubes del Viejo Continente, con los que se codea en su imaginación el
Atleti, al Real Madrid y al Barça). El adulto, en cambio, no tiene disculpa.
Claro que Gil Marín y Cerezo podrían alegar que los incondicionales del club
son como niños. Amén.
Por cierto, nadie protestó por este
nuevo insulto a la inteligencia del aficionado colchonero; pero quizá el vídeo
no lo insultaba sino lo describía.
A mis amigos merengues les dije en infinidad de ocasiones que era poco realista pensar que el Barça no iba a dominar nunca. A mis conocidos del Barça les he dicho más de una vez que es poco realista pensar que las tornas se han vuelto definitivamente. A mis amigos y conocidos del Atleti les he insistido por activa y por pasiva en que... Bueno, dejémoslo. Andan con la mente en Bucarest, como los antiguos reyes de León en Babia.
El objeto del arrobo es la EL, que debería llamarse la LL (Losers League) o LC (Losers Cup). La UEFA, siguiendo las pautas de la internacional del marketing (esa cuca fábrica de somníferos), ha hallado un modo de que los habituales fracasados exulten. Es una copa a la medida de los que no tienen fuerzas para levantar un trofeo mayor. A la final de este año acuden el Athletic de Bilbao (estricto cultivador de la cantera por motivos nada santos) y el felizmente okupado Atleti de Madrid.
Y es justo reconocer que esta vez sí, esta vez los mandamases del Atleti han confeccionado una plantilla maravillosa con cuatro fantásticos jugadores y cinco o seis seleccionables por España, algún otro por Bélgica y Argentina, y lo han hecho contra todo pronóstico y con una pequeña y poco representativa parte de la afición de uñas por la venta de las figuras que conquistaron la anterior LL (perdón, EL). ¡Canallas, aquel era un equipo campeón! ¡Listillos, ya tenemos otro que vale tanto o más!
Así de injusta es la vida; te esfuerzas por agradar al seguidor, incondicional de la derrota y hasta del latrocinio (dándole más derrota y robando como nunca), y algunos dejan el abono o lo parten en trocitos, otros silban o patalean... La gente es muy rara. Menos mal que a la postre se impuso el sentido común y acaparó las injurias más recias el mercenario de mal agüero (ojalá que le partan la piernas en cuatro cachos) que se fue a perder a Manchester.
Queda probado, por consiguiente, que el mercadillo veraniego del club sirve no sólo para que los okupas se forren, sino también para colmar el apetito de triunfo de una hinchada que se sacia con un bocatín de calamares. No hay otro ejemplo de estómago tan agradecido.
Pero, por fortuna, donde dos o tres miopes y amargados únicamente ven destrozo y desmantelamiento, los centenares de miles de ojos de halcón y espíritu asertivo vislumbran una aurora permanente y hasta una guía para los años venideros.
Pues ya no importa que el equipo vuelva a hacer el ridículo en la Liga, siempre que en las postrimerías haya una copa (del material que sea) de la que presumir; incluso basta con disputar la final; y si ésta depara la victoria, magnífico y si no, mejor aún, pues el Atleti ha dado con el ungüento mágico que permite transformar el disgusto en una jornada de afirmación de las esencias. La secta del colchón tiene la patente en exclusiva.
Que la dignidad es el punto fuerte de los detractores de Gil Marín y Cerezo (los hay aunque parezca increíble) lo prueba el hecho de que los que motejan de bribones a los incomprendidos dirigentes sean los primeros en sumarse al triunfalismo, o sea, en personarse ávidos en el guateque de donde se habían marchado unos minutos antes dando un portazo porque no había gaseosa.
En otras circunstancias este duelo entre los Founding Fathers y su antigua sucursal (el Atleti brotó del mal perder del Madrid y de la bilbainada subsiguiente) sería interesante, incluso emotivo. Hoy sólo puede ser bestial, brutal, colosal, trascendental, mayúsculo, histórico, a vida o muerte, etc., pero únicamente si pierde el club de Madrid alcanzarán sus masas un paroxismo a la altura de tan gloriosa decepción.
Agradezcamos a los Gil y a Cerezo, pues es obra suya, este carrusel sentimental, lo-ló, lo- ló, lo-ló.
Nos hemos acostumbrado al turbio y estólido narcisismo de las hinchadas, que se sienten más importantes que el juego, olvidando que ningún jugador número doce ha ganado jamás un partido. Y aunque así fuera, sin los profesionales no habría espectáculo, salvo que consideremos que agitar una bufanda y proferir groserías es lo sustancial del choque y éste, un pretexto para que hierva el graderío. Pero los forofos y sus aduladores fingen creer que, antes de que existieran los frentes y los ultras, las barras bravas y los megáfonos, los campos de fútbol eran un cementerio con sus mudas lápidas, sus cipreses y sus sauces llorones y no había emoción, ni los aficionados animaban a los suyos o silbaban y abucheaban a los contrarios.
Siempre sostuve que el eterno rival del Atleti RIP (descanse en paz el Atleti, no el eterno rival) era el inventor del mal ganar y del mal perder, o que, al menos, los había perfeccionado hasta rozar el virtuosismo. Pero me equivocaba, como de costumbre. La banda de alegres botarates (sólo saben botar) que saludó la enésima derrota de su equipo favorito con atronadores vítores y berreando el himno a pleno pulmón (prestándose a la consigna demagógica del club, que conoce muy bien a su gente) demostró no ya que el deporte le importa un bledo, no ya que carece de la más mínima dignidad y decoro públicos, sino que, en el fondo, el Atleti y sus símbolos le dan igual; peor aún: prefiere que sucumba y, si es de forma aplastante, tanto mejor. Esa masa informe, sustancialmente la misma que repetía gozoso las agresiones de Gil al idioma y coreaba el inteligentísimo "Y tal y tal y tal", se ama sobre todo a sí misma (es un odio inverso, no nos engañemos), por lo cual los fracasos del equipo la nutren y engordan. Y ha elegido la peor forma de perder de todas las posibles. Pero a eso, a perder, ya no hay quien le gane. Por fin es la primera en algo, o la última, según se mire.
Nunca fui muy partidario del Simeone jugador. Demasiado tremendismo, demasiada demagogia, demasiadas bravatas. Poseía buenas cualidades, entre ellas la técnica, el despliegue y el olfato de gol, pero le sobraban esa cháchara, más irreflexiva que vil, acerca de los códigos del vestuario (que son los del hampa), la bravura como pose, la retórica de la voluntad (sangre, sudor y lágrimas). En el deporte están de más los cuchilleros, porteños o de otro pago, con incrustaciones canallas.
Ahora bien, como entrenador apunta maneras. Para empezar, se nota que manda y que manda bien: es un jefe; para proseguir, no le falta ojo clínico. ¡Ha sentado en el banquillo a Perea!, pese a que "algo tendrá cuando todos lo ponen", inapelable dictamen de los sabios nescientes que ignoran el abecé del fútbol. Ergo no sólo exige a los jugadores que metan la pierna sino que, ante todo, no metan la pata. No sé qué les habrá dado a los muertos que heredó, pero el Atleti dejó en un santiamén de parecer el equipo zombi de tantísimas temporadas bajo los Gil. Ha tranquilizado a los centrales; ha situado en la mejor posición posible a Tiago; ha inyectado una pequeña dosis de jalea real en los hasta ayer mustios y cadavéricos Filipe Luis y Juanfran; ah, y los suplentes lo adoran o, por lo menos, no lo apuñalan por la espalda.
Sin embargo, no han tardado en volver los tropiezos en la Liga, lo cual indica que el problema fundamental no era la incompetencia de Manzano, sino la dudosa valía del plantel. Es sumamente improbable que Simeone logre convertir al desfondado Turán en un fondista pletórico o a Diego, en un tipo tranquilo y cabal; también que enseñe a chutar a Adrián o a no enredarse con el cuero a Falcao, por referirnos al poker de estrellas de insuficiente estrellato del que depende la faceta atacante del conjunto del Calderón.
Las lesiones de Tiago y Diego (jugadores que, con todos sus defectos, mejoran la calidad técnica de un equipo titular bastante corriente), junto con cierta pérdida de frescura inherente a las decepciones de aquellos empates que pudieron ser victorias y a la cantidad de partidos (seamos benévolos), han frenado la evolución del Atleti del Cholo, hasta el punto de que otra vez se oyen los cánticos de sirena de la Euro League.
Llegó proclamando las excelencias de la fiereza y del contragolpe, que iban a devolver al Atleti la identidad perdida, pero el equipo debería intentar hacerlo todo bien (como en los tiempos en que la leyenda, que forjó un enemigo del club para minimizar la capacidad de aquel cuadro estupendo, le atribuía un predisposición genética al contraataque). Sin rasear la pelota no hay modo de jugar al balompié. Destierre Simeone el pelotazo y procure dominar el esférico cuando los rivales sean el Zaragoza o el Mallorca. Y el equipo no debería hacer tantas faltas. La falta, creo haberlo dicho ya en alguna parte, es un fracaso. Su coartada es el mal menor, pero muchos males menores acaban engendrando uno mayor.
Por otra parte, la identidad del club está en manos de dos conocidos emprendedores (según la terminología al uso), hijos predilectos de Madrid, quienes conservarán al actual míster mientras ellos sigan siendo invisibles. En fin, de momento el Cholo ha traído un poco de consuelo a la grada y de reciedumbre, orden y voluntad de lucha, aunque no de fútbol, al césped. Algo es algo.
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