Escribió Máximo Valerio Longino en su "De las ínfulas", mientras le caían chuzos de punta, lo siguiente:
"Así sospecha el poderoso que alguno viene de fuera a discutirle un privilegio, no vacila en juntarse con quien, siendo hasta ese momento igual de poderoso que él y, de hecho, según parecía, su enemigo, se siente también amenazado, adoptando ambos desde entonces medidas de común acuerdo –e incluso de buen grado- para cuya ejecución habrán de valerse por lo general de las estrategias que cualquiera de ellos urdió contra el otro, de las instituciones en que cualquiera de ellos tanto empeño puso porque residiera el poder aun a costa de su corrupción, pues en definitiva no alcanzan a temer mayor desgracia que el que un tercero se asome a sus dominios, ni contra ello a pergeñar plan más ambicioso que infundir el terror, esforzándose en hacer creer a la comunidad que, de producirse ese hecho, no serían ellos los que saliesen más perjudicados sino la comunidad misma, toda vez que la merma o desaparición de su poder vendría a suponer de inmediato la merma o desaparición de la cosa sobre la que lo ejercen."
(Traducción apresurada desde el parqué del querido rossobianco)