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Tributo a Luis (II)

El mito de Luis Aragonés

Guillermo Daniel Olmo

Los chavales de mi barrio dan sus primeras patadas a un balón en un polideportivo que lleva su nombre. Muchos son tan pequeños que no saben quién es, ya quién fue, el tal Luis Aragonés cuyo nombre figura junto al oso y el madroño en el rótulo de entrada a la instalación. Yo, que también fui chaval, sí sé quién fue Luis Aragonés. Acostumbrado a ver a España palmar de todas las maneras posibles, las ridículas, las indignas y, la mayoría de las veces, las trágicas, crecí como aficionado convencido del sino fatal del equipo de la camiseta roja. Hasta que llegó él.

Otros mayores que yo podrán hablar de cómo jugaba Luis, de su talento lanzando golpes francos, de lo cerca de la Copa de Europa que llevó al Atleti de sus amores, de como se entendía con Irureta, Gárate y otros que no son para los de mi generación más que nombres muertos en enciclopedias. Para los que nacimos en la década de 1980, esa que está tan de moda ahora por nuestro peso estadístico en Facebook, Luis siempre fue un entrenador. El que agarró de la pechera a Eto´o cuando le dio un intolerable ataque de niñato, el que explicó en una rueda de prensa al más típico estilo Celtiberia Show la sutil diferencia entre una peineta y un corte de mangas, que la hay, no crean que no.

Llegó al cargo de seleccionador nacional en medio de un inusitado consenso en el mundillo futbolístico. Veníamos de una actuación indecorosa en la Eurocopa de Portugal y en los últimos años habíamos sido capaces de perder con potencias como Chipre, Noruega o Nigeria. Como después de la tragedia ultramarina de 1898, toda la opinión publicada exigía una regeneración y el sabio era el elegido. La selección era el techo para un técnico que había ganado y perdido en los banquillos de toda España. Le faltaba el del Bernabéu, pero ahí había una incompatibilidad insuperable, porque en el Madrid, aunque lo ganes todo, te echan si no vistes de Armani, y a Luis podía uno imaginárselo con el uniforme de camarero de El Brillante, pero nunca enfundado en un diseño italiano.

El Mundial de Alemania dejó fogonazos de arte, como el memorable gol de Torres contra Ucrania, pero terminamos con el gatillazo de siempre contra la Francia del último Zidane. Tras esto las cosas se torcieron de verdad y a Luis se le dio por muerto, un cadáver más en el osario de la desgracia hispana. Entonces se cargó a Raúl. Periodistas cortesanos de toda filiación mediática, los de las mamadurrias, que diría Esperanza Aguirre, recrudecieron su ofensiva contra el eslabón débil. Pero el técnico se refugió en su prometedor grupo de jugadores. Convirtió a Ramos en un zaguero imperial, enseñó a Xavi a leer todos los mapas que ya tenía en su cabeza e inyectó sangre en la mirada de todos sus hombres. Hizo piña con ellos y empezó a pavimentar una ruta hacia la gloria en la que solo creía él.

Y así llegamos al verano loco de 2008. Y España empezó a jugar como si no fuera España, como si la utopía fuera posible en cada internada de Iniesta, en cada remate de Villa. Todo el país se pegó al televisor. Como todos los veranos de torneo, en bares, campings, terrazas… Todos en bermudas viviendo un sueño que en el fondo sabíamos que terminaría mal. ¿Por qué iba esta vez a ser diferente? Los medios de todo el mundo empezaron a hablar del equipo del abuelo, un abuelo que jugaba con los nervios de aficionados y comentaristas agotando los cambios de una sola tacada a media hora larga del final de los partidos. Como en los casinos, desde el banquillo a Luis le iba lo de apostar fuerte.

Aquel verano ocurrieron cosas inconcebibles en mi infancia. Le ganamos a Italia en los penaltis y llegamos a la final contra Alemania. ¿Recuerdan lo que decía Lineker sobre los alemanes y el fútbol, verdad? Pues España llegó y ganó aquella final gracias a un gol de Torres que Luis Aragonés había vaticinado en la intimidad del vestuario, allí donde su figura alcanzaba su verdadera estatura.

Hoy la muerte se ha llevado. Me lo imagino recibiéndola con la misma mueca de hastío con que acudía a las ruedas de prensa. Apagando su pitillo y acompañándola con desgana hacia una cita que sabe ineludible. También hoy, bajo el sol del invierno madrileño, en el “poli” que lleva su nombre, los chavales de mi barrio persiguen los sueños que encierra toda pelota en movimiento. Crecen convencidos de que la selección española a la que veneran en sus cromos es un equipo campeón. Quizá algún día se pregunten si siempre fue así.

http://abcblogs.abc.es/mundial-2010/public/post/el-mito-de-luis-aragones-15792.asp/

El mejor en dos palabras

José Miguélez

Luis Aragonés fue el mejor. Así de simple y rotundo. No hacen falta más palabras para entender quién se acaba de ir. Tampoco usaba demasiadas. No las necesitaba. Se le entendía. Le bastaba una onomatopeya o una frase hecha, dejar sin acabar la oración o abrocharla con su célebre ‘y tal’, para que el futbolista le atendiera y le creyera. Artista en el manejo del palo y la zanahoria, fue casi más psicólogo que entrenador. De un rato en su diván, el jugador salía implicado, convencido y ganador. Luis se marchó sin que un solo subordinado hablara mal de él. Ni en alto ni por detrás. Fue más incómodo para sus jefes, con quienes llegó a las manos (incluso de forma literal). Alguna vez reconoció que les levantaba la voz como fórmula calculada para evitar el despido. Miró mejor a los de su gremio, aunque receló de algunos, especialmente de los que veía con el chándal sin arrugar. Pero no se encasilló en ninguna corriente.

Le dio igual reinventar el contragolpe o animar al toque para llegar a su innegociable ganar, ganar y volver a ganar. Y con la prensa, dependió del día. Igual caía un rejón que una carcajada, un exabrupto que unas cañas. Lo mismo te negaba a voces que te concedía una entrevista sin atender al reloj, incluso la última de su carrera y (sin imaginarlo entonces) de su vida. No se sabía con qué Luis te encontrarías, pero sí que lo verías venir. Con todos iba de frente. Menos esta vez, que ni avisó. Descanse en paz el mejor de todos.

http://opinion.as.com/opinion/2014/02/02/portada/1391297675_685705.html

En aquella heladería de Viena...

Mónica Marchante

En una heladería de Viena, frente al hotel donde España aguardaba la final de la Euro 2008, pregunté a Luis si no le apenaba que Torres no hubiera tenido el peso esperado. Dijo tajante: niña, esta noche le voy a dar dos besos en la frente. Uno por cada gol que va a marcar. Será el hombre de la final. Cuando Fernando remató al palo un escalofrío recorrió mi cuerpo en el palco del Ernst Happel. Cuando cruzó aquel balón a la red supe que lo había vuelto a hacer. Tiempo después, Torres confirmó en Informe Robinson que Luis le dio ese beso en la frente la noche antes de la final.

Esa fue la historia de su vida como entrenador, el mejor motivador que jamás ha tenido el fútbol español. Durante años se asoció a Luis con el contragolpe y sin embargo fue él quien supo ver que esos maravillosos bajitos debían llevar el peso de la Selección con el balón en los pies. Le dio el mando a Xavi y convenció a Iniesta de que lo suyo no era sólo el último pase. El gol de Ramos en Aarhus con el agua al cuello y la maravillosa segunda parte frente a Rusia en semifinales me quedan para siempre. Eso y el corazón más grande que conocí en todos estos años, bajo su disfraz de gruñón. Gracias por todo maestro. 

http://opinion.as.com/opinion/2014/02/02/portada/1391297464_223047.html

'¡Ganar, ganar y ganar!'

Fernando Torres

Cuando eres un niño y empiezas en esto del fútbol, vives de ilusiones, de sueños que piensas que algún día llegarán porque crees que lo puedes lograr todo. Desde que tenía 10 años, he visto compañeros, con muchas más condiciones que yo, que se iban quedando en el camino. Y eso no es más que un proceso de aprendizaje que se acelera cuando estás en un vestuario profesional con 17 años y empiezas a ver que el fútbol que conocías no tiene nada que ver con el fútbol profesional.

Me decía casi a diario: «¡Niño! Usted no sabe nada de nada». Me apreciaba mucho

Ahí aparece Luis en mi vida. Es mi profesor en el fútbol, quien pone freno a mis ambiciones hasta que esté preparado, quien me aconseja y me explica qué compañeros son los que me aprecian de verdad y quiénes los que se acercan por interés, cómo funciona esto de los medios a este nivel. Reforzaba los valores que había aprendido durante toda mi vida, los del fútbol de antes. Como él me decía casi a diario: «¡Niño! Usted no sabe nada de nada». Por eso, con el tiempo, entendí que lo hacía por que me apreciaba mucho. Sinceramente, no se lo vi hacer con otro jugador. Me estaba preparando para que pudiera llegar donde yo quisiera y me estaba preparando desde el cariño que me tenía y que siempre conservó. Creía en mí.

Con España nos bajó de las nubes: «Fuera egos, no sois mejor que nadie si no sois un equipo»

En nuestra segunda etapa juntos, hizo con la selección española lo que antes hizo conmigo. Nos bajó de las nubes y nos dijo: «Fuera egos, no sois mejor que nadie hasta que no seáis un equipo». Y ese proceso estuvo lleno de baches, de enemigos en el camino que dejamos atrás con la convicción del que sabe que tiene que pasar por eso para llegar a su meta. Y cuando lo comprendimos, su discurso de que podíamos ser campeones de Europa ya no sonaba a discurso motivador sino a objetivo real. Nos hizo creer que en fútbol es el primer paso hacia los sueños más difíciles. Y eso fue cuando estábamos más hundidos, cuando no llegaban los resultados y las dudas desde fuera eran más grandes que nunca. Pero vivíamos en una burbuja que Luis creó especialmente para nosotros y sólo para nosotros. Esa estrategia tuvo un final feliz y pasará a la historia como el hombre que cambió el fútbol español, el que nos hizo soñar, creer, luchar y ganar. «¡Ganar, ganar y ganar!» gritábamos antes de cada partido tocando el balón.

Hoy ya no está entre nosotros, pero los que le conocimos ya hemos ganado. Los que aprendimos de él volvimos a ganar, y los que hoy leemos que nos ha dejado con lágrimas en los ojos le damos las gracias porque volvemos a ganar, y probablemente ganaremos siempre. Nunca te irás, nos dejas tu legado imborrable.

Gracias viejo. Descansa en paz.

http://www.elmundo.es/deportes/2014/02/02/52ed6bf9268e3ead4f8b457b.html

John Wayne en el horizonte

Ferrer Molina

El uruguayo Pandiani acudía muchos días a los entrenamientos conduciendo su camión. Luis Aragonés debería haberlo hecho a caballo. Un tipo capaz de coger a Reyes de las solapas; de sujetar a Romario para obligarle a que le mire a los ojos; alguien que se permite levantar a Futre de la cama al grito de "hoy vengaremos a Pizo" una mañana de una final de Copa; un tío, en fin, que se niega a convocar a la selección a Raúl en contra de todos los madridistas con micrófono y les estampa en la cara una Eurocopa, no es un entrenador, es un cowboy, un llanero solitario, un pistolero, un cimarrón.

Como buen vaquero, tiene apodo. Quisieron endosarle el de Sabio de Hortaleza. Suena a Genio de Vitigudino. Y claro, él se decantó por Zapatones, mucho más cercano y pedestre. Le pusieron el cartel de Wanted por racista; a él, que se ha duchado toda la vida entre negros, que mide a los hombres por cualquier parámetro antes que por el color de su piel. Salió vivo de la encerrona porque, como se dice en el vestuario, tiene los huevos pelaos de estar en el oficio. Cuando no habían nacido los santurrones de lo políticamente correcto y los futbolistas olían a sudor y no a lavanda, le empató un Pichichi a Amancio y a Gárate. Fusiló a los porteros desde fuera del área, a balón parado, con talento. Garci lo habría reclutado con gusto para el papel de Germán Areta en El Crack. Da igual, lo hizo Alfredo Landa.

Alguien capaz de escaparse para intentar asaltar la banca del casino, de jugárselo todo a una carta, de gritar hasta expulsar la dentadura, de no avergonzarse de ser de derechas, de cambiar la inercia de la decadente furia española por el toque -porque la furia la ponía él-, de hablar de "pasillos de seguridad" y de "condición física de base" para echar unas migajas con las que entretener a los periodistas... alguien así es imperecedero.

Dicen que han dicho que dijo Luis que tenía leucemia y que podía no salir de ésta. ¡Quia! ¿Alguien ha visto morir a John Wayne? Luis, sencillamente, sigue cabalgando por el horizonte.

http://www.elmundo.es/deportes/2014/02/01/52ed4d97268e3ebf4f8b4579.html

Míster, nunca fuimos japoneses

Xavi Hernandez

“Usted no es japonés, usted me entiende lo que le digo”. Me dijo una noche. Le estoy viendo, en la habitación de un hotel y sé que le echaré de menos. Mucho. Porque yo a Luis Aragonés le quería mucho. Y con Luis hablé mucho.

Sabía que no estaba fino, pero nunca pensé que tenía algo tan grave, que se iba a ir tan pronto, tan rápido, de esta manera. “Estoy bien, estoy bien”, me decía cuando le preguntaba. Hablaba de vez en cuando con él, porque para mí siempre, desde el día que le conocí, fue un referente absoluto. Supongo que es el entrenador con el que más horas he pasado hablando de fútbol. Subía a la habitación y hablábamos horas, a veces del estilo “esa es la clave, Xavi, saber a qué queremos jugar”, siempre de la importancia de juntar a los buenos en el campo y también de lo importante que era no tener miedo a nadie, a ningún equipo, por mucho que corran más. “Usted y yo sabemos que la pelota corre más que ellos. Y que la tocamos mejor que ellos”, me dijo. De Luis tengo los mejores recuerdos de una charla, de un encuentro por los pasillos, de una aparición en el comedor, porque siempre te dejaba algo. Y siempre tenía razón, siempre.

Luis es fundamental en mi carrera y en la historia de La Roja. Sin él, nada hubiera sido lo mismo, imposible. Con él empezó todo

Luis iba de cara; te miraba en el entrenamiento, se acercaba y te decía: “Usted está haciendo el jeta, ha venido a entrenarse y no le veo. ¡A mí no me gustan los jetas!”. Y se iba. Luis nunca engañaba, iba de cara. “Tú no juegas porque has dado pena esta semana”, “¿Estás cansado o qué?”, “Hoy has estado fantástico, esta semana lo vas a bordar”. “¿Se cree que yo me chupo el dedo, que soy gilipollas?” Así era Luis, cercano, de verdad.

El otro día recordé una anécdota de la primera vez que me convocó para la selección. No me había llamado a la primera convocatoria y en septiembre, nada más llegar, me estaba esperando. “¿Qué pensaba usted? ¿Que el hijo de *** del viejo no lo iba a traer, eh?”. Y yo, acojonado, le dije: “No, no, en ningún momento he pensado algo así, míster”. Y él, puro Luis, me dijo: “Sí, sí, sí, a mí me va a engañar. Venga, para arriba y ya hablaremos”. Y hablamos ese día y mil horas.

Luis es fundamental en mi carrera y en la historia de La Roja. Sin él, nada hubiera sido lo mismo, imposible. Con él empezó todo, porque nos juntó a los pequeños, Iniesta, Cazorla, Cesc, Silva, Villa... Con Luis hicimos la revolución, cambiamos la furia por el balón y le demostramos al mundo que se puede ganar jugando bien. Si no ganamos la Eurocopa no hubiéramos ganado el Mundial, claro que en ese sentido, fue fundamental la llegada de Del Bosque, otro fenómeno.

Con Luis hicimos la revolución, cambiamos la furia por el balón y le demostramos al mundo que se puede ganar jugando bien

A Luis le dieron mucha caña pero fue él quien marcó el camino, quien le dio a España el estilo que tiene hoy. En eso, siempre coincidimos. Fue Luis quien vio lo que había y apostó por bajitos. “Voy a poner a los buenos, porque son tan buenos que vamos a ganar la Eurocopa”. Y la ganamos. Fue inteligente y muy valiente.

En lo personal, Luis me hizo sentir importante cuando mi autoestima era un desastre. Me dio el mando de la selección cuando no lo tenía ni en el Barça. “Aquí manda usted”, me dijo, “y que me critiquen a mí”. Decidí devolverle la confianza en el campo. Si fui elegido el mejor jugador de la Eurocopa fue por él, aunque él siempre me lo negaba. Conmigo tuvo detalles inolvidables. A Alemania no llegué bien, pero me esperó. Venía a verme a Barcelona, preocupado por mi rodilla. Vino Paredes [preparador físico] a subir a La Mola mientras me recuperaba... Luis me llamaba cada dos por tres. “Apriete Xavi, no se duerma que le espero”.

La palabra fútbol en el diccionario tendría que llevar al lado la foto de Luis. Luis es el fútbol hecho hombre, el fútbol hecho persona.

Hasta siempre, mister. Y gracias por todo. Y que lo sepa: usted y yo nunca fuimos japoneses. 

http://deportes.elpais.com/deportes/2014/02/01/actualidad/1391284340_205577.html

El eterno canchero

José Sámano

Genio y figura, Luis era trinitario: en un minuto podía ser Luis, Aragonés o Suárez. Los tres eran igual de complejos, taciturnos, socarrones, hilarantes, ásperos, dicharacheros, retraído, directo como un aguijón. Solo tenían un nexo en común, Luis Aragonés Suárez nunca dejaba impasible. Resultaba tan inescrutable que con sus cosas no siempre sabía uno a qué atenerse, si llorar o reír. Un personaje enciclopédico tras su perpetuo “tal y tal” que siempre cautivaba a los vestuarios, incluso por las bravas, como bien sabe su ahijado Eto’o. Destilaba fútbol y más fútbol y a los jugadores les llegaba hondo con su verbo directo, punzante, cómico incluso. Un pillo que sabía demasiado. Lo mismo les sorprendía con los nombres y apellidos de los linieres —así flirteaba con ellos desde la banda, porque sostenía que les orgullecía que les conociera—, que se hacía el abuelete y se refería a Ballack como el “Wallace ese” para quitar hierro a la final de Viena.

Luis entendía como pocos lo que se cuece en un vestuario, porque toda su vida fue entrenador-jugador, dualidad que jamás disoció. Lógico si se repara en que fue alumno y jefe de sopetón desde los 36 años. Todo en unas horas, las que tardó Vicente Calderón en quitarle el pantalón corto y ponerle un chándal. “Los entrenadores siempre deben ir en chándal”, acostumbraba a decir este hombre tan canchero y obsesivo que llegó a dirigir una sesión de precalentamiento con una pelliza puesta en El Plantío y sus alborotadas e infinitas patillas descolgadas bajo unas gafas de otro siglo. La única imagen que le preocupaba era la del fútbol, ahí donde se sentía plenamente realizado.

Ya de entrenador, como nunca se jubiló como futbolista, era habitual verle tocar y tocar la pelota en los ensayos. Mientras los chicos correteaban, él siempre estaba rodeado de balones, sin importarle un rábano cargar con la bolsa de las pelotas. Y hasta tirar faltas, de lo que presumía ante sus pupilos. No le faltaba razón, Aragonés era un zapatones, pero un zapatones de seda.

Luis concitaba numerosas fidelidades en la distancia corta, en la que lucía una socarronería que nade tenía que ver con su imagen hosca, la del gruñón ante los focos. Con tantas afinidades hasta se rebajaban sus exabruptos, sus desplantes a los ramos de flores o sus arengas excesivas con henrys de por medio. Las cosas de Luis, de Aragonés o de Suárez, vaya usted a saber.

http://deportes.elpais.com/deportes/2014/02/01/actualidad/1391283389_015627.html

El espíritu de Neustift

La gran obra de Luis, la fundación de La Roja, fue una genial construcción de manejo de grupos y persuasión que acabó por consolidar al equipo que ganó la Eurocopa de 2008

Luis Martín

"El espíritu de Neustift" le llamaron a todo lo que ocurrió aquel mes largo de concentración en el valle de Stubai, donde España preparó cada partido de la inolvidable Eurocopa de 2008, el año en el que nació La Roja, el año que España volvió a ganar. Puede que se hubiera dado en cualquier parte del mundo, pero es seguro que nunca se hubiera producido sin la aportación de Luis Aragonés, que desparramó sobre el valle toda su sapiencia. Cómo manipular a mi antojo en función de las necesidades, podría llamarse la lección. Porque eso hizo Luis. Cualquiera de los futbolistas que movió a su antojo lo sabe y no lo olvidará jamás. En algún bar de aquel pueblo hay fotos que lo demuestran. En la memoria de quienes vivieron aquellos días, sin duda, está grabado a fuego.

"¡Es alucinante cómo maneja los códigos!", decía Xavi. "En Luis nada es gratuito"

Luis supo llevar a su terreno cada minuto de aquella concentración, cada decisión, cada detalle, cada guiño. Y ganó España la Eurocopa. Puede que el caso más evidente del efecto Luis durante aquellos días tenga que ver con Sergio Ramos y con Xavi, uno por defecto y otro por exceso. Al volante le hizo capitán general, al entonces lateral le enseñó a ser futbolista. Nadie se llevó más broncas que el andaluz; y pocos jugaron mejor que Xavi. "¡La mangoneta!, Sergio, ¡la mangoneta me la deja en casa!", le gritaba Luis a aquel caballo desbocado cada vez que intentaba un regate pasándose la pelota por la espalda a la carrera. Le habló del grupo, de respeto al compañero, de la esencia del jugador. Y Sergio le entendió cuando, en el campo de entrenamiento, ante los ojos de todos, incluido el de las vacas y los caballos peludos que les miraban desde la ladera, le hablaba y le decía: "¡Haga usted el favor de dejar el móvil de los cojones y hable con sus compañeros!". Y por la noche, se iba a ver a Xavi. Y a Iker. Y como no podía dormir, porque Luis durmió muy poco en aquel valle, hablaba con Paloma, la jefa de prensa, hasta que asomaba el sol y le daba permiso para irse a dormir. Y entonces, hablaba con los empleados del hotel. En Italiano. Como si Luis hablara italiano...
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"Es alucinante cómo maneja los códigos. Es una enciclopedia", le reconoció entonces Xavi. Y no mentía, solo verbalizó aquellos días su sorpresa al ver de lo que fue capaz Luis, de su facilidad para generar aquel ambiente de grupo. "En Luis nada era gratuito, no hacia las cosas por hacerlas, las hacía porque eran necesarias, porque era su libro de fútbol. Era una lección permanente", le reconoce Capdevila y como él, todos los jugadores que en Austria, camino de la gloria de Viena, se impregnaron del espíritu de Luis Aragonés en las montañas. "Este pueblo contagia cosas positivas", dijo Jara, ex jugador del Valencia y hombre clave en la elección del lugar de concentración de España, al lado de Innsbruck. Fue él quien le propuso a la RFEF irse a Stubai, quien puso a la selección en la pista de Neustift. "Sabía que sabrían cuidar de sus invitados", afirmó. Pero el que supo cuidar de todos aquellos días, en aquel pueblo por el que todos tenían la sensación de que, tarde o temprano, asomaría Heidi, fue Luis Aragonés. Es cierto que Jesús Paredes, el preparador físico, y Antonio Limones, el director de logística de la selección, se encargaron de supervisar la infraestructura, pero Luis le puso el alma a la montaña. "Yo sólo he tratado de influirles en algunos conceptos que considero básicos, como el respeto que se deben tener unos a otros; que sepan, porque lo considero fundamental, que el compañero está siempre a tu lado; que pueden contar los unos con los otros porque eso, entiendo, hace fuerte a un equipo", aseguró entonces el técnico, como si nada, como si fuera todo tan fácil, convencido de que los jugadores lo entendieron. "Funcionan solos".

"¡Haga usted el favor de dejar el móvil de los cojones y hable con sus compañeros!", gritaba Luis

Luis les protegía, incluso de los micrófonos. Durante un entrenamiento hizo retirar a un cámara de detrás de una portería convencido de que podría grabar lo que decían los porteros, Casillas, Reina y Palop, que cada día terminaban media hora más tarde que sus compañeros las sesiones preparatorias. Nada le hacía más feliz a Luis. "Antes", decía en la madrugada, en esas charlas clandestinas con periodistas, en bares, "acababa el entrenamiento, nos tomábamos el vermú, comíamos, jugábamos a las cartas, los solteros quedaban con las chicas y luego, cenábamos. Eso es ser futbolista", decía.

Nada demuestra mejor el espíritu que contagió Luis Aragonés al equipo español en aquellos días que el abrazo con el que el equipo celebró el gol de Villa, que le dio la clasificación a España en Innsbruck en el minuto 92, ante Suecia. El Guaje salió como una flecha hacia el banquillo y desapareció engullido por los abrazos de sus compañeros. Hasta Luis se sorprendió a sí mismo festejando como no acostumbraba: "Me emocioné al ver la reacción del banquillo. Reconozco que ha sido una reacción impropia de mí". Solo dos años antes, el 19 de mayo de 2006, en el estadio Gottlieb-Daimler, de Stuttgart, España y Túnez se enfrentaron en el segundo partido del Mundial. España, que había goleado en el primero a Ucrania (4-1), perdía en el minuto 70 por 0-1. En el 71 empató Raúl, se fue al banderín de corner, beso el anillo y miró al banquillo. Solo se abrazó a Cañizares y a Salgado. El resto de los suplentes le dieron un par de palmaditas sobre el número siete. "Fue mérito de Luis", dijo Torres. "Todo lo genero él", explicaron entonces, y sostienen aún, en la federación española. No mienten. En Neustift, en el valle donde España ganó la Eurocopa, olía a sabio de Hortaleza. 

http://deportes.elpais.com/deportes/2014/02/01/actualidad/1391282513_059737.html

De la bronca del compañero al usted del jefe

"A mí me viene el cáncer ese y voy a por él y le gano", solía decir antaño. Hace poco me dijo: "Cada año que pasa cumplo diez"

Javier Irureta

Era un lunes o un martes de noviembre de 1974. El presidente, Vicente Calderón, había decidido prescindir de los servicios de Juan Carlos Lorenzo como entrenador tras disputarse la novena jornada de Liga y antes de tomar una decisión sobre su sustituto se reunió con los capitanes del equipo. Adelardo y Luis eran los primeros capitanes, luego estaba Gárate y también me llamó a mí a su despacho madrileño. Recuerdo que nos pedía nuestra opinión sobre los que estaban disponibles en aquel momento. En la conversación iban desgranando nombres: Otto Bumbel (que ya había entrenado al Atlético en 1964-65, Di Stefano, se habló también de Puskas. Nosotros poníamos cara de póker o haciendo esos gestos que lo mismo valen para decir que sí que para decir que no. Calderón decía que, claro, un exfutbolista del Real Madrid, no sería bien acogido por la afición del Atlético. La conversación continuaba y seguían nuestras señas indescriptibles. De pronto el presidente lanzó una pregunta: "¿Y qué os parece Luis?". "Claro, Luis es el que mejor nos conoce", respondimos casi al unísono.

Calderón nos llamó a Luis, Gárate, Adelardo y yo: "¿Qué les parecen Di Stéfano o Puskas como técnicos?". Pusimos cara de póquer y soltó: "¿Y Luis?"

Al día siguiente, Luis se presentó en el vestuario con una cartera en la mano. Nos sorprendió que nos hablara a todos de usted, a gente que como Adelardo había estado con él de jugador durante 13 temporadas, Gárate, nueve, yo ocho. Enseguida lo entendimos: "Hasta ahora he sido vuestro compañero, ahora soy vuestro jefe". Lo mismo que como futbolista marcaba su territorio, disputando cada centímetro al rival, como entrenador marcó el territorio desde el primer día. Fue una sensación extraña, pero no inesperada para nosotros. Luis había disputado como futbolista seis partidos de esa temporada 1974-75 y en la jornada 10 había cambiado la camiseta de futbolista por el chándal de entrenador aunque el escudo seguía siendo el mismo. Yo había llegado al Atlético desde el Real Unión de Irún, con 19 años, y él ya era un veterano, debía tener unos 29, pero sobre todo observé desde el principio que su influencia en el vestuario era brutal. Y ahora resultaba que esa influencia se convertía en jerarquía: ya no era la influencia del compañero, sino la del jefe que solo se separaba de su cartera o sus carpetas en el terreno de juego.

Yo sabía que desde mi llegada al Atlético me había cogido afecto. Pero prevalecía sobre todo el espíritu ganador. La primera gran bronca que yo me llevé en el fútbol profesional fue tras un partido contra el Pontevedra, el que hizo mítico aquel eslogan del "hay que roelo", cuando el equipo gallego descolló en la Primera División de la que llegó a ser líder al término de la primera vuelta. Supongo que habríamos perdido porque me echó una bronca de campeonato, imagino que por algún error imperdonable que habría cometido o por realizar un mal encuentro. No lo recuerdo. Lo que me quedó grabado es que el apoyo no estaba reñido con la exigencia.

Lo que prevalecía en sus charlas de entrenador era fomentar el espíritu anímico de los futbolistas, fortalecer la convicción de que ningún rival era inasequible


Y ese futbolista que me apoyaba y me exigía, ahora era mi entrenador, mi jefe, algo de lo que sin darnos cuenta quizás ya venía ejerciendo por su influencia en el juego y en el vestuario. De hecho, lo que prevalecía en sus charlas de entrenador era fomentar el espíritu anímico de los futbolistas, fortalecer la convicción de que ningún rival era inasequible. Veníamos de sufrir la decepción de la final de la Copa de Europa de 1974, pero habiendo sido víctimas del infortunio, primero, y del cansancio, después, en el desempate, ante un rival como el Bayern de enorme crédito. "Ir a por ellos" o frases similares eran habituales en su charlas, sin demérito de los planteamientos tácticos del partido. En eso también observamos un cambio radical, porque Juan Carlos Lorenzo era más dado a la palabrería y Luis iba al grano, sin rodeos. Después, Luis fue evolucionando porque el fútbol también iba cambiando y él no era de los de quedarse atrás y vivía por y para el fútbol, un canchero, que dirían en Argentina.

Al menos pudimos resarcirnos en la Copa Intercontinental que disputamos a Independiente tras la renuncia del Bayern Múnich. Se manejaron muchos rumores sobre las razones por las que el equipo alemán no disputó ese torneo, entonces a ida y vuelta: que si los incidentes de 1969 entre Estudiantes y Milan, que si boicó a la dictadura argentina de Videla, que si problemas de fecha. Al final, la Intercontinental fue nuestra tras perder 1-0 en Argentina y ganar 2-0 en Madrid. Yo marqué el primer gol y el definitivo lo hizo Ayala. No creo que aquello le cerrase a Luis la herida de la derrota contra el Bayern porque las derrotas para Luis siempre eran dolorosas y aquella especialmente quedó siempre en la memoria de los que participamos en esos dos partidos.

Cuando el Athletic se dirigió al Atlético para hacerse con mis servicios, Luis me dijo tajante: "Iru, tú te quedas". No quería que me fuera, aunque al final tuvo que ceder ante Vicente Calderón, que contaba con el dinero de mi traspaso para fichar a Luiz Pereira y a Leinvinha. Entonces cambié de jefe, pero el compañero seguía estando ahí, muy cerca, aunque fuera en el otro banquillo.

Hace apenas mes y medio, o algo así, coincidí con él en un acto de presentación de un libro sobre las leyendas del Atlético de Madrid. Estábamos diez o doce ex futbolistas en una mesa y naturalmente las anécdotas fueron polarizando la conversación porque Luis, al gusto por las anécdotas unía una memoria prodigiosa. Sin embargo, entre risas y bromas, una frase me dejó descolocado, pensativo, temeroso: "Iru", me dijo, "cada año que pasa me caen como diez". "Vamos, Luis, que tú eres muy joven todavía para pensar así", le contesté. "Diez por uno, Iru", repitió. Yo desconocía lo que sucedía en su interior, hasta recibir hoy la peor de las noticias. Poco después del sobresalto, recordé algo que él solía decir en nuestra época de futbolistas. En los años 60 apenas se nombraba la palabra cáncer, se eludía con eufemismos, como si no utilizarla nos librara de sus males. Después, en los 70, volvió al diccionario cotidiano. "A mí me viene el cáncer ese y voy a por él y le gano", decía entonces con una firmeza atronadora. Pero hay derrotas que no tienen partido de vuelta. Si no, Luis hubiera ganado la eliminatoria.

http://deportes.elpais.com/deportes/2014/02/01/actualidad/1391284814_567252.html

“¡Qué grande has sido!”

El fútbol recuerda a ‘Zapatones’ por su carácter y fuerte personalidad, y lo homenajea como al hombre que hizo creer a un país derrotista que también se podía ganar

El País

Luis Aragonés murió en Madrid de madrugada, cuando le gustaba vivir. Según amanecía la ciudad donde había nacido 75 años antes, el país al que hizo feliz con la Eurocopa de 2008, se fueron sucediendo las muestras de cariño, condolencias y elogios hacia su figura, clave en el fútbol español, la de un hombre de carácter fuerte y frases memorables al que muchos recuerdan sobre todas las cosas como aquel entrenador que le dio la vuelta a la selección, que hizo creer a un país que también al fútbol se puede ganar.

Algunos de los jugadores que obraron con él ese milagro fueron de los primeros en mostrar su reconocimiento al sabio de Hortaleza. Como Fernando Torres. El Niño, al que hizo debutar en Segunda División cuando era entrenador del Atlético y con el que coincidió en la selección campeona, se despidió de su maestro así: “Gracias míster. Nunca podré agradecerte lo suficiente lo que hiciste por mí”. Junto al mensaje, que podrían suscribir tantos aficionados españoles, el delantero del Chelsea colgó una fotografía en la que aún era ese niño y en la que comparte plano con un Aragonés que le coge la cara cariñoso entre las manos.

En la época de las redes sociales, las imágenes acompañan a las sentidas palabras de pésame habituales. La de Álvaro Arbeloa y la de Iniesta, que también formaron parte de la campeona de Europa en 2008, es la de los jugadores manteando al seleccionador sobre el césped del Prater de Viena (“¡Qué grande has sido, Luis! ¡Y qué grande es el vacío que dejas! Descansa en paz, abuelo”, escribió el jugador del Madrid; “Muchas gracias por todo lo que nos enseñaste, por todo lo que nos diste... Te recordaremos. Hasta siempre míster. DEP”, dijo el azulgrana). La de Sergio Ramos, un momento de relajación en un entrenamiento (“Luis tiene la culpa de lo que soy como futbolista y nos enseñó el camino a la gloria. Abrazo fuerte a toda su familia”); la del capitán, Casillas, en las escaleras del avión que les devolvía a España alzando la Copa de Europa (“Luis Aragonés siempre estará en la historia de nuestro fútbol”)...
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Casillas no solo habló en Twitter. Varió el plan previsto y, tras guardar un minuto de silencio con la plantilla madridista antes del entrenamiento, salió a la sala de prensa de Valdebebas para dar sus condolencias a la familia del exseleccionador. El capitán evocó su primera convocatoria con Luis: “Él optó por poner a Cañizares y yo estaba un poco triste porque había jugado muy bien ese año. Recuerdo que estábamos concentrados en Canarias cuando se me acercó y me preguntó que qué me pasaba. Yo tenía 23 años y le dije que no entendía estos cambios pero los tenía que entender por mi compañero y por el resto del equipo. Y él me dijo: ‘No me mire como miran las vacas el paso del tren’. La frase se me quedó grabada, y cada vez que nos vimos se la recordé y me reí mucho con él”.
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Gabi, el capitán rojiblanco, parecía responder cuando dijo. “Ha sido un ejemplo para todos. Es una leyenda de este club, un hombre muy querido y siempre le tendremos presente. Queremos mandarle nuestro apoyo a su familia en estos duros momentos”, dijo en nombre de la plantilla. Su entrenador, Diego Simeone, que convocó a los seguidores rojiblancos a honrar hoy la memoria de Aragonés en el Calderón, subrayó que “Luis aportó al fútbol rebeldía y rompió las dificultades que había tenido España para ganar. España dejó de ser una posibilidad para ser una realidad, con su carácter y personalidad”.

A los futbolistas a los que entrenó, en la selección, en el Atlético y en tantos otros clubes, se sumaron otros con los que compartió vestuario como jugador. Algunos visiblemente emocionados, como Ufarte, quien calificó de “pérdida grandísima” la muerte del exseleccionador, a quien consideraba “un gran amigo”. “Era un hombre muy preparado para el fútbol que ha dado grandes triunfos a este país. Me quedo con su amistad y con la gran persona que ha sido”, afirmó. En la misma liga está Adelardo. “De los 17 años que he estado en el Atlético prácticamente en 14 coincidí con él, así que mi relación con Luis es muy especial”, explicó.

“Fue un hombre clave en la historia del deporte español”, le definió su sucesor en el banquillo de España, Vicente del Bosque; “sin duda, marcó el camino en esta última etapa tan exitosa”.

Luego llegaron las condolencias de la Casa Real, del Gobierno, de la federación española, del Comité Olímpico Español, de las instituciones. Cuando las voces se apagaban, volvió el fútbol. Y el homenaje. El Camp Nou, que acogía el partido entre el Barça y el Valencia, dos equipos de cuyo banquillo fue inquilino, también guardó silencio sentido por Luis.

“Míreme a los ojitos”

► El carácter de Luis Aragonés dejará como legado también su forma de actuar y de expresarse de Zapatones, el mote que más le gustaba, por encima del de Sabio: “Porque no sé nada”.

► El término de La Roja, tan asentado ahora, fue una creación de Luis: “Me gustaría que la selección tuviera un nombre, una identidad. Me gustaría que España fuera La Roja”.

► Durante la Eurocopa de 2008, Luis se dirigió a los jugadores en una charla así: “Forman ustedes un grupo excepcional. Si no llego a la final con este grupo es que soy un mierda, he organizado una mierda de equipo”.

► Como seleccionador, una de las frases que más se le recuerdan fue la que le espetó a José Antonio Reyes en un entrenamiento, refiriéndose a su compañero en el Arsenal Henry: “Dígale de mi parte a ese negro que usted es mejor que él”. Una expresión por la que se le acusó de racismo y a lo que Luis respondió: “Los he tenido de todas las razas... Hasta yo soy ciudadano del mundo”.

► A Aragonés se le recordará también por ser el seleccionador que dejó de convocar a Raúl. Tras un entrenamiento en el que unos aficionados le recriminaron la ausencia del madridista, Luis le dijo a uno de ellos: “¿Sabes a cuántos Mundiales ha ido Raúl? A tres, ¿sabes a cuántas Eurocopas ha ido Raúl? A dos, ¡dime las que hemos ganado!”

► “Míreme a los ojitos”, la frase que le soltó a Romario durante un entrenamiento del Valencia.

► Siendo entrenador del Atlético también se le recuerdan frases célebres. Una de ellas, en 1992, antes de la final de Copa en el Bernabéu ante el Madrid: “¿Lo han entendido? Pregunto, ¿lo han entendido? ¿Sí? Pues esto, esto [decía golpeando la pizarra], no vale para nada. Lo que vale es que ustedes son mejores y que estoy hasta los huevos de perder con estos, en este campo. Son el Atlético de Madrid y hay 50.000 dentro que van a morir por ustedes. Por ellos, por la camiseta, por su orgullo, hay que salir y decir en el campo que solo hay un campeón y va de rojo y blanco”.

► Para siempre quedará también la frase que espetó en una rueda de prensa siendo técnico rojiblanco, toda una declaración de intenciones: “Y ganar, y ganar, y ganar, y volver a ganar, y ganar, y ganar, y ganar, eso es el fútbol, señores”.

http://deportes.elpais.com/deportes/2014/02/01/actualidad/1391250733_985183.html

El hombre que puso música al balón

Luis Aragonés, el seleccionador que cambió el destino de La Roja, fallece de leucemia a los 75 años
Como jugador y técnico su figura está muy ligada al Atlético, donde fue un mito
Al frente del banquillo de España conquistó la Eurocopa en 2008


Ladislao J. Moñino

“La pelota tiene música y hay que acompañarla bien”. “¡Iker, el portero también tiene que saber tocarla. Hay que cuidar el balón!”, se le escuchaba gritar a Luis Aragonés, fallecido en Madrid en la madrugada del viernes al sábado a los 75 años, en los entrenamientos previos al primer partido en el que le dio un vuelco a la historia del fútbol español apostando por el toque y los jugadores bajitos. España se jugaba en Dinamarca gran parte de la clasificación para la Eurocopa de 2008 que acabó conquistando y Zapatones, apodo que le puso el periodista y amigo personal Javier Valdivieso, alineó en Aarhus (1-3) a Iniesta, Cesc y Xavi como exponentes principales de la revolución emprendida. Aquella victoria reforzó la idea del balón como eje central de una manera de entender el fútbol que luego, con Del Bosque, desembocó en los triunfos en el Mundial de 2010 y en la Eurocopa 2012.

La multitud de ex compañeros, técnicos y jugadores que se dieron cita en el tanatorio de Tres Cantos, donde hoy se celebrará el funeral a partir de las dos de la tarde, coincidieron en que el mayor legado futbolístico de Aragonés es la implantación del estilo que ha llevado a España a dominar el fútbol mundial.

La leucemia que padecía, que se agravó en las últimas semanas, ha sido la causa del fallecimiento de uno de los personajes más carismáticos, polémicos y trascendentes del fútbol español.

Nacido en 1938 en Hortaleza e hijo de un alabardero del rey Alfonso XIII, que luego se dedicó al transporte, al cultivo de la cebada y a la fabricación de tejas, su padre fue todo un personaje en lo que por entonces era un pueblo limítrofe con la capital. Una calle lleva su nombre, Hipólito Aragonés, en lo que fue un homenaje que los vecinos quisieron otorgar a quién hizo tanto por ellos en aquellos años de penurias. Cuando su progenitor falleció, Luis Aragonés se hizo cargo de la única camioneta, la de su padre, que había en Hortaleza pese a solo contar con 14 años. Él y sus otros nueve hermanos trabajaron en los negocios familiares para salir adelante. Del lugar en el que nació también procede el sobrenombre que más le acompañó, El Sabio de Hortaleza, aunque él siempre dijo que el verdadero sabio era su hermano Matías por su inteligencia y su facilidad para buscarse la vida.

Para el fútbol lo descubrió Ángel Ramos, el carnicero del pueblo y, desde entonces, la indiferencia tuvo poco que ver con él. Casado con Pepa, padre de cinco hijos, y con 11 nietos, sus mejores años como futbolista en activo se los dio al Atlético de Madrid. Con 26 años llegó al club colchonero, donde alcanzó la categoría de mito. Luis es el Atlético y viceversa. Admirador del valencianista Waldo por su habilidad para lanzar los libres directos, cuando Urtiaga, compañero del brasileño en el Valencia, fichó por los rojiblancos, le dijo: “Tienes que enseñarme a tirar las faltas como Waldo”. Perfeccionó la suerte hasta dibujar una de las estampas que le hicieron eterno. Aquel golpe franco, ejecutado con maestría, en la final de la Copa de Europa de 1974, que finalmente perdió el Atlético en el partido de desempate con el Bayern, es la imagen más recordada del Luis jugador. La curva, la pelota sobrepasando la barrera, el legendario Sepp Maier clavado como una estatua, y él, alzando los brazos para celebrar el gol antes de que el balón entrara, están grabados en la retina de muchos aficionados del Atlético y del fútbol español en general.

Su poderosa zancada también le permitió ser un centrocampista con mucho gol por su facilidad para pisar área llegando desde la segunda línea. Eso le llevó a ser el máximo goleador de la Liga en 1970 con 16 tantos, empatado con su compañero Gárate y el madridista Amancio. Tres Ligas (1966, 70 y 73) y dos Copas (1965 y 72) conforman su palmarés como jugador del Atlético, adornado con 11 internacionalidades.

Su transición a los banquillos, como su propia figura, también fue singular. A principios de la temporada 74-75, el histórico presidente del Atlético Vicente Calderón destituyó al técnico argentino Juan Carlos Lorenzo y le ofreció a Aragonés, aún jugador, que se hiciera cargo del equipo. “No tuve vértigo porque ya tenía en la cabeza entrenar, aunque iba a dirigir a los que habían sido hasta hace poco mis compañeros”, explicaba recientemente a EL PAÍS en una entrevista en la que también desveló por qué no se conoce a un solo jugador que hable mal de su persona: “La clave para durar tanto es ser verdadero, la sinceridad es aplastante. El jugador tolera poco que le mientas”.

Fue en los banquillos donde Aragonés terminó por trazar su perfil y adquirir la condición de mito. El chándal como vestimenta habitual, las gafas torcidas, ese hablar en tercera persona [“Luis no ha dicho eso”], su verborrea castiza y su fuerte personalidad le acompañaron allí donde fue. Aquel “míreme a los ojitos” a Romario, el enganche por el cuello a Etoo, o el “usted es mejor que ese negro de mierda (Henry)”, con el que quiso motivar a Reyes en la selección, forman parte del anecdotario constante que fue su trayectoria en los banquillos. Su personaje está compuesto por tantas anécdotas, que su propia vida puede ser descrita como una gran anécdota.

“Le doy tanta importancia al tercer puesto del Mallorca como a la Copa con el Barcelona o salvar al Oviedo”, decía. Ese título lo logró tras ponerse de parte de los jugadores en el famoso motín del Hesperia en el que el plantel azulgrana solicitó la dimisión del presidente Josep Lluis Núñez. Sus enfrentamientos con Jesús Gil y con directivos de la Federación, en su época de seleccionador, también fueron sonados. Así como su decisión de finiquitar la carrera como internacional del madridista Raúl. “Si encajaba en el estilo porque tocaba bien el balón, pero ya no tenía la velocidad en los últimos metros”, explicó.

Cuando se le preguntaba por los jugadores que dirigió que más le impactaron señalaba: “En lo organizativo y táctico, Xavi; en lo imaginativo, Romario; y el que más me dio, Hugo Sánchez”. De las derrotas decía: “Me quedo con las que me infligieron equipos inferiores a los míos, que son con las que más se aprende”. Sus partidos de cabecera? “La final de Copa que le gané al Madrid en el Bernabéu con el Atlético y la semifinal de la Eurocopa con Rusia, que es el partido que más me llenó”. En este último, una exhibición de juego combinativo y veloz la pelota ya tenía música.

El palmarés del técnico

Como jugador

    3 Ligas (Atlético, 1966, 1970 y 1973)
    2 Copas (Atlético, 1965 y 1972)

Como entrenador

    1 Liga (Atlético, 1977)
    4 Copas del Rey (3 con el Atlético, 1976, 1985 y 1992; 1 con el Barcelona, 1988)
    1 Supercopa de España (Atlético, 1985)
    1 Segunda División (Atlético, 2002
    1 Copa Intercontinental (Atlético, 1974)
    1 Copa Ibérica (Atlético, 1991)
    1 Eurocopa (Selección de fútbol de España, 2008)

Distinciones

    Trofeo Pichichi, en la temporada 1969/70.
    Medalla de Oro de la Real Orden del Mérito Deportivo (2001)
    Mejor seleccionador del año según la IFFHS, en 2008.
    Premio Príncipe de Asturias de los Deportes 2010: Selección de fútbol de España, de la que fue técnico de 2004 a 2008.

http://deportes.elpais.com/deportes/2014/02/01/actualidad/1391242093_858338.html


Publicado feb 03 2014, 09:00 por SDHEditor
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