Abrazados a la Miseria

El Blog de Severino Lorences

Sobre mi blog

Todo escritor es también el primer lector de una obra siempre destinada a otros. Nadie escribe para sí mismo. Asumiré, por tanto, la hipótesis de que estas páginas van a ser visitadas. Es mi blog, pero también el de cualquiera que lo abra. Lo titularé como mi próximo libro: “Abrazados a la miseria”.

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Va por ustedes

(La pancarta.) "Se busca rival digno para derbi; razón aquí". Es un texto que no necesita hermenéutica. Expresa el desdén del que ha pasado del temor a la suficiencia. Está escrito por un nuevo rico (el madridista es siempre un nuevo rico viejo). Pero lo interesante no es tanto lo que enuncia como lo que sobrentiende: el Atleti jamás será ese rival digno. Aquí el que busca no quiere encontrar. Su reclamo es una pose como la de Diógenes de Sinope, que caminaba por las calles de Atenas con un hacha encendida en pleno día y cuando le preguntaban. ¿Qué buscas Diógenes?, respondía: "Un hombre".

Por lo demás y objetemos lo que queramos al espíritu, es imposible rechazar la letra. Estamos de acuerdo con los redactores del salivazo merengue, sólo que nosotros hubiésemos escrito: "Se busca un rival digno para el derbi; Gil Marín y Cerezo no lo son". Una frase más larga pero más exacta.

Pero la pancarta es, ante todo, un regalo involuntario. Ahí debería engranar el cabreo de la afición colchonera, ese manso que necesita banderillas negras (en este caso, blancas).  Merece ese castigo y los que vengan por cobarde y poltrona.

En el deporte mides lo que indica el metro de tu adversario. El Atleti ha pasado de medir lo que cualquier otro club de estatura aventajada, a no dar la talla. Es un club bonsai. "El equipo increíblemente menguante", escribí hace varios años (el artículo se titulaba "El Atleti de Liliput", si no recuerdo mal). Estas palmarias verdades me depararon la ojeriza de todos los que aún coquetean con la grandeur rojiblanca. (Cuando me encuentro con un seguidor del Atleti que no se quita el adjetivo ‘grande' de la boca, pienso: otro madridista que se ha equivocado de club.)

(Mentir a través de la verdad.) Una de las formas de la pseudocrítica es resaltar el defecto menor. Al Capone asesinaba y extorsionaba, pero también evadía impuestos. ¿No hubiera sido injusto reprocharle con indignación el último delito, pese a que fue el que lo enchironó? Inestabilidad, bicefalia e impaciencia son algunas terribles lacras que padece el Atleti, según la roma crítica al uso. Pero no es cierto. El club ha sido perfectamente estabilizado en torno a la rapacidad de sus directivos, los cuales no son como un monstruo con dos cabezas enfrentadas, sino dos colegas en la minería barrenadora del club, hermanados por un propósito idéntico: vivir a lo grande de una centenaria institución deportiva. ¿Que uno saca petróleo y el otro cobalto? Cada cual según sus apetitos. Y nadie con más paciencia que ellos; el saqueo está siendo metódico; sigue una pauta, un patrón, y es implacable.

Otra de las peores formas de la inexactitud es el anacronismo en el diagnóstico. El Atlético no es un club a la deriva o en horas bajas, ni su derrota ante un segunda B colma la letrina del bochorno. Todo eso pasaba en un remoto ayer. De hecho, sus fracasos en el césped son ya calamidades mediocres. Se ha instalado en el fiasco previsto; su perfecta aclimatación a la nada deportiva abarca todos los estamentos (desde los forofos hasta el último pintamonas de la entidad); incluso su ruina parece congelada (aunque el brusco deshielo podría sobrevenir de un momento a otro). Y lo del tercer presupuesto de la liga, otra monserga, únicamente permite vislumbrar la magnitud del expolio.

(La última bala.) (Artículo inacabado hace meses que finalmente enterré en un cajón y ahora exhumo para regocijo del público.)

Siempre es útil ponerse en el lugar del otro (se recomienda hacerlo sólo durante breves instantes y con la imaginación). Si yo fuera los golfos y la situación se tornase insufrible, trataría de escudarme en Luis durante lo que resta de temporada. Aquí los senderos se bifurcan, como en el jardín del cuento de Borges. Luis podría decir no o aceptar el ofrecimiento. Lo justo, lo tempestivo, lo que pide la coyuntura, sería que Luis mandase a paseo a los okupas y se sumase al conato de rebelión que ha empezado con una entusiasta recogida de firmas y proseguido con la denuncia de las cuentas del club, las cuales muestran la ruina debida al latrocinio sistemático; pero no conviene lisonjearse con los finales felices. También podría Luis (lo considero más probable porque le gusta el juego, porque quizá le apetezca un último contrato y porque siempre fue con los que mandan, motín del Hesperia aparte) aceptar, en cuyo caso podría hacerlo sin condiciones o con algunas. Lo lógico sería que las pusiese: bien, me hago cargo del equipo lo que queda de temporada y tres más, con una cláusula de rescisión disuasoria (para evitar que os deshagáis de mí cuando la tormenta haya pasado, aunque no es una tormenta sino el diluvio universal) y exijo plenos poderes en materia deportiva; ya sabéis: controlar las altas, las bajas, la cantera, todo.

Si los golfos tuviesen instinto de supervivencia aceptarían el pararrayos, pues Aragonés es hoy la única figura colchonera indiscutible, gracias al prestigio amasado en su etapa como seleccionador nacional. ¿Y qué sería entonces de esa cantidad, ora creciente, ora menguante, de seguidores que han comprendido que sólo un horizonte plomizo de derrotas sin tasa librará al Atleti de sus parásitos ineptos y granujas? Pues volverían a sus cuarteles de invierno, que no distan mucho de los de verano, y se abriría otro compás de espera. Aunque quién sabe; quizá ya no hubiese forma de contener y sofocar las protestas. El club no tiene la menor oportunidad de salir adelante con los okupas al frente, porque si levantara algo la cabeza gracias a Luis (tampoco lo daría por descontado), Gil Marín y Cerezo volverían a las andadas, o sea: al chanchullo y al embuste, las únicas clases de negocio para las que sirven. No carecen de un plan, pero todos los que forjan son "El Golpe".

No tengo arreglo; soy un maldito iluso.

La mordaza

Qué esfuerzos hacen algunos locutores para tapar el sol con un dedo flaco y sarnoso. Así, el maño Agapito y su atezado colega de la India son los nuevos enemigos públicos número uno, e invitamos a las ciudades a que se rebelen y los expulsen de la presidencia del Zaragoza y del Racing (Dixie, to arms, to arms!), pero que nadie la emprenda con Giles y Cerezos, esos insignes benefactores, cuya delictiva y siniestra labor de zapa dura ya un cuarto de siglo. Los locutores tampoco remozan sus embustes, y le exigen al hincha rojiblanco que demuestre su amor al club mediante, por ejemplo, un donativo. El nulo éxito de la mesa petitoria los vuelve desafiantes: ¿por qué no comprasteis las acciones recientemente subastadas, eh, atléticos de boquilla? ¿Y de qué serviría hacerlo, lumbrera? El club no puede repartir dividendos (ya que se ahoga en números rojos) y las acciones adquiridas tampoco valdrían para intervenir o influir en la gestión del club. Además, finges olvidar que ya hubo una compra de acciones del Atleti por parte de simples aficionados y que la modesta cantidad recaudada, en aquel Domund indistinguible del timo de la estampita, nunca llegó a las arcas colchoneras. Tu deber era informar de su paradero, pero, claro, esas minucias no interesan al gran público merengue para el que trabajas y por el que te desvives, el cual celebra los infortunios del Atleti (que se joda, un enemigo menos), que tu atribuyes a la fatalidad o a extraños pactos con el diablo y ellos, con irónica sensatez, a la diligencia y probidad de los okupas. Los que pagan las facturas (¡sic!) han hecho tan bien su trabajo que el Atleti ha pasado de adeudar 700 millones de pesetas a deber la misma cantidad pero de euros. Mejor habría sido que las hubiesen dejado sin pagar, ¿no te parece?

Los locutores, como el pequeño granuja de la SER, regañan a los escasos aficionados que apenas levantan la voz. Los quieren amordazar. Sin embargo, las mordazas de hoy son de lo más curioso: dejan sin tapar los agujeros para la expresión de las vaciedades. Se trata de que el amordazado no enmudezca sino de que pueble el aire con atronadoras majaderías, en recto uso de la libertad de expresión. El 'lolololó', sin ir más lejos, o la adhesión a muerte al fracaso y al latrocinio, o el antimadridismo grosero y mecánico. (Incluso los lúcidos, admitámoslo, se lucen poco; prefieren llamar a Gil 'cabrón' a 'ladrón' o 'bribón', que es lo pertinente, olvidando que el insulto no es un diagnóstico y carece de propiedades descriptivas; nada permite concluir, salvo que el insultado no nos cae bien.)

El Atleti de Gil se descompone a la velocidad de un vampiro fulminado por la luz diurna. Los locutores noctívagos lo saben muy bien y, alarmados, cooperan todo lo que pueden. Se han puesto a bajar las persianas a toda prisa.

El plantillazo

La propaganda, nos dicen los propagandistas, también es información. Mienten. La propaganda desinforma, y, no contenta con ello va suplantando a la información. Es un impostor. Pero las inocentes exageraciones, embustes y tergiversaciones de la publicidad hace tiempo que saltaron de su ámbito original para extenderse por todas partes. La propaganda no es ya a estas alturas una suerte de ungüento que lo impregna todo; va por delante de las necesidades del mundo comercial; se ha emancipado de su utilidad como engrasadora del consumo. En el deporte, por ejemplo, casi todo es propaganda. Y no se trata de inducir al consumo de héroes, estrellas y victorias; se trata de producir la realidad misma; se trata de crear los héroes y las estrellas y promover ciertos resultados. Tomemos el caso del Atlético de Madrid.

La mal llamada crítica deportiva (una grey de simples forofos con patente para emborronar cualquier texto y órdenes no escritas de mentir al precio que sea) sostuvo, sostiene y sostendrá hasta el final que el Atleti es dueño y señor de una plantilla compensada, con dos jugadores de garantías por puesto. ¿Simple ignorancia? No, esta ignorancia es compuesta.

Al objetivo general de no hablar mal de nadie y exagerar el valor de lo que el espectador compra (una variante de la estafa), se superpone otro: el de seguirle el juego a los okupas del club para que nadie los perturbe en sus chanchullos. Este juego, peligroso y protodelictivo, dará con los huesos del Atleti en la nada, pero eso no arredra a los propagandistas, y resulta inútil señalar a quién beneficia la situación.

Cualquier aficionado al balompié que no se deje atontar por ese malentendido que se llama amor a los colores (y del que hablaremos otro día) entenderá que el portero cedido por el Chelsea, aún verde, está solo, pues ni Joel ni Asenjo son de confianza. Lo poco que se ha visto de Joel induce a sospechar que es pesadote de piernas y algo histérico. Asenjo por el contrario es tan liviano como irresponsable.

Ninguno de los centrales merece la titularidad. El de más nombradía, Godín, ha ofrecido hasta ahora un rendimiento muy poco acorde con su caché. Miranda no se coloca mal y tiene toque, pero carece de fortaleza y atrevimiento. Es un tímido más preocupado de no fallar que de acertar. No puede con los delanteros vigorosos y rápidos. Los laterales son flojos de cuerpo y de espíritu, aunque no tengan mala técnica. Uno de sus sustitutos (A. López) redunda en los defectos y virtudes de los titulares. Perea es un negado con borceguíes; quizá ni siquiera sea un jugador de fútbol. El medio del campo carece de personalidad o cuando la tiene no le acompañan las facultades. Mario peca de bobo; Tiago, de lento y poco ágil; Koke empieza bien, pero luego se diluye; Gabi es una mezcla de los otros tres: un poco bobo, un poco lento y tiende a diluirse.

¿Es que todo el talento del Atleti actual se concentra por delante de la pelota? Nada de lo visto hasta ahora autoriza la hipótesis. De hecho uno de los peores jugadores en lo que llevamos de campaña es el ubicuo Diego, al que los locutores se empeñan en alabar mecánicamente ("si él no aparece no pasa nada"), cuando deberían censurarlo por su obcecación y su vedetismo. No conozco un medio de enganche, mediapunta o lo que sea que suministre tantos balones a la zaga enemiga. Es una máquina de pasar mal y a destiempo. Diego no es un crack, todo lo más un jugoncillo. Se hace ver mucho; cuando da un pase parece que ha dado dos. Inconstante e irregular, a menudo se precipita; a Turán no le sobra el fuelle y se escaquea (de pronto te preguntas dónde andará y si no se habrá ido a por el periódico). El turco no es ni medio, ni extremo, ni delantero, sino una especie de hombre orquesta en miniatura, al que conviene dejar a su aire porque se orienta bien, aunque abusa del balón en corto.

Esos dos y Reyes son como futbolistas de otra época o de otro fútbol, si bien Diego y Turán pueden jugar a un toque o dos, mientras que Reyes se empecina en abusar del regate. Lo suyo no tiene arreglo. Salvio y Juanfran son secundarios de poco lujo.

En cuanto a los delanteros, Falcao remata, pero su territorio no excede el área grande. A veces le pasa lo que a Forlán, que le dan un balón y devuelve el cubo de Rubik. Adrián es listo e improvisa, pero hay algo en su físico (un punto de blandura o endeblez) que debe corregir si quiere llegar lejos. Hay jugadores que empiezan por la cabeza; es el caso de Adrián, no el de Diego, cuyo estilo es el alboroto. ¿Cuántos balones regala Adrián? ¿Dos o tres? ¿Cuántos pasa bien Diego? ¿Tres o cuatro?

En fin, si los titulares no parecen futbolistas indiscutibles, mucho menos los suplentes. No obstante, para la crítica nada crítica, Falcao es un depredador del área descomunal, Adrián recuerda poderosamente a Gárate, Gabi ha vuelto más maduro de Zaragoza, Turan y Diego son cracks indiscutibles, aunque nadie en Europa opine lo mismo, a Salvio lo adoran los seleccionadores argentinos (Yo creo que lo usan como mascota; opinarán que les da buena suerte y por eso lo sientan en el banquillo), etc.

Las goleadas del Atleti aquilatan la valía de sus hombres menos que las derrotas en Barcelona y Bilbao, pues los triunfos resonantes se han producido como consecuencia de la ausencia de adversario y de la actuación estelar de algún futbolista: los festivales rematadores de Falcao frente a guardametas memos y dos buenas noches de Adrián. Un ejemplo paradigmático lo ofreció el choque con el Udinese. Pese a los ditirambos no hubo un gran partido. Me explicaré. No compareció el rival (once rayados de negro y blanco, casi todos suplentes, y un entrenador en atuendo como para la caza de osos polares, como si Madrid fuera el Cabo Norte.) y, aunque solemos llamar 'gran partido' a la paliza que un conjunto (el nuestro) le propina a otro, si dos no juegan no hay choque ni bueno ni malo. (Es así para cualquiera que tenga el más mínimo sentido del deporte.) Pero tampoco lo hubo porque el Atleti no actuó bien ante tamaña perita en dulce. La culpa la tuvo un centro del campo inarmónico, que no interpretó adecuadamente las situaciones del juego.

De modo que la propaganda sobre lo fichado por Mendes para disfrute de un graderío cegato e iluso, que juzga posible que el Atleti pueda lozanear en el césped pese a las bribonadas de sus directivos, merece que enarquemos la ceja y arruguemos el ceño, pues, si hay volatilidad en los mercados, la del talento que adjudican los ignorantes a lo que contrata Gil Marín galopa como purasangre en hipódromo. Ese talento cotiza al alza frente a los vencidos y se hunde frente a los grandes o frente a los pequeños que no se arredran.

La propaganda busca la resignación eufórica del hincha del Atleti. Y si nada de cuanto ella sostiene es confirmado después por la competición, apela al carácter íntimo del club, un jorobadito gafe a quien el infortunio suele subírsele a la chepa. Los ideólogos son cada vez más burdos. Señal de que pueden permitírselo.

Aquest any tampoc

 

Los gacetilleros ilusos quieren sacarse y sacarnos el partido del Barça de la cabeza, lo allí visto y constatado, y seguir como si tal cosa. Según ellos, el partido del Camp Nou no vale para sacar conclusiones sobre el valor de la plantilla del Atleti porque el Barça es el mejor equipo del mundo y le hubiese ganado a cualquiera. Estoy de acuerdo en una cosa: el Atleti es un equipo cualquiera.

También observan que los demás conjuntos suelen amilanarse, encogerse, cuando visitan a los culés. Sobre lo mucho que impone jugar contra el mejor equipo del mundo hay precedentes ilustres dentro de la casa. La anécdota que voy a referir (y me contó Bernardo Salazar) sonará a fabulilla con moraleja, pero tiene el pequeño mérito de haber sucedido. El por entonces mejor equipo del mundo disputaba la final de Copa en su estadio frente al Atlético de Madrid. Venía de encajarle siete goles al Eintracht de Frankfurt en la final de la Copa de Europa, y ocho al Athletic de Bilbao, en la semifinal de la Copa. Nada más comenzar el partido, Puskas (ariete del mejor equipo del mundo), botó un córner y...gol olímpico (entonces no se llamaba así) y, por ende, psicológico (tampoco reparaban los cronistas de la época en el tremebundo e insuperable hándicap que entraña encajar un gol en el primer minuto del choque). Un señor y perfecto caballero, amante del juego limpio y defensor de la justicia (el madridista medio según Florentino Pérez) expectoró audaz: "Y a estos hijos de tal les vamos a meter nueve". A lo mejor era el progenitor de Boluda o su tío. Luego, los hijos de tal reivindicaron el buen nombre de su madre, resistieron los embates del mejor equipo del mundo y ganaron por 3-1. Fin de la historia.

¿Y por qué insisten los gacetilleros en que lo sucedido la otra noche en Barcelona no sucedió o daba igual que sucediera? ¿Acaso temen que se venga abajo el nuevo proyecto de Gil Marín, junto con el tinglado de mentiras con el que apuntalan los fracasos del Atleti, gracias al cual los okupas arañan un tiempo extra para sus nada honestos propósitos?

A mí, después de contemplar la masacre, tan espectador como los jugadores del Atleti, se me ocurren más preguntas.

¿Tiene derecho el Barça a presumir de su triunfo contra un rival tan flojo? A uno, no sé al lector de estas líneas, no le gustó demasiado el Barça, que jugó andando (sólo corrió de verdad cuando perdía la pelota) ante un adversario inmóvil, paralítico, ¡aunque llevaba un mes más de preparación! (nanodetalle que ha escapado a la sagacidad de los cronistas).

¿Habría que suprimir del calendario estos partidos pertenecientes a la liga del Barça pero no del Atleti? (El propio mister rojiblanco pidió al término del partido que la próxima vez dejaran medirse a sus hombres con los juveniles blaugranas.)

¿Tiene derecho el equipo colchonero a sentirse un grande del fútbol español? Yo sostengo que no. El calificativo ‘grande', que con tanto desparpajo sustantivan los gacetilleros, le viene grande al Atleti. Yo creo que le dejan llamarse así a condición de que no lo sea, y lo hacen para que, detrás del pequeño ego de los hinchas del Calderón, inflado como palomita de maíz, puedan esconderse confortablemente los okupas.

¿Abusa el Barça de su poder? Sí, del poder de una cantera bien trabajada, cuidada, mimada, con unos ojeadores cabales y unos preparadores espléndidos. Es el poder de las cosas bien hechas. El Barça gasta mucho dinero en jugadores y les paga un magnífico salario, pero los mejores le han salido gratis y en su primera plantilla hay diez o doce canteranos que forman la columna vertebral de las diversas selecciones de nuestro país.

¿Fue este último varapalo una derrota especial? Todo indica que se trató de una de tantas y que las venideras se dan por descontadas, pues para el Atleti se está convirtiendo en una costumbre caer por paliza en el Camp Nou. Además, el público del Calderón asume las derrotas con indiferencia, incluso con algo peor: una especie de amnesia coral, patente en los groseros y estultos cánticos de sus forofos. Así, el equipo pudo comprobar, a su regreso de la exitosa gira por Cataluña y Francia, que la adhesión de sus incondicionales no había disminuido un átomo. (La pequeña rabia de la chusma se cebó en el cadáver de Puerta, otro honor póstumo rendido al malogrado futbolista; hay gente que no puede insultar, porque ella misma es un insulto, y, cuando lo intenta, únicamente le sale un elogio del revés; pero claro, cae mal el Sevilla porque el Atleti no suele ganarle.)

¿Y a qué aspira el club de Gil Marín? Con suerte, a ser uno de los comparsas de la Champions de la temporada 2012-2013, pues su máxima ambición (que los modorros denominan ‘sueño') consiste en clasificarse tercero o cuarto, al objeto de recaudar un poco de parné con el que alimentar el bonus que se auto-adjudica Gil Marín y, tal vez, volver a participar un año más tarde en la gloriosa Euro League.

Los gacetilleros no van a tolerar que nadie les chafe el triunfalismo extraño, turbio y necio, pues se ejerce en nombre (y a costa) de un perdedor contumaz, el Atleti. Me recuerdan al comandante de aquel avión en la película de Kubric, "Teléfono rojo; volamos hacia Moscú", el cual caía abrazado a una bomba atómica dando jubilosos gritos y agitando el sombrero tejano como cowvoy en rodeo. "Este equipo engrandecerá la historia del club", ha predicho el torpe clown que tiene como presidente el Atlético de Madrid". No es un pronóstico; es un maullido. ¡Miau!

 

Campeonato mundial de la cara dura (2)

No hay forma de averiguar lo que ocurre porque la actualidad se compone casi exclusivamente de un ruido ensordecedor. Por ejemplo, Gil Marín ha mandado decir que el Atleti posee todos los derechos sobre los jugadores que compra !con el dinero de inversores extraños al club!, los cuales sólo percibirían un beneficio si el Atleti los vendiese. Conclusión: el Atleti ha de venderlos por fuerza o pagar un canon por su uso y disfrute; de lo contrario estaría estafando a los que aflojan la pasta, que no tardarían en ponerle una denuncia. De modo que en esa posesión de todos los derechos se echa de menos el elemental de quedarse con el futbolista sin cargas ni obligaciones de ningún tipo. Esta falta de lógica tiene un nombre: 'desvergüenza'. Simultáneamente, Gil Marín explica que no ha recurrido a un fondo de inversión para adquirir a Falcao, pero que podría hacerlo en cualquier momento (¡sic!); como pocos equipos compran al contado, es posible, aunque yo no podría la mano en el fuego, que el Atleti haya abonado una cantidad por el pase de Falcao, la primera cuota; los extraños inversores se harían cargo de las siguientes. En los buenos tiempos, cuando papá insultaba, mentía y robaba a placer, a la par que botaba el Calderón (era el voto nazi que emiten las botas), había suplentes contratados a precio de gran figura e inmigrantes abducidos mientras bregaban en la patera o esperaban su turno en la cola del paro. (Después los disfrazaban de futbolistas para endosarle la factura de su adquisición, ¡y qué factura!, al Atleti.) Ahora se trata de la cría y engorde de futuras estrellas. Los cochinillos permanecen en la granja un tiempo y después vienen unos camiones y se los llevan. Qué más da. Al fin y al cabo hay vaivén de rostros y nombres, que es lo que mola. El colombiano le habría costado al Atleti lo mismo que Agüero al Manchester City, aunque, según ciertas informaciones, no se sabe dónde ha ido o irá a parar el 25% del importe (desde luego no a las arcas del Oporto, que pagó cinco kilos por el crack hace dos años y se embosla ahora unos 35). Falcao trae vitola de fabuloso goleador en el que no se ha fijado ningún conjunto importante. ¡Qué miopía!

Un porcentaje abrumador de la hinchada del Manzanares proclama su derecho fundamental a vivir en Babia (región de clima ideal y paisajes muy bonitos), y mata el tiempo ponderando las características del nuevo proyecto-trampa, como si fuera posible abstraerse del cenagal de las comisiones y demás chanchullos, que desnaturaliza al club. Claro que no pocos de sus miembros son perfectamente capaces de cantar con entusiasmo el "Agüero muérete", y callarse o limitarse a rezongar ante las tropelías de los okupas. Con semejante conducta, la hinchada del Atleti deviene en el avalista moral de la ruina económica y deportiva del equipo al que finge seguir. Siempre dispuesta a cambiar primogenituras por lentejas podridas, no hay afición más fiel a la derrota, más cómplice de la demagogia ni más adicta a la mentira. Y no es que los troleros y los golfos le pongan siempre ante las fauces un tenderete con golosinas venenosas para que ella, eterna niña de corta edad, los devore y se intoxique; a veces no se lo ponen, y entonces se enfurruña, pues añora el fraude, como los fumadores el pitillo en el curro. El fan colchonero, que hoy ruge ¡Tigre!, ¡Tigre!, como ayer ¡Kun!, ¡Kun!,  recuerda a un diabético empeñado en engullir todos los días una bandeja de pasteles. Ya se sabe: a nadie le amarga un dulce. Ilusión, tesoro vil, con Gil.

Y con Cerezo. En una de sus últimas comparecencias televisivas, el okupa número dos del Atleti y botarate mayor del reino sostuvo que la ilusión es independiente de lo que sucede, funciona sin contacto con la experiencia y le pertenece al seguidor atlético como un rasgo fundamental de su carácter. Hay ilusión cuando viene Agüero, pero también (exactamente la misma) cuando se va. Hay ilusión cuando debuta Torres, pero también cuando se marcha al Liverpool. Las victorias, escasas y ruines, no la ceban; los fracasos, abundantes y fastuosos, no la merman. La ilusión que propugna Cerezo es la de los ilusos. Éstos se engañan siempre, pero son inasequibles al desengaño. Cualquier racha de derrotas debería servir (así es, de hecho) para fidelizar al cliente rojiblanco, al que justifica su amor fou. Su fe es la fe en la pasión que se lleva como una cruz; será, por tanto, la pasión según San Mateo.

Una grada pelele se sentirá orgullosa de las gestas de los ex jugadores rojiblancos en otros clubes y tolerará la inaudita avilantez de celebrar el aniversario de la conquista de la Euro League, guateque concebido por los brillantes ideólogos de la institución para tapar el fiasco de la última temporada. Los dirigentes del Atleti son unos meros granujas con una veta sádica y sin ningún sentido del ridículo, y la afición se encoge de hombros. Puede haber realidades espléndidas por fuera y miserables por dentro, o al revés. Aquí todo es miserable: lo que hay encima de la alfombra y lo que hay debajo, junto con la misma alfombra. Pero admitirlo interrumpe el amor fou e insta a trabajar, y el deporte, para quien lo contempla, es vacación. Holguemos pues.

Campeonato mundial de la cara dura (I)
Dos notas sobre el caso Agüero.) 1ª).- La culpa exclusiva de todo cuanto ha sucedido es de Gil Marín, que, además de bribón e hipócrita, nunca anduvo sobrado de coraje. Sus tejemanejes con los representantes y los futbolistas y su tendencia a esconderse hasta detrás de los niños han dejado a Agüero el trabajo sucio de quedar como una persona egocéntrica, caprichosa e infantil, paripé por el que le han pagado su peso en oro, todo hay que decirlo; el papel de villano absoluto se lo han adjudicado los ultras (el pueblo jamás es inocente), que de esa forma han podido dar rienda suelta a lo único que les pone de verdad: el fácil odio de la palabra gruesa, que es el odio automático, histérico y sin luces de los impotentes bocazas en el último estadio de la resignación; no son lobos sino ovejas rabiosas. Y si Agüero no ha acabado en el Madrid (¡menudo éxito, eh!) o en el Barça es porque, al parecer, no convencía ni a Mourinho ni a Guardiola, que prefieren delanteros más laburantes.

 

2ª).- Me importa un bledo que el "Kun" no se sienta del Atleti y que Torres no se sienta de otro equipo. Lo decisivo es que ninguno de los dos actúa aquí. En realidad esta idiotez de mezclar el hincha y el profesional es otra desgracia del balompié que sufrimos. En la época anterior a los besaescudos (¡la hubo; doy fe!) el aficionado era poco agradecido, pero no exigía a los jugadores que saludaran a la grada, ni que multiplicaran las carantoñas a los colores, ni los arrumacos a los hinchas. Yo pago, miro, animo (si me peta y te lo mereces) y hago oír mi opinión; tú entrenas y juegas lo mejor que sabes y puedes. Estamos en paz. Pero hoy los astros, según los forofos, o están en deuda con el club (o sea, con los forofos) o el club está en deuda con ellos y hay que tributarles culto de latría y sacarlos en procesión.

Por si fuera poco, desde hace bastante tiempo predomina entre los ideólogos la torticera tesis de la felicidad. ¡Ay, es que no le dejan jugar a fulano donde él quiere y el pobre está contrito! ¡Jopé que injusto es el mundo! En realidad, se trata de favorecer a los clubes poderosos arrebatando a los medianos y pequeños los deportistas de valor. El presupuesto de la taimada argucia es: el futbolista debe ser dichoso. Nada más falso. Lo que debe es jugar donde tiene contrato. Gana mucha pasta el futbolista de élite y nadie le obliga a firmar. Pero en el caso de Agüero, es el club el que ha organizado su salida porque a los Giles nunca les interesó la permanencia de los buenos jugadores en su plantel. (El Atleti de los okupas es como un quiosco de periódicos donde bajo mano se vendiese marihuana. El negocio sería la hierba, no la información.)

El legado de Agüero es diáfano: un puñado de partidos estupendos y cien goles, muchos de ellos excelentes, algunos memorables, pero sobre todo la evidencia de que no existe el club; es una irrisoria ficción.

(Fintas de fantasmas.) Para algunos seguidores del Atleti el balonmano es un miembro amputado que todavía duele. Ahora se anuncia con la trompetería habitual que el club recupera esa especialidad deportiva. Es un nuevo embuste, pura propaganda. Los okupas van al rebufo del Ciudad Real (equipo campeón que armó el exiliado Juan de Dios Román), para sorber prestigio a bajo coste. Se trata de una operación de imagen con aire de broma de mal gusto, pues hace un par de años, Cecilio Alonso, Lorenzo Rico y Paco Parrilla quisieron resucitar la sección con un plan modesto y hacedero, y les dieron con la puerta en las narices. En aquel Gaudeamus, donde acudieron los tres ases a explicar su proyecto (perdón por utilizar una palabra que han envilecido los okupas), uno de los asistentes aseguró poseer los derechos del balonmano colchonero, cedidos generosamente por Jesús Gil, quien había desahuciado a un moribundo para que nadie le imputara el fiambre. ¿Qué va a ocurrir con esos derechos?

 

La jeta del gestor
De la faramalla de embustes y medias mentiras, desahogos, estupideces y cinismos que despacha Gil Marín en la página web del Atleti, hay un apunte sobre lo que él denomina "modelo deportivo" que rezumaría franqueza, si ello fuera posible en un tipo que ha hecho de la doblez y el disimulo su divisa.   

 

Según el okupa mayor del reino, la primera plantilla del club debe estar basada: (1) en la promoción de los jugadores formados en la cantera; (2), en la contratación de jugadores jóvenes con proyección que quieran desarrollarse y crecer en la entidad "sin que tenga necesariamente que ser su última estación". (Hay todavía un tercer punto que es irrelevante para lo que se ventila aquí.) Bajo el primer epígrafe del programa máximo de Gil (toda una declaración de intenciones que no de principios), caen jugadores como Raúl, Torres y De Gea y bajo el segundo, Agüero. En Román paladino: un Atleti terminal no puede ser la estación término de ningún futbolista con clase, se críe en el club o venga de fuera tierno y con hambre de victoria. Que no diga, pues, el aficionado del Manzanares que nadie se lo advirtió; que no se sienta luego confuso o perplejo cuando la temporada termine con otro fiasco; que medite bien la estafa de la que está siendo víctima; es el propio detentador de la mayoría accionarial del Atleti quien declara sin tapujos sus propósitos, que no son de enmienda precisamente.

En efecto, esta línea de actuación tampoco constituye una novedad, y ya un servidor denunció hace más de una década que el Atleti , gracias a los Gil, se había convertido en la cantera de otros equipos y en el trampolín de jugadores que hacían su bachillerato en el club para después cursar la carrera y el doctorado en otro lugar.

Sin embargo, la cosa no acaba aquí. Achacar la situación del Atleti a la mala gestión de sus directivos es una grave inexactitud que induce al error. No es la indudable, palmaria y escandalosa torpeza de los dirigentes (y sus mandos intermedios) la que ha abocado al Atleti a una ruina económica y a un fracaso deportivo endémicos; no, el desastre obedece a un plan para vivir de la entidad saqueándola a placer. Ese plan no ha sido abandonado; al revés: continúa sin que los autores hayan modificado una sola coma de su letra y de su absoluta falta de espíritu. De ahí que en boca de Gil Marín palabras como 'modelo' o 'proyecto' carezcan de significado o lo tengan infame y temible.

Además, olvidar los delitos, dejar que prescriban en nuestro ánimo, es malo para la sociedad en su conjunto, ya que fomenta la contumacia de los delincuentes y les invita a reincidir. 

Todas las maniobras de Gil Marín son evasivas: se trata de que sus chanchullos destructores pasen, en el peor de los casos, por un defecto menor de la organización, por una falla insignificante de la estructura (que subsanarán pronto los diligentes maestros de obras). Las derrotas, cuya causa principal es la absoluta falta de una política deportiva, sólo serán, por tanto, el amargo fruto de la mala suerte, aunque la tesis oficial es que no hay nada que rascar en una competición que castiga a las Sociedades Anónimas Deportivas. No obstante, el Atleti, bajo los Gil, ha pasado de codearse con el Madrid y el Barcelona a recibir codazos del Villarreal, del Sevilla o del Valencia. Sus pares son hoy el Bilbao, el Español, etc.

Ignominia eres tú

El director de un inmundo papel deportivo de Madrid analiza lo que le ha pasado al River Plate (equipo con el que simpatizan muchos merengues de la vieja generación porque allí se formó Di Stéfano) y titula su modesto aporte al esclarecimiento de los hechos: "La corrupción lo puede todo". No se puede tener más cara. Él y su periódico toleran la galopante corrupción del Atleti (ahí están los graves delitos sentenciados por la Justicia), y jalean y protegen a sus artífices, pero denuncian la del River, que acontece a 6.000 millas náuticas del Foro y sobre la que, empero, parecen estar muy bien informados. A lo mejor podríamos pedirle a Olé que haga el trabajo que no quieren hacer As, Marca o Mundo Deportivo. Tú hablas de lo mío y yo hablo de lo tuyo...

(Desfondamiento y microcefalia.) En el Atleti no es posible tocar fondo; cree uno haber visto lo peor, pero se equivoca; lo peor está por llegar, acude incesante; es un tren sin frenos y sin maquinista del que percibimos la locomotora y acaso lo primeros vagones pero no los del medio o los últimos, que se ocultan tras la niebla del porvenir, y el interminable convoy no acaba de pasar. Ahora hemos visto lo fácil que resulta convertir una estrella de cuando el doblete en un lastimoso neolector tartaja, mientras Cerezo no habla pero por los codos, con desatada locuacidad. (Las insensateces y barbaridades de Cerezo evocan las viñetas de los tebeos en las que aparecía un personaje con un embudo en la cabeza y una camisa de fuerza, el cual sacaba la lengua por una esquina de la boca, pero tienen la virtud de arrojar luz sobre lo que ocurre en el Atleti; lo hemos dicho antes: no hay mala gestión porque no hay gestión; todo se reduce a administrar un garito con apariencia de club de fútbol, y este vacío no puede ser explicado por un presidente afásico que nada preside.)

Ahora bien, ha prosperado la majadería de la bicefalia como explicación de los males rojiblancos. Se trata de una hipótesis absolutamente descartable por el sentido común (como la del funesto villarato), pero el tonto que la ideó (una mera forma de hablar) la repite incansable, muy orgulloso de haber encontrado por azar el vocablo entre las telarañas de su cerebro de mosquito. Pues bien, el mismo tonto inútil trata de volverse útil mediante la recomendación de que el okupa número uno venda a Agüero al Madrid. Florentino es un buen chico, generoso, caballeresco y tal, que compensará al Atleti y no herirá la sensibilidad de los aficionados colchoneros, etc. El muy imbécil afirma que Gil Marín tiene miedo de la reacción de la gente, pero lo anima a que arrostre el remoto peligro de que estalle la indignación popular con el argumento de que, de cualquier forma, los hinchas rojiblancos nunca le perdonarán... ¿los embustes?, ¿las bribonadas?, ¿los fracasos? ¡No, la bicefalia!  Dicho sea al margen: es increíble que tengan que ser los deficientes redactores filo-colchoneros de la prensa antideportiva los que preconicen el traspaso de Agüero al club de Chamartín. Y si pensáis que no se puede caer más bajo, no lo dudéis: ellos hallarán el modo de superarse.

Bandidos y desbandadas

I.- (La cucaracha.)

"Quizá no hemos sabido explicarle a Agüero qué significa irse al Madrid". Al margen del cariño que le profesemos a Torres, esa frase oscila entre la cursilada y el embuste piadosillo. Que le digan a Agüero: ¿Che qué te parecería jugar en Racing? (Racing, para quien no lo sepa o no caiga es el otro equipo de Avellaneda, el "archienemigo" de Independiente.) Agüero sabe muy bien lo que significa irse al Madrid: cambiar una camiseta perdedora por otra ganadora, y no le importa dejar al Atleti en la estacada porque a muy pocos atléticos les importa que su club se arrastre sobre el bajo vientre. De modo que Agüero no abandona el Independiente por el Racing, ni el Barça para fichar por el Madrid (como hizo Figo), sino que cambia una sombra o broma de club por otro poderoso y pujante. Y lo que ha percibido Agüero en todos estos años de militancia colchonera (en los que también ofició de forofo, sin que nadie lo azuzara; una vez dijo: "¿Ha perdido el Madrid? Que se joda."), es que Gil Marín y Cerezo no quieren un Atleti competitivo y, lo que es peor, la fiel hinchada, tampoco. Convicta de su superioridad moral -que sospechosamente nadie pone en duda-, superioridad que sólo brilla más que el sol cuando el equipo pierde, el vicio no tan secreto de la hinchada consiste en preferir la derrota. Agüero no quiere ni puede adherirse a la derrota porque no tiene ninguna falsa superioridad que preservar. Él ambiciona disputar los grandes trofeos, no verlos por televisión. Él pretende llegar a mayo vivo y con aspiraciones, y no pasarse los lunes al sol desde enero. (Al sol o al relente de la noche, para gozo de chinos, indonesios y malayos.)

Y difícilmente puede haber "traición" o "defección" en el hecho de que la única estrella del Atleti se pase al Madrid, como cuando Hugo "chaqueteó" (nunca usaremos suficientes comillas o itálicas para referirnos a estas cuestiones), porque el Atleti y el Madrid no están en el mismo plano. Tampoco lo estaban ya cuando Hugo, pero aquella suave cuesta abajo rojiblanca se antoja, con el discurrir del tiempo, una cumbre virgen frente a la sima de hoy. (La amarga paradoja es que mientras el Madrid -probablemente el segundo mejor equipo del Viejo Continente y con ambiciones de desbancar al Barça- puede mejorar con Agüero, al Atleti no le sirve el Kun ni para quedar por encima del Bilbao.)

Pero muchos seguidores rojiblancos han vuelto a picar y disparan con posta gruesa contra el 10 del Atleti, el cual se acostó ídolo y se levantó inmundo insecto arrastrante, una metamorfosis que no hubiese imaginado ni el propio Kafka. (El colmo lo constituyen esas almas bellas que le vaticinan retortijones de conciencia y un indeleble estigma de Judas, cuando no leen en las rayas de su mano una inminente fractura de tibia y peroné.)

Tan infalibles en su aborrecimiento como la proverbial escopeta de feria, los hinchas auxilian a los okupas, quienes están deseando que el Madrid compre a Agüero porque han constatado que, si éste cruza la calle, los forofos transferirán su impotente rabia al futbolista y se olvidarán de los auténticos tejedores de la maraña en la que está atrapado el Atleti. (El caso de Raúl ya fue muy ilustrativo; jamás el aborrecimiento recayó en quienes se lo regalaron al Madrid, sino que lo recibió compacto, en masa, el propio deportista, cuya carrera ha ido desde entonces de tumbo en tumbo, como nadie ignora, incapaz el niño que quería ser Marina de levantar cabeza y hacerse un nombre en esto del balompié.)

Que se vaya Agüero es una contrariedad que induce en los seguidores del Atleti una suave melancolía (¡ay!), pero que se mude al Bernabéu es una desgracia ciclópea, una calamidad incalculable, que nos deja transidos de furor. A un atlético de corazón yo le pido cabeza, pero es inútil; no sabemos ni cabrearnos.

 

II.- Parada de famosos

Creo haber escrito que lo único respetable de una opinión es la mandíbula del que la profiere. Y si nos decepciona Torres por sus quites a los destructivos okupas y recelamos que se esté trabajando el regreso, para cuando decida honrar al Atleti con su vejez, ¿qué pensar de toda esa banda de celebridades que han obsequiado en las últimas fechas a la opinión pública con su catálogo de jeremiadas, estupideces y cinismos? Así, Juan Luis Cano lloriquea: "Papa, por qué me hiciste del Atleti", y esboza quejumbrosos reproches, más que críticas, y ello no sin disculparse. Como intuye que algo de lo que puede decir quizá arrugue el entrecejo de los okupas, se justifica: "He dado tantas veces la cara por este club". Tú qué vas a dar. Tú te has relacionado con los okupas durante infinito tiempo, y ahora has decidido o comprendido, más vale tarde que nunca, que ya no te pueden pedir (o quizá dar) más, y por eso te alejas del coro oficial de patrañas y gansadas del que fuiste voz notoria. Afirma el señor Cano que se va porque está harto de "las milongas" del club. ¿¡Milongas los embustes, las golfadas, las tomaduras de pelo, las estafas, los enjuagues, los delitos!? Al parecer lo que más incomoda al señor Cano es esa pequeña diferencia entre lo prometido en julio y lo otorgado en septiembre. Pero también es un penetrante analista: "Luego llegó el declive ¿Cuándo empezó? Creo que todos los atléticos, e incluso quienes no lo son, lo saben". O sea, a buen entendedor... ¡Caramba! very polite el nene y de los rápidos en percatarse de los problemas. Los que no son del Atleti por supuesto que se han enterado y desde el primer día, pero muchos de los que lo son aún viven de espaldas a la realidad porque hay aficionados conspicuos como éste que se atienen al mandamiento no mentarás el nombre de los chorizos en vano y que han estrechado ad nauseam la sucia diestra de los bribones. A la pregunta "¿Cuándo empezó?" se responde con un nombre: "Cuando vino Gil", pedazo de gallina clueca. "Por cierto, es triste también comprobar que el Kun lo bueno de verdad sólo lo tiene en los pies. Le doy las gracias por estos años y que le vaya bien. O mal, que el destino casi siempre es caprichoso".  Hay que meterse un poco con Agüero, que es lo facilón y lo cobarde; nada más descansado que remar a favor de la corriente.

Pero en seguida llega y hace bueno al señor Cano el director de cine Díaz Yanes, quien para revestir su declaración de colchonerío trascendental, se pone la camiseta a rayas. Él tampoco es "sospechoso". He aquí su perla: "De cinco años a esta parte no se han hecho bien las cosas" (¡sic!). ¡Hombre!, robaron un club y se bajó a Segunda, por citar dos nonadas ocurridas fuera del último lustro.

No obstante, como los récords están para ser batidos, pronto supera tan prometedoras marcas Pancho Varona: "Yo siempre digo que cuando más feliz me hace el Atlético es en julio y agosto". Debe de ser que el tinto de verano se le sube a la cabeza no bien huele la gaseosa. "A mí la directiva siempre me ha tratado muy bien, me encargaron el himno junto a Sabina y les estoy agradecido (es innecesario que lo jures). Quizá existe un cansancio de ellos con la gente y de la gente con ellos. La solución podría ser un cambio (¡sic!). Los directivos actuales podrían marcharse y lo harían por la puerta grande" (¡sic!). Un párrafo digno de la más selecta antología de la memez, que estalla de ridículo cuando se piensa que no hay puerta lo bastante grande para que salgan del club los okupas junto con su ingente botín.

"No entiendo cómo los dirigentes no se han cansado (para este cansino todo se reduce a una cuestión de fatiga) y se han ido. Son muchas cosas las que tienen que aguantar. Deben de estar exhaustos de que cada día los pongan a parir constantemente". ¡Oh sí, están hundidos en la miseria, profundas arrugas les cruzan la frente; no tienen fuerzas ni para acariciar las cabezas de sus perros; sólo ánimos y dedos para contar billetes.

"Quién no aspira a jugar en el Madrid o en el Barcelona. En ese aspecto tenemos que aceptar que somos el tercero detrás de ellos" (¡sic!). Ya te gustaría para un día de fiesta que el Atleti fuese el tercero de algo, mamarracho. "En calidad (¡sic!) y cantidad de seguidores somos mejores que Villarreal, Sevilla o Valencia".  Completamente de acuerdo: entre la afición rojiblanca abundan los gilipánfilos de calidad extra.

Pero a este concurso por ver quién expectora la mayor idiotez y camufla mejor un esqueleto con la ayuda de un harapo, no tarda en apuntarse el próximo director del Instituto Cervantes de Nueva York, si no lo evita el sentido común, el periodista Javier Rioyo. "Para mí el Atleti es un equipo que siempre intenta ir hacia arriba. No es un equipo predestinado a la derrota, pero a veces no sé muy bien lo que le pasa (¡sic!). Casi siempre monta un buen equipo (¡sic!), con buenas individualidades (¡sic!) y luego no termina de funcionar. La culpa entera tampoco se puede achacar al entrenador ni a la directiva (¡sic!). Da la sensación de que le persigue un espíritu, algo muy superior (¡sic!). O sea, no está predestinado, pero está predestinado.

"Económicamente, se invierte (¡sic!) muy mal (¡sic!), pero hay algo que hace pensar que ni moviendo las piezas de otra manera las cosas serían distintas (¡sic!). Por ejemplo, ¿por qué se ha contratado a Manzano?"

Porque lo decidió así el fantasma de la Ópera, que le ha tomado gusto a las travesuras a costa del Atleti; es él quien contrata a los entrenadores y a las buenas individualidades y conjunta los buenos equipos, que, empero, no terminan de funcionar. ¿Alguien le ha hecho un examen psíquico a este pájaro de cuenta? ¿Vamos a pagar con nuestros impuestos el salario de semejante fumao?

"Soy amigo de Cerezo (¡acabáramos!), y le canto la gallina (cacareas bastante mal), pero una cosa que he notado es que tiene menos poder del que debería (¡sic!). No soy partidario de este renovado (¡sic!) gilismo, aunque el hijo no sea el padre (...) Es lógico que la afición se rebele" (¡sic!). ¡Ah!, ¿pero se ha rebelado? No tenía la menor noticia. Por último, "el club está en la senda de la mediocridad".  ‘Mediocridad' funciona, en el particular diccionario de este sujetillo, como sinónimo de la nada o de la muerte. El Atleti va camino del camposanto, ruta atravesada por la senda de los sicofantes calumniadores de su situación y lameculos de los okupas. (Por ejemplo, el solista de Nacha Pop hace una aberrante defensa de Gil Marín; lo conoce muy bien y le consta que es trigo limpio.)

En fin, el líder del conjunto "El Canto del Loco" se abre sin más y no juzga para no ser juzgado; y el portero del Ciudad Real, Hombrados, cree que no se persevera en una línea lo bastante, que falta paciencia. Llevan un cuarto de siglo saqueando el club con toda meticulosidad, sin apartarse de esta línea un milímetro, y al bueno de Hombrados le parecen pocos años y zigzagueantes. ¡Y eso que él presenció en primea fila cómo liquidaban el balonmano del Atleti!

El secreto a voces es que los fatales (que no fatalistas) famosos venden a los ciegos cupones de resignación. Son gente de la pomada, con miles de amigos a los que no conviene perturbar o molestar. Están a bien con las autoridades; se deben a un público o a unas empresas cómplices de Gil y Cerezo, que han colaborado de mil maneras con ellos; de ahí que su discrepancia, si la hay, se limite a un ¡jolín!, murmurado a regañadientes. Usan su faceta de rojiblancos conocidos para hacer relaciones públicas y amasar popularidad;  pero su olfato les dice que el final de los okupas y acaso también el del club se aproximan, y algunos de ellos no quieren perder la oportunidad de disentir ma non tropo, al objeto de que nadie ose imputarles complicidad en el derribo y de adelantar a los distraídos en la siguiente cola, pues ya lo advirtió Jesús de Nazaret: "Los últimos serán los primeros". La salud tampoco vendrá de aquí.

De mercenarios y traidores

La cuadratura del círculo que está intentando el bribón número uno del Atlético de Madrid es patética; quiere vender a Agüero, pero sin que nadie se lo pueda reprochar; quiere actuar sin que se le pueda atribuir la acción (cien de cada cien veces sus actos son meras fechorías); quiere para sí el estatuto de invisible fantasma que, no obstante, habita entre nosotros haciendo y deshaciendo a voluntad. Habla de un pacto de no agresión entre su club y el Real Madrid. ¿A qué agresión se refiere? ¿Podría el Atlético agredir al Madrid? Qué pacto es ese entre el dueño del barrio y sus secuaces, esbirros y matones, por un lado, y por otro el inquilino de una cochambrosa frutería, que encima vende un género podrido? No hay ningún acuerdo ínter pares detrás de la protección que el madridismo (con los medios de comunicación a la cabeza) dispensa a los okupas del Atleti. Y no lo hay porque sería superfluo. Parte de la tranquilidad con la que el Madrid ha vivido en la última época se debe a la inoperancia del Atleti, que nunca fue el rival más poderoso de los merengues, pero sí el más incómodo, por ser el de casa. (La fuerza de un club está en la ciudad donde reside, no en el Extremo Oriente.)

Pues bien, se trata de que este cero a la izquierda que es el Atlético de Madrid bajo Gil y Cerezo continúe en la inopia por muchos años y todos lo veamos con salud. Sanz, Calderón y Florentino Pérez, los tres últimos presidentes del Real, comprendieron muy pronto que Gil era un espontáneo tonto útil de la causa merengue. Su hijo y Cerezo han proseguido la tradición familiar. Mientras ellos se enriquecen a costa del Atleti, el lobby blanco les deja hacer complacido. Pero claro, ahora está de por medio Agüero, palabras mayores. Ahora hay algo que posee el Atleti y desea el Madrid. Y los imbéciles del pacto de caballeros y demás zarandajas advierten: ¡huy!, ¡huy!, ¡huy!, que vamos a la guerra. ¿A qué guerra? El Atleti de Gil Marín y Cerezo no tiene ni media bofetada; peor aún: es una sección del Madrid. Naturalmente el procedimiento para eludir las responsabilidades será cargar contra el jugador: ¡mercenario!, ¡traidor!, etc. El único mercenario traidor es Gil Marín, que ha venido al Atleti para destruirlo con sus turbios negocios, su falta de escrúpulos y su incompetencia radical.

El bribón número dos acuñó en su día un aforismo en detrimento del club que preside: "Los jugadores juegan donde quieren". ¿Y por qué no quieren jugar en el Atleti? Ah, misterio.

La marcha de Agüero (acabe o no en la acera de enfrente) le hace a la entidad colchonera un gran daño, qué duda cabe, pero de mucha menor cuantía que el que le infligen una temporada tras otra Gil Marín y Cerezo. Por tanto, recomiendo a la hinchada de la fidelidad perruna y la ceguera de topo que recoja todos los salivazos, las estafas, los menosprecios, las defecciones, los fracasos, las tomaduras de pelo, los embustes y los latrocinios del último cuarto de siglo, cuya principal víctima ha sido el equipo de sus amores, y amase con ellos un poquito de sentido común y otro poquito de enojo. A continuación, rompa el abono o vaya al estadio y hágase oír. Rebelarse o perecer, ¿es acaso un dilema?

Orgullo de padre

 

Así pues, "el Atleti de las mil caras" (según la fórmula de un jeta que cobra a tanto el embuste), las mil muy duras y poco favorecedoras, no ha tardado en volver a mostrar la única reconocible a lo largo y ancho del último cuarto de siglo, modelada como una máscara mortuoria por la familia Gil y sus secuaces: la de un conjunto fondón y desmoralizado, capaz de ahorcarse de un pelo, torpe en lo táctico, mediocre en lo técnico, sin hechuras, sin forma, repleto de jugadores ineptos y faltos de luces (añada el lector a la retahíla lo que guste).

Siempre opiné que, si hubiera 15.000 auténticos aficionados al fútbol colchoneros, ninguno de los problemas que padece la institución bajo el execrable gilato habría revestido la gravedad presente, pues la estética hubiese suplido el déficit de ética y de política. La exigencia de un buen espectáculo deportivo habría imposibilitado o entorpecido los manejos de los granujas. Para mí es un misterio por qué las personas que pagan una entrada o un abono para acceder al Calderón se resignan a ver los bodrios que preparan cada año giles y cerezos.

Rebuscando entre las docenas de escritos abandonados a la mitad, hallo este “Orgullo de padre” que hace unas semanas perfilé. Ha necesitado muy poca corrección y añadidura. Dice así:

Asumamos que hay más padres futboleros que madres. Pues bien, el de Raúl García opinará que su hijo debe ser titular en vez de Tiago y que Quique la tiene tomada con él y por eso a veces lo alinea de ocho o de diez, como si quisiese que fracasara. El de Mario no habrá visto con buenos ojos que su retoño haya sido preterido gran parte de la temporada para que Assunçao o Tiago usurpasen la camiseta. El de Fran Mérida se habrá preguntado qué injusta decisión del técnico pudo relegar a su vástago, cuando Simao tampoco era gran cosa y sus saques de esquina morían a la altura de la cadera del primer defensor oponente; ahora también se hará cruces con la crónica suplencia del ex del Arsenal, en beneficio de Koke. El de Domínguez se subirá por las paredes con sólo mencionarle a Godín; el autor de los días de Valera (en estrecha complicidad con la madre del jugador) lo hallará más rubio y apuesto que Ujfalusi, etc. Los mayores de los futbolistas extranjeros mencionados también tienen su corazoncito, pero residen muy lejos y hasta aquí sólo nos llegan los débiles ecos de sus amargas censuras, cuando Quique pone a otros en lugar de su adorada progenie. Pues bien, todos tienen razón y ninguno la tiene. Salvo honrosas excepciones, el mejor jugador del Atleti es el que calienta el banquillo, sobre todo si es de la cantera, que ha forjado en los despachos algún número uno del ojeo y el adiestramiento. La cantera es el B, que anda por la mitad de la tabla en el Grupo Primero de Segunda B (no sin haberlas pasado canutas durante casi todo el ejercicio) y también las otras secciones, las cuales, salvo los alevines, no sólo van detrás de las del detestado vecino sino que vegetan en posiciones indecorosas. Los cedidos trotan por el mundo sin que nos llegue la más liviana noticia de sus proezas (últimamente había hecho algo Cedric, decían). Negros o blancos, altos o bajos, fornidos o escuchimizados, militan aquí o allá pero sin pena ni gloria. Imagino lo que dirán sus padres.

Sin embargo, estoy seguro de que todos los agraviados papás coincidirán en un juicio: ¡Que mi chiquitín no juegue y lo haga Perea! Yo creo que la alineación sistemática de semejante no futbolista (malísimo cuando defiende y pésimo cuando pasa el balón) es la piedra de toque de cualquier entrenador que se precie. Que pone a Perea, no sabe y punto. Que no lo pone, a lo mejor entiende algo de fútbol.

Todos los que han alineado a Perea, junto con el secretario técnico que lo trujo (el bueno de Toni Muñoz), no sólo perjudicaron al equipo, sino que inculcaron en el espectador del Manzanares una lección perversa: para ser titular en el Atleti de hoy no hace falta un mínimo de comprensión del juego; basta con correr y cruzarse aparatosamente. Esa unánime confianza en el colombiano acostumbró a un público nada selecto (el del Atleti, la mejor afición de España y, no obstante, la peor de Europa) a que el pase al contrario, el patadón sin rumbo, la pifia y el despiste son normales y hasta dignos de aplauso. Por eso, cuando los centrocampistas del Atleti rifan el cuero, no hacen sino seguir el ejemplo de Perea, y cuando los exteriores abusan de la pelota hasta que la pierden, fingen rechazar al principio el método de Perea para después reconciliarse con él más y mejor. Forlán o Diego Costa se dejan aconsejar por Perea, y no digamos Valera o Domínguez. Cuál no será su influjo que, si no actúa, los demás siguen fieles a su patrón (el ridículo contra el Hércules fue, no cabe duda, un emocionado homenaje a Perea). Y hay una jugada preferida de este equipo que simboliza hasta qué punto Perea es su mentor balompédico. Esa en virtud de la cual el medio que lleva la pelota suelta un globo hacia el único hombre que se divisa en vanguardia, quién a la sazón aparece escoltado por los dos centrales enemigos. Es toda una especialidad de la casa, bloody Perea.

Pues bien, un Atleti medianamente competitivo debería ser organizado no alrededor de un fichaje sino de una baja: la de Perea, uno de los peores centrales que he visto en mi vida, y no excluyo a Ruiz, a Balbino, al denostado Pablo, a los tunantes brasileños cuyo nombre es piadoso omitir, o al lucero del alba (que ahora es la estación espacial).

Pero, claro, no sólo Perea debería ser traspasado o recompensado con la carta de libertad; sus émulos también han creado escuela. Las últimas victorias, empates y derrotas ratifican algo ya probado múltiples veces. Siete de los titulares rojiblancos no valen para hacer fuerte y competitivo al Atleti (o sólo valen para que el Atleti luche de poder a poder con el gran Zaragoza de los Braulio, Sinama, Gabi y otros cracks de igual o parecido fuste), y dos de los otros cuatro sobran. Dejo a la sagacidad del lector casar los nombres y los rostros.

Tres síntomas de que el Atleti camina con poderosa zancada hacia su extinción: 1º) El homenaje a Luis Aragonés no llenó un céntrico cine con 800 butacas. 2º) Las firmas contra la directiva, después de lo que ha caído, andan en torno a las 18.000. 3º) Luis Amaranto Perea está a punto de convertirse en el jugador extranjero que más partidos ha disputado con el Atlético de Madrid. (De los tres, el único verdaderamente desalentador es el tercero, que nadie se llame a engaño.)

 

 

La lección de anatomía

La cosa empezó esta vez con un lloriqueo / reproche de Gil Marín: "¡No protestabais el año pasado, ingratos!". Le sobraba la razón, aunque no por lo que él creía, pues lo cierto es que el año pasado hubo motivos más que suficientes para increpar a los directivos del Atleti. Sin embargo, los pocos que protestamos fuimos reducidos al silencio por la euforia que urdieron los bribones y sus plumíferos, secundados por la alegre muchachada de los forofos. Y protestábamos porque nos parecía intolerable que el Atleti quedara a 52 puntos del campeón de liga o que perdiese el único partido de nivel que disputó en la Copa (la final), o que fuese incapaz de ganar un solo encuentro en la Champions; por tanto, no había nada que celebrar y sí mucho que deplorar. Para Gil Marín, estos resultados cochambrosos se convirtieron en un "éxito sin precedentes" por obra y gracia de la Euro League. Pero la numerosa tropa que coadyuvó a celebrar por todo lo alto ese trofeucho de deleznable peltre trajo agua al molino de los okupas, que estaba sin gota, y ese agua sigue fluyendo. (Escribí hace un montón de años que de los Gil yo no quería ni la Copa de Europa, en el supuesto de que pudiese un Atlético de Madrid gobernado por semejante patulea ganar dicho campeonato, quizá por muerte súbita de todos sus rivales y ni así).

Desde el descenso y la permanencia en Segunda, ningún Gil o Cerezo tiene derecho deportivo a permanecer al frente del Atlético de Madrid, ni siquiera a poner los pies en el estadio (los derechos estético, ético y económico, por no hablar del que regula la propiedad nunca los tuvieron). Pero quien debió recordárselo (la afición) calló; en realidad hizo cosas mucho peores: agotar las existencias de confeti, tragarse la propaganda del Infierno, suscribir todas y cada una de las majaderías de los demagogos y de la Señora Rushmore; ejercer, en fin, de "mejor afición del mundo", eso que tanta gente encuentra admirable y yo, repulsivo.

Generalmente el miedo atrae el peligro, y asombra que el temor histérico de Gil Marín no consiga imantar la ira de la afición. Esto da una idea de las cotas de inercia alcanzadas por el seguidor colchonero, lo a gusto que se ha sentido en su papel de eterno fracasado sublime, al que todos elogian y nadie imita. Claro que los periódicos ayudan todo lo que pueden. Así, el director (o lo que sea) de un diario (o lo que sea) deportivo (o lo que sea) de Madrid firmó semanas atrás un suelto acerca de Gil Marín que era todo un espaldarazo. Por ejemplo, recomendaba a los impacientes (¡sic!) la tediosa loyolada: "En tiempos de tribulación no hacer mudanza". Total los impacientes sólo llevan aguantando un cuarto de siglo. También profería cosas como éstas: "No hace tanto era (el Atlético) el mejor equipo de Europa" (¡sic!), un embuste que hay que sostener porque forma parte del tinglado; "su problema (el del Atlético) no es de organización sino psicológico" (¡sic!). "No todo va mal; ahí está la cantera" (¡sic!). En fin, sus patéticas e hipócritas apelaciones a la recuperación del orgullo, como si el problema fuera la actitud de los jugadores en el campo y los males del Atleti, el producto de una alucinación, rayaban en la absoluta desfachatez, como el desafío a que los hinchas probasen que los okupas siguen delinquiendo. El primero que tuviera algo más que una sospecha bien fundada de que prosiguen las viejas fechorías habría corrido al juzgado de guardia, no a los periódicos y menos al dirigido por tamaño tunante. ¿Y qué pensar de la cerrada ovación a Cerezo "se ha dejado un ojo de la cara" (¡sic!)? Pues que para caras la de este individuo y la del tuerto al que defiende.

Después vino la traca del informe de Cremades & Calvo Sotelo, un bufete pijo que se retractó, pasados unos días y sin que nadie sepa muy bien por qué, del demoledor papel que le llevó 15 meses elaborar. Primero los periódicos y las emisoras de radio se habían apresurado a difundir la réplica de los okupas al informe, cuando casi todos y todas habían omitido publicar el original que había suscitado el enojo de la parejita. ¿No era de rigor subsanar el olvido primitivo divulgando tanto el estudio como la réplica? De lo contrario, la noticia (el cabreo ficticio y las bravatas querellantes de Gil Marín) quedaban sin contextualizar. (Y no bastaba con anotar: hay por ahí unos tipos que dicen que el Atleti debe 780 millones de euros, extremo que algunos no habían podido silenciar completamente porque que de lo contrario corrían el riesgo de que el lector se preguntase con cara de bobo: ¿de qué deuda hablan estos del ...?)

Según Gil Marín, cuya elástica desvergüenza rebota contra la de quienes dan pábulo a sus infundios, el fútbol es un negocio ruinoso únicamente cuando el Atleti se clasifica para la Champions (o sea, casi nunca). Cuando fracasa con todo lujo de desastres (lo habitual bajo giles y cerezos), el fútbol es tan rentable que la colosal deuda desaparece o encoje hasta extremos inverosímiles. Es la vida al revés contada por un desahogado ante un coro de idiotas babeantes.

El rocambolesco affaire produjo otro ejemplo de mala praxis periodística: "Gil Marín demandará a Señales de Humo". Debió escribir el pésimo profesional: Gil Marín dice que demandará... No es lo mismo anunciar que hacer, pero el periodista deportivo no es hoy más que un médium o, si se prefiere, un superconductor, de la chaladura.

Por último, la Audiencia sentenciaba que la ampliación de capital del año 2003 no era tal sino un tocomocho más de los okupas. Pocos medios divulgaron la mala nueva y esos pocos, con sordina.

El asunto es que, como siempre, el madridismo se ha vuelto a movilizar para defender a Gil Marín y a Cerezo. (En realidad los okupas les dan lo mismo, y, cuando dejen de ser útiles, se apresurarán a echar la última palada sobre sus tumbas, robándose la pala unos a otros.) Pero lo que sucede con el Atleti (la impunidad con la que actúan sus parásitos y tergiversan la realidad quienes los apoyan incondicionalmente) ya no es un episodio más del esfuerzo mancomunado para fortalecer al equipo predilecto de Madrid y debilitar al otro; trasciende incluso el hundimiento del deporte y sus relatos, que es un fenómeno general. (En efecto, no hay deporte, ni prensa deportiva digna de tal nombre.) Se trata de algo mucho peor: se trata del servilismo universal hacia los magnates, hacia el poder del dinero (y ya no hay otro). Resulta que los golfos especuladores y adictos a la patraña merecen más crédito que sus detractores, cuya palabra respaldan los hechos. Hemos autorizado al millonario a hacer lo que le parezca, como si allí donde anida o parece anidar la fortuna residiese la razón o (lo que es peor) su ausencia no importase. Es inevitable que acuda a la memoria el título de Valle Inclán: "¡Viva mi dueño!"

Verbigracia: los medios se apresuran a airear las tonterías pro okupas de las leyendas vivas, esos abuelos que se pirran por los canapés y el whiskito on the rocks al abrigo del palco. Adelardo no es una excepción. De todos los veteranos del Atleti, ¿cuántos han abierto la boca para decir algo respecto al club que no produjera sonrojo? ¿Setién? ¿Arteche? Adelardo, que no figura en tan exigua nómina, fue yerno de Calderón y el hijo de Calderón está en la plataforma "Atléticos por el cambio", que se opone al caos, la incompetencia y el delito. Es inexplicable que el estupendo mediocentro de la época gloriosa se haga el loco, ¿o estuvo en coma hasta ayer?

Pero a los menos veteranos tampoco les sobran el valor y las luces. Ahí está Kiko, quien regaña a la afición a través de su micrófono: "Las protestas, cuando termine la temporada". ¿Dónde, tío listo, en los merenderos de Las Vistillas, en las playas de El Caribe? ¡Qué ni Torres haya dejado de aportar su granito de arena! Dijo no hace nada: "Cada año se da un paso adelante" (¡sic!) ¿En qué dirección?, si puede saberse; lo más probable es que sea hacia el abismo.

Pocos cuentan lo que de verdad pasa, y no deja de ser irónico que quien mejor resumiera el asunto fuese un outsider refractario a las mentiras, Luismi "Cochise", aficionado cabal, valiéndose del famoso cuadro de Rembrandt que encabeza mi escrito de hoy. Tonifica, en medio de tal aluvión de tergiversaciones, dislates y memeces, esta lección de anatomía que también lo es de periodismo, aunque el cadáver sea el Atleti y su disecador, el okupa en jefe.

Escaparate con luna rota

No conozco el caso de otro club (humilde o poderoso) que renueve el contrato a su mejor futbolista con una cláusula de rescisión a la baja. No conozco el caso de otro club (humilde o poderoso) que, con motivo de tal acontecimiento, haga comparecer al jugador ante la opinión pública para decir que cuando quiera irse se irá, insinuando que no tardará mucho, y que sólo entonces explicará las razones de su partida. No conozco el caso de otro club (humilde o poderoso) en el que un muchacho de 22 años tenga que dar una rueda de prensa para proclamar, en primer lugar, que se queda, aunque para irse después mejor y más lejos (o ahí al lado, que todavía no se sabe); en segundo lugar, que con su renovación pretende darle una limosna al club (que los okupas transformarán a su debido tiempo en comisiones o utilizarán para tapar unas cuantas grietas del termitero por ellos creado); y, por último, que los mamarrachos, granujas y chapuceros de sus jefes no han sido los impulsores de la idea y no deben ser culpados del abrupto adiós disfrazado de hola. (Puedo imaginar al mendaz y cobardica Gil Marín suplicando a Agüero: "Tú di muy alto que no hemos sido nosotros".)

El jugador debió haberse explicado de otro modo para hacer justicia a la insólita y esperpéntica situación. Por ejemplo: "Miren ustedes, los de la zona innoble necesitan dinero para estirar la agonía de este simulacro de club de fútbol que es el Atleti, y no me queda otra que irme; y conste que, si me voy, es porque carezco de un aliciente por el que luchar, salvo la paga; pero no empujen, ¡carajo!".

Agüero ha sido puesto en un escaparate con la luna rota; esa es la pura verdad, y este hecho, que se une al largo historial de estupideces y tropelías del que presumen los okupas, no produce el menor sonrojo al rebaño de necios tragasapos que infestan la prensa deportiva y los apoyan. Sin lesiones ni sanciones de por medio, a Agüero únicamente le restan 17 partidos como rojiblanco. La afición, que no se negó a beber los pringosos chupitos de la campaña anterior, ¿rechazará el lingotazo de cicuta que le quieren hacer tragar ahora?

El Atlético de Madrid es una entidad cuyo grado de podredumbre e incuria venimos unos pocos describiendo de modo fiel desde hace una década. Y parece que lo que uno sostuvo siempre sobre sus lacras y el modo de combatirlas (clamando en el *** desierto, entre la indiferencia del personal y el reproche de los incondicionales de la nada) lo abrazan ahora un grupo de notables, quienes se disponen a hacer, ¡por fin!, algo útil: aparecer, criticar y ofrecerse como alternativa al caos delictivo. Sin embargo, en el balbuceo reticente de Calderón junior creí percibir una música poco tranquilizadora o, al menos, desconcertante. Copio la transcripción de un momento del diálogo en Punto Radio entre el hijo del último dirigente honesto y capaz del Atlético de Madrid y el periodista Agustín Castellote. Habla Calderón: "Bueno es que el tema del dueño también va a ser tratado ahí y ya está bastante ‘encauzao' ... ‘Negociao', vamos a decir la palabra ‘negociao' ya, eh, por otras personas, que no soy yo, eh, que no soy yo, quiero dejarlo claro ..."

¿Quién es el dueño? ¿Gil Marín? ¿El misterioso aglutinante al que más tarde alude Calderón? ¿Insinúa éste que lo encauzao y negociao es la salida del okupa mayor del reino o se refiere a que existe alguien que se propone comprar la parte de los desvalijadores, que es la del león, y a ejercer, por tanto, de propietario? No quiero ni pensar que Gil Marín haya accedido a marcharse a condición de que le permitan pulirse al mejor hombre de la plantilla antes de hacer las maletas. No quiero ni pensar que el traspaso de Agüero y una hipotética amnistía por los desfalcos cometidos, sean el puente de plata que le han puesto a Gil Marín para que huya con su rapacidad e incompetencia a otra parte. Ni mucho menos quiero creer que se le haya sugerido: paga lo que debes a los jugadores y el próximo plazo de Hacienda, aunque sea a costa de privar de Agüero al club; haz por una vez el trabajo sucio a cara descubierta y luego, mutis por el foro.

¡No, no y no! El Atleti debe aferrarse a su único gran futbolista porque las posibilidades de que el club salga a flote estriban tanto en la expulsión de los okupas como en un pronto resurgir competitivo. No basta con desalojar a Gil Marín y a Cerezo (y bien está que Calderón haya pensado en el apoyo explícito de los aficionados para conseguir que se larguen; Camba lo fió todo al dinero y así le fue.) Por muy urgente que se antoje el alejamiento de los okupas, no se les debe firmar ningún cheque en blanco.

(Chill in.) La entrevista es quizá el género más difícil del periodismo, y me atrevería a afirmar que la buena entrevista consiste en un diálogo en el que uno de los dos interlocutores se representa a sí mismo y el otro, a la opinión pública. Las entrevistas que editan los periódicos del deporte son una porquería inmunda. En ellas el entrevistado dice lo que quiere y el otro se limita a tomar nota; no hay diálogo verdadero porque no hay réplica; se trata de monólogos en los que las preguntas están pensadas para que el personaje o el figurón de turno se haga un publirreportaje gratis. Si los que peroran son Gil Marín y Cerezo, los reyes del blablablá, cualquiera de los dos sabe que puede decir blanco y acto seguido negro sin que el comparsa pseudo-entrevistador pestañee. En la última oportunidad de explayarse que le otorgaron a Gil Marín, el indefectible destructor del Atleti soltó la siguiente desvergüenza: "además de equilibrar la cuenta de resultados, tenemos un proyecto con el que se ha incrementado el patrimonio de la entidad en 400 millones" (¡sic!). Seguro que tomó la grabadora por el micrófono de un karaoke. Pero lo clamoroso es el silencio del rumiante que estaba enfrente, el cual debió de pensar mientras escuchaba la retahíla de embustes: una vez que tengamos las respuestas, fabricaremos las preguntas.

Inocentes y capullos

 

Era ociosa la inocentada porque el Atleti ya padece una colosal desde hace casi un cuarto de siglo. De hecho nadie por aquí se había molestado en orquestar el correspondiente aquelarre de falsas noticias (habitual el resto del año), y quienes llenan a sueldo las páginas de los periódicos con los míseros productos de sus míseras mentes, se habían limitado a ir con la monserga del traspaso de De Gea a los veteranos, ese otro tumor. Más que el 28 de diciembre era como Halloween, con sus terrores pueriles y sus fantasmadas ululantes. ¿Debe el Atleti traspasar a su joven portero? "Por supuesto dolería (qué os va a doler, caraduras), pero en la casa hay otros dos porterazos..." (¡sic!). Señores veteranos, a ver si aprendemos algo de fútbol y de honradez, que ya son ustedes mayorcitos; en la casa no hay ningún porterazo, pero el que más se acerca a uno bueno es De Gea. Joel es un bigardo que no salta (el síndrome de las piernas de plomo) y en cuanto a Asenjo, su trayectoria en el Atleti concluyó tal vez per omnia secula seculorum.

Y junto al susto que no quita el hipo, la caravana de las copitas (¡hip!), una cosa más propia de feriantes cutres que de un club de fútbol con un mínimo de dignidad , pero espléndido colofón al año mágico en el que el Atleti quedó a 52 puntos del primero. Imagino los comentarios por esas localidades de Dios o del Diablo: "He ahí los paletos del Atleti; cualquiera diría que nunca han ganado una copa".

El parte del enfermo era pues "estacionario dentro de la rutinaria gravedad", cuando de pronto a Gil Marín le concedieron el galardón de "Dirigente del año" unos tipos que pertenecen a una cosa que se llama Global Soccer, aunque la denominación correcta sería la de "Universal Sucker". Es una broma de pésimo gusto, pero coherente pues vivimos en un tiempo en el que los saqueadores mandan y un simple bribón puede llegar a presidir el Consejo de Ministros de un país europeo (Berlusconi no me dejará mentir). Ahora sólo falta que algunos de los megáfonos de los okupas, que desde los medios de comunicación contribuyen en la medida de sus escasas fuerzas y talentos a abolir la gramática, prostituir el deporte y demoler un club de fútbol, opten al Pulitzer. Es el triunfo de los peores, y lo pagaremos caro, pero ¿a quién le importa?

Para acallar a una afición ciega, sorda y muda, por si pudiera mosquearse ante la perspectiva de otra temporada vacía de fútbol y títulos, y acaso para darle un nuevo sablazo al Atleti, los okupas, después de hacernos saber que no había ni un céntimo para fichajes, han hecho uno: Elías y amagado con otro: Juanfran. Del primero hay un vídeo en Internet con sus mejores goles esta temporada durante el brasileirao (la liga de Brasil). Son cuatro dianas, en una de las cuales la pelota tropieza en su pierna izquierda y él tarda en advertir que el balón ha entrado. No se sabe a ciencia cierta de qué juega. No parece ser interior, ni medio de enlace, ni mediocentro. ¿Una especie de todoterreno con olfato de gol? Antaño (no fatigue inútilmente su memoria el colchonero de menos de 30 primaveras) un brasileño era garantía de buen fútbol. Fueron los Gil los descubridores del brasileño paquete, un logro nada común. Aún no he conseguido borrar de mi memoria a los cracks Tilico, Moacir, Frascarelli, Rocha, Rodrigo, Eller, Cléber y Maximilian ­-uno de los negritos del "Caso Negritos"-), y al único que valía lo traspasaron en plena madurez (Donato estaba viejo para el Atleti, y le dio al Coruña sus mejores ocho temporadas como profesional). El segundo es un interior del Osasuna, canterano del Madrid, que nunca pareció mejor que Manu del Moral, por citar un jugador que no importa que milite en otro equipo. Algunos seguidores colchoneros lloran la hégira de Simao, ala portugués que costó veinte millones (aunque el Benfica, club del que procedía, sólo recibió quince) y que, pese a su eficacia en los golpes francos, ha dejado recuerdo de futbolista débil y chupón. Los de lágrima más fácil también están inconsolables por Camacho. A Gandhi le preguntaron un día qué opinaba de la civilización occidental. Contestó imperturbable: "Sería una buena idea". Análogamente, cabría desearle a la cantera rojiblanca que ojalá hubiese una.

Abasolo, el hombre que impidió que los Gil fuesen a la cárcel escoltados por Cerezo, reprocha a los okupas su falta de ambición deportiva y económica. Es una crítica injusta porque llega dos décadas tarde. Como Abasolo no ha nacido ayer, con tan eutrapélicas objeciones, quizá trate de lavar su prestigio, pero es inútil: los consejeros de los gangsters no se distinguen de sus patronos, y Abasolo hace tiempo que "murió entre las flores", como en la célebre película homónima. 

(Coda amable.) Rubén Uría publica artículos en Eurosport bien orientados y contundentes. En uno de los últimos hacía un llamamiento a los periodistas deportivos para que cambiasen de actitud hacia el Atleti e informasen de lo que pasa. Cree Uría que los gacetilleros del As, del Marca y del Mundo Deportivo no dicen la verdad porque piensan que el Atleti no vende. No sé dónde leí que es práctica común entre las empresas concentrar sus esfuerzos en atender al 20% de sus clientes (los más rentables), descuidando o ninguneando a los demás. Ahora bien, no imagino a los redactores de los periódicos como ávidos prospectores del mercado; por fuerza han de recibir consignas u órdenes muy explícitas de sus jefes. Además, ¿cuál es el servicio que prestan tamañas y aburridas hojas parroquiales a sus clientes privilegiados? Desde luego no la información, sino más bien la protección. Y el presupuesto de la custodia del Real Madrid es el desamparo del Atleti. ¿Cómo se rompe ese cerco de silencio y mentiras? Hay una oportunidad si los que están en la bolsa se mueven, cosa que no hizo el VI Ejército de la Wehrmacht en Stalingrado y que no harán los okupas, y menos la afición, que siempre puso cara de "a mí, que me registren", o los patéticos veteranos(incluyo en ese ejército de fofos a Gárate y a Luis). ¿Los gacetilleros? Son tropa enemiga, don Rubén.

 

La derrota os hará lúcidos (o no, ¿quién sabe?)

(Peregrinando al ridículo.) Habrá que empezar por el final. Celoso de que el Madrid acaparase esta semana el fracaso y sus liturgias, el Atleti exclamó: "¡Bajo ningún concepto!" y se las arregló para perder contra el sexto de la liga griega. Es el primer club de España que tiene el honor de caer en casa ante un equipo de aquellos pagos. Otra muesca en la culata de los okupas, que no perdonan ningún récord bochornoso. Esta vez fue la cantera la protagonista del enésimo hundimiento, que no será percibido como tal porque el Atleti hace la tira que llegó a lo más bajo y sus reveses son como las réplicas del seísmo que lo destruyó hace casi un cuarto de siglo. Pero sería injusto salvar a la parejita Reyes-Simao, incapaz de asimilar las técnicas más elementales del fútbol-asociación, a los anodinos Tiago y Antonio López, a Forlán, candidato al Tuercebotas de Oro, al mister, etc. Salvo Agüero, una colección de mamarrachos.

(On tactics.) Sea cual sea la combinación elegida, y pese a las afirmaciones de los locutores, los cuales insisten en que al Atleti le sobran en la parcela ancha futbolistas de postín, la medular rojiblanca no funciona. Y no lo hace porque ni Tiago, ni Raúl García, ni Assunçao, ni Mario Suárez reúnen en sus personas las virtudes de equilibro, criterio, agilidad y disparo de los buenos medios (de enlace y de ataque). Pero es que además el sistema impuesto por los fichajes cuyo principal objetivo era encubrir la baja de Torres (y tapar la boca de una afición sordomuda, dimisionaria e indiferente, que no sabe expresarse ni por señas), induce el desorden y descompensa el cuadro titular. Las bandas, en el fútbol moderno, no se ocupan; son una tierra de nadie por la que transitan ocasionalmente los delanteros y los laterales, no los interiores y mucho menos los extremos, posición que ha languidecido al evolucionar el deporte rey. (El extremo siempre fue un especialista cojo, y el fútbol de hoy exige polivalencia y dos pies.)

Desde Aguirre el Atleti se aferra al 4-2-2-2 que fácilmente degenera en un 4-2-4. Tan audaz dispositivo sólo promueve pases aventurados a los delanteros y acometidas embarulladas. Se espera que la enorme calidad de los atacantes supla las carencias del Atleti como conjunto. Pero no hay tal enormidad o ésta puede ser fácilmente desactivada por los oponentes, cuya estrategia se reduce a aislar a los puntas rojiblancos. Los dos interiores abusan de la pelota (en realidad son delanteros o extremos que hacen en el campo propio lo que únicamente deberían permitirse en el área rival: a saber, regates y pases definitivos). Y los dos medios se limitan a obstruir y a no perder el sitio, nerviosos ante su manifiesta inferioridad en número, que el esquema agrava. El portero saca de fuerte voleón y los laterales (grises el actual Luis Filipe y su teórico suplente A. López y desubicado el cuerpitocho Ujfalusi) suben un poco a la buena de Dios. La decadencia de Simao debería servir para ensayar otro dibujo: el 4-3-3, con Reyes, Agüero y Forlán arriba (que se alternarían en el remate, la mediapunta y el juego por las alas), y con otro hombre en mitad del campo. No sería la panacea, pero tal vez confiriese algo de solidez al equipo, tal vez.

(Un derbi vulgar.) El hábito de perder da para lo que da: el seguidor del Atleti, sin proponérselo, compara los fiascos,  buscando en el último un rasgo diferente, característico. Son melancólicos trabajos de amor perdidos, pues el seguidor colchonero sólo halló los mismos ingredientes de tantas tardes y noches en el último partido de la mínima (antes de la máxima): el farruco Madrid (que nunca es para tanto), la propia incapacidad, el arbitraje (adverso hasta que el desenlace no ofrecía dudas y favorable a partir de entonces...) Tengo para mí que Lahoz dejó sin castigo la cobarde agresión de Diego Costa a Carvalho porque antes había escamoteado un penalti imposible de ignorar en el área merengue. Aunque quizá le pasase desapercibido el atentado, pues fue cometido por el método Tassotti; o sea, aprovechando que el balón no rondaba por allí, aunque podía llegar en cualquier instante.

Lástima lo de Diego Costa porque quizá la única sorpresa agradable deparada por el Atleti en este inicio de temporada había sido el desempeño del joven ariete. De ser o parecer un jugador lento, vago, chupón e irascible, se había convertido en otro con una velocidad aceptable, buenas maneras, capacidad de trabajo y nada pendenciero. Y debió seguir contando con la confianza de Quique, pues en aquel momento estaba por encima de Forlán. Costa, hasta entonces, había bregado con alguna eficacia, tanto de espaldas a la portería rival como también frente a ella. Poco egoísta (eufemismo de "malo"), aguantaba las tarascadas de los oponentes sin inmutarse. Al principio corría por dos; después lo hizo con más cabeza, como si comprendiera que un delantero tiene más obligaciones que la de perseguir a los defensas adversarios y se sintiese con bastante calidad para asumirlas. El aliciente de ser titular había obrado maravillas. Pero Quique lo desterró al banquillo, y la pócima perdió toda su virtud.

(Fanfarrones y timoratos.) A ver si lo entiendo. ¿El vigente supercampeón de Europa acude sin ninguna moral de victoria al Bernabéu? ¿Un conjunto que, según su presidente, es especialista en dobletes (¡sic!) da por perdido el derby y se conforma con que la derrota no sea de bulto? ¿Qué clase de supercampeón puede ser ese? Uno de pacotilla, sin duda. Y por eso, el supercampeón de pacotilla, una vez consumida la cuarta parte del torneo liguero, viaja confortablemente a catorce de puntos del líder. Una proyección pesimista (o quizá sensata) de estos resultados nada envidiables autoriza a temer que el citado supercampeón acabe la temporada a unos 40 puntos del campeón a secas.

(Low expectations.) Algunos idiotas de la prensa antideportiva me recuerdan poderosamente a los payasos de mi infancia, sobre quienes llovían las tartas y las bofetadas en las funciones de circo. Por muchos tortazos y tartazos que recibiesen, ellos reincidían en sus torpes travesuras. (Y eran los más populares entre los niños porque la primera risa es la que provoca el prójimo rebelde y desmañado, al que castigan sus semejantes y del que se vengan las cosas.) Los pelotas de Cerezo (el dirigente deportivo más botarate del panorama internacional) salen de fábrica a prueba de realidad, como los payasos, a prueba de tartas, y describen indesmayables el mundo feliz urbanizado por los okupas. Uno de los más fanfarrones y timoratos sólo lamentó de la última derrota en el Bernabéu que el Atleti no hubiera podido dar un susto al Madrid (¡sic!) Dentro de poco se conformará con que los suyos saquen de centro.

(Pequeños de ego.) En el cuento de Kipling "Bimi" un orangután premedita y comete un asesinato atroz. El dictamen del narrador es inapelable: "Demasiado ego". Pues es lo contrario. Bimi, el orangután, no tiene demasiado ego sino demasiado poco. Mutatis mutandis, es lo que le pasa a Mourinho: en su ego minúsculo sólo cabe él; no hay ningún lugar para los demás, y si lo hay, es un lugar angosto donde los demás empequeñecen y caben pero miniaturizados. Así pues, se equivoca cuando afirma de sí mismo: "Gracias a Dios no soy modesto". Es modesto, muy modesto; tanto, que en verdad actúa como un entrenador de equipo pobre (y se permite las paranoias, malhumores y quejumbres de los pobres) aunque sólo haya entrenado a equipos ricos (incluso fue segundo en el Barça).

A este modo de conducirse otros lo llamarán desvergüenza; yo, modestia. En el Madrid triunfará, como cualquier otro antes que él, pero conviene recordar que cuando se fue del Chelsea, el millonario equipo de Londres había dejado de ganar (con Ancelotti regresaron los triunfos), y, cuando llegó al Ínter, éste ya ganaba. En el Madrid, eterno ganador hasta cuando pierde, seguirá ganando. Mourinho se jacta de no ser querido en Barcelona, cuyos hinchas nunca le perdonarán, según él, haber evitado o impedido que el Barça jugase la final del Bernabéu. Todavía cree que los partidos los gana él y no los jugadores o el club poderoso que lo contrata. Aquí, nada más llegar, difamó a los rivales del once culé (que son los mismos que se descomponen contra el Madrid y con harto menos fundamento); y se hizo expulsar en un partido de Copa ya resuelto (¡contra un Segunda B!) para seguir sintiéndose perseguido, envidiado, incomprendido... Los entrenadores merengues suelen quejarse hasta cuando los benefician, y Mourinho sigue la estela, sin apartarse un dedo del guión. Maradona, astuto adulador, y el director general del Real Madrid, otro que tal, sostienen que Mou es respetuoso y educado, y que el grosero y el demagogo es el coach del Sporting. Pequeñas argucias de egos pequeños.

(El listo.) Admitimos las triquiñuelas antideportivas porque somos unos adictos a la victoria, bien, más que supremo, único, ante el cual los otros no ya palidecen sino que se antojan males. Pero en la triquiñuela también hay clases y comportamientos. Así Ramos, digno heredero de Hierro, provocó al árbitro en un reciente Ajax-Madrid, y el director de la contienda lo envió a las duchas. Al marcharse se acercó al juez para darle la mano con gesto chulo. Yo quería que me expulsases y me expulsas, pero, en vez irme con serenidad, finjo un cabreo condescendiente, como si me hubieses robado, y salgo del campo casi perdonándote la vida, pobre gilipollas. Ramos, que se cree Pelé, merece tirar las faltas en la selección de Del Bosque, pues hasta el afable coach de la roja aclamó la artimaña del mayúsculo estratega Mou.

En efecto, el número lo había organizado el entrenador portugués; ahora bien, si éste juró sobre la Biblia en la rueda de prensa posterior al choque, y sin que nadie le hubiera pedido explicaciones al respecto, que no había instruido a Ramos y a Xavi Alonso para que los echaran, era para que se supiese que sí lo había hecho, a fin de que ni el más lerdo ignorase que el gran Mou piensa en todo, lo controla todo y es un conductor de hombres y un pastor de pueblos. Al Madrid le ha salido un poco caro encontrar un Clemente que no ha jugado al fútbol.

(Elemental querido Carlin.) El artículo de John Carlin en "El País" ha levantado alguna polvareda. No obstante, lo que él denuncia es todo menos novedoso. La diferencia es que los que venimos señalando los males de la liga española desde hace ocho o diez años hemos sido tachados de envidiosos o simplemente ignorados. Además, tal y como lo cuenta Carlin, se diría que es un fenómeno no previsto, cuando en realidad se trata de una meta a la que ha tendido nuestro balompié de un modo consciente y deliberado desde hace evos. Aquí ha habido y hay una colusión estrecha entre las autoridades, los medios de comunicación, los organismos deportivos, los hinchas, etc. Pero los otros campeonatos no están libres de todo mal. En la Inglaterra idílica de Carlin, el Manchester y el Chelsea prevalecen, una vez desinflados el Arsenal y el Liverpool. Y si de vez en cuando surge un outsider que logra intercalar su ambición entre los apetitos de los dos poderosos y medio, es a causa del dinero fresco de Oriente Próximo. En Italia no hay alternativa a las dos potencias de Milán (y de haberla sería la Juve, que no acaba de regresar a su estatura); en Portugal perviven el Oporto y un Benfica comparsa. En Holanda, la debilidad es general; aun así no hay otros candidatos a los títulos que el Ajax y el PSV. En Francia, después de los fraudulentos esplendores del Olympique de Marsella, advino la hegemonía del Lyon. Los derbis locales hace tiempo que no dan ningún juego: Liverpool-Everton; Juve-Torino; Madrid-Atleti..., vanos simulacros de una rivalidad inexistente. Esto es lo que pasa en Europa, y sería muy fácil de corregir. Pero nadie lo hará porque nadie ama la competición, sino levantar copas con el menor esfuerzo posible y presumir. El gusto bellaco, cuyo predominio es abrumador, consiste en ver a Goliat detentar y ostentar. Los forofos quieren leyendas, mitos, héroes imbatibles, y  la industria del triunfo ha hecho todo lo posible por reducir las tallas de los competidores a dos tamaños: el colosal y el insignificante. Se ha trabajado con ahínco en la selección artificial de los poderosos y de los impotentes. Estamos maduros para los Globetrotters, algo mucho peor y menos bello que el deporte, pero cómo mola.

 

Arteche

Por encima o al margen de la opinión que nos mereciese como futbolista, Arteche fue uno de los primeros jugadores que se atrevió a plantar cara a Gil, y cuando fue despedido y los tribunales le dieron la razón, siguió siendo un detractor acérrimo de los okupas. Por ello es digno de elogio, ya que la mayoría de los veteranos, incluso los que salieron abruptamente del club, luego han mantenido, con muy honrosas excepciones, una actitud entre indiferente y sumisa: o se han alejado de la institución o se han arrimado a los okupas.

En aquel entonces, la masa iba con el gran parásito, en parte porque consideraba, como ahora, que los jugadores son unos señoritos podridos de dinero, a los que conviene apretar las tuercas y atar corto (o putear, sin contemplaciones) y en parte porque Gil se parecía al Hitler de la Gran Alemania; lo suyo iba a ser el reich milenario. El público colchonero (la sedicente mejor afición del mundo) acató sin rechistar el finiquito de Arteche, del doctor Ibáñez, del propio Luis, de Landáburu, de Setién, del otro Quique, etc. Gil vendió la traca de defenestraciones como una limpieza del club: había que eliminar a los elementos anticuados y entorpecedores de la gestión. Gil era, claro está, el hombre nuevo. Y el público acató las arbitrariedades sin ningún disgusto (al revés, con secreta fruición) porque aquello también formaba parte del espectáculo. No había victorias, pero el enojo del mandamás (tan grosero como ficticio) superaba en varios decibelios la frustración del hincha y se adelantaba a ésta, prefigurándola.

Arteche no se dejó ni engañar ni comprar por Gil, y siempre que tuvo la oportunidad denunció los tejemanejes y golfadas de los okupas. Todo en vano, como es bien sabido.  

Ahora el hipócrita de Gil Marín pondrá una carita compungida e intentará adueñarse siquiera por un rato del cadáver de Arteche, aunque no ignore que, con unos cuantos mercenarios como el santanderino, tal vez él y sus compinches hubieran ya pasado a la historia, a la negra del fútbol, ¿a cuál si no?

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