Cuando era pequeño, decían nuestros vecinos y enemigos: si te quieres suicidar, no te tires desde el Viaducto; hazte socio del Aleti, que te matará a disgustos.
Pues bien, tanto tiempo en el hoyo, tantos disgustos, me han desentrenado el corazón para las alegrías. Me van a matar estos auténticos profesionales del fútbol a base de victorias que ya casi ni recordaba. Bueno, recordar, recordar, tampoco, porque lo de esta temporada es lo más grande que ha hecho este equipo en su historia. Y hacerlo con los dirigentes que tenemos es algo más que una heroicidad; es un desafío a toda lógica mundana. Pura trascendencia, hermanos, la que eamos viviendo.
Vamos, que ayer celebré la victoria acabando, de nuevo, en el hospital, con esta puñetera arritmia que me amarga.
Por suerte, acudí a tiempo y a las 12 de la mañana me acaban de dar el alta.
En un día más de verano que de primavera, aquí en el septentrión, voy a celebrarlo de inmediato. Con mesura, en lo que a ingestas se refiere, pero desbocado en mi fuero interno. Me voy con mi mujer para encontrarme con otro colchonero en un bar plagado de vikingos.