Año 1805, mes de diciembre. Los primeros ecos de la
batalla de Trafalgar, llegan a las redacciones parisinas del Imperio francés.
Realmente, la escuadra británica al mando del almirante Nelson, ha
infringido una severa derrota a la flota combinada franco-española en
aguas gaditanas, a 21 de octubre del mismo año. Virtualmente, las
imprentas parisinas escupen sus números por millares, reflejando una
victoria napoleónica sobre las naves de la Pérfida Albión. Sellando la
mentira global con una verdad particular entre medias del engaño:
Nelson, fué abatido. Realmente, por un tirador ubicado en una de las
cofas del buque insignia francés, el "Bucentaure"; virtualmente, por el
mismísimo jefe de la Combinada, el almirante Villenueve, que tomó al
abordaje el "Victory" y, en caballerosa disputa con su aliado español,
el almirante Oliva (en realidad se llamaba Álava, y suponemos que se
tiró de folclorismo para el apellido, con lo que pudo también ser
almirante Paella o Sevillanas) por hacer el honor de enfrentarse al
inglés, batió en singular duelo finalmente al genio británico de los
mares al que acabaría dedicándosele una plaza en el centro de Londres.
Millones de franceses se desayunaron esa mañana con el placentero cuento
de que sus intrépidos marinos le habían dado bajo el cuello y fuerte a
la soberbia Royal Navy. Una mentira "piadosa", se había colado entre la
Información...
Hoy, no es muy distinto. Más de 200 años después,
con cientos de avances verdaderamente técnicos y virtualmente humanos,
se repiten cuentos chinos como el campo da setas por octubre. Quien
tiene el boli, escribe los renglones; lo mismo que quien tiene el
ladrillo, levanta las casas. La prensa en general, está sometida a un
ejercicio sodomita que la acerca, sin querer pero sin parar, al
involucionismo árabe. En todos estos años, desde aquél episodio
decimonónico de referencia, ha demostrado un avance impropio para con
sus señas de identidad. Para el perfeccionamiento que se presupone ha de
adquirirse con la evolución. Salvo lagunas puntuales y periodistas muy
puntuales. Las líneas editoriales "pro-napoleónicas", continúan tomando
al asalto las dignas y desvencijadas sillas del periodista. La
Información en sí, se ha dejado profanar por conceptos tangenciales
tales como la "amistad" o el "interés". El "partido" es más importante
que la idea; la "redacción" es algo a tener en cuenta más que la propia
Información. Sostén, eje y credo de toda actividad a su alrededor. Este
"no hagamos sangre sobre nuestras amistades", o "cuidado con rajar de
fulano porque el grupo mantiene intereses con él", ha acabado poniendo a
veinte uñas y contra el suelo a un derecho idílico. Fantástico.
Necesario. Humanísimo. La Información. Esa palabreja que permite conocer
con toda la objetividad, la imparcialidad y la veracidad que un ser
humano revestido de toda la dignidad que puede echarse a sus espaldas,
es capaz de transmitir al resto de congéneres. Yace en una esquina de
una Universidad. Fornicada. Violada. Despreciada. No, no es necesario
que un sobre sea físico para saber de su existencia. Lo mismo que el
dinero tampoco es necesario mostrarlo en fajos para saber que existe.
Cualquiera de los españoles que no tenga la desgracia
de estar entre los 5 millones del INEM, pueden demostrarles que su mismo
trabajo no se convierte en dinero mas que cuando llega el último día
del mes. No nos lleven a ese terreno de los invisibles "sobres", por
favor, que hace tiempo que dejamos de ser nenes.
Hace no mucho, alertaban con luces de bengala desde
un sector del periodismo, sobre las graves consecuencias que podría
acarrear entregarse en demasía a la información por Internet. A que de
allí surgieran "pseudoperiodistas" sin titulación alguna, que tomaran
con un cuchillo en los dientes y un parche en el ojo el sagrado barco de
la Información. Pero ni una duda interiorista, ni un examen de
conciencia... Ni un "por qué" con el que preguntarse a sí mismo, y de
paso a las líneas editoriales, la proliferación de Información anónima o
popular a través de bloggers, articulistas o simples usuarios de
Internet. Por qué esa animadversión creciente a los medios de
comunicación. Por qué la gente comenzaba a rechazar ya a dos manos el
menú impuesto por el restaurante. Por qué se cocinaba sus propios menús a
la carta... Un tipo rió tras el volante, según escuchaba al personaje.
Preguntándose amargamente, por qué cojones tenía él que hacer de
periodista, si en realidad era fontanero. Y si, de paso, algún
periodista titulado podía rellenarle con teflón el codo del desagüe de
bidé. Alguien hizo sonar el claxon, unos coches más abajo. Imitando en
morse, un Himno.