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Algunos dioses, sobre todo aquellos que frecuentan los
mares, quisieran que los hijos del Atleti no se movieran una miaja de la cárcel
voluntaria, a rejas de sangre y nieve, que conforman el Escudo. Que no se
movieran, ni sentimental, ni físicamente. En el primer caso, es más sencillo.
Se puede, y se debe ser del Atleti para toda una vida. Sin que el hecho de
sacarte o no el abono, comprar o no la Camiseta de turno, viajar o quedarte en casa, o
encender o no la tele por las tardes futboleras, sea fundamental a la hora de
implicarte por una manera de ser. Una manera de sentir. Una manera de vivir, si
dejamos a Rosendo que escriba la canción. El que es del Atleti, lo es pa siempre.
Incluso sabe que, cuando deje de acudir en cuerpo o alma a las dos primeras
Gradas del Calderón, el aguarda un Tercer Anfiteatro, dónde echarse unas
pipillas o romperse la voz por su Atleti. Aunque abajo no le oigan, no quiere
en modo alguno decir que no esté.
Físicamente, es otro cantar. Y aquí entra el parné, el medio
de vida, las ganancias, la pasta, el intento de superación, el darle a uno el
bere, el salto al vacío… Cantidá de vectores que tienen que ver con algo
parecido a las nóminas, las palmaditas o zancadillas del jefe, los misterios
escondidos y otras tantas cuestiones que bullen en los cerebros de aquellos a
los que llamamos “asalariados”. Tipos que cobran por esto, y que no sé por qué
extraña razón tendemos a identificar en el mismo plano que nosotros, los
aficionados. Tipos que pagamos por esto. Por mucho que nos llenen la cabeza de
pájaros con que no ponemos un guil, precisamente aquellos “que lo ponen” hasta
que llega la Justicia
y les dice que no.
Aún así, hay casos de excepción que tienden a confirmar la
regla. O la rozan, pa dar un sesgo romántico al tema. Un Totti, un Vogts, un
Scholes, un López o un Baresi significan desde el chupete a la garrota un “ahí lo
llevas”, con la misma camiseta por bandera. Como clavos. Imperturbable el ademán;
llueva dinero, nieven rosas o truenen crisis. Los ingleses, dan en llamar “one
club man” a estos tipos que se entregan durante toda su vida deportiva a un
solo club: el de sus amores. Que sigan en la misma brecha, es una causa loable
pero, no nos engañemos, pertenecen a castas de clubes donde la remuneración a
lo largo de una carrera dá pa mantener desde sus culos hasta los de sus nietos.
Aunque esto supone ya otro debate, en el sentido de qué club verdaderamente se fraguó
en sus corazoncillos de críos, y si en realidá es ese el que les ha permitido
llevar una vida holgada económica, afamada y materialmente. Y que cada cual sume
las preferencias que le vengan al caso. Ergo, los hay con “trampa” como
pudieran ser los casos de un tal Etxeberría o el ponderado Raúl, jugadores “falseaos”
en la creencia que nos llega a día de hoy, en la que parecen jugadores “de toda
la vida de su club”.
Hoy, toca Fernando Torres. O uno de los máximos exponentes
del destierro, en una nebulosa entre querido y lo forzado. Sea como fuere, con
lo que no comulgaré nunca, ni jamás me producirá un resultao satisfactorio, es
encontrarme contento porque nuestra estrella juega en un gran club. Como en
aquella de Roncesvalles contó el cooperador necesario que se hace pasar por
presidente (no electo, y por tanto no reconocido pa los “demócratas” del fútbol).
Primero, porque pa gran Club, el nuestro. Segundo, porque manejarme en esos parámetros
es creer que el Atleti se ha convertido en un Club exportador de talentos. Y
que cada cuál ponga aquí la odiosa comparación que le venga en gana. Si está
por la labor.
Los motivos de la marcha de Torres son oscuros, y de ellos
sabrán los protagonistas más directos. No voy a entrar a enjuiciarlos, porque
sospecho que faltan muchos datos; de esos que no molan figuren ni en las
tiradas de prensa deportiva, ni siquiera generalista. Sólo sé que este Chaval,
en las dos ocasiones que ha podido, ni ha sacao la bufanda del Tuilla, ni la
del Fuenteallabilla, ni siquiera la del Fuenla. Él se siente partícipe, aún
cobrando una nómina que le llega en libras esterlinas, del otro Club grande de
la capital. Tan grande, que reivindica el hecho de no ocultar pertenecer al
otro Club madrileño del que no es todo el mundo. Para él, es un orgullo que los
propios del Atleti le sigan viendo como uno de ellos.
Para nosotros, es un orgullo que Fernando José Torres Sanz,
sea uno de los nuestros. Por siempre jamás. Porque es el oráculo que nos cuenta:
por cada “práctico” que vive, le sobrevive un “romántico”. Y tú ya eres lo suficientemente
rico como pa que te anden jujaneando con las cosillas de las aurículas. Así,
quizás lo entiendan mejor los que son tan pobres, tan pobres, que sólo tienen
dinero.