RAMON CABRERO, el campeón argentino, cuenta sus historias del aleti, del Toto Lorenzo y de Panadero.
El técnico cuenta que es español, que "nací allá y a los cuatro años me vine para Argentina con mi familia, también española. Recién a los 22, cuando me compró el Atlético de Madrid, volví a vivir en la Madre Patria. Y justo me tocó el servicio militar. Salí sorteado, y bueno...".
—¿Y bueno?
—No pude zafar. Igual, me tocó la mejor parte: en la colimba te podían mandar a Ceuta o Melilla, dos colonias africanas, y ahí sí te comías los 18 meses, todos completitos. Yo caí en San Sebastián, e hice...
—Un segundo, Ramón. ¿En qué año fue eso?
—Y, década del 70, la época de Franco. Yo hice la colimba en la España de Franco.
—Ah, complicado.
—Pero se vivía maravillosamente bien, ¿eh? Estabas a las cuatro de la mañana en la calle y no te pasaba nada, muy, muy tranquilo, aunque después, bueno, después saltara lo que saltó. España era un país tremendamente reprimido y yo juro que hasta estando dentro no te dabas cuenta. Por suerte luego se liberó rápido, creció muchísimo.
—¿En serio no...?
—Para nada. Además, je, yo me la pasaba en la cocina. Cada dos por tres me retaban y me mandaban a fregar pisos, qué me iba a enterar. Del calabozo, sí, zafé. Y después, bueno, llegué al Aleti del Toto Lorenzo.
—Otra colimba, je.
—Un personaje, el Toto. Me acuerdo que tenía las direcciones de todos y, como concentrábamos los sábados, los viernes a la una de la mañana se pegaba una vuelta por cada casa: "Hola, ¿está Ramón? Ah, ¿sí? Bueno, deje, deje, no lo despierte". Un maníaco.
—¿Alguna vez lo agarró?
—Una, pero por otra cosa. Volvíamos para la pretemporada y el peso tope, para mí, era 75 kilos. Más de eso, multa. Y justo la noche anterior había comido una paella terrible, subí un kilo en horas, llegué con 76 y medio. Intenté explicarle, pero... "Quéjese con la paella, pero la multa me la paga". El Toto nos perseguía mucho a los argentinos: el Panadero Díaz, Heredia, Ayala... El Panadero, otro monstruo. El titular en su puesto era Capón, de la selección española, y apenas llegó, le dijo: "Mirá, che, yo no me hice 10.000 kilómetros para ser suplente tuyo". Una risa. El Panadero tenía que enfrentar a Garrincha y te preguntaba quién era ese negro.
—¿Y usted cómo jugaba?
—Me decían calesita, así que imaginate. El fútbol, y la vida, antes, eran otra cosa, más bohemio. Yo vengo de una familia muy humilde, mi viejo era albañil, mi vieja limpiaba casas, y yo empecé a laburar a los nueve años. Trabajaba en una fábrica de juntas para coches, nueve horas, y de ahí a entrenar. Era jodido, pero por suerte llegué. Y bueno, después me tocó vivir cosas lindas, feas.
—¿Feas como...?
—En el 91, en Colón, teníamos que jugar con Atlético, en Tucumán. No veníamos muy bien que digamos. Y en el micro, antes de salir, subió un barra, me miró fijo, me dijo: "Si perdemos y volvés, te pego un tiro". Bajé un poco la vista y vi el chumbo en mi estómago. "Si perdemos, yo vuelvo igual", le retruqué. Cuando se fue me temblaban las piernas. Dios mío.
—Una locura.
—Y, por esas cosas me puse un negocio de ropa, ya no seguí viajando con el fútbol. Luego, Lanús me rescató, je, y ahí arranqué de nuevo. Antes de agarrar la Primera, por ejemplo, me fui a dirigir a Albania.
—¡¿Albania?!
—Me contrató el Dynamo, para la Intertoto. Fue lindo, raro. Perdimos con un equipo yugoslavo. Es un país que se está rearmando hace diez años, interesante. Tirana se llama la capital.
—¿Y qué fue lo que más le sorprendió?
—¿Tengo que decirlo?
—¿Y por qué no?
—Y... no sé... ¿seguro?
—No se haga rogar.
—¿La verdad? Las minas. Lindas, che, las albanesas.
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Me gusta sobre todo, lo indicado en azul....