El estoicismo es la doctrina del equilibrio, de la mar en calma y de las nubes, silenciosas, atravesando el cielo. Es la doctrina perfecta salvo por el hecho de que es una doctrina mentirosa, absolutamente inasumible para el ser humano. Nadie -y menos que nadie el propio Marco Aurelio- fue jamás estoico en aquello que más le importara. Somos estoicos con respecto a la vida en general, ante los males del vecino, frente a esa muerte innumerable que todavía, por cierto, no es la nuestra; pero nada más. Yo prefiero con mucho el escepticismo, que en realidad no es nada sino el conjunto de actos inteligentes -poéticos- con que cada uno responde a los estragos del tiempo.
Sin embargo, acaso hubo un momento en que la fortuna nos permitió ser sólo jóvenes. No jóvenes en el sentido en que pugnamos por serlo hasta la última hora de nuestra vida. No. Jóvenes espléndidos, veraces, vertidos inexorablemente a un centro, sin deflación tras el dolor y -perdóneseme el exceso- sin conciencia. Simplicísimos emblemas de la dicha.
En el ámbito del fútbol a mí ese joven total me pareció Ronaldo. Su centro se ha cegado hoy, hecho al que él mismo se refiere como su "primera muerte". La lucidez, al fin. El hombre póstumo llorando su cadáver, que es como el nuestro, lo mismo que sus lágrimas.