Yo no procedo de una familia con tradición atlética. Os envidio cada vez que mencionáis a vuestros padres, a vuestros abuelos ... porque mis padres procedían de Orense y Tenerife, sin la más mínima tradición futbolística, y como además nací, crecí y de hecho he vivido toda la vida a una muy hiriente distancia inferior al kilómetro del Estadio espantoso de la Castellana, por lo tanto en la zona más blanca de entre las blancas; supongo que será verdad que uno nace rojiblanco, o que ésta enfermedad también se puede contraer sin genética alguna, por simple generación espontánea.
A falta de padres o abuelos atléticos, y viviendo a una distancia del Calderón que ahora se recorre en poco más de media hora, pero que entonces suponía casi un viaje; mis apariciones en el Templo Sagrado eran el resultado de una serie de casualidades, más o menos provocadas, o de regalos que me hacían.
Por eso, cada partido en el Vicente Calderón al que asistía, era un acontecimiento y, es curioso, jamás la hierba me ha parecido tan verde como entonces, ni el Estadio tan bonito, ni tan rojas y blancas las banderas.
No estaba previsto que fuese a la Intercontinental. Aquella fue la casualidad de las casualidades: unos amigos del barrio, argentinos, cuyos padres me invitaron dadivosamente, aprovechando unos pases o invitaciones, que no recuerdo muy bien si procedían de la Embajada o de un restaurante argentino del barrio, en el que quedamos, y desde donde fuimos, ché, qué bueno que viniste, en una comitiva íntegramente argentina, en la que me convertí en infiltrado.
El recuerdo del partido es borroso, lo reconozco. Conservo mejor las sensaciones.
Los argentinos iban muy creciditos, muy ufanos, enteramente convencidos de que se la llevaban, con el gol de la ida que defenderían sí o sí, con su mágico Bochini que no se les caía de la boca, con aquél Bertoni que luego jugó en el Sevilla ... y trataban de ser amables conmigo, mientras se pitorreaban de mí, tú no te preocupés, pibe, que os llevaréis la próxima; y yo me callaba, aguantaba, y desconectaba entre sonrisas vergonzosas de sus cachondeos mientras sentía, sólo para mí, esa maravillosa sensación del nudo en el estómago, la emoción, el nerviosismo y la intensidad del momento al acercarme, al verme frente al Estadio, al estar dentro, al salir los jugadores y al ver que jugaba Gárate.
Y es que era la segunda vez que iba al Estadio y, en mi debut, inolvidable debut, Gárate no estaba. Y ganamos 2-0 al Zaragoza, pero en mi enorme felicidad había sentido un punto amargo, porque no había podido ver jugar a Gárate.
Así que mi mente infantil tuvo claro que ganaríamos. Porque jugaba Gárate. Y eso que sentí que no lo hiciera Reina, al que también adoraba; pero Pacheco tenía pinta de porterazo. Y además estaban Ayala, Heredia, Irureta, un chico nuevo al que no conocía de nada y que se llamaba Aguilar ... Ganaríamos seguro.
Estaba rodeado de argentinos y veía a los míos, a los atléticos, como muy lejos. Fue como si estuviera en Buenos Aires; quería gritar pero me callaba; marcaron Irureta y Ayala, por supuesto ambos a pase de Gárate, y grité ¡Gol! como muy bajito, porque me daba corte y para que no se enfadaran los padres de mis amigos, y por dentro gritaba mucho más alto: "¡toma, toma, toma!", y sentí un orgullo inmenso, una felicidad absoluta ... que tuve que vivir sólo por dentro.
Me felicitaron todos mucho, disimularon lo que pudieron su frustración, me sacaron como en volandas del Estadio en cuanto pudieron, con la eterna excusa del tráfico y luego, eso sí, grité todo lo que quise en el portal de mi casa, en el ascensor, contando a mi familia cada detalle ... y al día siguiente, cuando mi padre subió el "ABC" y en la portada salía Gárate con los dos brazos en alto y una cara de felicidad inenarrable, un gesto y una sonrisa que jamás podré olvidar.
Justamente ayer, Gárate reconocía que sólo guardaba la foto de su último gol, el de la Copa del 76. Sin embargo, desde siempre, todo mi sentimiento atlético se ha visto condensado en aquella portada del "ABC", en aquellos brazos en alto con la rojiblanca arremangada y el escudo en el corazón. He vivido millones de momentos mágicos desde entonces; pero siempre he buscado en mi felicidad aquél gesto y aquella sonrisa, inenarrables, de cuando José Eulogio Gárate celebraba que éramos Los Mejores del Mundo.
(...) Nosotros, que somos de Gárate, despreciamos el modelo actual de sociedad anónima deportiva basado única y exclusivamente en criterios mercantiles y cortoplacistas, en sacar el máximo rendimiento de lo que se tiene aunque esto se haga en claro menoscabo de la identidad del club, y de la afición, y del proyecto deportivo (...) "Nosotros, que somos de Gárate" - Carlos Fuentes - El Rojo y el Blanco