La Liga de la prensa y la de la realidad
En la pole por el título aparece el vigente campeón, el
Barça. Golpeado por la adversidad de Vilanova en época estival,
meses después, el terremoto ha remitido y la filosofía del club, lejos
de romperse como afirmaban los trompeteros del Apocalipsis, permanece
intacta. Al
Barça le han fabricado debates superficiales al ritmo que Martino
contaba compromisos por victorias. Se cuestionó si el entrenador había
traicionado el estilo, se tachó a Neymar de teatrero, se elevó a
categoría el asunto del central, se pidió el fichaje
de un nueve y el pánico se desató con el bíceps femoral de Messi.
Supercopa en mano y pleno en Liga, el Barça respondió a cada debate. De
ahí que su empate en Pamplona haya sido jaleado, a bombo y platillo, por
quienes llevan años deseando que el Barcelona
se despeñe. A esa tarea se suma el pesimismo atávico culé, sentimiento
ancestral regado por la prensa oficialista azulgrana, siempre útil
cuando se trata de caer en la autodestrucción. A Martino le han
cronometrado cada cambio, le han cuestionado cada rotación
y le han afeado cada declaración. De hecho, hay quien cree que su única
contribución al Barcelona consiste en ponerse un polo pistacho los días
de partido. En la realidad virtual de la prensa, Martino falta al
respeto al estilo del Barça. En la realidad del
fútbol, traducida en puntos y juego, al que se le está faltando al
respeto es al Tata. Su Barça no es el de Guardiola, ni siquiera el de
Tito. Es el suyo. Ni mejor, ni peor, diferente. Y aún así, sigue siendo
el gran candidato al título. Conviene recordarlo
ahora, porque si acaba perdiendo el clásico ante el Madrid, le correrán
a gorrazos por La Diagonal. Si eso ocurre, vía libre a lo de siempre:
Sálvese quien pueda. Los presidentes y los periodistas deportivos,
primero.
A rebufo culé, aún en construcción y con una tonelada de presión a
cuestas, asoma el Madrid. Una institución ingobernable, donde cada
derrota es un drama y cada victoria, una obligación. Un club fagocitado
por su modelo, donde algunas voces piden que las
manos de la prensa estén fuera del Madrid, sin reparar en que el club
lleva muchos años con las dos manos dentro de la prensa. Vasos
comunicantes que se retroalimentan. Este Madrid lleva demasiados lustros
instalado en una atmósfera de ruido permanente. Enferma
con cada debate y se cura a sustos. Más allá del adiós de Özil, las
cuentas del club, la presunta hernia de Bale, el supuesto maltrato a
Khedira, el ánimo de Cristiano o la enquistada situación de Casillas, ya
un número de circo televisado, el Madrid sobrevive
en el alambre. El entrenador del Madrid, al que se aplicará la
presunción de culpabilidad en cada derrota, reconoció que jugar peor
era imposible. Hoy, después de una mejora palpable, ante el Málaga y en
casa, el periodismo que se rasgaba las vestiduras y
acusaba a Carletto de ir a la deriva, ahora vende optimismo por doquier
y viste de favorito al Madrid de cara al clásico. Así es este
periodismo: capaz de defender una cosa y la contraria en apenas cinco
minutos. Y así es este Madrid, un equipo con potencial
y talento, con el que hay que tener mucha paciencia porque,
sinceramente, la necesita. Debe recuperar la inercia que, por culpa de
su modelo fastuoso, acabó perdiendo: volver a funcionar como un equipo
de fútbol. Es muy pronto para hacer cualquier juicio sumarísimo
del equipo. En cuanto a la institución, el juicio es más sencillo. La
era Florentino Pérez, que entiende el Madrid como un Parque Temático,
siempre tropieza en la misma piedra: adelantar los éxitos es el mejor
modo de fracasar.
Al fondo, a años luz según la vara de medir del presupuesto y a unos
centrímetros si el patrón de medida es la cultura del esfuerzo, asoma el
Atético. Un equipo de autor forjado por Simeone, al que la prensa
arroga la condición de favorito cuando gana y
de globo deshinchado cuando pierde. El Atlético en racha positiva, se
traduce en el arte de vender una Liga de tres. En cambio, su primer
tropiezo, se vende en clave de vértigo a las alturas y Liga de dos. Así
funciona el estatus de grande, la etiqueta viral
de aspirante. Ganar es lo único, perder es un melodrama. La falsa
moneda. Desde que arrancó la temporada, el periodismo vive empeñado en
vestir de favorito al Atlético, un papel que el cuerpo técnico rechaza
de plano y el equipo desdeña, porque no aspiran
a ganar ese campeonato paralelo que se juega cada fin de semana en los
quioscos y en las ondas. Con menos dinero que los dos de siempre, una
plantilla más corta y un calendario igual de exigente, la realidad del
Atlético invita a la prucencia. Si no es consciente
de sus limitaciones, perderá su esencia: el esfuerzo no se negocia.
Bien está que el periodismo rechace la filosofía del partido a partido,
instaurada como un mantra por Simeone, un discurso que no vende humo ni
periódicos, pero topan con un entrenador que
conoce su plantilla. Cholo no tiene a los mejores jugadores que el
dinero puede comprar, pero tiene futbolistas que le echan algo que el
dinero no puede pagar. Con menos talento pero más esfuerzo y la no
limitación como limitación, Simeone representa el aplastante
sentido común. Ha bastado una sola derrota para que quienes vociferaban
la candidatura atlética al título ahora renieguen de lo dicho. Simeone
prefiere no hablar para contentar oídos, sino trabajar para levantar
títulos. El ruido, para otros.