Andaba saboreando los últimos rayos de sol veraniego, disfrutando de ese previo sopor que entra cuando sabes que en breve te tienes que levantar, salir y enfrentarte al frío. Andaba también esperando al último día, el cierre de fichajes, más por echarme unas risas en el foro, como cada año, que por esperar que nada positivo saliera de todo eso. Y andaba pensando cómo afrontar esta nueva temporada. Tras muchos años de lucha y desgaste, la militancia activa contra el gilismo (y el cerecismo) se tiene que tomar como una partida de ajedrez. Demasiado desgaste si intentas hacer todo y todo rápido. Demasiados remordimientos si decides pasar demasiado tiempo a la sombra, esperando que otros hagan otras cosas porque tú ya hiciste muchas de las tuyas. Así que los comienzos de temporada suelen ser tomados con calma, con cautela y, sobre todo, con recelo por aquéllos que llevamos ya demasiadas muescas en la culata de un revolver demasiado frustrado por no pegar los tiros a tiempo.
Y estando en éstas, de repente y sin saber muy bien por qué, se montó el escándalo. Como si una rubia de esas espectaculares se hubiera mudado a vivir al piso de arriba. Y como la vecina llega, Heitinga nos abandonó. Y fue éste un abandono con nocturnidad y alevosía. Y no fue él precisamente el nocturno y el alevoso, no, que fueron aquéllos que le vendieron y que además, pese a las mil promesas del estilo “prometer hasta meter” llevadas a cabo durante el verano, la metieron, como suele ser habitual, nos cabrearon, como suele ser habitual, y ni siquiera dieron una palmadita de gratitud en la espalda. E igual que la rubia explosiva provoca el escándalo, la murmuración y el revuelo en toda la comunidad, desde el patio de vecinos hasta el último piso de la escalera, la marcha de Heintinga provocó el revuelo en toda la comunidad atlética.
La vida es curiosa, ¿quién podría pensar cuando llegó apenas hace un año que él podría ser el detonante, la mecha que prendiera, quién sabe si finalmente, la hoguera? Ese futbolista venido de tierras holandesas que dejó un estadio puesto en pie coreando su nombre, como muestra de gratitud por los servicios prestados, pasó por nuestro club sin pena ni gloria, sin hacer demasiado ruido, tras unos comienzos esperanzadores, se diluyó y quedó allí, en tierra de nadie. Para la gran masa, y probablemente por culpa de sus maltrechas rodillas, no hizo ruido, ni despertó grandes fobias, ni grandes filias. Pero es lo que tiene la vida, que a veces te sorprende sin saber por qué, como diría en una de sus demagógicas, hilarantes e insostenibles epístolas el poeta y filósofo M.A. Gil (risas).
Pero eso es lo que tiene tensar una cuerda hasta llevarla constantemente al límite de su resistencia, sobre todo, si además, cada poco tiempo te dedicas a darle tirones. Durante mucho tiempo aguanta, pero llega un momento, ese momento en el que todo el mundo se pregunta ¿por qué? que la cuerda cede y se rompe.
Volviendo al símil del ajedrez y de los juegos de mesa en general, es sabido que hay un momento en la partida que, si es para mal, un movimiento lo decide todo y ya no hay vuelta atrás. Es ese movimiento que nunca debiste hacer, el que significó que todo lo que viene detrás es consecuencia de ese maldito movimiento y, además, es inevitable. El buen jugador sabe un segundo después de haber hecho ese movimiento que la ha pifiado y que ya no hay vuelta atrás. Si es un caballero, termina la partida, se levanta, da la mano a su adversario y se marcha pensando en ese maldito movimiento que jamás volverá a repetir. El mal jugador, termina la partida intentando defenderse, recibiendo palo tras palo, intentando jugadas imposibles y a cada cual más ridícula, que cada vez le hunden más en el fracaso. Y, cuando la partida concluye, todavía se sigue preguntando ¿por qué? ¿en qué ha fallado? Jamás imaginará, ni sabrá, que fue ese movimiento el que le hizo perder, y si llegara a intuirlo, lo desecharía por ridículo. Muchos ejemplos de ello tiene la historia, algunos muy celebres en los que grandes Imperios, imposibles a priori de derribar, cayeron por culpa de ese inoportuno movimiento.
Y el filósofo vitalista y poeta M.A. Gil (risas), otrora ruinoso veterinario, tiene pinta de ser de estos últimos jugadores necios, envidiosos, mezquinos y cobardes. Ni siquiera tiene pinta, se puede asegurar que lo es. Al margen de maquiavélico, (su otrora buen amigo y periodista deportivo –más risas– , Farlopan, así lo atestigua). Seguirá dando coletazos de serpiente desde el oscuro agujero en el que se esconde, no lo dudéis, pero con suerte puede que haya hecho ya ese movimiento que nunca debió hacer, y puede que aún no se haya dado cuenta. Al menos sus posteriores e inmediatas jugadas así lo demuestran, que en ese momento, no lo vio.
La cuerda parece rota, aunque las cuerdas, como muchas otras cosas en la vida, – por desgracia otras no–, todos sabemos que se pueden recomponer. Que lo logré o no dependerá de las ayudas que reciba, que sus secuaces le den más cuerda, que le dejemos coser y remendar o que no sepamos estar a la altura de lo que la partida nos ofrece. Porque en una partida también puede darse que se enfrenten dos jugadores mediocres y el segundo nunca se dé cuenta que el primero ya hizo “la jugada de la derrota”. Entonces la partida suele terminar en tablas, pero esto en el tema que nos ocupa indicaría que nada cambia. Mal asunto pues. De nosotros, y cuando digo nosotros, son muchos nosotros, depende.
De momento, un otrora veterinario ruinoso especializado en anestesiar caballos de pie, ahora filósofo vitalista, poeta y demagogo epistolar (risas), un jugador holandés que pasó sin pena ni gloria, pero que al que probablemente nunca podamos agradecer lo suficiente los servicios prestados, una marioneta que quiere ser califa en lugar del califa, pero que es al menos tan necio como el califa, y su triste, esperpéntico, pobre e insulso bufón nos han servido la jugada en bandeja de plata, como ellos suelen servir la cabeza del entrenador o del director deportivo de turno que por aquí pase, para regocijo de la afición.
Todos sabemos que nada tiene que ver con Jhonny (Go Jhonny), que él sólo ha sido un alfil que se pierde de manera casual y, que de manera también casual, ha significado “la jugada”. El por qué y el todo vienen de muy atrás. Que la partida la perdimos hace ya más de veinte años, pero que puede que ahora tengamos de nuevo la oportunidad de volver a jugarla, como en esas pelis épicas en las que el héroe redimido vuelve del infierno para poner las cosas en su sitio.
Hagan juego señores, ahora movemos ficha. Si volvemos a perder esta partida, es posible que no haya más, o no, nunca se sabe, pero así se las ponían a Felipe Two, y así nos lo ha puesto Gil Two (faces) y al menos a mí, no me gusta perder ni a las chapas, sobre todo cuando el contrario ya ha hecho “esa pésima jugada” y, más aún, cuando ésta pueda que sea la partida más importante que hemos jugado en muchísimos años, la partida definitiva.