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Tributo a Luis

Cogió a Futre y lo despertó; hizo creer a Landáburu que era grande; mareó a Xavi y hasta hacerle creer que era él líder de una España ganadora

Luis, el entrenador que convencía a los jugadores

Tomás González-Martín

Genio y figura hasta la sepultura. Hoy, el cielo será pura diversión, porque Luis tenía un humor madrileño, castizo, que derrotaba al más serio. Aragonés fue un líder como futbolista y traspasó ese carácter de mando para ser entrenador. Colgó las botas en el Calderón para ser inmediatamente técnico del Atlético. se reía, porque los que fueron sus compañeros ahora estarían, todavía más, a sus órdenes. Ya dirigía al equipo como centrocampista y lo pasaba a comandar como técnico.

Su capacidad para convencer a un jugador de su valía es única, infinita. Tuvo en sus manos muy pronto a un gran Atlético, con Landáburu como director de orquesta. A Chus le venía grande ser el jefe en el césped. la presión del público, el rumor, podía con él. Luis le cogió de frente y le dijo: «Usted tiene calidad para llevar la batuta de este equipo».

Se lo decía a Landáburu constantemente. Y el futbolista aguantó el chaparrón del público y creyó en su preparador. Era verdad. pero al final de temporada le dijo: «Míster, estoy hasta los … de usted, me voy de vacaciones». Pero le había ganado como comandante del Atlético en el césped.

Aragonés era duro. Y los jugadores bromeaban en los entrenamientos a escala interna. En una sesión en el Calderón, surgió el chascarrillo de llamarle el «Mono Aurelio». Aragonés, que lo sabía todo, como buen sabio, se enteró. Y durante varios días les preguntaba, mientras corrían en los calentamientos: «¿Quién me llama Mono Aurelio?».

Todos se callaban. Reían por dentro. Luis también. Había sido cocinero (futbolista) antes que fraile. Les seguía el juego.

A Luis le echó Jesús Gil en 1987. A gritos. Se enfrentaron dos trenes. El choque fue brutal. «Tú aquí no eres nadie», le decía Gil. «Yo he sido todo en el Atlético, usted sí que no es nadie aquí». Años más tarde, el presidente del Atlético le fichó como entrenador. Luis volvió a crear un Atlético enorme.

Era un preparador exigente. Quería que Futre, fichado por Gil en el 87, rindiera más,especialmente a domicilio. Tuvo sus enfrentamientos con él. «Eres un cabeza de chorlito», le decía el entrenador, enfadado, en una de sus explosiones. Paulo quiso corresponder a lo que pedía su inmediato superior. Futre le ha ensalzado siempre como entrenador. Era uno de los más serios que ha tenido en su carrera.

Luis era auténtico. Único. En sus ruedas de prensa se encaraba con algunos periodistas. Después decía. «Vámonos todos a tomar unas cañas». Recuerdo que Alberto Polo, de Marca, chocaba con él. Pero terminado el trabajo con los periodistas, decía que quería a todos juntos para tomar un aperitivo. No tenía resquemor con nadie.

El Barcelona lo fichó en un momento de crisis enorme, en la campaña 87-88. Perdida la Liga, con Alesanco como jefe de la defensa, Luis cogió aquel Barcelona y lo hizo campeón de Copa con un gol precisamente de Alesanco frente a la Real Sociedad en el Bernabéu. Le salvó la temporada. Pero José Luis Núñez no le renovó. Luis apoyó a la plantilla azulgrana en el «motín del Hesperia», liderado por veintidós futbolistas que pidieron la dimisión de Núñez por un problema con sus contratos de imagen ante Hacienda. campeón de Copa, Núñez echó a Luis y fichó a Cruyff.

El madrileño fue único. Era capaz de comer con el entrenador del rival y estar diez horas seguidas, picando y hablando de fútbol. Cuando Radomir Antic era técnico del Real Madrid (1990-1992) comió con él durante horas y horas, unos días antes de un derbi. Y le aconsejó incluso cómo invertir sus emolumentos. era compañero y profesional antes que adversario.

Su personalidad destacó en todos los sitios. En el Valencia (1995-1997) dejó la imagen imborrable frente a Romario, cuando le dijo. «Míreme a los ojitos». No se casaba con nadie. El brasileño era un ídolo y Luis le espetó al futbolista y al club que no podía alinearle como titular cuando salía por la noche y todos los sabían: «Con qué cara me presento ante la plantilla y digo que juegas tú», le dijo a Romario.

Su duelo con Eto'o en el año 2000, al frente del Mallorca, también pasó a la historia por su forma de demostrar quien manda. Samuel estaba enfadado porque Luis le quitó en un encuentro frente al Zaragoza. El camerunés se quejaba en el banquillo. Y el entrenador se agachó, le cogió de la camiseta, le zarandeó y le dijo que dejar de lloriquear. Le dio una lección de respeto a sus compañeros. «Casi le pegó», dijo el técnico, que ya le había zarandeado unos días antes en otro incidente similar. Samuel le ha considerado siempre su «abuelo», el hombre que le enseñó a ser persona y futbolista. Está dicho todo.

Su forma de animar a Reyes para inyectarle confianza fue un ejemplo de su estilo para levantar a sus futbolistas y hacerlos grandes. Era seleccionador y le comparó con Henry: «¿Qué tiene este negro que no tenga usted?». No era un comentario racista, sino de reafirmación del jugador sevillano, pero los puristas le crearon un problema internacional que Aragonés resolvió con el título de la Eurocopa en 2008.

Su incidente con la selección, cuando rompió un teléfono tirándolo al suelo, hizo troncharse de risa a todos sus jugadores. Estaba dando una sesión táctica a Xavi, Capdevila, Xabi Alonso, Villa, Casillas y compañía y siempre exigía que se apagaran los móviles. En plena charla, sonaba uno. No sabía de quien era. Buscaba y buscaba. Nada. Seguía sonando. Fue el suyo. Lo cogió y lo estrelló en el suelo.

Decían muchos que ya era un entrenador viejo. Nada de eso. Estaba al tanto de todas las modernidades para trabajar mejor. Precisamente, Guardiola, el dios convertido en entrenador, se inspiró en un método informático, el ER1C, qu Aragonés utilizaba para estudiar a los rivales.

Era de carácter fuerte. Estallaba y al minuto te decía que vamos a tomar una cerveza y hablamos de fútbol. Chulesco, con gracejo, era un hombre bueno que deseaba esconder esa bondad con esa imagen de tipo duro. Ha muerto el mejor entrenador de la historia de España. El que decidió que los jugadores de calidad españoles, aunque fueran bajitos, debían dar el toque y la personalidad del fútbol español en la selección. Que había que vivir y morir con nuestro estilo de juego, con la clase den nuestros jugadores. Convenció a Xavi de ello. «Usted, con su clase, debe dirigir a la selección y hacerla campeona, porque ustedes tiene calidad y poder para ello». Tardó años en conseguirlo. Lo consiguió. Ganó la Eurocopa 2008 y abrió el camino de la confianza en nosotros mismos para celebrar el Mundial y la Eurocopa 2012. Selló el estilo de esta España número uno del mundo. Es el culpable. Descanse en paz el hacedor del éxito del fútbol español.

http://www.abc.es/deportes/futbol/20140201/abci-luis-aragones-tromas-gonzalez-201402011308.html

Luis Aragonés Suárez. 'In memoriam'

Alfredo Relaño

Hemos amanecido con un sobresalto: ha fallecido Luis Aragonés, el gran decano del fútbol español. Por número acumulado de partidos como jugador y entrenador de Primera División no hay quien se le acerque. Y cambió el signo pesimista de nuestra Selección con su atrevida apuesta en la Eurocopa 2008, aquel equipo sorprendente y bello, cuyo partido contra Rusia en semifinal merecería ser expuesto en el Museo del Prado. Hace algún tiempo que estaba enfermo, aunque no había trascendido. Se nos ha ido con sólo 75 años y le echaremos muy en falta, pero la ejecutoria ahí queda.

Hombre de tendencia huraña, con pocos amigos con los que le unían, eso sí, indestructibles lazos de lealtad mutua. Pero siempre tuvo el respeto de los que no pertenecían a ese círculo, porque ante todo era veraz. No disimulaba, no engañaba. Siempre he pensado que por eso le quisieron tanto todos los futbolistas a los que entrenó, sin excepción conocida. Siempre supieron a qué atenerse con él. No he encontrado nunca un jugador entrenado por él que le haya criticado. Aún más: que se haya abstenido de ensalzarle. También en ese sentido ha sido caso único. Su muerte deja a mucha gente triste.

Hombre del Atlético, carne y sangre del Atlético. Y eso que fue del Madrid, que lo adquirió del Getafe y lo tuvo en formación con distintas cesiones. Cuando el Madrid fichó a Isidro (padre de Quique Flores), marchó Luis al Betis como parte del pago. Cuando Bernabéu lo supo, se disgustó. Sabía que ahí había jugador de verdad. Tenía razón. Fue el máximo goleador de la historia del Atlético, y luego su entrenador en varias ocasiones y su referente ya para siempre. Con la Eurocopa dejó de ser un personaje sólo atlético para convertirse en referente común. Se lleva el agradecimiento de todos. Descanse en paz. 

http://opinion.as.com/opinion/2014/02/01/portada/1391251760_017246.html

El aire cansado del solitario

Juan Cruz

Había en Luis Aragonés algo del héroe cansado del Oeste, ese hombre que consume pitillos, se deja la barba a medio afeitar, y mira de reojo por si le persigue un coyote o, en su caso, un periodista. Una amiga me contó que en el tiempo en que se iban conociendo él era también un hombre dulce, o al menos raro, como ese personaje que también es hosco y solitario en la película que ahora ve todo el mundo, La grande bellezza. Un hombre raro; no triste, raro.

Él hizo que una serie de jugadores que ya están en la historia (como él) se divirtieran jugando al fútbol; como eran bajitos, decía, tenían que bajar el balón al césped, cargarse de paciencia y abrumar al contrario con la belleza (la grande bellezza) del tiqui taca. Inventó esa fórmula y no la patentó, se la dejó a Guardiola y a Del Bosque, y sobre todo la dejó como un sello suyo. Si uno atiende a su forma de ser, hosca, desconfiada, no se hubiera imaginado nunca que, cuando la selección de Del Bosque llegó a su cénit, en 2012, él dijera que se reconocía en ese equipo. Uno hubiera esperado, porque lo había hecho ya muchas veces, algún desdén, una forma veloz de desentenderse de lo que hacían otros para encerrarse en su único juguete: el secreto, la distancia.

Su aspecto le ayudó a ser como era, o viceversa. Ese pelo que parecía peinado por una mano torpe, esos ojos caídos detrás de unas gafas que parecían a medio colocar, y a medio limpiar, esa barba que raspaba si la veías aunque fuera en fotos, esa ropa que parecía hecha para él por un amigo que no lo apreciaba de veras, esos zapatones de hombre que querría quedarse en el sitio, mirando de reojo…., todo ello conspiró para que Luis Aragonés se pareciera al polvo que levantaban las cabalgadas de Gary Cooper en Solo ante el peligro, porque jamás hubiera tenido el aspecto atildado del héroe al que amaba Pilar Miró.

Ahora, como aquel Gary Cooper de Pilar, Aragonés está en los cielos; al fútbol español lo puso en los cielos; su trayectoria por los clubes y por ese conjunto parecía dibujada a contrapié, como si él lo hiciera gritando y cabreado, pero en todas partes dejó la impronta de una sabiduría que se debatía entre la dulzura secreta o recóndita de un carácter que no dio a conocer y el cabreo por tener que hablar de fútbol, cuando él fútbol se hace, no se dice.

http://opinion.as.com/opinion/2014/02/01/portada/1391254549_054691.html

‘…Y usted, no pise ese escudo’

Rubén Uría

Admiré a Luis como entrenador del Atlético. No conocí uno mejor, más ganador y más  convencido de su método. Trataba de usted a los jugadores y levantaba copas en plural. Sufrí a Luis como periodista. Nunca fue un deschado de exquisitas formas, ni de buena educación, sobre todo con los colegas más novatos. Critiqué al Luis seleccionador – con extrema dureza- y fui fiscal mediático, enfrentado a sus múltiples satélites informativos.  Aplaudí al Luis triunfante de la Eurocopa – sin sobredosis de almíbar, pero con justicia- por su visión, apuesta y triunfo en Viena. Nunca supe interpretar bien a Luis, sería un completo hipócrita si escribiese eso. Sé que no fui justo con Luis, pero sí puedo ser honesto con ustedes, los lectores, y contarles  que me pareció un ganador con alma de perdedor.

Luis era el carácter endemoniado que bailaba, de madrugada, en La Venta del Gato. El gol que cantaban las tripas del Manzanares, antes siquiera de que su pie llegase a tocar la pelota en una falta directa. El tanto de Bruselas que dejó a Maier con la boca abierta. El hombre que se acostó jugador y se levantó entrenador. El tipo que cogió por las solapas al Jeque de Burgo de Osma, en vísperas del posterior secuestro del club. El profesor que heredó el Motín del Hesperia y devolvió un campeón de Copa.

La autoridad que obligó a Romario a mirarle a los ojitos, el ardor guerrero que retó a Eto'o con darle un cabezazo, el motivador que advertía a Reyes que era mucho mejor que el negro. La tozudez hecha carne, el verbo hecho canas. La ambición que despreció el dinero para devolver a su Atlético a Primera. La gran sentada y la condición física de base. El contrapoder que dejó a Raúl sin carro del que tirar. El chándal que siempre supo que rectificar era de sabios, pero que rectificar nunca era cosa de Luis.

El paleto resabiado que hablaba de sí mismo en tercera persona, que firmaba arengas magistrales y ayudó a niños a ser adultos. El tipo que llamó Wallace a Ballack, que tenía un amigo sexador de pollos que se equivocaba uno de cada mil, el que no era racista porque su amigo Jones era negro y además, Keita era azul. El reposo del guerrero con Pepe Navarro y Pechuga San Román. El máteme pero no mienta. El chiste del soldado de la calle Imagen, el de Enrique y los papeles del tractor. El del culo de la pipera, aquella castañera de Montera, esquina Gran Vía.

El Luis incorregible, que un día dimitía y al siguiente, se quedaba. El señor al que se criticó más de lo que se le disfrutó. La soledad que, entre depresiones, triunfos, frases y mil anécdotas, ocupó un lugar de privilegio en el álbum de cromos de un millón de colchoneros. El carisma que reinventó la selección, el profesor que hizo ganadores a los perdedores. El hombre siempre escondido detrás del entrenador. La bandera de esa pasión inexplicable llamada Atleti: 'Y usted, no pise ese escudo'. Ahora Luis pisa el cielo. Que se prepare Yashin, porque Luis tendrá ganas de patear una falta y ponerla en la escuadra.

http://es.eurosport.yahoo.com/blogs/ruben-uria/pise-escudo-143013070--sow.html

Usted perdone

RUBÉN AMÓN

Perdone usted la ignorancia y la crueldad, ahora que ya no puede perdonarnos. Tenga misericordia con los rapsodas del transfuguismo y con los patriotas de geometría variable. Sea indulgente con los idólatras de la juventud, y de la corbata.  Y séalo ahora también a título póstumo, cuando los hitos del Mundial y de la Eurocopa, la devoción al tiki-taka y el guardiolismo zen parecen haber subordinado la impronta que usted, míster, otorgó a la selección española.

Habrá que disculparse. Habrá que perdirle a usted perdón. Porque hemos escrito de usted que era un ludópata y un bebedor  impenitente de whisky. Porque hemos decidido que usted era un racista. Y no necesitábamos otros argumentos que la bronca a Reyes. Y porque ese apelativo de Zapatones lo hemos utilizado arbitrariamente para retratar su torpeza en sentido general, hasta la caricatura.

Y no le hemos perdonado ese desaliño ni esas maneras de hombre volcánico. Hubiéramos preferido a un entrenador metrosexual. Que hablara idiomas. Porque usted no los habla. Usted habla claro y sincero. Y usted se equivoca. Por eso preferíamos a un míster de laboratorio. Y no un hombre perseverante y paciente, como usted.

Usted ni siquiera ha sido feliz con el fútbol. Así que le reprochábamos también sus angustias personales. Veíamos un hombre con zonas de oscuridad. Veíamos un hombre. Por eso cuestionábamos que usted no fuera un actor. Un encantador de los periodistas. Un demagogo con los aficionados. Un entrenador posmoderno. Por no tener, usted no tenía ni cuenta en twitter.  Usted ha sido un hombre desagradable, decíamos. Y tuvimos que callarnos cuando usted cambió la historia de nuestro fútbol.

Y entonces empezamos a recubrirlo de elogios. A raíz de la Eurocopa, se entiende.Y le comparamos no a Helenio Herrera, sino al almirante Nelson. E incurrimos todos en un estado de amnesia. Y olvidamos que a usted lo habíamos vejado y humillado. Y entonces pedimos que la Federación lo renovara. Y dijimos que la selección no podía estar en mejores manos. Y nos apuntamos nuestra parte alicuota de la victoria. Y presumimos de usted.  

De sabio de Hortaleza pasó usted a sabio. Y de Zapatones no se acordaba nadie. Casi le concedíamos a usted la destreza de Fred Astaire bailando tip-tap-. Y nos tomamos en serio, porque nos convenía, aquel aforismo personal que durante muchos años habíamos considerado una bravuconada: ganar y ganar, ganar y ganar.

Dudamos de usted, Aragonés. Y escogimos otro apodo para jubilarlo: El abuelo. Que no era tanto un motivo para vanagloriarnos del magisterio de la senectud, como un pretexto para considerarlo inapropiado en el cargo de un club de fútbol chic.

Esta sociedad nuestra que desahucia a los ancianos no podía permitirse que el embajador de la Roja fuera un tipo con el pelo blanco. Y con gafas. Usted era muy mayor, sosteníamos. Hacía falta savia nueva para la selección, decíamos. Y no gente sabia si el precio iba a consistir bregar con un hombre de 70 años. Peor aún, con un cascarrabias que no sabe comportarse en la corrección política exigida y exigible.

No se concibe lo que sobrevino después sin el hito de la final de Viena y el gol de Torres. España había tardado 40 años en regresar a la jerarquía del fútbol. Y Luis Aragonés había imprimido carácter al equipo, trasladando a la selección la idiosincrasia del Atlético de Madrid. Que es la suya y la de ese escudo que nadie osará a pisar en su presencia.

http://www.elmundo.es/deportes/2014/02/01/52ecbd35ca474103388b4569.html

Grande, bueno y sabio

CARLOS TORO

Calificar a Luis Aragonés de "entrañable" sería injusto, casi ofensivo, porque ese adjetivo rebaja a quien se le atribuye a la condición de sujeto puramente tierno, de una afectividad blanda y casi excluyente de otras virtudes más sólidas.

Pero Luis Aragonés, Luis para todos nosotros con esa familiaridad que producen la cercanía y la frecuencia, era entrañable, sí. Lo era en la expresión y la exposición de un carácter gruñón y huidizo, pero dotado de unas dosis de humor socarrón que lo endulzaban sin quitarle un ápice de aspereza. Luis tenía gracia, aunque maldita la gracia que le hacía muchas veces.

Una gracia zumbona, resabiada, cada vez más escéptica por la edad y la indiferencia de quien está de vuelta de casi todo. Un humor punzante, apartado de los convencionalismos corteses y las reglas de urbanidad, aunque nunca grosero y siempre, siempre, siempre disfrutado (y a veces sufrido entre sonrisas comprensivas) por sus amigos. Por los veteranos del Atleti; por algunos periodistas de su confianza; por, en el fondo, todos nosotros, la gente, que lo conocíamos "de toda la vida", porque formaba parte irrenunciable e irrompible de la nuestra.

Una persona. Un personaje. Una personalidad. Un gigante, un referente histórico como jugador y como entrenador. Un trotamundos con la pelota en los pies y la pizarra en la mano. Sólo le faltó entrenar al Real Madrid. Bueno, al revés. Al Real Madrid sólo le ha faltado que lo entrenase él.

Luis soportó, en el doble sentido de adjudicación ajena y carga propia, dos apodos públicos y consecutivos: "Zapatones" y "El Sabio de Hortaleza". El primero como futbolista. El segundo como técnico. Ambos teñidos de un casticismo gráfico, descriptivo, popular. Y es que había que verlo jugar, correr, pasar, golear con aquellos pies enormes, pero sobre todo mirando cada uno a dos distintos puntos cardinales. Parecían planos, pero eran precisos. Parecían torpes, pero eran lúcidos. Y es que había que verlo explicar la táctica, a veces simplificando infantilmente la pronunciación de nombres extranjeros mientras sus chicos trataban de contener la carcajada.

En algún vestuario lo llamaron cariñosa, filialmente "Aurelio", en alusión a uno de los protagonistas de "El planeta de los simios". Y es que Luis, que era más listo que el hambre y catedrático de la calle y el césped, tenía ese rostro rudo, de barba cerrada entre dos patillas largas, anchas y frondosas, que lo hacían parecerse a nuestros primeros antepasados.

Y refunfuñaba mientras atendía a la prensa. Y se rascaba el pecho por debajo de la camisa mientras decía ingeniosas maldades como "Koeman tiene menos cintura que la rueda de un tractor". Y respondía desabridamente al joven periodista que, ante un Celta-Atlético de Madrid le preguntaba: "Aguilera puede ir al banquillo y vuelven Contra y José Mari. ¿Habrá revolución en Vigo?". "La única revolución es la que hizo Fidel Castro en Cuba".

Era el Luis del "negro de mierda", del "míreme a los ojitos" y del "hay que ganar por lo civil o por lo criminal". Era el Luis cascarrabias del "yo ya no quiero conocer a nadie". El Luis que cambió como jugador la historia del Atleti y, como entrenador, la del fútbol español. El Luis tan suyo, tan nuestro. El Luis de antes. El Luis eterno.

http://www.elmundo.es/deportes/2014/02/01/52ecd81822601df37a8b456c.html

Van Gogh en el banquillo

ORFEO SUÁREZ Madrid

Ya nunca lo sabremos, pero no es ésta la forma en la que a Luis Aragonés le habría gustado dejarnos. Habría preferido que fuera en activo, con plaza en un banquillo, porque el fútbol, el terreno de juego llegó a ser el único lugar en el que se comprendía y lo comprendían. Era un genio, y como todos, gravitaba entre los episodios de éxito y de autodestrucción. El mejor de todos ellos, en la recta final de su carrera, lo llevó a una apuesta maximalista en la selección española, la primera piedra de una edad dorada compartida con Vicente del Bosque. Probablemente, por separado ninguno de los dos entrenadores habría levantado los tres títulos, porque España necesitaba primero un hombre de revoluciones y, una vez alcanzada la cima, un gestor del éxito.

La forma en la que Luis manejó a la selección, con su lenguaje directo y su apuesta por los futbolistas más técnicos de una forma total, por los 'locos bajitos', era tan definitoria de su personalidad como el cisma que provocó el día antes de la final, al confirmar que dejaba la Federación sin aclarar del todo cómo y por qué, enfadado con todos. La conquista de la Eurocopa, en 2008, sin embargo, lo consagró y, de alguna forma, lo desclasificó, porque su etapa en el Fenerbahce turco fue corta y sin legado. Aguardó un nuevo destino, una larga espera a la que no quería llamar retirada, pese a su edad, y que se negaba a confirmar hace escasas semanas.

Luis no fue sólo uno de los grandes entrenadores de nuestro fútbol. Fue también un personaje de su época. Nacido en 1938, en la que entonces era la población de Hortaleza, hoy un barrio de Madrid, era un niño de la posguerra, tiempo en el que la vida exigía buenas dosis de supervivencia. Por su origen, siempre se le llamó el 'Sabio de Hortaleza', pero Luis, socarrón, contestaba: "¡Que no soy yo, que era mi hermano!". También fue conocido como 'el Mono' o 'Zapatones', por el tamaño de sus pies. Como todo su físico, de más de 1,80, un gigante para su tiempo, era herencia de su padre, que había sido alabardero del rey Alfonso XIII. Esa posición permitió a la familia afrontar con algo más de desahogo la posguerra, porque la caridad de su padre acabó por convertir su casa de la infancia en un comedor social. Por ello, en Hortaleza tiene hoy una calle: Hipólito Aragonés.

Quienes recordaban a Luis citan a un dormilón empedernido, que ya llegaba tarde a los entrenamientos cuando empezó a jugar en el equipo juvenil de Pinar del Rey. El fútbol no daba para mucho y Luis conducía sin carné un coche para repartir tejas y ganarse la vida. Después de un paso por el Getafe, fichó por el Real Madrid, en 1958. Su problema fue con quienes coincidió, con el mejor, como decía, que era Alfedo Di Stéfano, Don Alfredo. Fue cedido al Recreativo de Huelva, donde conoció a su mujer, Pepa. Pasó por el Hércules, volvió al Plus Ultra, filial del Madrid, y tras breves etapas en el Oviedo y el Betis, llegó a la que sería su casa, el Atlético de Madrid.

"Me habría gustado jugar hasta los 60 años", decía. Lo hizo, sin embargo, muchísimos años, hasta 1974, cuando después del partido de peor recuerdo, contra el Bayern Múnich en la final de la Copa de Europa, le ofrecieron pasar del campo al banquillo. En esa final, estuvo el Atlético a minutos de lograr el título tras el gol de Luis, en el lanzamiento de una falta, pero no pudo ser por la maldición de un jugador de nombre impronunciable. Fue un destino que imbricaba a Luis en la tradición del malditismo tan propio de nuestro fútbol, pero que, ya como entrenador, se encargó de cambiar. Fue un futbolista longevo, de enorme talento y visión, que ganó tres Ligas y dos Copas del Generalísimo, pero que no compartió el mejor tiempo del fútbol español.

Javier Irureta cuenta cómo, un día después de ser un compañero más, Luis llegó a la mañana siguiente con una carpeta y le habló de usted. Era ya entrenador, No dejó de hacerlo nunca, siempre de usted, pero con el humor como ingrediente. Hablaba el lenguaje del vestuario, de la cubierta, como pocos. A su paso por los banquillos de media Liga, dejó amigos y alumnos, porque son muchos los técnicos que dicen tenerlo como un referente. Conoció un Atlético sin Gil y con Gil, con el que su relación gravitó en el amor-odio. Ni con Luis, ni con Gil era sencillo que fuera de otra forma. El título de Liga conquistado con su equipo, sin embargo, llegó antes, a los dos años de sentarse en el banquillo. Junto a Gil, en cambio, llegaron las Copas con un Atlético de época, comandado por Futre y un Schuster crepuscular, una de ellas en el Bernabéu.

Después de cada fracaso, tenía la capacidad de reinventarse. Lo hizo en el Barcelona, adonde llegó como apuesta de Nicolau Casaus en tiempo de zozobra para el Barcelona. Era un momento de crisis personal, afectado por depresión y por uno de los problemas que le persiguió siempre, la ludopatía. El vestuario, en cambio, su hábitat, lo rehabilitó. En su brevísimo paso por el Camp Nou, ganó una Copa del Rey ante la emergente Real Sociedad y, lo más importante, se puso del lado de los jugadores en el conocido como Motín del Hesperia, por sus reclamaciones a la directiva de Nuñez.

En su relación con los futbolistas fue directo, amistoso pero también hilarante. No pasaba una. Le vimos echar a Romario, coger por el cuello a Eto'o y pasarse de la raya en una arenga a Reyes, cuando le dijo: "Usted es mejor que ese negro de mierda". La referencia era a Henry, compañero del entonces futbolista del Arsenal. El episodio lo minó en lo personal, pues nunca se había visto a sí mismo como racista, y erosionó mucho a su entorno. De hecho, nunca lo superó. Nunca fue Luis un personaje racista, por su actitud, pero le traicionó el lenguaje, tuvo un incidente que no se podía calificar de otra forma. Quizás formaba parte de las formas de su tiempo, ese "negro" que aparece sin que jamás hubiéramos pensado que existía.

Nunca, sin embargo, vimos una escena pública de enfrentamiento con Raúl, al que apartó de la selección para generar uno de los grandes debates nacionales del fútbol español. En realidad, por mucho que indagáramos los periodistas que estuvimos cerca entonces, nunca lo encontramos. En mi opinión, Luis había llegado a la conclusión futbolística de que Raúl se marchaba del lugar al que llegaban Torres, Villa o Silva, pero era duro decirlo claramente, explicarlo. No era su fuerte, y eso a veces confundía a quienes le rodeaban y confundía a este Van Gogh de los banquillos que únicamente recobraba la paz ante el cuadro, su rectángulo, el campo. Como un pintor, veía líneas y colores que los demás jamás pudimos descubrir. En el Prater, las encontramos y lo quisimos para siempre. Descanse en paz.

http://www.elmundo.es/deportes/2014/02/01/52ecbea522601dcf7a8b456a.html

Un entrenador de los pies a la cabeza
Ramon Besa   

A su paso por cada equipo, y naturalmente por la selección, Luis Aragonés siempre dejó una anécdota para el recuerdo, un momento que expresaba su manera de entender el juego y también su inconfundible personalidad, única en el fútbol.

Nada más llegar a Alemania en 2006 con La Roja, término muy utilizado durante su estancia en la federación porque funcionaba incluso como recurso para quienes la palabra España les provocaba urticaria, mandó a paseo al comité de recepción de la Copa del Mundo en Dortmund. Luis despreció las flores que le ofrecía una azafata: “Me van a dar a mi un ramo cuando no me cabe por el culo ni el pelo de una gamba”.

Los traductores las pasaban canutas para explicar sus expresiones, a veces tan castizas que resultaban incluso imposibles para muchos españoles, como cuando hablaba de la estanquera y de la pipera de Vallecas. No siempre era fácil entender a Luis. El día que arengaba a Reyes en un entrenamiento al grito de que era mejor que “ese negro de mierda” en referencia a Henry se armó la de Dios es Cristo porque se le consideró un racista.

Igual que motivaba a un andaluz se las tenía con Romario: “Míreme a los ojos cuando le hablo”. Y el “negro”, que siempre iba con la cabeza gacha, le atendía de soslayo. El día que supo que las cámaras le escrutaban en Mallorca no tardó en desenchufar cuantos cables encontró cerca de su banquillo.

Nunca fue anónimo, ni cuando pasó por el Camp Nou en una de las peores épocas del Barcelona. Víctima al inicio de una crisis de ansiedad fóbica, acabó alineado con sus jugadores la tarde en que pedían la dimisión del presidente Núñez. Luis ganó la Copa a aquella Real que acabó por ser unos de los proveedores del dream team de Cruyff.

El ambiente era tan deprimente por entonces que una mañana me referí al Barcelona como el equipo de “Aurelio y los vagabundos”, sin reparar en la banda de música sino en una banda de jugadores al mando de un técnico al que alguno le apreciaba un físico simiesco. “¿Está aquí el que ha escrito esto?", preguntó en la sala de prensa. “Sí”, respondí. “Pues mire chaval: métase lo que quiera con Aurelio, pero a los vagabundos me los deja en paz, ¿vale?”.  Una lección de periodismo de parte de un gruñón encantador que siempre defendió a sus jugadores.

A Luis se le consideró el rey del contraataque antes de ganar la Eurocopa con España. Nadie respetó más el juego de los centrocampistas en una tierra enamorada de la furia de los centrales y mediocentros de nombre Belauste y de la hipnosis de delanteros como Butragueño. No solo dio juego al equipo sino que además lideró con una personalidad asombrosa una transición que supuso el fin de la internacionalidad española de Raúl.

Arisco, anduvo murmurando sobre el fútbol de la selección cuando fue sustituido por Del Bosque, no por nada, sino porque, ejerciera o no, siempre se sintió entrenador. No hace mucho cuando se hablaba de que abandonaba los banquillos, mandó rectificar la información en unos minutos porque a Luis no le retiraba nadie, solo la muerte.

Gracias, Don Luis. 

http://deportes.elpais.com/deportes/2014/02/01/actualidad/1391251313_566107.html

Publicado feb 02 2014, 09:00 por SDHEditor
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