Don y dolor (21/10/2004)
Cuando ayer por la tarde escuché en una emisora de radio a Suki hablando sobre la venta del Calderón pensé que, sin duda, se trata de un hombre inocente, de una víctima, de un amigo. Y pensé también que, frente a su amor y el de todos nosotros, no existe ninguna posibilidad de que el estadio no sea vendido. En medio del vacío que rodea a estas y otras certezas, he terminado igualmente por reconocer que la tarea fundamental de un hombre que supera los cuarenta años es proporcionarse sólidos argumentos contra la melancolía. Porque la melancolía -¡tan próxima!- es una forma de enfermedad, un predominio insensato de uno mismo, una flagrante injusticia. Para ello, lo primero y más necesario es partir del hecho de que estar saboreando un borgoña en esta dulce noche de otoño y sufrir un infarto de miocardio mañana por la mañana no sólo es factible sino que, hasta cierto punto, es lo suyo. "La vie est ondoyante", lo cual que lo que sube, baja y lo que baja, sube. Así, el Vicente Calderón, que, como vemos, ya ha empezado a no ser, a no estar, como cualquier otra cosa.
Fulgurante ayer y fulgurante mañana. Don y dolor de la vida. Y ello, claro está y en el mejor de los casos, mientras el tiempo pasa, como le gustaba decir a Pla, "de una manera suave, como un chorrillo de aceite."