Resulta que el empate en casa le dejó feliz. Javier Aguirre pronunció la frase con absoluta nitidez. Le “habría gustado ganar”, sólo faltaría, pero el resultado le dejó “contento”. Y acompañó su confesión con un tranquilizador “el equipo no ha recibido ningún gol”. Lo gritó el entrenador que jugaba en su campo, el del Atlético, club centenario con nueve Ligas a la espalda (aunque le cueste acordarse de la última), otras tantas Copas, una Recopa, una Intercontinental, una Supercopa. Lo pronunció el preparador que maneja la plantilla de una entidad legendaria que soporta un presupuesto de 138 millones de euros. Enfrente, José Luis Mendilíbar, el técnico del Valladolid, una Copa de la Liga como todo palmarés, 18 millones de euros presupuestados, se iba de Madrid enojado: “No me gusta el 0-0”.
Entre los argumentos que invitaron al Atlético a confiar en Javier Aguirre estaba su dominio del medio y del mensaje. Convencidos de que la digestión del entorno es el principal inconveniente que soportan sus entrenadores, que es ese complicado manejo el que les encoge y finalmente les lleva al fracaso, los dueños del Atlético decidieron apostar por un preparador capaz de salir airoso de las ruedas de prensa y ganar en las entrevistas. Alguien que supiera exactamente lo que la afición quiere escuchar y, por tanto, lo que debe decir en cada momento. Un año y medio después de aterrizar en el Manzanares, de intentar empaparse su filosofía e idiosincrasia, hay que concluir que Aguirre sigue sin saber el escudo con el que juega en sus horas de trabajo. Y que su discurso no se puede sostener bajo esa camiseta. Ya queda mal que a la que tiene ocasión le atice a la máxima estrella (la última contra el Kun fue lo de los calambritos). Peor es que ofenda a los aficionados. El entrenador del Atlético no se va contento tras un empate en el Calderón nunca. Y mucho menos lo pregona.

lo mismo hay más "milinkitos" por el mundo. me alegra saber, que no soy el único que piensa lo que piensa sobre el pseudoentrenador