Estandose el ciervo un día
paciendo entre la maleza,
oyó quebrarse una rama
una noche de tormenta.
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¿Quién va?, conminó a los aires
mientras su cuerpo adecenta,
¿¡Quién va!?, repite gallardo
en tanto su pecho aumenta.
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Oso me llaman, doncello
y el madroño me calienta,
siete estrellas son mis ojos
y ocho barras me sustentan.
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No me impresionais, peludo
ni habeis porte, ni belleza;
sois sucio, ni vais en metro,
ni teneis nueve osamentas.
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Cornudo no soy, madamo
¡bien lo sabe tu parienta!,
anoche cayó del catre
tras quedar en complacencia
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Osados los que no callais
así cien mirlos os metan,
¿o no somos superiores
los que os ganan las afrentas?
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¿Superior decís, señoro?,
¿con las cosas que se cuentan?;
Sois en el fondo tan pobres,
que no tenéis más que renta.
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Por castigo la llevamos,
pacemos donde nos venga;
¿quién no quiere ser un ciervo?,
pues siendo ciervo, no hay deuda.
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¿Ciervo?, quite, señor damo
¡qué transformación horrenda!
Virgen del Puerto te pido,
no me pongais cornamenta.
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Allá vos, por descreído,
seguid a sal y pimienta;
márchome a pastar al Río,
que son aguas que me tientan.
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Que pastais es conocido
por toda la concurrencia,
ahora, sabed que os digo
que no hay más pasto ya en venta.
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Y, ¿quiénes me lo prohiben?
¡si soy el rey de la selva!,
el del mambo, el más temido,
¡miradme si no las cuernas!.
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Hasta aquí llegais, bambino,
no hay Oso que ya consienta
cederos a vos más hierba,
sin que os resulte harto cruenta.
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Tomandose impulso el Oso
cayó en carrera violenta,
sobre los lomos del ciervo,
y a poco no lo revienta.
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Romance acaecido en la atardecida del 7 de febrero del año del señor de dos mil y quinze.
Recopilado en "Cantares de Gesta", sección Atlético de Madrid, legajo ATM-1.903