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Re: PERMITIDME TUTEAROS, IMBECILES
Tampoco a mí me entusiasma Reverte como escritor, me parece un pelo estomagante por resabidillo en el tema de que trate su novela, dejando de lado la literatura pura y dura. Con todo, recuerdo por su interés el que quizá sea su más conocido artículo, seguro que también por muchos de vosotros. Saludos. Aragón también existe
Publicado en El Semanal (de ABC) el 25/06/2000, dentro de su columna "Patente de corso".
ARAGÓN TAMBIÉN EXISTE
A pesar de la manipulación histórica de tantos timadores y mangantes.
Que sí, hombre, que ya era hora. Que en toda esta lista de los más
vendidos, en este concurso inaudito de ignorancia, manipulación y mala
fe a la hora de reinventar la Historia, uno está hasta la línea de
flotación de oír siempre a los mismos, como si el resto hubiera
oficiado de comparsas en la murga. Y hete aquí por fin que alguien
reacciona como es debido, y dice venga ya, y decide que ya es hora de
poner en su sitio a unos cuantos timadores y mangantes, de esos que les
pagan pesebres a sus historiadores de plantilla para que descosan y
vuelvan a coser la historia a medida, y luego la meten en los libros de
texto y se montan unas películas que ya las hubiera querido Samuel
Bronston. Eso mientras los que saben se callan, porque son unos
mierdecillas, o por el qué dirán, o porque les interesa. Y de ese modo
terminamos viviendo en una España virtual, que no la conoce ni la madre
que la parió.
Así que olé los huevos de Aragón, o de quien decidiera
montar la exposición Aragón, reino y corona, que no sé si andará por
alguna parte ahora, pero que durante el mes de mayo estuvo abierta en
Madrid. En toda esa mentecatez de la que hablaba antes -ahora resulta
que existió un imperio catalán que hasta hace cuatro días pasó
inexplicablemente inadvertido a los historiadores, o que los
irreductibles vascos nunca se mezclaron en las empresas militares ni
comerciales españolas- Aragón había estado mucho tiempo callado, pese a
tener muchas cosas que decir, o que matizar, desde aquel lejano siglo
onceno en que Ramiro I, contemporáneo del Cid, sentaba las bases de un
reino que abarcaría Aragón, Valencia, las Mallorcas, Barcelona,
Sicilia, Cerdeña, Nápoles, Atenas, Neopatria, el Rosellón y la Cerdaña,
y terminó formando la actual España en 1469, gracias al enlace entre su
rey Fernando II de Aragón e Isabel, reina de Castilla.
Ése es el hecho cierto, y no lo cambian ni el mucho morro ni el
reescribir la Historia; incluido el manejo exclusivista y fraudulento
de las famosas barras que eran Senyal real no de un reino o territorio,
sino de una familia o casa reinante que, como matizó Pedro IV en el
siglo XIV, tiene Aragón como título y nombre principal. Casa reinante
que absorbió a la casa de Barcelona, extinguida en 1150 por mutua
conveniencia y deseo del titular de esta última, el conde Ramón
Berenguer; que al casarse con Petronila, hija de Ramiro el Monje, rey
de Aragón, adquirió como propio un linaje superior, pero renunciando al
suyo, no titulándose más que princeps junto a su esposa regina; de modo
que el hijo de ambos, ya con Barcelona incorporada a la corona, se
tituló rex de Aragón, y nunca de Cataluña. Por suerte no todos los
archivos han caído en manos de quien yo me sé -tiemblo al pensar qué
será de ellos-, y aún quedan documentos donde comprobar lo evidente.
Que por cierto, en cuanto a la propiedad histórica de las famosas
barras, no está de más recordar que en 1285 la crónica de Bernard
Deslot precisaba aquello de: «No pienso que galera o bajel o barco
alguno intente navegar por el mar sin salvoconducto del rey de Aragon,
sino que tampoco creo que pez alguno pueda surcar las aguas marinas si
no lleva en su cola un escudo con la enseña del rey de Aragón».
Así que cómo me alegro, oigan, de que aquel digno y viejo Aragón
olvidado, marginado, asfixiado por la perra política de este perro
país, aún sea capaz de decir aquí estoy, desmintiendo a tanto
oportunista y a tanto manipulador y a tanto mercachifle. Recordando que
existió una corona aragonesa que constituyó el imperio más extenso del
Occidente medieval, donde, bajo su nombre y sus barras, Aragón,
Cataluña y Valencia compartieron aventuras, comercio, guerras e
historia, enriquecieron sangres y lenguas con el latín, el catalán y el
castellano, cartografiaron el mundo, construyeron naves, pasearon
mercenarios almogávares y dominaron territorios que luego aportaron a
lo que ahora llamamos España, con la manifestación de los fueros y
libertades propios en aquella fórmula tremenda, maravillosa y solemne:
el «si non, non» heredado de los antiguos godos, mediante el cual los
nobles aragoneses -«que somos tanto como vos, y juntos más que vos»-,
acataban la autoridad del rey de tú a tú, reconociéndolo sólo como «el
principal entre los iguales».
Por eso son buenas estas iniciativas y estas exposiciones y estas
cosas. Son muy buenas, incluso higiénicas; y me sorprende que, como
antídoto contra la manipulación y la desmemoria que están convirtiendo
este lugar llamado España en una piltrafa y en una casa de putas
insolidaria y estulta, no se les dediquen más esfuerzos, ocasiones y
dinero. Por ejemplo, el que se ha utilizado en la imprescidible
urgencia de sustituir La Coruña por A Coruña en los rótulos de las
carreteras y auto-vías de toda España. Incluida, supongo, la N-340 a la
altura de Chiclana.
Veritas Vincit.
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