El primer remate, se le fué por poco. Un "uy" en do mayor
sostenido anduvo marcando al hombre a sus cábalas mientras retrocedía hasta la
medular: "si hubiese tirado a colocar...". Se pasó la mano por sus rizados
cabellos, con la idea de repeinarse un poco los pensamientos, y acudió al punto
a la presión sobre el saque de meta. Al rato, se encontró disputando por alto
un voleón, saltando con un contrario para acabar cayendo con tres cuartos de su
peso sobre la mano tocada. No había sentido el dolor de la muñeca hasta
aquél lance; un latigazo le recorrió todo el antebrazo, diluyéndose a la altura
del codo. No sabía lo que le duraría el efecto del réflex y aquella venda
prieta como el demonio que le había improvisado el masajista, pero en cualquier
caso era mucho menos importante que correr a tapar la subida del lateral
rival... ¿Cómo?. ¡Increíble!. ¡¡Había
pitado falta!!. Joder, ¿no había visto el piscinazo?. ¡¡Lamadrededios!!. Le
puso de vuelta y media. A voz en grito. Y sin embargo, la tarjeta amarilla se
la llevó otro compañero. "Calma, calma... Vamos, que queda un
mundo...". Había que formar la barrera. Atender a las instrucciones del
guardameta. Poner hasta un sexto sentido a la estrategia del adversario...
Chutaron directo. Y bendito el daño que se llevó su vientre, marcado con los hexágonos
del cuero. "¡Coño, si es que no saben ni levantarla!...Respira, respira...
Uno, dos... ¡Al lío!". Instruyó al portero sobre la deriva en el saque.
Colocó en un par de ocasiones al mediocentro. Marcó con la mano las subidas del
interior derecho. Cayó en fuera de juego dos veces; una de ellas, jurada en
arameo. Despejó de cabeza un córner que se venía con muy mala leche. Se llevó
un plantillazo en su diestra de padre y señor mío en un balón dividido. Se tocó
el escudo del pecho en no menos de cuatro ocasiones, como queriendo imbuirse de
su fuerza. Siguió en do menor la coreografía del himno que le llegaba, clara y
potente, desde uno de los fondos. Tarareó el "Rey de la furia
española...". Levantó la bufanda como uno más. Gritó, gritó al aire de
Madrid su sentimiento en modo infinito. Tan hondo, tan profundo, que acabó
convirtiéndose en lágrimas. Y entre una y otra, recapituló toda su vida
deportiva, disparando momentos como fotos que se velaban en décimas de
segundos, para dar paso a otra, y otra... Cuando traspasó los tornos de salida,
madre estaba allí:
- ¿A Neptuno?
- ¡Claro, mami!
La madre restregó con un deje de cariño los rizados cabellos del chaval. Lo
vió marchar, despidiéndole con una sonrisa a traición. Cuando la alegría cogió
de la mano a su nene para llevarlo al final del pasillo, reparó en la venda de
la muñeca. El intenso olor a réflex que despedía a su paso. La manera encorvada
de caminar, cogiendose el vientre, como dolorido. Esa pierna derecha
renqueante... En el salón, la tele todavía estaba emitiendo. Miles de voces
parecían gritar que se iban al Manzanares...