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rossobianco
- Se unió el 15-11-2007
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Bueno, Milinkito, ahora tengo un hueco para responder a tu pregunta. Y como el que avisa no es traidor, te prevengo: seguirá una buena sábana, porque aún resumiendo todo lo posible e imposible, el tema da para escribir una enciclopedia.
En primer lugar, ganar dinero en Bolsa se reduce al sencillísimo axioma de Rockefeller: comprar cuando todos venden y vender cuando todos compran. El problema es reconocer cuándo se dan las circunstancias adecuadas para hacer la operación, sea de compra, sea de venta. Esto es, si compras, tener la certeza de que el valor de las acciones subirá, y si vendes, saber que es el momento de hacerlo porque la cotización bajará y hay que recoger beneficios o, cuando menos, “realizar pérdidas” para contenerlas. Una vez definido el problema, pasemos a analizar cómo se resuelve.
Entre los que acuden a la Bolsa, hay dos grandes escuelas, casi irreconciliables, que podríamos definir como la de los inversores y la de los especuladores puros y duros. Los ortodoxos de una u otra denigran los del bando contrario hasta considerarlos seres inferiores, aún persiguiendo exactamente el mismo fin: ganar dinero. Las armas que utilizan para tomar el pulso al Mercado son totalmente diferentes. Vayamos, pues, por partes:
“INVERSORES”
Los ”inversores” creen en la empresa en la que ponen sus ahorros, se consideran –con toda legitimidad–copropietarios de la misma como accionistas, invierten a medio-largo plazo y utilizan el llamado “análisis fundamental” para estudiar el activo que pueda ser de su interés basándose en criterios objetivos: solvencia, liquidez, flujo de caja (o “cash flow”) por acción, volumen de ventas, beneficio recurrente, endeudamiento, rentabilidad por dividendo (en función del reparto de beneficios entre los accionistas), relación entre el valor y el beneficio por acción (PER o “Price to Earnings Ratio”), perspectivas de crecimiento, balances contables, etc. O sea, como si alguien te propone entrar como socio en su empresa: te pones a mirar hasta debajo de las alfombras para ver dónde te metes. O como si, exagerando y en otro orden de cosas, te enamoraras hasta las cachas de una niña con la perspectiva de casarte con ella: te fijas incluso en el aspecto de su madre para prever, aunque sea de manera tan vaga, si dentro de treinta años estará todavía de buen ver o, por el contrario, tendrás que prestarle la maquinilla para que se afeite la barbilla o comprar un piolet y aprender “rappel” para escalar sobre sus generosas redondeces y cumplir con los deberes conyugales. Por otra parte, si te casas con alguien que te gusta de verdad, te dará una higa la opinión de los demás.
Todo muy romántico. Pero en Bolsa se está para ganar dinero. Un quilo de oro actualmente vale unos 40.000 €. Si te encontraras un tesoro enterrado con cien quilos de oro en lingotes, serías millonario ¿no? Pues no; depende. En una isla desierta no valdría nada porque no se lo podrías vender a nadie: no hay mercado. Así que si el valor de tu maravillosa empresa, con parámetros perfectos en análisis fundamental, incluido un generoso reparto de dividendos, no es reconocido por el mercado, la cotización se irá a la mierda. ¿Y por qué siendo tan magnífico activo el Mercado no da un duro por él? No hay razón aparente, pero da igual: el Mercado es soberano. Ahora mismo, sin salir del IBEX, hay sociedades solidísimas que están ofreciendo una rentabilidad por dividendo superior al 10%, entre otras cosas porque el valor de sus acciones está por los suelos, muy por debajo del considerado como “objetivo”. ¿Por qué ocurre? El “inversor” no tiene respuestas. Y a falta de ellas ajusta su estrategia basándose en la paciencia y resignación: se refugia en casa (renta fija o liquidez en depósitos remunerados) y espera a que escampe para volver a “moverse” comprando o vendiendo valores. A medio – largo plazo y, sin duda, en tiempos de bonanza bursátil, el “inversor” siempre gana. A corto plazo y/o en tiempos de crisis, la cosa no está para nada tan clara.
Algunos personajes conocidos que pertenecerían al grupo de “inversores”: los Rothschild, los Rockefeller, los Botín, los March y un buen número de judíos sin escrúpulos.
“ESPECULADORES”
Ya hemos hablado de “los románticos” de la Bolsa. Pasemos ahora al partido de “los cínicos”, los que hemos dado en llamar “especuladores”. Para éstos la ley de la oferta y de la demanda no es leal ni real, sino una farsa, un montaje, un escenario teatral donde las marionetas son movidas a voluntad de los que tiran de sus hilos, unos ignotos personajes que actúan en la sombra y nadie sabe quiénes son: los siniestros “cuidadores”, dueños y señores del Mercado. Siguiendo con el símil anterior, para el “especulador” todas son putas, no vale la pena tomárselas en serio: si te gusta una, tíratela, goza mientras dure y a otra cosa mariposa. Cultiva la plusvalía del “attimo fuggente”. ¿Y si ella sufre? Que se joda, querrá decir que tú has sido más listo: siendo todas unas zorras, de no penar ella lo habrías hecho tú. Lo único que debe importarte es tu beneficio personal.
Pensarás con razón que son unos cabrones ¿verdad? Ya, pero te lo recuerdo de nuevo: en Bolsa se está para ganar dinero. ¿Cómo puede uno actuar en un Mercado caprichoso, que se mueve no por el valor objetivo de las cosas, sino por el que los “cuidadores” quieren darle? Porque, efectivamente, a los ojos del “especulador” la Bolsa asemeja a lo que con su tino y garbo habitual ha apuntado Chinasky: la mesa de juego de un casino. Pero solo en cierto modo. Digamos, sí, que en este contexto caótico invertir dinero en Bolsa sería como apostar a la ruleta, pero resulta posible estudiar los “vicios” de la misma, como hacían los del “clan de los Pelayos”: escudriñar tendencias y desviaciones de las ruletas de medio mundo para, tras un análisis estadístico, apostar con más probabilidades de éxito y forrarse. Y vaya si se forraron hasta que les prohibieron la entrada en los casinos. El “especulador” hace exactamente lo mismo, usando como instrumento el llamado “análisis técnico”. Consciente de que el Mercado se mueve sin lógica objetiva y que ningún activo tiene un valor real, sino el que decide el “cuidador” de turno, se aplica en estudiar los movimientos de este último, dando por descontado que el gran depredador se llevará la parte del león, pero dejará migajas suficientes para alimentar a la rémora, que no pretende nada más que medrar sobre los restos del banquete. Por ello se sumerge en el análisis de tendencias, estadística, indicadores, gráficos (lo que ridículamente llaman “chartismo”), y en éstos buscará soportes, resistencias, medias móviles, movimientos de euforia y pánico, series de Fibonacci, ondas de Elliot, velas japonesas, figuras técnicas…, y la biblia en pasta. El “especulador” puro no gusta de operar con acciones, sino con futuros u opciones. Especula “intradía”, y jamás termina la jornada con posiciones abiertas, esto es, con dinero en el Mercado. Cuando da por concluido el trabajo cotidiano cierra los ordenadores sabiendo que sus haberes quedan líquidos y a buen recaudo en su cuenta corriente. ¿Qué son los futuros? Si te interesa, te respondo en otro correo, porque daría para escribir otra sábana como esta. Baste decir que lo que nació para proteger con buen criterio los intereses de los productores de materias primas, desde hace veintitantos años a esta parte se ha convertido en un instrumento financiero gigantesco y, a mi modo de ver y por muchos motivos, escandalosamente infame. Básicamente se trata de que tú apuestes porque un valor, índice, divisa, materia prima etc. baje o suba de precio. Si aciertas, ganas. Si no, pierdes lo invertido, en cantidad muy inferior al horizonte de ganancias. Hasta aquí, digamos que no habría nada reprochable. El “especulador” no aporta al mercado (simplemente lo parasita), ni crea riqueza, pero en principio obtendría su beneficio sin provocar daños. Ahora, si te digo que existen mecanismos legales para alterar el valor de las acciones, la cosa ya te empezará a oler a podrido. Esto es, si yo puedo modificar el precio de un valor y, en consecuencia, “apostar” con ventaja, el juego no parece tan limpio, ¿verdad? ¿Cómo hacerlo? Por ejemplo, y es el caso más grave, creando pánico al poner en el mercado millones de acciones de un determinado activo (sin ni siquiera tener propiedad sobre ellas) para recomprarlas más baratas cuando todos los “pardillos” se hayan asustado y vendido las suyas haciendo que el precio se derrumbe. Son las famosas “posiciones cortas al descubierto”. Todo perfectamente conforme a la Ley, aunque resulte paradójico, porque la alteración dolosa del valor de las cosas está tipificada como delito en el Código Penal… salvo en el caso de instrumentos financieros. En estas circunstancias, los períodos bajistas son el jardín del Edén para estos buitres, que se llenan tripas y bolsillos a costa de sociedades y ahorradores, a diferencia del “romántico inversor” a quien habíamos dejado antes casi inmóvil, a “verlas venir” esperando mejores tiempos.
Algunos personajes conocidos que pertenecerían al grupo de “especuladores”: George Soros, John Paulson, James Simons, Bernard Madoff y un buen número de judíos sin escrúpulos.
“INVERSORES-ESPECULADORES”
Bien, Milinkito, ¿has decidido lo que vas a ser? ¿”inversor” o “especulador”? Y no te olvides nunca de que si uno se mete en este berenjenal es con un único propósito: ganar dinero, sin romanticismos ni puñetas. Ahora bien…
Si quieres saber mi opinión, la posición justa –como casi siempre– está en el medio. Por tradición y formación, me dan bascas y regüeldos con solo pensar en comportarme como “especulador”. Quien me enseñó todo, un genio de las finanzas que nunca se consideró tal y murió sin saber que lo era, no me educó para enriquecerme sobre las miserias ajenas, sino todo lo contrario: tratar de enriquecer a los demás, como a uno mismo, en base al propio trabajo. Pero por otra parte, no les falta razón a los “especuladores” cuando describen el Mercado como un “chiringuito” dominado por una oligarquía que maneja a su antojo la economía mundial. Pues bien, quizá lo ideal consista en ser un “inversor”, pero utilizando también las herramientas del “especulador” para prever movimientos bruscos del Mercado que puedan poner en riesgo tus ahorros o, por el contrario, señalar un buen momento para “abrir posiciones largas”, esto es, comprar acciones.
Algunos personajes conocidos que pertenecerían al grupo de “inversores - especuladores”: Warren Buffet, Philip Fisher, Benjamin Graham y un buen número de judíos sin escrúpulos.
CONCLUSIONES Para terminar, como sabes que te aprecio, me permito la licencia de darte algunos modestos consejos de buen amigo, útiles si decidieras meterte en este mundo:
- Nunca inviertas en Bolsa el dinero que vayas a necesitar para vivir. No olvides que no se gana ni se pierde hasta que se deshace una posición, esto es, hasta que se vende. Si no tienes prisa ni necesidad, podrás esperar y elegir el momento más apropiado para hacerlo.
- Aún más importante: jamás te endeudes para invertir en Bolsa (comprar acciones a crédito), aunque la euforia del Mercado y tantos “espabilaos” a tu alrededor te digan que eres un imbécil por no forrarte como podrías. Todos los “espabilaos” de la Bolsa están muertos, financiera o incluso físicamente. ¿Recuerdas los suicidios del 29? No era gente que había perdido sus ahorros, sino pobres cretinos que se habían hipotecado hasta los gayumbos para seguir ganando más dinero (el famoso ”jueves negro” llegó tras cinco años de subidas salvajes del índice de la Bolsa de Nueva York, llegando a tocar el 100% anual) .
- Cuando operes en Bolsa no olvides que la avaricia rompe el saco. O como castizamente se dice en la Bolsa de Madrid: “el último duro, p’al gato”. El que pierde es siempre quien por rascar la cazuela hasta el fondo opera por último, porque si compra lo hará al más alto precio y si vende, al más bajo. Ergo: huye de la avidez y sé cauto y modesto.
- Desconfía de euforias y de pánicos. Analiza la situación del Mercado por tu cuenta o de la mano de expertos y no te dejes llevar por la opinión del ignorante: es un incauto que lo perderá todo. Se cuenta una leyenda sobre John Rockefeller (lo cito de nuevo, aunque me resulte por tantos motivos un personaje abyecto, pero no puede negársele un lugar destacado en la historia de las finanzas): yendo a su oficina en el Rockefeller Center, Quinta Avenida, el ascensorista le comentó con vehemencia su fe en determinados valores bursátiles. Cuando llegó al despacho ordenó inmediatamente una gigantesca venta de acciones de su propiedad. Era Septiembre de 1929, pocas semanas antes del famoso desastre de Octubre. Verdad o no, la historieta ofrece una valiosa moraleja: cuando el incompetente se cree un “gurú” de la Bolsa, la euforia ha llegado a su ápice y ha llegado el momento de vender antes del inevitable desplome de los índices.
Venga, valor y al toro. Si necesitas sugerencias sobre libros o cualquier otra cosa, estoy a tu disposición. Con un fuerte abrazo.
Veritas Vincit.
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