Fran_Omega:
Estimados compañeros:
Ya que tuvísteis la suerte de vivir aquella época; y aunque las circunstancias de los respectivos traslados no sean comparables ni por asomo; me gustaría saber lo que supuso, para un llamémosle "atlético medio", habituado a ir al fútbol Paseo de Reina Victoria abajo y en zonas como Cuatro Caminos y Moncloa; trasladarse a lo que era la zona del Calderón en los años sesenta.
¿Cómo se vivió aquello?. ¿Qué trascendencia social tuvo?.
Abrazos,
Se vivió de una manera traumática. Para muchos el Atleti estaba indisolublemente unido a su barrio, y el traslado del estadio supondría la muerte del club, algo así (mal comparado, porque nada tienen que ver ambas instituciones) como si el Rayo se fuera de Vallecas. Por entonces el Manzanares era el extrarradio de Madrid, una zona periférica y degradada, con un río no canalizado, insalubre y maloliente. Se decía incluso que las nubes de mosquitos serían un obstáculo para que se pudiera jugar decentemente al fútbol. Para colmo, poco antes de inaugurarlo (y ya vendido el Metropolitano, en el que la Inmobiliaria que lo adquirió nos permitió jugar de prestado los últimos partidos) los periódicos publicaron la noticia de que había que derribar el nuevo estadio, porque era ilegal, o por lo menos una parte de él (la tribuna, cuya parte superior tardaría unos cuantos años en finalizarse, por falta de presupuesto) y que en cualquier caso se suprimirían las pasarelas sobre el río, que eran elemento fundamental en todas las maquetas que se habían presentado hasta entonces.
De hecho, muchos aficionados "de toda la vida" jamás se trasladaron al Manzanares. Se pasó de un Metropolitano siempre abarrotado y bullicioso a un Manzanares frío y desangelado, con poquísimos espectadores, eso sí, todos sentados, como rezaba la famosa pancarta. Incluso el equipo pegó un bajón descomunal, desde el último año cuatrocaminero, en que se consiguió la Liga. Dos de nuestros jugadores más emblemáticos, Glaría y Mendoza, tuvieron que ser traspasados, para paliar la mala situación económica. Afortunadamente, las aguas fueron volviendo a su cauce, don Vicente Calderón protagonizó algunas campañas en las que explicaba que el nuevo estadio estaba muy bien comunicado desde cualquier parte de Madrid, incluso se podía llegar a él dando un pequeño paseíto desde la puerta del Sol (si lo sabré yo, que me he dado tantos). Gracias a Dios (nunca mejor empleado el símil religioso) al tercer año resucitamos de las tinieblas. Fue en la temporada 1969-70, con la llegada al banquillo del gran Marcel Domingo, con quien volvimos a ser campeones y a disfrutar de ese juego genial, apasionante e irregular que siempre ha caracterizado al Atlético de Madrid.