No me refiero al periodismo, cuyo subgénero gonzo se resiste a las
definiciones. Algunas de sus características se perciben con claridad:
narración en primera persona, punto de vista subjetivo, relato explícito
de cómo se ha investigado el asunto, uso sistemático del humor y la
autoironía. Pero hay textos con esas características que no son gonzo,
sino patéticos o ridículos. Digamos que el periodismo gonzo es el
practicado por Hunter S. Thompson y por algún otro al que alguna vez,
por la razón que sea, le sale una pieza gonzo.
Sobre el fútbol gonzo, en cambio, no caben discusiones. Es eso que
ocurre cuando el Atlético de Madrid juega a su gusto. Se trata de un
fútbol de autor. Aunque ciertos pasajes podrían confundirse con el
fútbol que desde siempre tendemos a identificar con el Atleti (rapidez,
contraataque, locura), el gonzo está muy relacionado con Diego Simeone.
El periodismo gonzo discute el protagonismo de la noticia, en beneficio
del contexto en que se produce; el fútbol gonzo de Simeone hace algo
mucho más salvaje: discute el protagonismo del balón. En el juego
convencional, la pelota corre, choca, rebota y marca el desarrollo de
los acontecimientos; cuando el balón está cerca pasan cosas, cuando está
lejos hay calma. En la modalidad gonzo, quien corre, choca y rebota son
los futbolistas. El espectador siente a veces el impulso de abroncar a
la pelota y exigirle un poco más de nervio.
El fútbol gonzo se practica en primera persona y sin disimulos. Si un
mesmerizador extraordinario hipnotizara a un equipo argentino y
convenciera a cada uno de sus miembros de que nació en Lancashire y se
formó en los juveniles del Liverpool, el resultado podría parecerse al
Atlético. Juntos, los jugadores poseen la cautela y la astucia de una
tropa apache en busca de cabelleras; por separado, exhiben el arrojo
inconsciente de un vikingo adicto a las anfetaminas.
Con el gonzo ocurren faltas. Se cometen algunas; la mayoría, sin
embargo, sólo ocurren. Ese es un matiz importante. Arbeloa, por poner
como ejemplo al mejor ejemplo, lleva muchos años ganándose la vida al
margen del reglamento. Los del gonzo, dado que juegan en primera persona
(recuerden que el balón pierde el protagonismo habitual), ruedan a
veces tan deprisa que impactan, salen despedidos por encima de la franja
del reglamento y aterrizan en una zona urbanizable de Argamasilla. Sus
faltas son faltas que ocurren, no delitos premeditados.
El gonzo, en el fútbol y en el periodismo, equivale a valentía. El
Atleti se enfrentó ayer a uno de los mejores equipos del mundo. El Real
Madrid ha mejorado gradualmente desde el inicio de temporada, sabe a qué
juega y cuenta con futbolistas excepcionales. Es capaz de hacerle un
destrozo a cualquiera (dejemos al margen, de momento, al Bayern) y ya se
lo hizo, hace poco, al propio Atlético. Echarle un pulso a lo gonzo
puede costar un ridículo colosal. Pero también puede producir un partido
tan bello e impresionante como una tormenta furiosa; un partido, como
el de ayer, cuyo único defecto radica en la duración. Noventa minutos
son pocos. Que asome otra vez el balón, si se atreven, y que vuelvan a
empezar.