Vaya por delante que no acumulo de anoche sentimiento alguno de ira, decepción o fraude. Los campeonatos son así, y el que juega mejor y / o mete más goles pasa a la siguiente ronda. Ayer no jugamos mejor que nuestro contrario, ni tuvimos tantas ocasiones como él, por lo que en justicia también la metimos menos. Y caímos.
Antes del encuentro, acumulaba un pálpito extraño de que sufriríamos, pero al final saldríamos triunfantes. Y a la esperanza de ganar se añadía la ilusión de que, de alcanzar la siguiente ronda, viajaría el sábado a Frankfurt con dos entradas de lateral. El pálpito se fue disolviendo suavemente, indoloro, cuando veía en cada lance del juego a un equipo temeroso, excesivamente pacato frente a un contrario más ávido e inteligente. La coraza que tengo hecha de un pasado reciente rojiblanco me permite ver con cierta distancia los despropósitos balompédicos, y el de ayer fue un remake de una peli cien veces vista, cambiando el gualda por el blanco y el blanco por el gualda.
Así que, a pesar del segundo golpe francés, pude disfrutar en un bar con demasiados contrarios y muchos colegas de mis hipótesis en forma de golpe de suerte, como quien hace la primitiva sin más compromisos. Y de mi dominio del provenzal, que me permitió bajar los humos a todos los no-galos franceses que, tan atemorizados como nosotros, sólo supieron cantar con la ventaja en el marcador, y celebrar al perro viejo cuando éste remató a un toro abierto por sí mismo de cerviz . Gloire supporters en dialectos magrebís...
Para el anecdotario: uno de los nuestros aún aplaudió al final del partido, y yo cortésmente le cogí de las manos, con suavidad, para no violentarle, y me mentó la “deportividad”. Con cualquier otro equipo sí, pero con éstos no. Mencionó el “saber perder”, y yo le dije que no tenía que ver. Cinco minutos después, cuando los franceses demostraban no haber sabido ganar, y desde un coche se escapó un “gitanos” dirigido a mis visitas, abanderadas, y a mi persona, encamisado, ese mismo compatriota, tan cortés y formal, tan políticamente correcto siempre, se volvió iracundo con un “gitanotuputamadre”. De las risas que nos echamos aún nos sentimos triunfantes.
Y en ese orgullo, de lo que somos y de lo que podríamos ser, los golpes de ayer fueron nimios. Aúpa la rojigbluanca.