Bien podría ser el resumen de la temporada aún no concluida, por todo lo que ha pasado en esta liga sin escrúpulos, donde los premios se reparten como migajas para casi todos, donde cada uno presume más de lo que tiene o recibe que de lo realmente da.
Bueno, pues en este escenario nos encontramos con la guinda de un pastel que aún no ha acabado de repartirse: resulta que perdiendo el próximo partido podemos acabar terceros, es decir, que una derrota nos valga subir un puesto más en la clasificación. Eso se daría si también perdiera el Barcelona y el Sevilla ganara, curioso, ¿no? Quedar teceros significaría volver a ocupar el puesto histórico que tuvimos en la Liga antes de la etapa Gil, un tercer puesto con méritos antaños de primero por la desigual comparación con los otros dos protegidos, por una u otra razón, de la Liga.
Me alegro enormemente por esta posibilidad de disputar el año que viene la Champions y de volver a disfrutar de fútbol europeo de calidad en el Calderón, después de la pantomima de este año en la UEFA. Me alegro sobre todo por los jóvenes aficionados que aún van al colegio y que aún no han podido retener en sus ojos, por su corta edad, noches europeas al estilo colchonero, porque me vienen a la memoria muchos partidos de mi niñez que disfruté como no lo he vuelto a hacer en la vida, tal vez por la inocencia de aquellos años en que mezclaba sin rubor en mis fantasías a Luiz Pereira con Spiderman, cuando el hombre araña era una ristra de viñetas en blanco y negro.
En fin, como sentencia Ozemaría, carpe diem, hoy es un día complicado, por lo paradójico, para hablar de fútbol.