El Blog de Bernardo Salazar

LA APOTEOSIS DEL KUN

¡Qué alegría! La satisfacción rebosaba en la hinchada atlética al finalizar el partido frente al Barça.

La lenta marcha hacia la estación del metro de Pirámides estaba amenizada por toda clase de comentarios entusiastas sobre la victoria rojiblanca y el virtuosismo del Kun Agüero.

Atrás quedaban las penurias del juego, la inseguridad de los defensores, la falta de juego del centrocampo, una y otra vez desbordado por los azulgranas, en medio de un ensordecedor griterío cuando los jugadores colchoneros corrían detrás de la pelota sin conseguir arrebatársela a sus rivales. La primera media hora de juego fue de abrumador dominio del equipo catalán.

Una y otra vez los barcelonistas llegaban ante las cercanías de Abbiati y afortunadamente eran incapaces de culminar su superioridad. En una de esas ocasiones marcó Eto'o y el linier señaló fuera de juego. Después una genialidad de Ronaldinho hizo temer lo peor.

El Atleti apenas había tocado la pelota. Jugaba con un enorme complejo de inferioridad. Nueve hombres defendiendo, a veces ayudados por Forlán, y sólo Agüero en punta de forma permanente. Y el balón cayó a los pies del argentino. Inició un slalom hacia la puerta de Valdés y disparó con precipitación. Parecía que el balón iba fuera de la puerta cuando rebotó en Puyol y tomó una trayectoria que equivocó al meta culé. Era un gol de fortuna pero que valía lo mismo que el de Ronaldinho. Cinco minutos después el argentino se hizo otra vez con el esférico. Esta vez no quiso profundizar sino que tocó sabiamente hacia el espacio vacío. Allí llegó Maxi que remató en semifallo y el balón, cruzadísimo, superó a Valdés para traspasar la línea de su puerta. Era el dos a uno, resultado inesperado pero agradablemente sorprendente para la fiel hinchada colchonera.

Nadie estaba tranquilo en el descanso, pero sí ilusionado ante la perspectiva de mantener un resultado favorable. En la segunda parte el Barça salió con mayores precauciones defensivas. Ello permitió que el Atleti jugase con mayor desahogo. El Atleti seguía sin crear juego, pero todos y cada uno de sus hombres se esforzaban al máximo para impedir la creación del adversario. Era un despliegue físico impresionante y el público supo apreciarlo. De pronto el Kun persiguió un balón alto. Parecía en situación de poder dominarlo cuando Puyol le desequilibró por la espalda. El árbitro esta vez señaló el punto de penalti y Forlán no desaprovechó la oportunidad.

El Barça siguió insistiendo en su ataque, pero esta vez con menor frescura que en la primera parte. El público vivía la posibilidad de la victoria y arreció en sus gritos de ánimo. También en los gritos contra el presidente Cerezo que contestó con gestos impropios de la primera autoridad del Club. Afortunadamente vino la jugada definitiva. Agüero peleó el balón a Puyol y salió triunfante; después rompió la cintura de Milito y supo aprovechar el inteligente cruce de Forlán para encontrar posición de disparo. Su tiro salió colocadísimo, sin excesiva potencia y con cierto efecto curvado hacia adentro. Valdés no llegó y el balón entró junto a su poste izquierdo. ¡Goooool! De esos que levantan del asiento hasta al aficionado más frígido.

Restaban veinte minutos de juego y Messi ya se encontraba sobre el césped. La inseguridad defensiva rojiblanca se puso de nuevo de manifiesto y produjo un gol que pudo evitarse si Gudjohnsen hubiese estado mejor vigilado o Pablo sobre la raya no hubiese permitido que el balón pasase entre sus piernas.

Ahora el público llevaba en volandas a sus jugadores hacia la victoria. Los cánticos atronaban a orillas del Manzanares. Era cuestión de fe. No podía escaparse la victoria y los jugadores respondieron con su titánico esfuerzo. Incluso los sustitutos Cleber y Jurado, silbados al aparecer sobre el césped, se emplearon a fondo. Los minutos pasaban y el cuarto árbitro levantó el cartelito con tres minutos de prolongación. Se pasaron en un soplo.

El pitido final levantó el entusiasmo y los jugadores fueron despedidos con una estruendosa ovación a la que correspondieron desde el centro del terreno.

Nadie se acordaba ya de los minutos de desconcierto, del juego rácano y temeroso de la primera parte, de la camiseta blanca de Cerezo y de sus gestos burlones ante los cánticos adversos. La victoria estaba sobre todas las cosas. A ningún verdadero atlético se le ocurría pensar que este resultado favorecía al Madrí.

En otros tiempos se hubiesen lanzado flores sobre el Kun, como las recibía Collar en el Metropolitano. O se le arrojarían sombreros como a Ufarte, pero ya no se usan. O incluso se le habría sacado a hombros del estadio como a Jorge Mendonça el día de su apoteosis ante el Dinamo de Zagreb.

Eso sí, camino de Pirámides se reproducían a viva voz sus regates y fintas, como los aficionados al salir de los toros dibujaban toreo de salón después de una tarde triunfal de Curro Romero.

Esperemos que se repita muchas veces. Amén.

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