Me he decidido a escribir este post después de vivir el partido de ayer en Pucela, pero estas letras quieren ser una reflexión sobre el camino que lleva la liga española debido a una serie de circustancias que, cada vez más, y en todos los campos de España, condicionan los partidos de nuestro fútbol.
Qué nadie piense que me ha caído de un guindo, y que no vivo en el mundo real. Llevo viendo fútbol cuarenta años, he visto de todo, pero cada año que pasa, cada vez más, se acrecienta la teoría de que lo importante es ganar sin que importen los medios para conseguirlo. Vale todo. Tirarse al suelo cuando vas ganando, fingir penalties, exagerar agresiones, perder tiempo en todo lance del partido, protestar al árbitro toda decisión, e incluso en un alarde de educar a la infancia en nuestros "valores", aleccionar a los recogepelotas para que los balones desaparezcan del terreno de juego cuando el equipo local va ganando.
El fútbol es para los listos (No Luis, no), es una frase que se repite por todas partes, y que puede justificar cualquier acción dentro y fuera del terreno de juego siempre que favorezca a nuestro equipo, y la ejerzan nuestros "listos". Cuando la misma acción la ejercen los listos de los otros, éstos pasan a ser unos hijos de ***. En realidad no les cambiamos de función, sólo de apelativo.
Qué nadie me diga que esto es inevitable. Todas estas marrullerías, por ponerles un nombre benévolo, pueden y deben ser evitadas, y los partidos de la Champion son un buen ejemplo, dentro de un orden, de que se puede conseguir. La UEFA vende espectáculo, y por lo tanto sabe lo que se trae entre manos, y todos los elementos que distorsionan éste trata de evitarlos con medidas correctoras de cara a los estadios, y con la exigencia de un comportamiento arbitral que favorezca el juego limpio, el comportamiento correcto, y por tanto el espectáculo. A nadie se le escapa que los árbitros españoles internacionales tienen una forma de actuar en nuestra liga, y otro muy distinto en la liga de campeones. Este comportamiento de los colegiados influye en los jugadores que saben que sus engañiflas son castigadas con tarjeta amarilla en caso de mínima reincidencia, y que a las dos tarjetas no juegan un partido, con lo que ésto conlleva.
En nuestra liga, sólo con pequeñas medidas a copiar de las que emplean los árbitros en la máxima competición, encarecer las tarjetas amarillas, unificar los horarios, educar desde la prensa al comportamiento de las aficiones, es decir lo contrario de lo que se hace ahora, y el deseo de primar al espectador que es el que paga las entradas, por cierto, carísimas, se podría conseguir que no ganaran los listos sino los mejores.