Crónicas en la Distancia

Fases finales a lo rojiblanco

Sobre mi blog

Estas notas son probablemente gotas insignificantes en un océano. Pero saben a sal rojiblanca, a la playa del expatriado, y a la fortuna de vivir in situ de nuevo la fase final de un campeonato de fútbol de naciones. No son por tanto mucho, pero son las nuestras. O al menos sólo tendrán sentido si así consigo que las sientas.

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De Innsbruck a Cádiz

De Zúrich a Innsbruck hay casi cuatro horas de coche. Deberían ser menos, pero hay que atravesar la frontera entre esta isla alpina y el resto de la Unión Europea, y eso siempre supone una decena de kilómetros por carreteras menores o con fuertes limitaciones de velocidad. En cualquier caso hubo quien se lo hizo ayer para ver a los nuestros, que por fin se estrenaban. Y que lo hacían en, para mí, el escenario más bonito posible de los ocho (perdóname, Zürich, porque no sé lo que digo).

Innsbruck es una ciudad a los pies de la naturaleza. En la otra cara de cada colina, de cada morrena, de cada montaña que la rodea, los elementos de la naturaleza pelean por abrirse paso. A veces es un sol vespertino, otras un conjunto de nubes, a veces es un torreón de agua y otras una nieve blanca y gruesa. Ayer, a medida que el viajero se acercaba a la ciudad tirolesa, se iba resguardando bajo una sola nube espesa, hecha al hollín, pintada al carboncillo. Una nube que me parecía un presagio y no bueno, tales son las dudas que nuestra selección, haga lo que haga durante mucho tiempo, parece que está condenada a acarrear.

Bajo esa nube comenzó un partido con una selección de blanco joven pero no inexperta, a la que quizá le falló la suerte en momentos de posible inflexión, y en la que quizá falte también un lucero, o una pequeña constelación de pequeñas estrellas. A Rusia le debía favorecer no obstante la debilidad de la defensa contraria, desacostumbrada y deslavazada, y esa lluvia inclemente. Pero si el cielo se descompuso durante noventa minutos, lo mismo hicieron las esperanzas rusas en la mitad de tiempo. Bastaron dos relámpagos para, sin resolver nuestras dudas, despejarnos el camino.

Aún así los once representantes zaristas de abajo parecieron no inmutarse, descubrieron que los Alpes tienen una vía gigantesca en nuestra banda derecha y pasó casi otra media hora hasta que el resultado se decantó definitivamente a nuestro favor. El mismo siete en la misma ropa. La afición eslava asumió a partir de entonces en silencio su suerte en este primer partido y la española, compuesta por muchos disfraces de torero, toro y tonadillera, reconoció a qué había venido con una canción que, por ser la única en nuestro país que refleja una certeza, se ha hecho demasiado popular. Quizá es que, en el fondo, muchos anoche se sentían más de Cádiz que de esa nación que algunos llaman España.

El Cádiz por cierto jugó más tarde y venció al Málaga por dos a cero en Salzburgo. Pero ésa es otra historia.

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