Eso es exactamente lo que está consiguiendo este equipo: que
odie el fútbol. Ese juego maravilloso al que casi me dedico cuando era joven.
Del que hablaba con mi padre hasta en sus últimos días. Del que hablo con mis
hermanos. Del que hablo con la gente que verdaderamente merece la pena junto a
los ya citados: vosotros.
Del fútbol y del Atlético de Madrid. De eso hablábamos.
Memorias básicas de mi infancia y que irán conmigo hasta ese tercer anfiteatro
que, no nos engañemos, no ve jugar a este equipo de mierda, sino a los que
hicieron grande a nuestro Atleti y ya no están entre nosotros. Eso espero.
Porque morirse para ver eternamente a este Atlético de ahora debe ser el peor
de los infiernos.
Odio el fútbol moderno y, por consecuencia, a este equipo,
que es símbolo de tamaño engendro. Ese es el mérito de nuestros dirigentes: han
conseguido ser el hito más espectacular del fútbol moderno. Lo son tanto que
han conseguido el no va más: un club de fútbol en el que el fútbol no existe.
Ni en el campo, ni en sus cerebros, ni en sus planes.
Odio su cinismo. Ver el otro día a Cerezo en un acto público
defender las leyes anti-piratería es como oir a un oficial de la GESTAPO en la
ONU hablando de derechos humanos. O al doctor Mengele presidiendo la OMS.
Aunque esto último es probable viendo lo que han hecho con la vacuna de la
gripe A.
Odio sale de mi alma al recordar a Gil Marín quejándose de
nuestras críticas o con su cantinela de que esto es un proyecto ilusionante
cuando apenas quedan niños que sean del Atleti, porque da vergüenza verle
jugar, porque los lunes en el cole serían insufribles. Como da vergüenza ver lo
que se hace con la cantera. Como se vende a nuestro icono rubio. Nuestro
estadio. Todo. A cambio, tenemos negocios en China, y otros en La Peineta (para
mí, igual de lejos), una marca de vino, una escudería de motos, una menda en un
coche de carreras, al hijo de la Miró, a Leticia Sabater y a un aristócrata
soplapollas.
Con tamañas ocupaciones que deben dar estos proyectos, este
año han ido tan sobrados que ni han planificado la temporada. Y ahora quieren
arreglarla con un joven que ha venido lesionado y un portugués que viene fuera
de ritmo. Ninguno de ellos ocupa los puestos que se necesitan. Pero da igual. Es un proyecto ilusionante.
El problema es que nuestra pasión rojiblanca nos desborda. Y
nos ilusionamos. Por ganar al Recre. O al Celta. Aunque jugaran el doble que
nosotros en el cómputo de ambas eliminatorias. Ahora solo falta ganar al Racing
de Santander para llegar a la final de Copa. Joder, si es que hasta tenemos lo
que no teníamos cuando éramos bueno: suerte en los sorteos.
Y nos ilusionamos. Y llenamos el foro de tácticas. Y
seguimos pensando que si apretamos un poquito llegamos a la final. Y que a un
partido todo es posible. Y que si Neptuno. Y que si adelante tenemos
(¿teníamos?) dos cracks. Y que la cantera (buena pero verde) nos va a salvar
(no nos engañemos: no la dejarán). Ilusiones tan vanas como pensar que Jurado
es jugador de fútbol.
Porque los que odiamos ahora el fútbol por estos
sinvergüenzas, alguna vez lo amamos y sabemos de qué va (más que Quique Sánchez
Flores, por cierto). Y sabemos que el Celta nos pudo meter tres, que el Recre
nos los metió… pero que era el Recre. Que el Málaga ha ganado tras casi 60 años
de no ganar en Madrid. Que basta un bufido para que nuestros jugadores se
desplomen. Que si el contrario arranca fuerte, gol en el minuto 3. Y que si no,
nos bailan. Todos. El Mallorca con 9. El equipo chipriota. El Gijón. Y que si
los de adelante tienen fuerza (o ganas) para dar arreones, pues vale. Pero de
arreones llevamos viviendo tres años y el tiempo no pasa en balde para unos
jugadores grandes (pocos) que se ven cada día más en un equipo muy, muy
pequeño.
Yo no me ilusiono. Lo siento, pero no. Y hasta ahora, lo
hacía. Abandoné el carnet y el campo, pero he seguido al pie de mis emociones
atléticas. Pero por fin voy a decir algo que jamás he dicho ni pensaba que
llegaría a decir: que nos elimine el Racing, por favor.
Porque aunque odie el fútbol, aún queda en mí la pasión por
este maravilloso juego. Y por aquel equipo de rayas rojas y blancas que ya no
existe. Porque el equipo que se
llama ahora Atlético de Madrid S. A. es un insulto al fútbol, aunque nos duela.
Como imagen, como representación, como proyecto… Y lo más importante: como equipo de fútbol.
Un equipo así no merece nada. Sus dirigentes no merecen
escudarse en un título. Esa parte de la afición que ha pasado de largo ante
tanta ignominia no merece celebrar nada. Yo no lo haría con alguien que va a
Neptuno por quedar cuarto. No. Se acabó la tontería. No quiero a Manoletes
glosando la vuelta a la gloria con una décima copa. Ni a otros tantos que
analicen el triunfo como mérito de un plan preestablecido dirigido por un señor
que en el partido de vuelta de un torneo decisivo para su club dice que no fue
“porque tenía cosas más importantes que hacer”. Por un máximo accionista que
sólo acompaña al equipo (y se le ve en el palco tan tranquilo) cuando viaja a
Londres o a alguna capital interesante. No quiero.
La vida es injusta. Y el fútbol, que se le parece tanto,
también lo es. Cuando nuestro equipo era grande, muchas veces perdió por
injusticias. Yo he llorado bastantes veces por ellas. Pero por dentro me sentía
más rojiblanco. Y como si mi equipo me lo quisiera agradecer, ganaba títulos
pese a todo y a todos. Ahora quiero justicia. Y si el fútbol es justo, este
equipo no merece llegar a la final simplemente por un sorteo benigno. No cuando
años tras año nos somete a humillaciones sin límite. A tal cúmulo de vergüenzas
que hace que ya casi ni vea los partidos. Que no me alegre mucho cuando gana y
que no lo sienta mucho cuando pierda. A la tibieza absoluta, que es la
característica más inmunda en un ser humano.
Odio el fútbol. Lo han conseguido. Pero no del todo. Aún lo
amo lo suficiente como para desear que este equipo que viste igual que aquél al
que amé no pase esta eliminatoria. Porque un equipo sin alma, sin épica, sin
conocimiento de la historia de sus colores… no merece inscribir su nombre en el
Historial de ningún torneo. No quiero que unos seres tan abyectos como quienes
nos dirigen puedan decir que algún día ganaron algo que no sea nuestro odio más
absoluto. O mi deseo de que sufran algún día siquiera la
mitad de la tristeza que han
generado. Que padezcan los sueños rotos de las ilusiones que han matado (a
conciencia y con alevosía). Que sufran por la memoria que han destrozado para
forrarse, pensando que esto sólo era un juego (económico y a beneficio propio),
cuando el fútbol y estos colores son mucho más que eso. Por faltarle el respeto
a mi padre, a mis hermanos, a vosotros. Por faltarle el respeto al fútbol.
Porque aunque ahora lo odie, de vez en cuando me acuerdo de todo lo que le amé.
Y siempre de rojo y blanco.