Hay que aceptar que la gran mayoría de los futbolistas son profesionales, osea, que les mola el dinero y nada más que el dinero (eso, más bien, los convierte en mercenarios, y esto da para otro tema, porque profesional también puede ser un tío que curre en algo, donde cobra X, y que, a pesar de que en otro sitio le ofrezcan 2X, prefiera seguir en su sitio, porque valora otras cosas, sea tiempo para estar con su familia, entorno, ubicación geográfica, lo que sea, sustitúyase y rellénese con lo que proceda en el caso del fútbol), pero no entiendo la actitud de algunos, parece que les ponga a tono que, cuanto más vendidos, mejor, cuanto más cutres, mejor, y cuanto más incongruentes, todavía mejor, como si fuera imposible armar un buen equipo si no es cubriendo un cupo de traidores, bocazas, populistas baratos y tribuneros de saldo, o como si los que traemos los sentimientos al fútbol fuéramos poco menos que indígenas hablando del tren como del caballo de hierro. El fútbol son sentimientos, sin ellos no habría negocio, es la paradoja y lo trágico de este deporte, que mueve más pasta que nada y es más pasional que nada, casi religioso, lo más cercano a la militancia, el gregarismo o la profesión de fe a lo que podemos aspirar los agnósticos y los desarraigados de la política. Los jugadores lo saben, y, como ya se ha dicho antes en muchos hilos, abusan de ello. No todos. Los hay auténticos mercenarios, los Vieris, los Schuster, etc, benditos sean, y los hay verdaderos entregados a la causa, los Gabi, los Simeone, los Arteche, los hombres de club, dios los bendiga todavía más. El resto, no merecen otro calificativo que el de payasos, inmaduros mentales, niñatos desagradecidos y proyectos fracasados de hombres. Deseo con mucha fuerza que Filipe conozca de primera mano eso de ser un suplente de 20 y tantos (leáse 40) millones.