Crónicas en la Distancia

Fases finales a lo rojiblanco

Sobre mi blog

Estas notas son probablemente gotas insignificantes en un océano. Pero saben a sal rojiblanca, a la playa del expatriado, y a la fortuna de vivir in situ de nuevo la fase final de un campeonato de fútbol de naciones. No son por tanto mucho, pero son las nuestras. O al menos sólo tendrán sentido si así consigo que las sientas.

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Hacia el final del principio

En esta parte tan al norte de Europa, el sol aparece por el horizonte bastante antes de las seis de la mañana, y a las ocho está tan alto que contrae las pupilas hasta el daño. A esas horas, los ingleses ya estaban el martes preparando alcohólicamente su partido frente a Suecia. Y así pasarían más de 24 horas, preparando el partido incluso después de jugado.

Ese mismo martes amaneció Alemania pensando en su partido contra Ecua-tor (en alemán, "Ecua-gol"). Tanto, que oficinas, empresas y administración cerraron una hora antes del encuentro, y el Bundestag canceló sus reuniones previstas. Incluso los verdes, que son la sección snob de Alemania y presumen de no preocuparse por cosas tan banales como el fútbol, cancelaron sus ruedas de prensa y dejaron un cartel pidiendo que, para cualquier información, se esperase “al intermedio del partido”.

Alemania cumplió y la alegría nacional se dejó ver intensamente hasta la hora de la cena (no más tarde, que al día siguiente había que trabajar). La nación se volvió a pegar al televisor con la cena para conocer a su rival de octavos y respiró tranquila al saber que será Suecia, un rival con dos caras pero ninguna tan feroz como la de los pross. Los ingleses, pese al empate, quedaron primeros de grupo, y pese al alcohol tampoco la liaron mucho.

Madrugar el miércoles en Colonia e ir a trabajar fue un ejercicio de equilibrio. Evitar a los anglos que dormitaban en medio del carril bici, acceder a los andenes de la Estación Central sin tropezar con un saco de dormir o una minitienda de campaña, y hacerse con un café en una fila de camisetas alirrojas basculantes sin tocar un solo milímetro de piel de las islas, fue como pasarse todas las pantallas del Doom II sin pegar un solo tiro.

El día, por lo demás, fue muy tranquilo, hasta el encuentro entre albicelestes y oranjes. Los alemanes, que no pueden soportar a sus vecinos, tampoco apoyaban claramente a Argentina, y ni unos ni otros supieron decantar el partido para uno u otro lado, pese a mostrar sus fortalezas. En el intermedio, un imprevisto me obligó a dejar el restaurante donde cenaba con otros españoles, y el taxi que me llevó a la estación de tren me llevó por los peores barrios de la ciudad de Düsseldorf, sita entre Colonia, Gelsenkirchen y Dortmund. El antiguo pueblo junto al Düssel es hoy una ciudad señorial, de altísimo estatus económico, con un parque automovilístico envidiable, una milla de boulevard de compras de las marcas más exquisitas y otros detalles curiosos. Pero en el taxi, a través de los barrios bajos, asistí a un despliegue de banderas, banners y pancartas inusitado, en que el schwarz-rot-gold se mezclaba con el blanco de la Federación Alemana, los escudos redondeados con las águilas federales, las paredes de yeso con los balcones de cristal sucio y los relámpagos de los televisores baratos con la oscuridad de habitaciones vacías.

El ambiente de colorido y fiesta, tras la celebración del martes, va retirándose y dejando paso a otro, más denso, más duro y más tenso: el del torneo del k.o.

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