Mi padre
frunció el ceño y me dijo unas palabras que nunca olvidaré: “Hoy no
vamos a ver un partido, hoy vamos a despedir a un Caballero”
Mi tío, algo enfermo, se nos unió después: “Se nos va Gárate, chaval. Se nos va y no podemos hacer nada…”
A mi me
extrañaba tanta milonga. Un año antes se había marchado Adelardo (¡ese
sí que era la leche!) y no se me obligó a nada. Acabábamos de ganar la
liga y me salían con historias de que se nos iba Gárate…
Era el Aleti más “esplendoroso” de la historia del Club. La “casi”, la Intercontinental, la Copa del 76, la liga del 77…
Éramos algo
“vikingos” los chavales del Aleti en aquellos momentos. Los títulos
iban por delante de los argumentos (más tarde aprenderíamos a golpes la
poca importancia de los éxitos cuando uno tiene la suerte de notar la
sangre rojiblanca inundando, regando su cuerpo de vida apasionada…) y
éramos un GRANDE, eso nadie lo discutía.
En el
estadio, sentado y con su “almohadilla escocesa” nos esperaba mi
abuelo. Un hombre seco, no muy dado a efusiones; pero de esos que
transmiten honestidad e integridad a raudales.
Me fui hacia él, a saludarle. Y no le hicieron falta dos segundos para darse cuenta de que “algo” me ocurría…
- ¡Es que íbamos a jugar un partido!, abuelo, y además yo llevaba el balón y….”
- Pero es
el homenaje de Gárate, me cortó bruscamente. Hoy nadie puede faltar
(otro que se ha aprendido la milonga, pensé), aunque no sean atléticos.
Hoy éste es el sitio de cualquiera que ame al fútbol.
Eso me
descolocó. Ya no era cuestión de ser del Aleti o no, se trataba de ser
aficionado a un deporte por el que el tipo al que se homenajeaba había
hecho tanto…
Cuéntame de Gárate, abuelo. ¿Fue mejor que Mendonça?
Los
pequeños ojillos de mi abuelo se iluminaron. No solía sonreir; pero lo
hizo en ese preciso instante. Como contento de que su nieto se
interesase por su opinión.
Saltaban al
campo, mientras, una mezcla de jugadores de la Real y el Bilbao. Por
esas épocas no había una enemistad tan grande con los equipos vascos.
Es más, era cierta simpatía (quién me diría el terror que iba a vivir
con F/A en San Mamés unos años más tarde, o en Atocha…) que, en el caso
del Athletic, se fundamentaba en nuestro origen y en la cantidad de
grandes jugadores que habían llegado a nuestro Club procedentes de esa
tierra.
En ese
momento salió del túnel el “Ratón”, con la cabellera al viento.
Hablando con Rubén Cano (el “sustituto”) y bromeando con Pereira…
¡AYALA! Grité con todas mis fuerzas, como intentando que me escuchase y
se “solidarizase con mi problema”
Mira, ahí está Gárate, me dijo mi padre.
Un tipo
espigado, con enormes dificultades para caminar. Se le notaba
emocionado por ver el Calderón lleno y a la vez tenso por lo que se le
“venía encima”.
Mi abuelo
se inclinó y puso la mano en mi hombro. “Don José Eulogio Gárate
Ormaechea. El delantero más elegante que ha pisado campo alguno.”
Sí, claro,
pensaba yo. Pero a ver si le enseñan a hacer las bicicletas de mi ídolo
Leivinha, o las carreras de Ayala con el balón pegado…
Como si me
hubiese escuchado me espetó: Gárate es mucho más que eso. Hemos podido
presumir durante años de tener en nuestro equipo a un Caballero.
Alguien que no celebraba los goles por respeto al rival y que jamás fue
expulsado de un campo de fútbol (se enfadó consigo mismo en ese
momento), salvo el sinvergüenza madridista ese de Guruceta (añadió sin
muchas ganas). Gárate significa lo más grande. Echaremos de menos el resto de nuestra historia a jugadores que aporten dignidad en el campo…
Se le
denominaba “Ingeniero del área” porque no era habitual que los
futbolistas fuesen gente preparada (que no solían tener estudios,
vamos); pero D. José Eulogio sí. Estudiaba para ingeniero, además. Pero
para mi abuelo era “ingeniero” porque desmenuzaba el área, porque
comenzó a entender el fútbol táctico (no cabe ni la menor duda de que
fue un adelantado a su tiempo) y ahí precisamente se basaba su éxito…
Cierto que
tenía un espléndido regate, un no menos fabuloso remate de cabeza
(normalmente picado) y que protegía el balón de forma muy correcta
(excepto el que le robaron en la “casi” ). Sin embargo Gárate veía el fútbol. Lo entendía perfectamente y de ahí su perfecta colocación.
Al final
del partido se le ofreció el Trofeo como recuerdo. Mis palmas echaban
humo, ya lo había comprendido, y mi abuelo no dejaba de mirarle, como
queriendo grabar su imagen para siempre. Y lloró, con lágrimas secas,
de hombre duro. Lloró por lo que perdía no ya el Aleti, sino su nieto,
sus hijos, el mundo… Lo sentía no por él, sino por lo que no verían los
demás.
Poco tiempo
después mi abuelo abandonó "otra liga". No podría afirmarlo; pero es
factible que sintiese que los suyos se marchaban