Dicen que, lo que no se cuenta, no existe. Para confirmarlo,
tenemos, por poner un ejemplo, la fabulosa historia de Pinocho. Este
maravilloso personaje, es y se representa en el imaginario de hoy,
precisamente, porque su historia fue contada. Pervivió hecho cuento, merced al
boca a boca. Oído a oído. Sin ellos, actualmente sería un trozo de madera más,
carcomida por los años. Sin más reseña que el anonimato de la putrefacción.
Para los millones de ojos y orejas contemporáneas que están allá
afuera, sólo es real aquello que figura en los rotativos matutinos, las ondas
nocturnas, o los partes de sobremesa. Así, podemos montar en cólera sobre el
último despido a una trabajadora que queda embarazada, mientras una mayoría
silente trabaja en condiciones precarias, o pierden la misma vida en otros
planos más cotidianos o soterrados. Da, relativamente, igual. Si esos sucesos
no pasan por el tamiz de los medios de comunicación, su realidad,
sencillamente, no existe ni en el consciente ni en el subconsciente de la ciudadanía.
Hace algo más de cuatro años, un Tribunal Supremo de
justicia, dictaminó que los actuales dueños de un Club que a algunos parecerá
cualquiera, y a otros único, se apropiaron indebidamente de Él. En lenguaje
cheli, lo birlaron. Levantaron. Jodieron. Se rieron de su Historia, sus
simpatizantes, socios y, sobre todo, accionistas. SUCEDIÓ. Así lo atestiguó la
sentencia. Culpables. Del delito de apropiación indebida de todo un Club. Con
primeros actores inculpados directamente, y secundarios en papeles de
cooperador. Y unos y otros, se aferraron como lapas a la prescripción. Según
comentaba un viejo jurista, “la excusa del ladrón”. Y por la prescripción,
evitaron la condena. Y... se les “devolvió” el Club. Como si a un okupa se le volviera a ceder el piso al que ha dado una patá en la puerta.
A ojos del mundo futbolero, nada de esto ocurrió. Nada. Los
que se vanaglorian de representar el ojo triangular por el que mira la
objetiviada, imparcialidad y veracidad, andaban ocupados con la mujer embarazada
que perdía su puesto de trabajo. Echandose las manos a la cabeza porque se le
había roto una uña al pegar el portazo. Otros, cogían setas. Y los había, que
las merendaban juntos en una orgía de compadreo con patrones de yate,
kashoguis frustrados o aspirantes a spilbergs... ¿Nada?. No, fue aún peor. Sí
se contó. Se contó que los que delinquieron, y estafaron a toda una masa
social, eran poco menos que el quinto ángel de Machín. Los pobrecillos. La
justicia en pleno, estaba equivocada. Y era de ley que “devolvieran” el Club a
quien tanto hizo por Él. Prefirieron anteponer la prescripción al mismo
delito. La inmoralidad subyugada a ese aborto de ley llamado “prescripción”; que
te permite ser culpable el día anterior, e inocente al siguiente. “La audiencia
devuelve las acciones”. “El supremo dá la razón a la familia Gil”. “El supremo
devuelve el Club a los Gil y Cerezo”. “La estabilidad añorada”... Para toda la
masa que consume prensa, radio y TV, la “feliz” noticia, a rasgos generales, fue
vendida por los grandes trust mediáticos, como que la injusticia sobre los Gil
volvía a la normalidad. Y no, señor Iñako, un tocho en terminología judicial
que no se lo leen ni los propios juristas, insertado en su periódico como la
jofaina de Pilatos, no les deja las manos como la patena. Las biblias, saben
que no se abren en párvulos. Voacedes, que han desmenuzado tantas banalidades
en lenguaje preescolar... Las que ustedes llaman “líneas editoriales”, y un
servidor “censura selectiva”, no lo contaron. Así es que, para el gran público,
no existió.
Todo esto, desde una voz en clave baja. Sin vocinglerías.
Pero con la rabia contenida de haber sido engañado. Primero, por los Gil.
Después, por ustedes.
Sus lazos, o los de sus jefes, no son ni por asomo los míos.
Entiéndanlo, al menos.
S I E M P R E A T L E T I.-