Como algunos supondrán, yo leo literatura. Tampoco mucho pero algo, sí. Algo de literatura y algo -poco- de filosofía. Sin embargo, he llegado a la conclusión de que lo hago porque no soy del Madrid. Porque si fuera del Madrid, estaría todo el día leyendo la prensa deportiva. Por la mañana, por tarde, por la noche. Veinte minutitos antes de dormir. Todo el que lee una novela o un poema termina por trasladar indefectiblemente algunas de las cosas que se dicen en esas páginas -por desagradables que sean- a su vida. A sus experiencias, recuerdos y esperanzas. Da igual que se hayan escrito en una lengua ya muerta y hace treinta siglos. La literatura, o es universal e intemporal, o no es más que un producto de entretenimiento. Sabemos, pues, que no se escribió para nosotros, pensando en nosotros, y que, por tanto, hay que hacer ese esfuerzo de transporte, de transferencia. Sin embargo, el que sea madridista puede tener la absoluta certeza, corroborada día a día y hora a hora, de que la prensa deportiva hecha en Madrid se escribe sola y exclusivamente para ellos, pensando en ellos. Ellos son, pura y simplemente, El Cliente. Y como el deporte es, de suyo, una realidad dialéctica, escribir para alguien supone indefectiblemente escribir contra el que se opone a ese alguien. Al Cliente, sobre todo, hay que satisfacerlo. Y sin necesidad de que se esfuerce lo más mínimo. No me digáis que, si formarais parte de las filas del Cliente, no os resultaría difícil abandonar siquiera momentáneamente ese remanso de paz, esa constante perspectiva paradisíaca que se les ofrece en sucesivas e inagotables dosis. Fijaos que se les ha ido su jugador bandera, aquel que les ha sostenido en ataque durante los últimos años. Y, además, se les ha ido sin decir adiós. Se oyeron de repente unos pasos apresurados, una puerta que se abría y una voz destemplada que decía "¡Eh, que me voy. Ahí os quedáis!". Y no ha pasado nada. No ha habido llanto ni crujir de dientes. Solo silencio y calma absoluta. Es más, ahora ya se sugiere (se le sugiere al Cliente) que la marcha de su jugador bandera ha venido a ser, en realidad, una suerte, una instancia necesaria para que llegara a producirse un acontecimiento sensacional. Ni más ni menos que el advenimiento de una nueva era: la era Vinicius. Pero, por si acaso a alguno todavía le quedara un resto de nostalgia por la estrella fugada, día a día (paja a paja) se les satisface con la administración de píldoras bien troceadas de la catástrofe barcelonista y, naturalmente, en cuanto hay ocasión para ello, de las penurias del Atleti. Entonces sí que salen a relucir los adjetivos. Son adjetivos sobados, fofos, escritos con la misma pasión con la que una vieja ramera cumple su servicio mientras piensa que ya le queda poco para ponerse de nuevo las bragas, el vestido y los collares y sentarse en la silla que una compañera le guarda en la acera, con las piernas apoyadas sobre una caja de tetrabricks de leche. Pero aun así, son adjetivos. Adjetivos y verbos como "No se soportan" ,"Explota" , "Estalla", "El Atleti tiene un problemón", "Hartazgo", "Sin salida". En fin, todo el manido arsenal periodístico. Frente a ello, a quienes no formamos parte del Cliente nos queda una modesta verdad: que en el Atleti hay una directiva fuerte, un entrenador egregio y, dentro del vestuario, una serie de jugadores con un empaque suficiente como para que nada se desmande y todo transcurra de la mejor manera. Y así será. Tengo tan pocas dudas de ello que, bendecido por el aire acondicionado, me he puesto en el ordenador la simbólica emisión de una chimenea ardiendo (12 horas de sonido de fuego relajante en chimenea, se llama), he tomado en las manos un libro de Josep Pla y a las cinco o seis páginas me han entrado las ganas de escribir estas líneas. La prosa de Josep Pla se mantiene fresca y vigorosa porque, a pesar de que escribió más de sesenta años en los periódicos, solo aceptó como cliente a la literatura.