Crónicas en la Distancia

Fases finales a lo rojiblanco

Sobre mi blog

Estas notas son probablemente gotas insignificantes en un océano. Pero saben a sal rojiblanca, a la playa del expatriado, y a la fortuna de vivir in situ de nuevo la fase final de un campeonato de fútbol de naciones. No son por tanto mucho, pero son las nuestras. O al menos sólo tendrán sentido si así consigo que las sientas.

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Cuando los ángeles lloran

Hoy me cuesta enfrentarme al teclado tras un fin de semana tan intenso. Aprovechando una visita, partí para tierras belgas el sábado muy temprano. Allí, a tan pocos kilómetros de distancia de 20 millones de alemanes, nadie se juega nada, y en la Grand Place de Bruselas el foco de atención de este entretiempo son las bodas, y el de siempre los mejillones al vapor. Entre los bramidos de los ángeles del infierno (que escoltaban una limusina) y los ruidos de las cazuelas con moluscos, me pareció oír a los fantasmas de unos hinchas rojiblancos pretéritos, largo tiempo nunca más vueltos.

Gante está un poco más hacia el oeste, y en sus empedrados perdí noción de día, fecha y ritmo circadiano. Tras más carretera, alcanzado el Finisterre belga, sólo me quedaron ojos para el mar, cerebro para la brisa y brazos para mi novia. Mientras Alemania pasaba su rodillo por las esperanzas albinas, yo viraba hacia el norte y veía molinos de viento, estuarios, campos de tulipas marchitos y fanales brillando sin estar encendidos.

Así llegue a mi hotel en Delft, un pueblo cercano a Rótterdam, ya en tierras flamencas. La ciudad del Feyenoord me devolvió al “qué-estará-pasando”, y llegué para ver, en una pantalla de mi hotel, como un Tri tocaba lo justo para que pareciera gol de su adversario. De reojo presencié luego cómo ese adversario sufría más de lo esperado, y me perdí al final la confirmación de que nada cambia: uno de los nuestros brillaba en su zamarra, tanto como en la mía se encoge. No le culpo.

La cama me acogió con gusto, y la mañana siguiente con placidez. Tras el paseo matutino, me atreví a coger más carretera: Amsterdam volg route A4. Y alcancé así de nuevo a oír voces pretéritas en vahos a rayas, y el Arena me saludó al paso como las vacas ven pasar los vientos.

Ayer, como es natural, el Barrio Rojo era anaranjado, y las caras, relajadas y amistosas, eran sonrisas de derrota, de las que sirven para alejar a los miedos pequeños. A la hora en que los de la Pérfida doblegaron a los de Ecuador, los ángeles de Guayaquil, que ya han visto perder a los suyos frente a Tupac Amaru una vez, frente al español, dos, y frente al dólar un día tras otro, comenzaron a llorar en su marcha de tierras teutonas.

Y lloraron. Desconsoladamente. Sin remedio. Toda la tarde. Como quien deja el cementerio tras el sepelio. Como quien deja la casa tras la ruptura. Y lloraron sobre las Tierras Bajas, hasta que la sonrisa naranja parecía ir a difuminarse en los chorros. Y su llanto tiró de los nubarrones hasta las teces oranjes, y se encargó de compartir suerte, y convirtió la sonrisa en saladura, y la esperanza en partida.

Mis visitas y yo atravesamos la tormenta con la indiferencia del ajeno. Volvimos a nuestra tierra, nuestro cielo y nuestro purgatorio. Y esta mañana, al despertar, si es que aún he despertado, creí que era viernes, de tan agotado que estaba, y sentí que era la víspera de un día importante. Espero sentir lo mismo al final de esta semana.

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