Max Merkel, ‘míster látigo’
La temporada 69-70, el Sevilla iba a reaparecer en Primera
tras un año de ausencia. El presidente, Ramón Cisneros, decidió darle al equipo
un nuevo tono físico. España vivía cierto complejo. Se hablaba mucho de fútbol
fuerza y Cisneros pensó en un modelo alemán. Conocía a un emigrante regresado,
José María Negrillo, que había vivido el fútbol de Alemania como jugador del
modesto TSV Coppengrave. Le preguntó quién era el mejor entrenador alemán.
Negrillo le recomendó a Max Merkel: exlateral del Rapid de Viena, entrenador
luego en Austria, Holanda y Alemania. Había hecho campeón de Liga al Núremberg,
como antes al München 1860 y antes aún al Rapid de Viena. Había dejado el
Núremberg, enfadado con los directivos.
—Muy bien. Usted que sabe alemán, mándele una carta, a ver
si quiere venir al Sevilla.
Negrillo la mandó con poca fe de que contestara, pero
contestó… pidiendo dos entradas para la final de Copa de Europa Milán-Ajax, en
el Bernabéu. Se las consiguieron, organizaron la cita allí y se llegó al
acuerdo. Incluso asistió al Sevilla-Mestalla, última jornada, de apoteosis con
el ascenso ya asegurado.
Abc de Sevilla localizó una foto de tres años atrás de una
fiesta de Cáritas, una tradición en Múnich, en la que actuaban famosos con
disfraces singulares. Merkel hizo de domador, con un látigo en la mano. José
Antonio Blázquez, del Abc, comenzó a llamarle en sus muy leídas crónicas,
Míster Látigo. El apodo cuajó.
Y es que el ritmo semanal en todos los clubes en la época
era: lunes, descanso; martes, baño y masaje; miércoles, trotes por el campo con
tablitas de gimnasia; jueves, partidillo contra el juvenil; viernes, baloncesto
o balonmano y a la concentración o al viaje; sábado, paseo por la mañana cerca
y por la tarde, cine. En ese hábito irrumpió Merkel con balones medicinales,
cuerdas, vallas… Hacía a los jugadores correr por las gradas, arriba y abajo,
en ocasiones con sacos de arena. Y eso en el agosto de Sevilla. Tres sesiones
en pretemporada, luego dos, de martes a viernes, una el sábado por la mañana.
Las fotos movían a compasión. Sí, el apodo le cuadraba: Míster Látigo. Él decía
que había que sufrir en los entrenamientos para disfrutar en los partidos. El debut
en Liga fue Sevilla-Atlético y ofreció otra novedad: sus jugadores salieron a
calentar al campo media hora antes del partido, cosa ahora absolutamente
natural, pero en la época no. La costumbre era calentar dando brincos o trotes
estáticos en el propio vestuario, y lanzando balonazos en las paredes. La
presentación no fue un éxito: ganó el Atlético 0-1. Los jugadores se dieron
cuenta de que Merkel desconocía el fútbol español y hacía emparejamientos
inadecuados. Para el siguiente domingo, en Valencia, se organizaron ellos
mismos y el Sevilla ganó 0-1.
Físicamente, eso sí, el Sevilla destacó pronto. Algunos, por
ejemplo Enrique Lora, lo agradecían. “Me puso tan fuerte que fui a la
selección. Yo no corría, volaba. Podía con todo”. A otros, singularmente los
sudamericanos, venidos de un fútbol en el que se trabajaba aún menos, la cosa
no les hacía gracia. Pazos, argentino, Bergara, uruguayo, o Baby Acosta,
paraguayo, racaneaban en lo posible. A Baby Acosta, goleador, estrella y
favorito del público, le tuvo que consentir algo. Con los otros dos, chocó. Con
el cerebral Eloy Matute tuvo un trato en cierto modo deferente.
El Sevilla fue tercero esa Liga, con un once de memoria:
Rodri; Toni, Toñánez, Hita; Costa, Santos; Lora, Bergara o Blanquito, Acosta,
Eloy y Berruezo. Un exitazo, si recordamos que estaba recién ascendido. Pero el
idilio sólo duró otro curso. El 70-71 empezó muy bien, pero al final sólo fue
séptimo, justo por debajo del puesto que daba acceso a la Copa de la UEFA,
creada en sustitución de la Copa de Ferias. Se empezó a decir que quemaba a los
jugadores. Pero el golpe definitivo llegó por unas declaraciones. Merkel había
subido del Sevilla Atlético a San José. Supo cómo vivía: en una casa muy
modesta, de las hechas tras la riada del Tamarguillo. Siete hermanos dormían en
una pequeña habitación. Merkel declaró que era una vergüenza que un jugador del
Sevilla viviera así. A Cisneros aquello le pareció ofensivo y renunció a la
idea de alargarle el contrato. La declaración además, la hizo al Sur de Málaga,
ciudad rival, lo que le sentó peor a Cisneros.
Volvió a Alemania, donde no tuvo un equipo de su gusto para
la 70-71. Y cuando empezaba a convertirse en recuerdo, resultó que en el
Atlético las cosas iban mal y cayó Marcel Domingo, justo tras una derrota en
casa ante el Sevilla. Empezaba noviembre. Calderón, presidente del Atlético,
tiró de Merkel, que a su vez exigió como segundo a Negrillo, contratado con el
filial del Granada, el Recreativo. Hubo que pagar una cantidad para que le
liberara el inflexible presidente granadino, Candi.
Merkel llegó con las mismas. Como en el Sevilla, hubo
jugadores amantes de la preparación física que lo agradecieron. Por ejemplo,
Adelardo: “Yo creo que a mí me alargó la carrera. Pero es verdad que otros no
lo aguantaban”. Pronto se produjo el primer choque. Me lo cuenta el portero
Pacheco: “Nos llevó a correr a la Casa de Campo, con un preparador físico.
Corrimos como locos por los cerros, deseando el momento de volver al autobús.
Cuando llegamos donde nos había dejado, no estaba. Se lo había llevado él. Se
suponía que teníamos que regresar corriendo hasta el Manzanares. Nos negamos.
Paramos coches de gente que circulaba por ahí, y fuimos bajando de a pocos”. Y,
claro, allí fue la bronca. Alguno le dijo: “Tracking, caca”.
Los jugadores del Atlético eran celebridades y la prensa de
Madrid tenía difusión nacional. Esas imágenes ahora de los internacionales, de
los Luis, Ufarte, Gárate… trepando gradas o cargando balones medicinales
incrementaron el prestigio de torturador de Míster Látigo. Y fue célebre su
choque con Becerra, brasileño melenudo al que exigía que llevara el cabello más
corto. Becerra se peló al cero. Merkel era inflexible. La primera vez que
apareció por el vestuario el todopoderoso vicepresidente Santos Campano le
preguntó si era un homosexual que quería ver hombres desnudos. Pero funcionó. El
Atlético enmendó la marcha en la Liga, de la que fue cuarto, y ganó la Copa.
Calderón, claro, le dio un año más.
En la 72-73, siguieron las tensiones… ¡pero el equipo ganó
la Liga! En la celebración, cena multitudinaria en el Palacio de Congresos,
Calderón anunció su renovación. Los cientos de asistentes se levantaron a
aplaudir… con la excepción de los veinticinco jugadores, que se quedaron
sentados y sombríos. Al día siguiente, los más notables de entre ellos se
presentaron a Calderón para pedirle que Merkel se fuera. Calderón, consternado,
les dijo que le había firmado la víspera.
Pero, en esas, Merkel hizo unas declaraciones tremendas en
el sensacionalista Bild Zeitung, que vendía cinco millones de ejemplares. El
titular de portada era: “Estoy hasta las narices de los españoles”. Y en el
interior rajaba de los caprichos de los jugadores, de la falta de organización,
de las costumbres del país… El Atlético le exigió que rectificara. Él dijo que
era un invento, pero no atendió al requerimiento del club de exigir una
rectificación. Seguramente lo habría dicho… sin pensar que iba a trascender en
España. Calderón aprovechó eso para despedirle.
Y adiós a Míster Látigo. Reemprendió su carrera en Alemania.
Murió en 2006, con 88 años. Negrillo, que se hizo un nombre a su lado, voló por
su cuenta. Entrenó al Burgos, al Tenerife, al Pontevedra, al Orense, al Calvo
Sotelo de Puertollano, al Jerez… Hoy vive en Sevilla, feliz con sus recuerdos,
en vecindad de Eloy Matute. Los dos defienden su recuerdo: “Fuera del campo era
un tipo amable. Por cierto, no ponga que era alemán: era austriaco. Él decía:
‘Soy austriaco de Viena y español de Sevilla”.
http://deportes.elpais.com/deportes/2015/03/01/actualidad/1425242596_712695.html