Pese a su condición de jugador de banda con buen regate, Manzano
apenas recurrió a él. Tampoco fue luego del gusto de Simeone (no lo ha
sido ninguno de los portugueses que ha podido manejar) cuando al fin
esas navidades el club decidió corregir su error a sabiendas en el
banquillo. Así que un curso después, el pasado verano, el Atlético, o
quienes lo manejan, decidieron cederlo al Deportivo, donde el agente del
futbolista demostró tener influencia y mando. Pizzi sí pudo correr por
Riazor. Y brillar. Cuajó una primera vuelta espectacular y dejó para la
memoria unos cuantos goles maravillosos, especialmente uno de falta
directa ante el Barcelona.
En octubre pasado, el Atlético hizo saber que ejercía la opción de
compra por el jugador (bueno, por el 63 por ciento de sus derechos) a
cambio de 13,5 millones de euros (a pagar en cuatro temporadas). Una
cifra que sonó a barbaridad estando como estaba la tesorería del club
rojiblanco en los huesos. Un anuncio que multiplicó por cinco la
sensación de operación extraña que rodeaba al jugador. La noticia,
sospechosa de ingeniería financiera, fue acogida por unos con
perplejidad y por otros con escepticismo. Pero como el chico sí demostró
tener cualidades interesantes para el fútbol, su enigma contractual se
dejó a un lado.
Parecía Pizzi ahora una buena opción para mejorar una plantilla
necesitada como la del Atlético en un momento en el que el club se
muestra reacio a fichar. Hasta Simeone gritó contra la pasividad de sus
jefes, reclamó en alto refuerzos. Y, sin embargo, casi sin mirar, por
voluntad propia o empujado, no contempló quedarse con el bizco extremo
portugués. Tras unas cuantas semanas buscándole una salida, el Atlético
despachó el pasado viernes en su página web el adiós. Le bastó un
párrafo: “Luis Miguel Afonso Fernandes, Pizzi, es nuevo jugador del
Benfica después del acuerdo de traspaso alcanzado entre el Atlético y el
club luso. El centrocampista portugués, que llegó a Madrid en el verano
de 2011, jugó la pasada temporada cedido en el Deportivo de la Coruña.
Desde el club le deseamos lo mejor en esta nueva experiencia
profesional”.
Lo que vende el Atlético es que Pizzi está incluido en la operación
Roberto, otra historia que tal baila. Los madrileños recuperan (aunque
para cederlo al Olympiacos) a un portero al que vendieron hace tres años
al Benfica (se dijo que por ocho millones) y que ha jugado las dos
últimas temporadas en el Zaragoza (otro club donde Mendes y los fondos
que le rodean tienen mano). ¿Lo entienden? Las cifras que se cantaron en
alto con el fichaje de Villa aquí de momento se han ocultado.
Sólo se sabe que Pizzi como vino se va. Envuelto en el misterio. ¿Ha
sido el Cholo el responsable de su salida o decidieron otros por él?
¿Tiene sentido comprarlo por tanto en octubre para entregarlo en julio
sin catar? ¿Fue realmente alguna vez jugador del Atlético? Los
madrileños son en parte todavía un club de fútbol, lo prueban los
títulos recientes. Pero también son una excusa, una entelequia. Casos
como el de Pizzi son los que hacen dudar, los que retratan al Atlético
como una simple coartada para mover jugadores.
http://www.vozpopuli.com/deportes/29096-tururu-pizzi